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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Declaración ante el Congreso contra el fascismo

Declaración ante el Congreso contra el fascismo

Declaración ante el Congreso contra el fascismo[1]

De los delegados de la Oposición de Izquierda Internacional (bolcheviques leninistas)

 

 

Abril de 1933

 

 

 

La victoria de Hitler en Alemania demuestra que el capitalismo no puede vivir en condiciones democrá­ticas que ni siquiera puede vestir los andrajos de la democracia. ¡Dictadura del proletariado o dictadura abierta del capital financiero! ¡Soviets obreros o bandas armadas del populacho pequeñoburgués desesperado!

El fascismo no tiene ni puede tener programa alguno para solucionar la crisis de la sociedad capita­lista. Pero ello no significa que automáticamente caerá víctima de sus propias contradicciones. No; mantendrá la explotación capitalista arruinando el país, degradando la civilización capitalista e introdu­ciendo en grado creciente la barbarie en la cultura. El triunfo del fascismo es el resultado de la incapacidad del proletariado para tomar en sus manos los destinos de la sociedad. El fascismo vivirá mientras el proleta­riado no se levante.

La socialdemocracia entregó a la burguesía la Revolución de 1918, salvando así una vez más al capitalismo decadente; es exclusiva responsabilidad suya que la burguesía haya podido apoyarse en el bandidaje fascista en la etapa siguiente. Descendiendo cada vez más en su búsqueda del "mal menor", la socialdemocracia votó finalmente al reaccionario mariscal Hindenburg, quien a su vez colocó a Hitler en el poder. Al desmoralizarlo con ilusiones democrá­ticas en medio de la decadencia del capitalismo, la socialdemocracia le quitó al proletariado todo su poder de resistencia.

Los intentos de echar esta responsabilidad histórica fundamental sobre los hombros del comunismo son absurdos y deshonestos. De no existir el comunismo, hace mucho tiempo que el ala izquierda del proletariado habría tomado la senda del anarquismo, del terrorismo, o simplemente habría pasado a engrosar las tropas combatientes del fascismo. El ejemplo de Austria demuestra con toda claridad que allí donde el comu­nismo es sumamente débil y la socialdemocracia es el amo supremo de la clase obrera dentro del estado democrático que creó, su política prepara, paso a paso, el triunfo del fascismo.

Los dirigentes de la socialdemocracia alemana tratan ahora de adaptarse al régimen de Hitler para no perder los retazos de legalidad que les quedan y los beneficios correspondientes[2] ¡Es en vano!

El fascismo ha traído consigo una plaga de langostas famélicas y ávidas que monopolizarán todos los puestos y funciones. El derrocamiento de la burocracia reformista, subproducto de la derrota de las organi­zaciones proletarias, es el precio que debe pagar la socialdemocracia por la cadena ininterrumpida de traiciones que se inicia el 4 de agosto de 1914.

Los dirigentes de otros partidos socialdemócratas tratan de separarse de sus hermanos de armas alemanes. Sin embargo, sería una irresponsabilidad inconcebible creer en las palabras de los críticos "izquierdistas" de la internacional reformista, cuyas secciones se encuentran todas en distintas etapas del mismo proceso. Como en la época de la guerra imperialista, en el proceso de la caída de la democracia burguesa cada sección de la Segunda Internacional está dispuesta a reconstruir su reputación sobre las espaldas de otro partido nacional. Pero, en lo fundamental, todas hacen el mismo trabajo. León Blum[3] apoya al gobierno francés militarista-imperialista. Por lo que sabemos, Vandervelde,[4] presidente de la Segunda Internacional, no ha retirado su firma del mismo Tratado de Versalles que le permitió al fascismo alemán llegar a sus dimensiones actuales.

Todas las tesis principistas fundamentales de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista - sobre el carácter decadente del capita­lismo imperialista, la inevitabilidad de la descompo­sición de la democracia burguesa, el impasse del reformismo, la necesidad de la lucha revolucionaria por la dictadura del proletariado- han sido confir­madas sin atenuantes por Alemania. Pero su justeza fue demostrada "por el absurdo", no por el triunfo sino por la catástrofe. Si a pesar de los casi quince años de existencia de la Comintern la socialdemocracia pudo ’llevar la política del "mal menor" hasta sus últimas consecuencias, es decir, hasta el peor mal que puede concebirse en la historia moderna, debemos buscar las causas en el hecho de que el comunismo de los epígonos se mostró incapaz de cumplir su misión histórica.

