Logo
Logo
Logo

Escritos de León Trotsky (1929-1940)

¡A sacarse las vendas de los ojos!

¡A sacarse las vendas de los ojos!

¡A sacarse las vendas de los ojos![1]

 

 

Publicado el 27 de abril de 1934

 

 

 

Leyendo los artículos de l’Humanité sobre la expul­sión [de Francia] del camarada Trotsky, lo primero que salta a la vista es su estúpido carácter provocador. Pero sabemos que en política una caracterización de este tipo es totalmente insuficiente. Es cierto que el nivel teórico y político de los dirigentes del Partido Comunis­ta Francés es muy bajo, igual que el de toda la Comin­tern. Ya en 1921 Lenin escribía a Zinoviev y Bujarin: "Si no buscan más que la sumisión, se rodearán de tontos."

A Lenin le gustaba llamar a las cosas por su nombre y era capaz de hacerlo. Desde 1921 la selección de "su­misos" alcanzó éxitos monstruosos. Le enfermedad fatal de la Comintern la afecta hasta los huesos, es de­cir en sus cuadros, en la selección de éstos, en su entre­namiento, sus hábitos y sus métodos. Todo eso está más allá de cualquier discusión. Sin embargo, no nos interesan ahora las características políticas de los cua­dros stalinistas sino su posición política en relación con la expulsión del camarada Trotsky.

L’Humanité parte del supuesto de que hay una divi­sión del trabajo basada en un acuerdo entre el gobier­no, la policía, todos los periódicos burgueses, la socialdemocracia y Trotsky. El gobierno expulsa a Trotsky, éste "permite" que lo expulsen, la prensa persigue a Trotsky. Le Populaire actúa como abogado defensor del derecho de asilo guardando una cuidadosa distancia de Trotsky, y todo esto se hace con el objetivo de elevar ante los trabajadores la autoridad de las ideas "contra­rrevolucionarias" que Trotsky defiende y de impedirle al partido stalinista hacer la revolución.

Pero por ridícula que sea esta explicación nos conduce al eje del problema político de Francia y, al mismo tiempo, al error político central del stalinismo, que ya llevó a la muerte a sus secciones alemana y austríaca. El motivo de la furiosa campaña contra Barbizon -según l’Humanité- es el deseo de la burguesía de prestigiar las ideas socialdemócratas. ¿En qué consis­ten estas ideas? En mantener a salvo las formas demo­cráticas de dominio de la clase capitalista, si no enteramente, por lo menos las tres cuartas partes o la mitad de ellas. Cuando el Partido Socialista "protesta" por la expulsión de Trotsky, no caben dudas de que lo que le preocupa es mantener su reputación democrática. No hay nada de enigmático en la conducta de Le Populaire.

Sin embargo, lo esencial del problema no es Le Populaire sino la burguesía francesa. ¿Es cierto que está realmente interesada en revivir las ideas e ilusio­nes reformistas y democráticas? Basta con plantear claramente esta cuestión para que se derrumbe toda la construcción de l’Humanité. Los dirigentes stalinistas no entendieron nada de lo que ocurrió en Francia y Europa durante el último periodo. Hace dos años la burguesía francesa hizo un gran esfuerzo -se puede creer que fue el último- por regenerar a la democra­cia, su fuerza, su imagen, sus ornamentos y sus ilu­siones.

Este intento se expresó en el triunfo del Bloque de Izquierda.[2] Dado que después de las elecciones de mayo de 1932 los radicales se convirtieron en el princi­pal partido gobernante de la burguesía, la socialdemo­cracia francesa de todos los matices se convirtió en el principal apoyo político del régimen. Un producto se­cundario de esta constelación fue la visa al camarada Trotsky para que entrara a Francia. Les socialistas necesitan complementar su apoyo al régimen burgués con "gestos simbólicos". Y hasta los radicales, que en realidad aplicaban una política conservadora e imperia­lista, necesitaban una máscara democrática. Cualquier revolucionario serio podía y debía aprovechar esta situación, sin violar sus principios, naturalmente, sin sembrar ninguna ilusión sobre el "sagrado" derecho de asilo y otros derechos democráticos.

