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Clásicos de León Trotsky online

Ante la decisión

Ante la decisión

 

Escrito el 5 de febrero de 1933, fue publicado por primera vez en el Biulleten Oppozitsii, n.º 3, marzo de 1933. El Postscriptum está fechado el 6 de febrero de 1933.


 

El campo contrarrevolucionario

Los cambios de gobierno desde la época de Brüning demuestran cuán superficial y vacia es la filosofía universal del fascismo (el fascismo perfecto, el nacionalfascismo, el socialfascismo, el socialfascismo de izquierda) con que los estalinistas lo califican todo y a todos, excepto a ellos mismos. La costra superior de los poseedores es demasiado poco numerosa y demasiado odiada por el pueblo para poder gobernar en su propio nombre. Necesitan una pantalla: monárquica tradicional («la gracia de dios»); liberal-parlamentaria (la soberanía del pueblo»); bonapartista («el árbitro imparcial») o, por último, fascista («la cólera del pueblo»). La guerra y la revolución les han privado de la monarquía. Gracias a los reformistas, se han mantenido durante catorce años sobre las muletas de la democracia. Cuando, bajo la presión de las contradicciones de clase, el parlamento se dividió en pedazos, intentaron ocultarse tras la espalda del presidente. Así se inicia el capítulo del bonapartismo, es decir, del gobierno burocrático-policial que se eleva por encima de la sociedad y que se mantiene sobre el equilibrio relativo entre los dos campos opuestos.

Pasando por los gobiernos transitorios de Brüning y de Papen, el bonapartismo adquirió su forma más pura en la persona del general Schleicher, pero sólo para desvelar en él su insolvencia. Hostiles, recelosas o inquietas, todas las clases fijaron sus miradas en esta figura política enigmática que apenas parecía un signo de interrogación con las charreteras de general. Pero la causa principal del fracaso de Schleicher, y al mismo tiempo de sus éxitos precedentes,.no reside en sí mismo: el bonapartismo no puede lograr la estabilidad en tanto que el campo de la revolución y el campo de la contrarrevolución no hayan medida sus fuerzas en la batalla. Además, la terrible crisis industrial y agrícola que pende del país como una pesadilla no facilita el equilibrismo bonapartista. Es cierto que a primera vista la pasividad del proletariado facilitaba grandemente las tareas del «general social». Pero ocurrió al revés; precisamente esta pasividad aflojó el cerco de temor que mantenía unidas a las clases poseedoras, sacando a la luz los antagonismos que las desgarraban.

Económicamente, la economía rural alemana lleva una existencia parasitaria, y es una bola pesada atada a los pies de la industria. Pero la estrecha base social de la burguesía industrial convierte en una necesidad política la preservación de la agricultura «nacional», es decir, la clase de los junkers y campesinos ricos junto a todos los estratos que dependen de ellos. Bismarck fue el fundador de esta política, uniendo firmemente a agrarios e industriales por medio de las victorias militares, del oro de las indemnizaciones, de los altos beneficios y del temor al proletariado. Pero la época de Bismarck ha pasado a mejor vida. La Alemania actual no surge de las victorias, sino de la derrota. Francia no le paga ninguna indemnización, sino que ella le paga a Francia. El capitalismo decadente no produce ningún beneficio, no abre ninguna perspectiva. El único cemento que une a las clases poseedoras es su miedo a los obreros. Sin embargo, el proletariado alemán -de lo que es completamente responsable su dirección- permanece paralizado en el periodo más crítico, y los antagonismos entre las clases poseedoras estallan públicamente. Con la pasividad expectante del campo de la izquierda, el «general social» cayó bajo los golpes de la derecha.

Cuando esto ocurrió, la costra superior de las clases poseedoras hizo su balance gubernamental: en el pasivo, una división en sus propias filas; en el activo, un mariscal de campo octogenario. ¿Qué más quedaba? Nada, excepto Hugenberg. Así como Schleicher personificaba la idea pura del bonapartismo, Hugenberg personificaba en sí mismo la idea químicamente pura de la propiedad. El general estuvo esquivo, negándose a responder a la cuestión de qué es mejor, el capitalismo o el socialismo; Hugenberg afirma sin ambages que no hay nada mejor que un junker del Este del Elba en el trono. La forma de propiedad más arraigada, más importante y más estable es la propiedad privada de la tierra. Si económicamente la agricultura alemana es mantenida por la industria, lo más adecuado es que no sea otro que Hugenberg quien esté al frente de la lucha política de los poseedores contra el pueblo.