Hasta 1923 la Comintern avanzó en todos los países casi sin detenerse, debilitando y expulsando a la socialdemocracia. En los últimos diez años no sólo no logró nuevos avances cuantitativos sino que sufrió una profunda degeneración cualitativa. El naufragio del Partido Comunista oficial en Alemania es la culminación fatal de la "línea general" que propició las aventuras de Estonia y Bulgaria, la capitulación ante el Kuomintang, la no menos infame capitulación ante la burocracia sindical británica, la aventura de Cantón,[5] las convulsiones del "tercer período",[6] la ruptura con los sindicatos de masas, la teoría y práctica del "social-fascismo", la política de la "liberación nacional" y la "revolución popular", el repudio del frente único, el destierro y persecución a la Oposición de Izquierda y, por último, el amorda­zamiento total de la independencia de la vanguardia proletaria mediante la sustitución del centralismo democrático por un aparato imbécil y carente de principios.

La esencia del burocratismo reside en su descon­fianza hacia las masas y su tendencia a remplazar la actividad revolucionaria consciente de éstas por maniobras por arriba u órdenes inapelables. Tanto en Alemania como en otros países, la burocracia stalinista continuamente presentó ultimátums a la clase obrera. La dirección decretaba arbitrariamente las fechas para lanzar huelgas, "tomar las calles", las "jornadas rojas" o los "meses rojos"; ordenó a la clase obrera aceptar sin critica sus consignas y zigzags; exigió que se reconociera de antemano y sin cuestionamiento su hegemonía en el frente único. Sobre la base de este ultimatismo monstruoso libró su lucha, falsa desde el principio hasta el fin e impo­tente frente al fascismo.

En la lucha del proletariado son inevitables los errores. Los partidos aprenden, seleccionan sus cua­dros y educan a sus direcciones a través de sus propios errores. Pero en esta Comintern no hay errores sino un sistema erróneo que imposibilita la elaboración de una política correcta. Los agentes sociales de este sistema conforman un gran estrato burocrático, armado de inmensos recursos materiales y técnicos, inde­pendiente de las masas y embarcado en una pugna furiosa por su supervivencia, cuyo precio es la desorganización de la vanguardia proletaria y su debili­tamiento frente al enemigo de clase. Tal es la esencia del stalinismo en el movimiento obrero mundial.

Durante los últimos años, la Oposición de Izquierda analizó a la vista de todo el mundo, la marea fascista en todas sus etapas y elaboró una política de auténtico realismo revolucionario. Ya en el otoño de 1929, es decir, hace tres años y medio en el comienzo mismo de la crisis mundial, la Oposición de Izquierda escribió:

"Así como más de una vez el conflicto entre el liberalismo y la monarquía provocó situaciones revolucionarias que superaron a ambos antagonistas, también del choque entre la socialdemocracia y el fascismo - elementos antagónicos de la burguesía - puede resultar una situación revolucionaria que superará a ambos.

"Para un revolucionario proletario de la época de la revolución burguesa sería indigno no saber apreciar justamente el conflicto entre los liberales y la monarquía y encerrar a ambos oponentes en una misma bolsa. No vale un cobre el comunista que, ante los choques entre el fascismo y la socialdemocracia diluye este hecho agitando la fórmula hueca del social-fascismo, carente de todo contenido."