Sin embargo, el intento de estos últimos meses de restaurar la "democracia" del Bloque de Izquierda sufrió una derrota vergonzosa y total. Les reformistas les echan la culpa a los radicales. Estos se la echan a los reformistas. Esta discusión superficial tiene lugar en el terreno de la política parlamentaria. La verdad es que el Bloque fracasó porque el capitalismo en descom­posición no puede permitir reformas y por lo tanto se ve obligado a pasar de los métodos "democráticos" a los métodos represivos bonapartistas (militar-policia­les) o fascistas (pogromos de masas) La expulsión de Trotsky no es más que un producto secundario de este importante cambio en la vida política francesa que se dio ante nuestros propios ojos.

Si bien es indiscutible que el partido de león Blum fue el principal apoyo político de los gobiernos de Herriot, Chautemps y Daladier,[3] sólo unos misera­bles charlatanes pueden decir lo mismo del gobierno de Doumergue.[4] Para que surgiera este gobierno fue ne­cesaria una guerra civil, que en última instancia esta­ba dirigida -demás está decirlo- contra el proleta­riado, pero que se planteaba como objetivo inmediato el derrocamiento del gobierno radical. El principal apoyo político del gobierno de Doumergue lo constituyen los partidos que el 6 de febrero, con sus bandas armadas, quisieron liquidar el parlamento capitalista y mataron a los oficiales de policía y a sus caballos cami­no al Palais Bourbon. Este es hoy en día el agrupamien­to de fuerzas. El hecho de que los mismos stalinistas, por una perniciosa pero no casual aberración, se hayan encontrado a la cola de los fascistas asestó un golpe mortal a su reputación política, pero no se refleja en lo más mínimo en los resultados de la ofensiva contrarre­volucionaria.[5]

El ministerio Doumergue no es más que una combi­nación transitoria en el proceso por el cual el gobierno Doumergue se está librando de la democracia, el parlamentarismo y el apoyo socialista. El gobierno actual se mantiene por encima del parlamento debido al cre­ciente antagonismo entre los dos bandos opuestos, el fascista y el proletario. La gran burguesía, de manera definitiva, dejó de gobernar "democráticamente", es decir, directamente a través de los radicales e indi­rectamente a través de los socialistas. Toda la prensa burguesa allana el camino a un bonapartismo más abierto. De aquí la feroz persecución contra el parlamentarismo, los masones, los diputados, los empleados públicos y las organizaciones obreras. La burguesía no pretende hacer resurgir y apoyar las ilusiones demo­cráticas sino, por el contrario, comprometer, manchar y destruir las instituciones democráticas. Los fascistas y los lacayos monárquicos actúan como el ala derecha del frente único de la reacción. Le Matin,[6] órgano oficial del bloque bonapartista-fascista, dice muy abier­tamente que la expulsión de Trotsky es sólo el primer paso.

Pronto les llegará el turno a Cachin y León Blum. No hay nada de fantástico en esta profecía. Ya hemos visto lo que pasó en Alemania y en Austria. Le Matin sabe lo que dice. Tardieu[7] sabe lo que hace.

Por otra parte, los borbones stalinistas no olvidaron nada ni aprendieron nada. Para ellos no existe el vuelco político del 6 de febrero. Para ellos la socialdemocracia sigue siendo, igual que en el pasado, el "principal" apoyo de la burguesía. Los artículos de l’Humanité sobre la expulsión de Trotsky, que chocaron a todo el mundo por su estupidez, no son producto de una inspi­ración casual sino la consecuencia lógica de toda la política de la Comintern. La celebrada fórmula de Stalin, "el fascismo y la socialdemocracia no son antípodas sino gemelos", se transformó definitivamente en una venda colocada sobre los ojos de la Comintern. l’Humanité es ahora el mejor colaborador de la burocracia y el mayor obstáculo en la lucha contra el fascismo.