Así, el régimen del árbitro supremo, elevado por encima de todas las clases y partidos, ha llevado en línea recta a la supremacía del Partido Nacionalista Alemán, la camarilla más codiciosa y avara de propietarios. El gobierno de Hugenberg representa la quintaesencia del parasitismo social. Pero es precisamente por esto que, cuando se vuelve necesario, en su estado puro se convierte en imposible. Hugenberg necesita una pantalla. Aún hoy no puede ocultarse tras la capa de un kaiser, y está obligado a recurrir a la camisa parda de los nazis. Si no se puede obtener por medio de la monarquía la sanción de las fuerzas celestiales para los propietarios, queda la sanción de la plebe reaccionaria y desenfrenada.

La investidura de Hitler con el poder servía un doble objetivo: primero, embellecer a la camarilla de propietarios con los dirigentes de un «movimiento nacional»; segundo, poner a las fuerzas de combate del fascismo a la disposición directa de los propietarios.

No fue con el corazón ligero que la poderosa camarilla superior pactó con los hediondos fascistas. Detrás de los advenedizos desenfrenados hay demasiados, demasiados puños; y en eso reside el aspecto peligroso de los aliados camisas pardas; pero en eso mismo está su ventaja fundamental., o más exactamente, su única ventaja. Y ésta es la ventaja decisiva, puesto que ésta es una época tal que no hay otra forma de garantizar la propiedad que mediante los puños. No hay manera de prescindir de los nazis. Pero es asimismo imposible entregarles el poder efectivo; en la actualidad, la amenaza del proletariado no es tan aguda como para que las altas esferas puedan provocar conscientemente una guerra civil de resultado problemático. Es a esta nueva fase en el desarrollo de la crisis social de Alemania que corresponde la nueva combinación gubernamental, en la que los puestos militares y económicos siguen en manos de los amos, mientras se asignan a los plebeyos los puestos decorativos o secundarios. La función oficiosa, pero tanto más real, de los ministros fascistas es agarrotar a la revolución con el terror. Sin embargo, los fascistas deben realizar la eliminación y aniquilación de la vanguardia proletaria sólo dentro de los límites fijados por los representantes de los agrarios e industriales. Tal es el plan. Pero, ¿cómo resultará su ejecución?

El gobierno de Hugenberg-Hitler incluye un complejo sistema de contradicciones: entre los representantes tradicionales de los agrarios, por una parte, y los autorizados representantes del gran capital, por la otra; entre éstos dos, por una parte, y los oráculos de la pequeña burguesía reaccionaria, por la otra. La combinación es extremadamente inestable. En su forma actual, no puede durar mucho. ¿Qué la sustituirá en un caso de que se hunda? En vista de que los instrumentos fundamentales de poder no están en manos de Hítler, y puesto que él ha demostrado ampliamente que además de su odio al proletariado, tiene un profundo terror orgánico a las clases poseedoras y a sus instituciones, es imposible excluir por completo la posibilidad de que las altas esferas, en caso de ruptura con los nazis, intenten de nuevo tomar el camino del bonapartismo presidencial. Sin embargo, la probabilidad de semejante variación, que por otra parte tendría sólo un carácter episódico, es extremadamente insignificante. Es infinitamente más probable que la crisis siga desarrollándose en dirección al fascismo. Hítler canciller es un desafío tan abierto dirigido al proletariado que una reacción de masas, incluso, en el peor de los casos, una serie de reacciones dispersas, es absolutamente inevitable. Y esto bastará para empujar a los fascistas a los lugares principales, desplazando a sus demasiado pesados mentores. Pero con una sola condición: que los fascistas se mantengan firmes.

La toma del poder por Hitler es indudablemente un golpe terrible para la clase obrera. Pero esto no es todavía una derrota decisiva o irremediable. El enemigo, que podía haber sido aplastado mientras sólo se esforzaba por llegar al poder, ha ocupado en la actualidad toda una serie de puestos de mando. Esto les permite una gran ventaja, pero todavía no ha tenido lugar la batalla. La ocupación de posiciones ventajosas no decide nada por sí misma; son las fuerzas vivas lo decisivo.

