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Boletín Nº 11 (Febrero 2009)

El congreso del Bloque Obrero y Campesino

El congreso del Bloque Obrero y Campesino

Izquierda Comunista Española

 

Comunismo, nº 26, julio de 1933

Los días 23, 24 y 25 de junio se ha celebrado en Barcelona el congreso del BOC, o, más exactamente, el de la Federación Comunista Ibérica, que, desde el punto de vista formal, son dos cosas distintas, aunque políticamente sean la misma cosa. Siempre se ha distinguido el bloque por un confusionismo y oportunismo tan sobresalientes que ha sido la fuente de sus progresos como organización. Una ambigüedad especial, un coqueteo con todas las ideas sin adquirir ninguna responsabilidad ni ningún compromiso le ha permitido agrupar en un solo haz los elementos más dispares. Coquetea con las ideas de la Oposición de Izquierda, lo cual hace creer a sus afiliados que no están justificadas nuestras críticas. Coquetea con el stalinismo, es decir, no tiene una posición neta y clara respecto a él, y con esto consigue la adhesión de los que no se atreven a sacarle todas las consecuencias a las cosas. No se le podrá acusar de limitación nacionalista, pues aunque la tiene y es una de las fuentes de su fuerza, puede, en cambio, taparle la boca al que esto diga con la palabra Iberia, que utiliza a destajo y figura incluso en el nombre de la organización. Así, manteniendo esta hibridez, que es la base de su existencia, vive el Bloque Obrero y Campesino.

En el último congreso, el bloque se manifiesta perfectamente fiel a su esencia: el equívoco en las cuestiones más importantes, en las cuestiones vitales del movimiento obrero. Aquí vamos a examinar en concreto algunos de estos equívocos.

Unas tesis políticas en general bien orientadas, cuando llegan al fin se diluyen en una vaguedad admirable. Se preconiza (y esto es justo) la exclusión de los elementos no socialistas del gobierno, al mismo tiempo que se reclama un gobierno de la clase trabajadora. Es un progreso, evidentemente, del cual debemos felicitarnos, pues ayuda a propagar la única consigna justa y progresiva en este momento, que el BOC le haya encontrado, por fin, sentido a la lucha contra la actual conjunción gobernante, oponiendo a la conjunción un gobierno no obrero, como dice el bloque, pues no es posible saber lo que esto significa, sino un gobierno socialista concretamente. Maurín ha llegado a esta posición después de haber dado un rodeo enorme y apoyándose en toda una serie de esquemas falsos. Según él, la consigna actual está justificada por todo el desarrollo anterior de la revolución, que ha ido desplazando sucesivamente a los elementos de significación más reaccionaria. Así, han caído primero Alcalá Zamora y Maura; luego, Lerroux, y ahora le corresponde caer, por lo tanto, a los elementos republicanos de izquierda para colocar la revolución en un pie mas avanzado. Maurín consigue de este modo dos cosas altamente halagadoras para un revolucionario: primero, dar una consigna que él mismo siente que es justa, y, segundo, demostrar que la revolución no ha hecho mas que avanzar de una manera ininterrumpida, lo cual es muy agradable, naturalmente.

Pero la realidad, la muy traviesa y caprichosa, no ha estado sujeta a este esquema. Ha caído Alcalá Zamora de la presidencia del gobierno, es cierto, mas para pasar a la presidencia de la República. He aquí un “avance” de la revolución. Ha caído Lerroux cuando creyó que se había rematado la situación más difícil y que las cosas estaban a punto para pasar a la ofensiva. Si no ha conseguido más, no es porque la intención le haya faltado ni le falte. He aquí otro “avance” de la revolución. Es decir, que todos estos puntos que le sirven a Maurín para trazar una línea progresiva son, en realidad, los puntos que señalan los progresos más importantes efectuados por la reacción desde la proclamación de la República. No se necesita, además, ser un lince, sino que es indispensable apelar a toda la cantidad de mentecatez que cada uno lleva dentro para no ver los retrocesos efectuados por la revolución. La burguesía tiene hoy posiciones infinitamente más sólidas de las que tenía cuando el cambio de régimen. El proletariado, más radicalizado en el campo y más decaído en los centros industriales, lucha con un poder represivo más seguro y más difícil de vencer. Esto es evidente.