Le Matin presenta la realidad política de manera in­comparablemente más seria y correcta que l’Humanité. La expulsión de Trotsky del refugio de Barbizon no es más que un pequeño ensayo de cómo se arrojará a los periodistas obreros, a los dirigentes, a los comités centrales, a las comisiones administrativas, etcétera… de sus locales partidarios y sindicales. Esta es preci­samente la perspectiva que hay que señalarles a los obreros franceses. ¡A sacarse de los ojos todas las vendas, tanto stalinistas como reformistas!. Es hora de mirar la dura realidad cara a cara. Las declaraciones contra el fascismo, las frases "revolucionarias", las protestas verbales no sirven para nada. Lo que necesitamos es resistencia de masas contra las bandas pogromistas sobre las que se apoya la reacción bonapar­tista. Hay que organizar esta resistencia. Hoy mismo tenemos que enseñarles a todos los obreros a exigir de sus "jefes" una respuesta a la pregunta de qué hacer. Hay que dejar de lado al que no dé una respues­ta directa e inmediata. Se debe construir el frente único proletario con la perspectiva de las grandes batallas que nos esperan. Los acontecimientos de Francia nos demuestran una vez más que la única perspectiva revolucionaria correcta es la que plantea la Liga Comu­nista Internacional, constructora de la Cuarta Interna­cional.



[1] ¡A sacarse las vendas de los ojos! La Verité, 27 de abril de 1934. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por A.L. Preston. Sin firma. Las reclamaciones de que se echara a Trotsky de Francia después que la policía local lo descubrió accidentalmente, a mediados de abril de 1934, superaron a las que se produjeron cuando llegó de Turquía. Esta vez, sin embargo, al nuevo gobierno, encabezado por Gastón Doumergue, no le resul­tó nada desagradable tener un pretexto para librarse de su huésped, y el ministro de asuntos interiores Albert Sarraut firmó rápidamente un decreto expulsando a Trotsky. El decreto no se pudo aplicar porque ningún otro país admitía a Trotsky, pero la policía trató de librarse de él persiguiéndolo. Se le ordenó abandonar Barbizon de inmediato y se le impusieron una serie de restricciones respecto a los lugares donde podía residir. En consecuencia, se vio obligado a vivir mudándose, viajando de incógnito y sin saber con certeza dónde dormiría la noche siguiente. Esa situación duró hasta junio, cuando encontró lugar en una aldea alpina aceptable para la policía. En esas condiciones escribió este artículo sin firma y otros de los que le siguen en este volu­men. Aquí trata de demostrar que el cambio de su situación personal estaba directamente ligado con el giro a la derecha del gobierno luego de los aconte­cimientos del 6 de febrero de 1934.

[2] El Cartel des Gauches (Bloque de Izquierda) era una coalición de los partidos socialista y radical que se estableció especialmente en la década del 20, bajo la dirección de Edouard Herriot. El Frente Popular, que comenzó en 1935 y unificó a los partidos comunista, radical y socialista, fue una versión más amplia del Bloque de Izquierda.

[3] Camile Chautemps (1885-1963): radical-socialista francés, fue premier en 1930 y en 1933-1934; cayó en desgracia en 1934 por estar involucrado en el escándalo Stavisky. Fue primer ministro una vez mas en 1937-1938. Edouard Daladier (1884-1970): radical-socialista, fue primer ministro en 1933, cuando se admitió a Trotsky en Francia, y nuevamente en febrero de 1934, cuando el intento de golpe de estado de los fascistas y los monárquicos lo derribó y remplazó por Doumergue. Fue primer ministro nuevamente en 1938-1940 y firmó la capitulación a Hitler en la crisis de Munich.

[4] Gaston Doumergue (1863-1937): diputado radical y ministro y presidente de la República en 1924, se retiro en 1931. Después del intento de golpe del 6 de febrero de 1934, reemplazó como primer ministro a Daladier, prometiendo un gobierno "fuerte". Su gobierno cayó en noviembre de 1934, cuando perdió la confianza de los radicales.

[5] Una buena cantidad de afiliados y simpatizantes del PC pelearon real­mente junto a los fascistas y monárquicos el 6 de febrero de 1934, algunos de ellos bajo las banderas de una organización de veteranos dirigida por el PC.

[6] Le Matin (La Mañana) era un diario de la derecha de la burguesía francesa fundado en 1884.

[7] André Tardieu (1876-1945): político de derecha del gobierno de Doumergue encargado de preparar las enmiendas a la constitución francesa que fortalecerían al estado, es decir, que cercenarían los derechos democráticos.



Libro 3