La Reichswher y la policía, la Stahlhelm, y las tropas de asalto nazis constituyen tres ejércitos independientes al servicio de las clases poseedoras. Pero por el verdadero significado de la actual combinación gubernamental, estos ejércitos no están unidos en una sola mano. La Reichswher, por no hablar de la Stahlhelm, no esta en las manos de Hitler. Sus propias fuerzas armadas representan una masa problemática que todavía tiene que ser puesta a prueba. Sus millones de reserva son desperdicios humanos. Para conquistar todo el poder, Hitler debe provocar una apariencia de guerra civil (él mismo teme una verdadera guerra civil). Sus sólidos colegas del ministerio, a cuya disposición están la Reichswher y la Stahlhelm, preferirían estrangular al proletariado con medidas «pacíficas». Ellos están mucho menos inclinados a provocar una pequeña guerra civil por temor a una grande. De esta manera, queda un trecho no pequeño entre el ministerio encabezado por el canciller fascista y la victoria completa del fascismo. Esto significa que el campo revolucionario todavía dispone de tiempo. ¿Cuánto? Es imposible de calcular de antemano. Sólo las batallas pueden medir su duración.

 

El campo proletario

Cuando el partido comunista oficial declara que la socialdemocracia es el más importante sostén de la dominación burguesa, no hace más que repetir la idea que sirvió como punto de partida para la organización de la Tercera Internacional. Cuando la burguesía la llama al poder, la socialdemocracia vota a favor del régimen capitalista. La socialdemocracia tolera (soporta) a cualquier gobierno burgués que tolere a la socialdemocracia. Pero incluso cuando es completamente excluida del poder, la socialdemocracia sigue sosteniendo la sociedad burguesa, recomendando a los obreros que reserven sus fuerzas para batallas a las que jamás está dispuesta a llamar. Al paralizar la energía revolucionaria del proletariado, la socialdemocracia proporciona a la sociedad burguesa una oportunidad de sobrevivir bajo condiciones en que no puede vivir mucho tiempo, convirtiendo así el fascismo en una necesidad política. El llamamiento de Hitler al poder proviene del mariscal de campo de los Hohenzollern, ¡que había sido elegido por los votos de los obreros socialdemócratas! La sucesión de figuras políticas, desde Wels hasta Hitler, es completamente aparente. No puede haber dos opiniones diferentes sobre esto entre los marxistas. Pero lo que está en cuestión no es cómo interpretar una situación política, sino cómo transformarla de manera revolucionaria.

La falta de la burocracia estalinista no es que sea « irreconciliable », sino que es políticamente impotente. Del hecho de que el bolchevismo, bajo la dirección de Lenin, se demostró victorioso en Rusia, la burocracia estalinista deduce que es «deber» del proletariado alemán agruparse alrededor de Thaelmann. Su ultimátum dice: a menos que los obreros alemanes acepten de antemano, a prior¡ y sin reservas la dirección comunista, no deben atreverse siquiera a pensar en batallas serias. Los estalinistas lo dicen de otra manera. Pero ningún rodeo, limitación ni triquiñuela oratoria cambia nada del carácter fundamental del ultimatismo burocrático, que ayudó a la socialdemocracia a entregar Alemania a Hitler.

La historia de la clase obrera alemana desde 1914 constituye la página más trágica de la historia moderna. ¡Qué espantosas traiciones de su partido histórico, la socialdemocracia! ¡Qué incapacidad e impotencia de su ala revolucionaria! Pero no hay necesidad de retroceder tan atrás. Durante los pasados dos o tres años de avance fascista, la política de la burocracia estalinista no ha sido nada más que una cadena de crímenes que salvaron literalmente al reformismo, y con ello prepararon los éxitos subsiguientes del fascismo. En el presente, cuando el enemigo ya ha ocupado importantes puestos de mando, surge inevitablemente la pregunta: ¿No es demasiado tarde para llamar a reagrupar fuerzas para repeler al enemigo? Pero antes hemos de responder otra pregunta, ¿qué significa «demasiado, tarde» en el caso presente? ¿Debe entenderse esto como que incluso la media vuelta más audaz por el camino de la política revolucionaria ya no es capaz de cambiar radicalmente la relación de fuerzas? ¿O significa que no hay ni la posibilidad ni la esperanza de lograr el viraje necesario? Estas son dos cuestiones diferentes.

En lo que hemos dicho antes, ya hemos dado, en efecto, respuesta a la primera. Aun bajo las condiciones más favorables para Hitler, requiere largos meses -¡y qué críticos meses!- para establecer la hegemonía del fascismo. Si se toma en consideración la agudeza de la situación económica y política, el carácter ominoso del peligro actual, la terrible inquietud de los obreros, su número, su exasperación, la presencia de elementos combativos experimentados en sus filas, y la capacidad incomparable de los obreros alemanes para la organización y la disciplina, entonces la respuesta está clara: durante esos meses necesarios a los fascistas para destruir los obstáculos internos y externos y estabilizar su dictadura, el proletariado, bajo una dirección correcta, puede llegar al poder dos o tres veces.