Se debió haber elaborado la política del frente único en base a esta estrategia general. En el trans­curso de los tres últimos años la Oposición de Izquierda siguió paso a paso el desarrollo de la crisis política en Alemania. Analizó en sus periódicos y en una serie de folletos todas las etapas de la lucha; desenmascaró el carácter ultimatista de la fórmula "sólo desde abajo"; cuando pudo tomó la iniciativa de crear comités unitarios de defensa, fomentó la actividad de los obreros en ese sentido y exigió incesantemente que se extendiera esa iniciativa a todo el país. Si el PC Alemán hubiera tomado resueltamente este camino, la burocracia reformista habría demostrado su impotencia para frenar la presión obrera a favor del frente único. A cada paso el fascismo se habría estrellado contra un nuevo obstáculo, mostrando así todas sus heridas. Los comités de defensa locales habrían crecido en for­ma irresistible, inclusive se habrían transformado en consejos obreros. Por este camino, el proletariado alemán habría asestado el golpe decisivo al fascismo y barrido a toda la oligarquía dominante, porque la situación brindaba las posibilidades para el triunfo revolucionario del proletariado alemán.

En cambio, la burocracia alemana tomó el camino del sabotaje a la revolución, inconsciente pero real. Prohibió a los comunistas hacer acuerdos con las organizaciones socialdemócratas, liquidó los orga­nismos conjuntos de defensa creados por los obreros y a todos sus militantes que seguían una política correcta los acusó de "contrarrevolucionarios" expulsándolos. Podría decirse que el objetivo de esa línea de conducta consistía en aislar a los comunistas, consolidar los vínculos entre los obreros socialdemócratas y sus dirigentes, sembrar la confusión y la desintegración en las filas del proletariado y preparar el libre acceso de los fascistas al poder. ¡Los resultados están a la vista!

El 5 de marzo, cuando el destino del proletariado ya estaba sellado, el Comité Ejecutivo de la Comintern se declaró dispuesto a formar el frente único desde arriba - si bien a escala nacional, no internacional - y asimismo, para satisfacer a la burocracia reformista, aceptó renunciar a la critica recíproca mientras durara el frente único. ¡Un salto desde la más increíble estu­pidez y la arrogancia más ultimatista hasta las con­cesiones sin sentido! La burocracia stalinista, que ahogó la crítica dentro de su propio partido, eviden­temente ha perdido la noción de lo que significa aquélla en la lucha política. La crítica revolucionaria determina la actitud de la vanguardia proletaria, el partido más crítico de la sociedad contemporánea, hacia todas las clases, partidos y agrupaciones. Que un partido comunista auténtico renuncie a la critica siquiera por un sólo día es lo mismo que si un organismo viviente se abstuviera de respirar. De todas maneras, la política del frente único no excluye la crítica; al contrario, la exige. Suspender la crítica sólo puede interesar a dos aparatos burocráticos -uno cargado de traiciones y el otro de una serie de errores fatales- que trans­forman así el frente único en una conspiración de silencio a espaldas de las masas, con el solo objetivo de asegurar su supervivencia. Los bolcheviques leninistas afirmamos que jamás, en ninguna situación, nos uniremos a semejante conspiración, sino que, la denunciaremos implacablemente ante los obreros.

Al mismo tiempo que acepta renunciar a la crítica, la burocracia stalinista utiliza la actitud repugnante de Wels, Leipart y Cía., que le lamen las botas a Hitler, para revitalizar la teoría del social-fascismo. En realidad esta teoría sigue siendo tan falsa como ayer. Los que hasta hace poco eran los amos de Alemania, caídos ahora bajo la bota del fascismo, lamen esa bota para ganar la indulgencia de los fascistas; esto es inherente a la miserable naturaleza de la burocracia reformista. Pero de ninguna manera significa que los reformistas no hacen diferencias entre la democracia y la bota fascista y que las masas socialdemócratas son incapaces de luchar contra el fascismo cuando el camino de la lucha les presenta una salida.

La política fascista se apoya en la demagogia, la mentira y la calumnia. La política revolucionaria no puede construirse sobre otra base que la verdad. Por eso nos vemos obligados a denunciar enérgica­mente al Buró Organizativo por la forma en que convocó a este congreso. Al mencionar en la convo­catoria el poderoso avance del fascismo, traza un cuadro falsamente optimista de la situación alemana. La realidad del momento nos muestra a los obreros alemanes retirándose sin pelear y en completo desorden. Tal es la amarga verdad que no se puede ocultar con palabras. Para ponerse de pie, reagru­parse, unir sus fuerzas, el proletariado alemán, representado por su vanguardia, debe comprender qué ha ocurrido. ¡Abajo las falsas ilusiones! Preci­samente ellas condujeron a la catástrofe. Debemos decir la verdad tal cual se presenta, clara, honesta y abiertamente.