Aunque el bloque llega a su posición actual por un camino absurdo, lo importante (ya lo hemos dicho) es que llega a una posición bastante justa, si bien cargada de equívocos, y abandona, al fin, la tesis del “desgaste y del descrédito” de los socialistas después de su actuación en el gobierno. Este “desgaste” que invocaba el bloque cuando la Izquierda Comunista lanzó la misma consigna que mantiene hoy, porque conserva toda su actualidad, no ha impedido que las organizaciones reformistas creciesen. Los errores cometidos hasta la fecha en el campo revolucionario han sido la causa de ello. Estos errores sí que han producido realmente un “desgaste” sensible en el movimiento obrero revolucionario en beneficio del reformismo. No es necesaria una teoría falsa y consoladora, una falsa apreciación de la situación, para adoptar una actitud acertada ante el socialismo en este momento. ¿Se puede, con la actual relación de fuerzas, hacer una labor revolucionaria eficaz y hacer frente a la reacción que avanza prescindiendo de las masas socialistas? Es evidente que no. El proletariado de las organizaciones reformistas está, sin embargo, dispuesto a luchar (si no lo estuviera, nosotros habríamos de buscar el medio de disponerlo a la lucha) y a exigir de sus líderes posiciones revolucionarias. En estas exigencias, el resto del proletariado debe secundarlos y estimularlos. Este es el único medio de que la gran lucha que se está desarrollando en estos momentos tenga consecuencias progresivas para la revolución.

Uno de los puntos en que el bloque mantiene la máxima vaguedad, tal vez conscientemente, por temor a poner demasiado pronto a sus afiliados ante las últimas consecuencias de su teoría, es en la cuestión de la unidad obrera. Desde hace algún tiempo viene el bloque filosofando sobre las causas de la división del proletariado y la manera de rehacer la unidad. En este punto se manifiestan por la creación de la “internacional única”, consigna tanto más sugestiva para las almas cándidas cuanto más se oculte su significación concreta. Víctor Colomé, ponente en la cuestión del frente único en el congreso del bloque, resume su pensamiento y el de sus colegas más sesudos con esta inolvidable tontería: “La ponencia [dice] es opuesta en absoluto a que se vaya a la creación de una IV Internacional, como ha insinuado Trotsky. Lo que hay que hacer es trabajar por la reconstrucción de la verdadera internacional, por la internacional “única”. No se trata, claro está, de la regeneración de la Internacional Comunista, pues esa es la posición de Trotsky y de la oposición, sino de “regenerar” el movimiento obrero creando una internacional única.

Maurín, que es siempre el encargado de buscar el antecedente histórico a cada posición del bloque, ha hablado varias veces con nostalgia de que sólo la Primera Internacional había sabido hacer la unidad obrera. La Segunda no ha sabido hacerla, y la Tercera, tampoco. Maurín acaba reclamando la vuelta a la Primera Internacional. Pero si algo ha de significar esta “vuelta” en las condiciones de hoy, no es una vuelta a la Primera Internacional, imposible de reproducirse, sino una vuelta a la Segunda Internacional, a la unión con la socialdemocracia, a la condenación de la IC como fenómeno histórico, a la vuelta a las posiciones anteriores a 1914. Esto es lo que realmente se oculta bajo tan frondosas digresiones históricas. Las proposiciones de Portela en el congreso, con un marcado carácter socialista de izquierda, persiguen el mismo fin, aunque se han desechado por prematuras.