Hace dos años y medio, la Oposición de Izquierda propuso con insistencia que todas las instituciones y organizaciones del partido comunista, desde el comité ejecutivo central hasta la más pequeña célula provincial, se volviesen inmediatamente hacia las organizaciones socialdemócratas paralelas con una propuesta concreta de acción común contra la supresión inminente de la democracia proletaria. Si se hubiese desarrollado una lucha contra los nazis sobre esta base, Hitler no sería hoy canciller, y el partido comunista ocuparía el lugar dirigente en el seno de la clase obrera. Pero no se puede volver al pasado. Las consecuencias de los errores cometidos han logrado convertirse en hechos políticos y en la actualidad forman parte del panorama objetivo. La situación hay que tomarla tal como es. No tenía que haber llegado a ser tan mala, pero no es desesperada. Un viraje político -real, audaz, sincero, co­pletamente meditado- puede salvar por entero la situación y despejar el camino para el triunfo.

Hitler necesita tiempo. Una recuperación del comercio y la industria, si se convirtiese en realidad, no significaría de ningún modo el fortalecimiento del fascismo frente al proletariado. Al menor signo de mejoría, el capital, que ha estado hambriento de beneficios, sentirá la aguda necesidad de paz en las fábricas, y esto cambiará de golpe la correlación de fuerzas a favor de los obreros. Para que la lucha económica se funda desde el principio con la lucha política, es apremiante que los comunistas estén en sus puestos, es decir, en las fábricas y en los sindicatos. Los dirigentes socialdemócratas han anunciado que desean un acuerdo con los obreros comunistas. Muy bien. Que los 300.000 obreros pertenecientes a la RGO tomen la palabra a los reformistas y se dirijan a la ADGB con la propuesta de entrar inmediatamente en los Sindicatos Libres como fracción. Semejante iniciativa provocará un cambio en la autoestimación de los obreros y, por tanto, de toda la situación política.

No obstante, ¿es posible el viraje? A eso se reduce la tarea en el momento actual. Como regla, los vulgarizadores de Marx, que gravitan hacia el fatalismo, no observan en la arena política más que causas objetivas. Entretanto, cuanto más se agudiza la lucha de clases, más se aproxima a la catástrofe, con más frecuencia la clave de toda la situación está confiada a un partido determinado y a su dirección. En este momento, la cuestión se plantea de esta manera: si en el pasado la burocracia estalinista se ha mantenido en el camino del ultimatismo estúpido, a pesar de la presión de, digamos, diez atmósferas políticas, ¿será capaz de resistir una presión diez veces mayor, de cien atmósferas?

Pero, ¿tal vez entrarán en acción las masas derribando los obstáculos del aparato, a la manera en que estalló la huelga del transporte en Berlín, en noviembre de 1932? No hay base, ciertamente, para consi­derar excluido el movimiento espontáneo de las masas. Para que sea efectivo, en esta ocasión debe superar el alcance de la huelga de Berlín en cien o doscientas veces. El proletariado alemán es lo suficientemente poderoso como para sumergirse en semejante movimiento, incluso sí se le obstruye desde arriba. Pero a los movimientos espontáneos se les llama así precisamente porque comienzan sin dirección. Nuestra pregunta plantea el problema de qué debe hacer el partido para dar empuje al movimiento de masas, para ayudarle a alcanzar toda su envergadura, para ocupar un lugar a su cabeza y garantizarle la victoria...

Los telegramas de hoy han traído la noticia de una huelga general en Lübeck como respuesta a la detención de un funcionario socialdemócrata. Este hecho, si es cierto, no rehabilita en lo más mínimo a la burocracia socialdemócrata. Pero condena irrevocablemente a los estalinistas junto con sus teorías del socialfascismo. Sólo el desarrollo y la agudización del antagonismo entre nacionalsocialistas y socialdemócratas puede sacar a los comunistas de su aislamiento, tras todos los errores cometidos, y abrir el camino hacia la revolución. Sin embargo, no hay que entorpecer, sino ayudar este proceso que surge de la lógica de las relaciones mismas. El camino para ello es a través de la política audaz de frente único.