La situación alemana es sumamente trágica. El carnicero recién comienza su obra. Millares de víctimas se sumarán a los cientos y miles de obreros del PC que ya están en las cárceles. Severas pruebas aguardan a quienes permanezcan fieles a su bandera. Los trabajadores honestos de todo el mundo simpatizan plenamente con las víctimas del carnicero fascista. Pero sería el colmo de la hipocresía callar ante la funes­ta política stalinista porque sus representantes alema­nes son ahora sus víctimas. Los grandes problemas his­tóricos no se solucionan con sentimentalismos. La ley suprema de la lucha es que ésta apunte al objetivo final buscado. Sólo la explicación marxista de lo sucedido puede darle confianza en sí misma a la vanguardia. No basta con que ésta exprese su simpatía por la suerte de las víctimas; debe fortalecerse para derrocar y estrangular al carnicero.

El fascismo alemán sigue obsecuentemente el ejemplo italiano. Sin embargo, eso no significa que Hitler tenga por delante varios años de poder, como ocurrió con Mussolini.[7] La Alemania fascista inicia su existencia en circunstancias en que la desintegración del capitalismo se encuentra muy avanzada, la miseria de las masas ha alcanzado niveles sin precedentes en la historia moderna y las relaciones internacionales son muy tensas. El desenlace puede estar mucho más próximo de lo que piensan los amos del momento. Sin embargo, no vendrá solo. Es necesario producir un shock revolucionario.

La prensa socialdemócrata coloca sus esperanzas en las grietas que se puedan producir en el bloque gubernamental alemán. Pravda de Moscú, que hasta ayer negaba la existencia de antagonismos entre el fascismo y la socialdemocracia, hoy sigue esencial­mente la misma senda que ésta al ilusionarse con las diferencias entre Hitler y Hugenberg.[8] Es in­negable que existen contradicciones en el bando que ejerce el poder. Pero éstas, por sí mismas, no pueden detener el avance victorioso de la dictadura fascista, que depende de la situación de conjunto del capitalismo alemán. No debemos esperar milagros. Sólo el proletariado pondrá fin al fascismo. Para que los obreros avancen por el camino que les señala la historia, se debe producir un viraje decisivo en la dirección revolucionaria. Es necesario volver a la política de Marx y Lenin.

Los bolcheviques leninistas no venimos al congreso a fomentar ilusiones ni a salvar reputaciones falsas. Nuestro objetivo es allanar el camino para el futuro. Naturalmente, no nos cabe duda de que este congreso representará a decenas, quizás a centenas de millares de obreros realmente preparados para la lucha. Asi­mismo no dudamos que la mayoría de los delega­dos estarán seriamente dispuestos a hacer todo lo posible por aplastar al fascismo. No obstante, estamos profundamente convencidos de que el con­greso, por la forma en que se lo ha concebido y con­vocado, no tendrá un profundo carácter revolucionario. El fascismo es un enemigo tremendo. Para combatirlo necesitamos masas compactas de mi­llones y decenas de millones de obreros bien diri­gidos y organizados. Necesitamos una base firme en los talleres y sindicatos. Necesitamos que las masas depositen su confianza en una dirección probada en la lucha. Este problema no se resuelve con reuniones solemnes ni con discursos espectaculares. Este congreso, improvisado en muy breve tiempo, repre­senta a grupos aislados y desvinculados, que después del congreso estarán tan alejados como antes de las masas proletarias.

Los individuos "aislados" provenientes de los círculos intelectuales burgueses darán su toque de color al Congreso Contra el Fascismo, el mismo que le dieron al Congreso [antibélico] de Amsterdam No es un color muy duradero. Es cierto que los obreros avanzados agradecen enormemente la simpatía que les demuestran los mejores representantes de la ciencia, la literatura y el arte. Pero eso de ninguna manera significa que los científicos o artistas de izquierda sean capaces de remplazar a las organi­zaciones de masas ni de dirigir al proletariado. Y, sin embargo, ¡este congreso pretende dirigir! Los representantes de la intelectualidad burguesa que realmente deseen participar en la lucha revolucionaria deben partir de una clara definición programática y ligarse a la organización obrera. En otras palabras, para tener derecho al voto en un congreso del prole­tariado combatiente, los "aislados" deben dejar de serlo.