El oportunismo en la práctica lo disfraza el bloque con el formalismo más deleznable en materia de doctrina. Parece como si el movimiento obrero no hubiera dado más que pasos en falso y andado por caminos extraviados desde que se rompió la unidad en la Primera Internacional, desde 1872, fecha en que se consumó la escisión entre marxistas y bakuninistas. La Segunda Internacional ya no sería más que un paso adelante en el camino de la escisión; la Tercera, un crimen todavía mayor; y una posible Cuarta Internacional, que “insinúa Trotsky”, sería ya el colmo de los crímenes divisionistas, según la teoría del bloque. Los progresos efectuados por el movimiento obrero a través de estas escisiones, progresos que tenían como condición indispensable la escisión, no los ve el bloque.

No cabe comparación entre la Primera Internacional (asociación de trabajadores sin distinción de tendencias) y las internacionales socialista y comunista, asociaciones de tendencia. El fraccionamiento del movimiento obrero, la delimitación cada vez más firme de las tendencias, ha sido el resultado de sus progresos. La ruptura con la socialdemocracia ha sido la condición indispensable para hacer la Revolución Rusa y crear la IC. Sólo un confusionista perdido se atreverá a sostener que se debió haber renunciado a hacer la Revolución Rusa, o acometer las tareas de la revolución proletaria en el mundo (éste es el origen de la IC) por no romper la unidad. Nosotros podemos reprocharle a la IC actualmente (es la prueba de su degeneración) el que no sepa asegurar la acción conjunta del proletariado, el que no sepa entrar en relación con las demás organizaciones para fines concretos, sin liquidarse como tendencia, manteniendo celosamente su independencia orgánica. Una política justa en este sentido es el único medio de robustecer la acción del proletariado, y acabaría dando a la IC la hegemonía como tendencia más progresiva, como vanguardia y representante de las necesidades del movimiento obrero en la etapa actual. La misión del comunismo no es relajarse y diluirse en las demás tendencias para buscar la unidad obrera. ¿Para qué serviría esta unidad? Su misión es traer el proletariado a sus posiciones, saber buscarlo donde se encuentra y entrar en relación con él, saber en qué casos y en qué condiciones debe entrar en relaciones con las demás tendencias (con vistas al triunfo de la revolución proletaria) y en qué casos debe romper. Para esto se requiere la independencia como organización y disponer de la indispensable libertad de movimientos. Sólo a los filósofos reformistas del bloque se les podría ocurrir el confundir la cuestión del frente único con el de la internacional única y derivar de la necesidad de una mayor cohesión en el movimiento obrero la necesidad de una sola internacional que agrupe todas las tendencias. Si la IC se revela como incapaz de asumir la misión para que fue creada, hay que aceptar la “insinuación de Trotsky”: crear una nueva internacional que asuma esta misión. A ningún revolucionario de la vanguardia le pasa hoy por la cabeza el que la salud del movimiento obrero consista en agregarse a los escombros creados por setenta años de lucha progresiva del proletariado. Las pedantescas digresiones del bloque van todas encaminadas (y esto es lo decisivo) a conclusiones reformistas. Los sollozos sobre la unidad obrera van revelando (oh ¡sorpresa!) una inclinación cada vez más visible hacia un acomodaticio socialismo de izquierda.

El BOC no tiene una posición sobre la URSS. Un partido obrero, que se dice comunista, que discursea, divaga y razona sobre todo lo habido y por haber, no tiene una posición tomada sobre la Unión Soviética. Tiene una “comisión de estudios” sobre el caso, elegida en el último congreso. Esta actitud del BOC ante la URSS no pasó desapercibida a todos los delegados del congreso. “El camarada Corominas, delegado de las células de Hospitalet [dice la reseña del congreso], manifiesta que el BOC sigue una política equívoca por lo que hace referencia a la actuación del partido comunista en el interior de la URSS. Mientras que combatimos la política de la internacional fuera de la URSS, no nos atrevemos a enjuiciar lo que ocurre en el interior de la Unión Soviética, en donde la actuación de Stalin es tan deplorable como en el exterior.”

“El compañero Artéu [siguen las actas] dice que hay que evitar caer en la posición de los anarquistas, que es contrarrevolucionaria. Estudiar lo que ocurre en la URSS, sí; pero sin dar armas a la burguesía, a la contrarrevolución.”