Las elecciones de marzo, a las que se agarrará la socialdemocracia para paralizar la energía de los obreros, en sí mismas no resolverán nada, por supuesto. Si antes de las elecciones no tienen lugar mayores acontecimientos, que desplacen el problema a otro plano, el partido comunista debe obtener automáticamente un aumento de votos. Este sería incontablemente mayor sí el partido comunista asumiese desde ahora mismo la iniciativa de un frente único defensivo. Sí, ¡es de defensa de lo que se trata en la actualidad! Pero el partido comunista puede perderse si, en pos de la socialdemocracia, incluso aunque en términos diferentes, convierte su agitación electoral en un vocerío, puramente parlamentario, en un medio de distraer la atención de las masas de su impotencia actual y de prepararse para la defensa. La política audaz de frente único es, en este momento, la única base correcta incluso para la campaña electoral.

De nuevo, ¿hay fuerzas suficientes en el partido comunista para el viraje? ¿Tendrán los obreros comunistas suficiente energía y resolución para ayudar a que la presión de cien atmósferas se abra camino en los cráneos burocráticos? No importa cuán ofensivo pueda ser el reconocerlo, es así como se plantea la cuestión en la actualidad ...

Las líneas anteriores fueron escritas cuando supimos, con el retraso inevitable, por los periódicos alemanes, que Moscú había dado por fin la señal de alarma al CEC del partido comunista alemán: ha sonado la paz hora para un acuerdo con la socialdemocracia. No tengo ninguna confirmación de esta noticia, pero huele a cierta: la burocracia estalinista ordena un viraje sólo después de que los acontecimientos hayan golpeado en la cabeza a la clase obrera (en la URSS, en China, en Inglaterra, en Alemania). Cuando el canciller fascista apunta con sus metralletas a la sien del proletariado atado de pies y manos, entonces y sólo entonces se inspira el presidium de la Comintern: ha llegado el momento de desatar las cuerdas.

No es preciso decir que la Oposición de Izquierda se situará firmemente en el terreno de este reconocimiento tardío e intentará extraer de él todo lo posible para la victoria del proletariado. Pero, aun cuando actuemos así, la Oposición de Izquierda no olvidará ni por un momento que el viraje de la Comintern es un zigzag puramente empírico puesto en práctica bajo los efectos del pánico. Los individuos que asimilan la socialdemocracia con el fascismo son capaces, en el proceso de lucha con el fascismo, de pasar a una idealización de la socialdemocracia. Debemos vigilar atentamente para preservar la completa independencia política del comunismo; para coordinar los golpes organizativamente, pero sin mezclar las banderas; para mantener una lealtad absoluta en nuestras relaciones con nuestro aliado, pero vigilándolo como el enemigo de mañana [1].

Si la fracción estalinista lleva a cabo realmente el viraje dictado por toda la situación, la Oposición de Izquierda, por supuesto, ocupará su lugar en las filas de combate comunes. Pero la confianza de las masas en este viraje será tanto mayor cuanto más democráticamente se realice. Los discursos de Thaelmann o los manifiestos del comité ejecutivo central son demasiado poco para el alcance actual de los acontecimientos. Se necesita la voz del partido. Se necesita un congreso del partido. ¡No hay otra forma de restablecer la confianza del partido en sí mismo, ni de profundizar la confianza de los obreros en el partido! El congreso debe tener lugar dentro de dos o tres semanas, y no después de la apertura del Reichstag (si es que el Reichstag se vuelve a reunir).

El programa de acción es claro y sencillo:

Propuesta inmediata a todas las organizaciones socialdemócratas, de la dirección a la base, de un frente único defensivo.

Preparación inmediata de un congreso extraordinario del partido.

¡Está en juego la suerte de la clase obrera, la suerte de la Internacional Comunista y -no lo olvidemos- la suerte de la república soviética!

 

Postscriptum

¿Cuáles son los planes posibles del gobierno Hitler-Hugenberg en relación a las elecciones al Reichstag? Es absolutamente evidente que el gobierno actual no puede tolerar un Reichstag con una oposición mayoritaria. En vista de ello, la campaña y las elecciones están destinadas a llevar, de una forma o de otra, a un denouement[2] . El gobierno comprende que incluso su victoria electoral total, es decir, sí reciben el 51 % de los mandatos en el parlamento, no sólo no significará una solución pacífica de la crisis, sino que, por el contrario, puede ser la señal para un movimiento decisivo contra el fascismo. Es por esto por lo que el gobierno tiene que estar preparado para una acción decisiva para el momento en que sean conocidos los resultados electorales.