Ni el trabajo antibélico ni la marcha contra el fascismo requieren arte especial alguno que sea superior a la lucha general del proletariado. La organi­zación que resulte incapaz de analizar la situación con precisión, de dirigir las batallas ofensivas y defensivas cotidianas, de agrupar a su alrededor a las más amplias masas, de lograr la unidad en la acción defensiva con los obreros reformistas, liberán­dolos al mismo tiempo de sus prejuicios reformistas, naufragará ante el fascismo al igual que ante la guerra.

El Congreso de Amsterdam ya demostró su incoherencia cuando la ofensiva de los bandidos japoneses contra China. Ni siquiera en el terreno de la agitación logró resultados importantes la alianza de la burocracia stalinista con los pacifistas aislados. Hay que decirlo abiertamente: el Congreso Contra el Fascismo, cuya composición internacional lo revela como una reunión un tanto fortuita, tiene por objeto crear la impresión de que hay acción justamente en el momento en que lo que faltó fue la acción. Si este congreso, de acuerdo con el proyecto de sus organi­zadores, lanza un llamado estéril y se contenta con eso, corre el riesgo de convertirse, en el curso de la lucha contra el fascismo, no en una nulidad sino en un factor negativo, porque en las circunstancias imperantes no existe crimen más grave que engañar a los obreros respecto del verdadero estado de sus fuerzas y de los auténticos métodos de lucha.

El Congreso de Lucha Contra el Fascismo podría desempeñar un papel progresista, aunque modesto, con una sola condición: que se sacuda la hipnosis inducida por los empresarios burocráticos que aguardan tras las bambalinas, y elabore un temario para la libre discusión de los siguientes puntos: las causas de la victoria del fascismo alemán; la respon­sabilidad de las organizaciones dirigentes del prole­tariado, y un auténtico programa de lucha revolu­cionaria. El congreso se convertirá en un factor de reanimamiento revolucionario si, y sólo si, toma esta orientación.

El programa de la Oposición de Izquierda Interna­cional plantea las únicas directivas correctas para la lucha contra el fascismo. Entre las medidas más inmediatas y apremiantes, los bolcheviques leninistas proponemos las siguientes:

1. Aceptar inmediatamente las propuestas de la Segunda internacional de concertar un acuerdo a escala internacional (el cual no excluye, sino exige, la concreción de consignas y métodos para cada país en particular).

2. Rechazar por principio la fórmula del frente único "solamente por abajo", que equivale a rechazar el frente único en general.

3. Rechazar y repudiar la teoría del social-fascismo.

4. En ningún caso ni ocasión renunciar al derecho de criticar a los aliados circunstanciales.

5. Restablecer la libertad en el seno del Partido Comunista, de las organizaciones que controla y de las que integran el congreso.

6. Renunciar a la política de las organizaciones sindicales comunistas independientes; participar activamente en los sindicatos de masas.

7. Renunciar a la infame competencia con el fascismo con las consignas de "liberación nacional" y "revolución popular".

8. Renunciar a la teoría del socialismo en un solo país, que nutre a las tendencias nacionalistas pequeño-burguesas y debilita a la clase obrera en la lucha contra el fascismo.

9. Movilizar al proletariado europeo contra el chovinismo pro y antiversalles, levantando la bandera de los estados unidos soviéticos de Europa.

10. Realizar una discusión abierta y franca y convocar a un congreso de emergencia en cada sección de la Comintern en un plazo de un mes, con el objeto de estudiar la experiencia de la lucha contra la contra­rrevolución y elaborar un programa de acción para el futuro.

11. Convocar un congreso de la Comintern demo­cráticamente preparado en un plazo de dos meses.

12. Permitir el reingreso de la Oposición de Iz­quierda a las filas de la Comintern, de sus secciones y de todas las organizaciones que controla.