“La camarada Juana propone la creación de una comisión de estudios de la URSS, que puede documentarse fundamentalmente, etc., etc. El camarada Artéu cree que, en efecto, es una excelente proposición y que él se presta a colaborar”.

Nadie ha exigido del bloque (ni era ésa seguramente la pretensión del delegado de Hospitales) que adopte una posición contrarrevolucionaria y difamatoria respecto a la URSS. Pero una organización comunista tiene la obligación inexcusable de tener una posición clara respecto a la URSS, cuya situación interior no puede ignorar tanto como presume, y si esta ignorancia existiera, sería todavía más condenable. Una organización comunista no puede ignorar las cuestiones vitales del comunismo. La labor contrarrevolucionaria empieza justamente cuando se mantiene el silencio sobre una política interior de la URSS de consecuencias tan catastróficas como en la IC. Pero el silencio del bloque sobre la Unión Soviética tiene raíces menos divinas que el temor a dar armas a la burguesía. Mantiene hoy el bloque sobre la URSS el mismo silencio que mantenía antes sobre la IC, cuando localizaba la crisis comunista en la sección española, librando a la internacional de toda responsabilidad. Al bloque le estorban (como lo prueba este caso y toda su trayectoria) las posiciones claras y la claridad de principios. Como producto de la crisis de un momento del movimiento obrero, se ha asignado la triste misión de vivir pescando en río revuelto y hace de ello su ley suprema. Adoptar posiciones claras ante todas las cuestiones vitales del movimiento obrero es el deber primero de una organización comunista. En la medida que el bloque vaya teniendo que pronunciarse irá mostrando (como ha mostrado hasta ahora) el contenido reformista de sus posiciones.

No vamos a seguir enumerando en este comentario, ya demasiado extenso, otros rasgos del congreso del bloque. Las posiciones adoptadas en la cuestión sindical tampoco permiten saber a qué carta se queda. Pero no vamos a hacer sobre ello comentario especial. Sólo insistiremos, finalmente, en que el BOC, producto incorregible del oportunismo, nace de la escisión del partido comunista y se mantiene en sus primeros pasos sin expresarse francamente sobre las crisis del partido desde el momento en que ocultaba la responsabilidad de la IC. Esto se correspondía con el estado de ánimo de sus afiliados. Cuando la responsabilidad de la IC se hizo demasiado visible y surgieron en el seno del bloque las corrientes hacia la ruptura, se le dio expresión al nuevo estado de cosas, constituyéndose en organización nacional e internacionalmente independiente. Desde entonces pudo el bloque coquetear con las posiciones de la Oposición de Izquierda sobre las cuestiones internacionales, haciendo cómodos comentarios que no le obligaban a nada. Esto contribuyó a difundir entre los miembros del Bloque la creencia de que, en realidad, la oposición y el Bloque son dos tendencias muy próximas y que están de acuerdo en las cuestiones fundamentales. Nada más falso. El Bloque puede hacer, por cuestiones de efecto, críticas equivalentes a las nuestras, pero que nada significan en cuanto no están ligadas a una disciplina en la actuación y no forman parte del programa de una tendencia. El bloque puede decir hoy una cosa y mañana la contraria impunemente. No es el bloque, como organización, quien está próximo a la Oposición de Izquierda. Quienes están próximos son muchos de sus militantes, que han llegado a ciertas conclusiones oposicionistas, mejor o peor expresadas, pero que no forman un sistema programático completo. A medida que vayan llegando a posiciones más firmes surgirá el choque con la hibridez y el derechismo del bloque. Un buen ejemplo lo tenemos en el delegado que pide una posición clara sobre la Unión Soviética. La mejor parte de los militantes del bloque están en el camino de la Oposición de Izquierda. Pero el bloque, como tal, esta cada vez mas orientado hacia un socialismo de izquierda, sin que haya para él salvación ni remedio.