La necesaria movilización de fuerzas previa para ello no se demostrará menos aplicable en el caso de que los partidos de gobierno se asusten de estar en minoría y, consecuentemente, deban abandonar en último término el terreno de la legalidad de Weimar. De este modo, en ambos casos, en el caso de la derrota parlamentaria del gobierno (menos del 50 %) y en el de su victoria (más del 50 %) hay que esperar igualmente que las nuevas elecciones sean la ocasión de una lucha decisiva.

No está excluida una tercera variante: bajo el pretexto de preparar las elecciones, los nacionalsocialistas llevan a cabo un golpe de Estado sin esperar a las elecciones. Tácticamente, un paso de este tipo sería más correcto, desde el punto de vista de los nazis. Pero teniendo en cuenta el carácter pequeñoburgués del partido, su incapacidad para una iniciativa independiente y su dependencia de sus recelosos aliados, es necesario deducir que Hitler difícilmente se decidiría por este paso. Que semejante paso fuese planeado por Hitler conjuntamente con sus aliados sería muy poco verosímil, puesto que la segunda función de las elecciones es precisamente modificar la medida de la participación de sus aliados en el gobierno.

Sin embargo, en la labor de agitación es necesario avanzar esta tercera posibilidad. Si los ánimos se encendieran demasiado en el período preelectoral, para el gobierno sería necesario un golpe de Estado, aunque sus planes prácticos del momento no vayan tan lejos.

En cualquier caso, está perfectamente claro que, en sus valoraciones tácticas, el proletariado debe actuar en términos de muy poco tiempo. Obviamente, ni una mayoría gubernamental en el Reichstag, la dimisión del nuevo Reichstag durante un período indefinido, ni un golpe fascista antes de las elecciones significará la solución final de la cuestión a favor del fascismo. Pero cada una de estas tres variantes significaría una fase muy importante, nueva, en la lucha entre la revolución y la contrarrevolución.

La tarea de la Oposición de Izquierda durante la campaña electoral es dar a los trabajadores un análisis de las tres variantes posibles, en la perspectiva global de una lucha a muerte inevitable entre el proletariado y el fascismo. Planteando así la cuestión se da a la agitación por la política de frente único la concreción necesaria.

El partido comunista ha proclamado incesantemente: «El proletariado está en una ofensiva creciente.» A esto responde el SAP: «No, el proletariado está a la defensiva; sólo nosotros lo llamamos a la ofensiva.» Ambas fórmulas demuestran que esa gente no sabe lo que significan ofensiva y defensiva, es decir, el ataque y la defensa. Lo desgraciado del asunto es que el proletariado no está a la defensiva, sino en una retirada que mañana puede convertirse en una huida pavorosa.

Nosotros llamamos al proletariado no a la ofensiva sino a una defensa activa. Precisamente el carácter defensivo de las operaciones (defensa de las organizaciones proletarias, de los periódicos, de las reuniones, etc.) constituye el punto de partida de un frente único en relación a la socialdemocracia. Saltar por encima de la fórmula de la defensa activa significa utilizar frases ruidosas pero vacías. Evidentemente, en caso de éxito, la defensa activa se convertiría en ofensiva. Pero esto sería una fase posterior; el camino para eso pasa por el frente único para la defensa.

Para exponer más claramente la significación histórica de las acciones y decisiones del partido comunista en estos días y semanas es necesario, en mi opinión, plantear el problema ante los comunistas sin la menor concesión; al contrarío, con toda la dureza e implacabilidad: la renuncia del partido al frente único y a la creación de comités locales de defensa, es decir, futuros soviets, significa la capitulación del partido ante el fascismo, un crimen histórico equivalente a la liquidación del partido y de la Internacional Comunista. En caso de semejante desastre, el proletariado, por entre montones de cadáveres, a través de años de calamidades y sufrimientos insoportables, vendrá a la Cuarta Internacional.

 

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[1] A la luz de los recientes acontecimientos y frente al panorama de los trágicos errores de los estalinistas, la historia de la capitulación de Wels y Cía. parece un interludio cómico en una tragedia de Shakespeare. Esos señores afirmaban ayer que el peligro del fascismo estaba liquidado, gracias a la política correcta del partido [SPD]; y que la política del frente único, permitida en el pasado, en adelante es contrarrevolucionaria. El día después de estas manifestaciones, Hitler llegaba al poder y Stalin declaraba que la política de frente único, hacia poco contrarrevolucionaria, es en adelante necesaria

[2] En francés en el original: solución o desenlace.