La Segunda y la Tercera internacional deben iniciar la discusión, ubicando al problema de Austria en el primer punto del temario. No todo está perdido en ese país. El proletariado austríaco, si inicia de inmediato la defensa activa, podría, con ayuda del proletariado de todos los países de Europa y mediante una ofensiva consecuente y valerosa, arrancar el poder de manos del enemigo; la relación de fuerzas interna garantiza la vic­toria. Una Austria roja se convertirá inmediatamente en una fuente de energía para los obreros alemanes. La si­tuación en su conjunto dará un vuelco favorable a la re­volución. El proletariado europeo se sentirá poseedor de una fuerza invencible. Y esta conciencia es lo único que necesita para liquidar a sus enemigos.

A la URSS le cabe ocupar el lugar central en el combate por liquidar a la contrarrevolución mundial. En este terreno, menos que en ningún otro, los bolche­viques leninistas aceptamos la optimista política oficial. Para la burocracia, todo está bien cinco minutos antes de la catástrofe. Tal fue el caso de Alemania. Aplica el mismo método en la Unión Soviética, pero la situación del primer estado obrero está más tensa que nunca. La política, falsa hasta los cimientos, de la burocracia incontrolada provocó en el país privaciones intolerables, el conflicto entre el campesinado y el proletariado, sembró el descontento entre las masas trabajadoras, ató al partido de pies y manos, debilitó todos los pilares y puntales de la dictadura. La Revolución de Octubre no necesita "amigos" que entonan falsos himnos y corean cada frase de la burocracia dominante. La Revolución de Octubre necesita militantes que digan la verdad, por amarga que sea, pero que a la vez mantengan una lealtad inconmovible en la hora del peligro.

Hacemos sonar la alarma ante el proletariado mundial: ¡la patria soviética corre peligro! Solo la reforma radical de toda su política la salvará. El programa de esa reforma es el de la Oposición de Izquierda de la URSS. Miles de sus mejores comba­tientes, con Cristian Rakovski a la cabeza, llenan las cárceles y lugares de destierro de la Unión Soviética. Desde la tribuna de este congreso enviamos un saludo fraternal a nuestros valientes camaradas de armas. Su número crece. Las persecuciones, por intensas que sean, no disminuirán su coraje. En las jornadas difíciles que se avecinan, la dictadura proletaria tendrá en ellos no sólo sabios consejeros sino también soldados abnegados.

El desarrollo del movimiento obrero internacional, sobre todo el europeo, llegó a un punto decisivo. El Partido Comunista Alemán ha sido aplastado. Creer que es posible reconstruirlo sobre los viejos cimientos y con la antigua dirección es una utopía insostenible. Hay errores imperdonables. Ahora, el Partido Comunista Alemán se construirá sobre bases nuevas. De los elementos del viejo partido, sólo aquellos que se hayan liberado de la herencia del stalinismo se hallarán entre los constructores. ¿Se repetirá esta sucesión organizativa en las demás secciones de la Comintern? La historia no respondió definitivamente todavía. Existe un hecho cierto: queda muy poco tiempo para corregir los errores monstruosos. Si se pierde este tiempo, la Internacional Comunista pasará a la historia con su glorioso comienzo leninista y su infame fin stalinista.

Los bolcheviques leninistas proponemos que la experiencia del derrumbe del comunismo alemán sea el punto de partida para el renacimiento de las demás secciones. Estamos dispuestos a concentrar nuestras fuerzas con ese fin. En nombre de esta tarea, extendemos la mano a nuestros enemigos más feroces de ayer. Ni qué decir tiene que en la lucha contra el fascismo, tanto en la ofensiva como en la defensiva, los bolcheviques leninistas ocuparán su lugar en las filas comunes, como lo han hecho siempre y en todas partes.

¡Bajo la bandera de Marx y Lenin, adelante, hasta la revolución proletaria mundial!



[1] Declaración ante el Congreso Contra el Fascismo. The Militan, 20 de mayo de 1933. Sin firma. Al igual que el documento anterior, éste fue presen­tado en nombre de la Oposición de Izquierda Internacional ante el congre­so antífascista reunido en el Salón Pleyel de París del 4 al 6 de junio de 1933. ’Trotsky se burla de las fábricas que participan y eligen delegados al congreso", informó la revista stalinista Rundschau a sus lectores. Y los stali­nistas resolvieron asegurarse de que los delegados no escucharan opiniones contrarias a las suyas. Antes de que el congreso se reuniera, sus organiza­dores decretaron que la Oposición de Izquierda ’contrarrevolucionaria’ no podía asistir. Cuando los militantes de la Oposición de Izquierda, elegidos por distintas organizaciones obreras y de masas, trataron de entrar, se les cerró el paso; los que lograron burlar la vigilancia de la entrada y pudieron decir algo, fueron golpeados y arrojados del salón. A los delegados que no podían demostrar fehacientemente su filiación política se les acordaba el beneficio de la duda y también se los echaba del salón.

[2] Si bien el PC Alemán fue ilegalizado en febrero de 1933, el Partido Social-demócrata gozó de una existencia legal restringida hasta el mes de junio. En ese lapso los dirigentes trataron de ganarse la tolerancia de Hitler: apoya­ron su política exterior, se desafiliaron de la Segunda Internacional, se mostraron dispuestos a aceptar la reorganización de los sindicatos según el "modelo italiano". El 1ero. de mayo llamaron a los obreros a participar en el desfile del "día nacional del trabajo" organizado por los nazis. El 2 de mayo los nazis coparon los sindicatos y Hitler envió a toda la dirección sindical a los campos de concentración, etcétera.

[3] León Blum (1872-1950): el principal dirigente del Partido Socialista francés después de que la mayoría de sus militantes rompió con el PS para formar el PC en 1920. Fue primer ministro del primer gobierno del Frente Popular en 1936.

[4] Emile Vandervelde (1866-1938): socialdemócrata belga, ocupó distintos puestos en varios gabinetes ministeriales. Fue presidente de la Segunda Internacional de 1929 a 1936.

[5] La insurrección de Cantón, diciembre de 1927, fue provocada por Stalin por intermedio de sus agentes, Heinz Neumann y V.V. Lominadze de esa manera, Stalin esperaba "refutar" las acusaciones de la oposición de Izquier­da, de que su política en China sólo habla provocado tremendas derrotas. Debido a que la insurrección de cantón no se propagó al resto del país, a que el PC Chino estaba aislado y a que los obreros no estaban preparados, la insurrección fue aplastada en tres días a costa de miles de muertos.

[6] El tercer período: según el esquema promulgado por los stalinistas en 1928, era la etapa final del capitalismo, en el cual desaparecería para ser reemplazado por soviets. Por eso, durante los seis años siguientes la Comin­tern siguió una política caracterizada por el ultraizquierdismo, el aventurerismo y el sectarismo (creación de los sindicatos "rojos", oposición a la polí­tica de frente único, etcétera). En 1934 el stalinismo desechó la política del "tercer periodo", remplazándola por la de los frentes populares (1935-1939), pero a este último periodo no le puso número. El "primer periodo" fue el de 1917-1924 (crisis capitalista y alza revolucionaria) y el "segundo periodo" fue el de 19251928 (estabilización del capitalismo).

[7] Benito Mussolini (1883-1945): fundador del fascismo italiano. Militante del ala antibélica del Partido Socialista Itaho en 1914, luego se convirtió en agente de las potencias imperialistas aliadas. Organizó el movimiento fascista en 1919 y tomó el poder en 1922. Su régimen represivo sirvió de modelo a los nazis alemanes. Fue dictador de Italia hasta 1943.

[8] Alfred Hugenberg (1865-1951): poderoso banquero y político derechista alemán. Adversario de la República de Weimar, asumió la dirección del Partido Nacionalista en 1928 y se alió a Hitler, esperando poder utilizar a los nazis para sus propios fines. Fue ministro de economía en el gabinete de coalición de Hitler en enero de 1933: éste lo expulsó apenas se consolidó en el poder, ese mismo año.



Libro 3