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Boletín Anual (2008)

El exilio en México. Trotsky y la revolución latinoamericana

El exilio en México. Trotsky y la revolución latinoamericana

Juan Dal Maso

 

El exilio mexicano de Trotsky coincide en el tiempo con momentos muy importantes de la historia del siglo XX. Fueron también años muy importantes de su propia vida militante.

En enero de 1937, cuando Trotsky llegaba a México, ya estaban en marcha los preparativos de las potencias imperialistas para la que sería luego la Segunda Guerra Mundial. La revolución española se encontraba en un denodado esfuerzo contra el franquismo y contra la acción del stalinismo que hegemonizaba el “campo republicano”, saboteando la revolución para no asustar a la burguesía “democrática”.

En la URSS, Stalin liquidaba en los juicios de Moscú a las principales figuras del partido bolchevique que quedaban vivas. En este contexto por demás difícil, Trotsky buscó dar respuestas políticas, programáticas y estratégicas a todos estos problemas, junto con su actividad dedicada a refutar las falsas acusaciones de los tribunales stalinistas.

En abril de 1937, la Comisión Dewey, conocida por ese nombre por la participación del filósofo norteamericano John Dewey, sesionó en México, constatando, a través de numerosas declaraciones, incluida por supuesto la de Trotsky, que las acusaciones de los Juicios de Moscú eran una farsa.

Mientras escribía sobre la guerra civil española y se publicaba la primera edición de Adónde va la URSS, más conocido como La Revolución Traicionada, Trotsky debatía con los principales dirigentes de la Liga Comunista Internacional de cara a la fundación de la IV Internacional que se realizaría en París el mismo año. En este contexto, cuestiones como la aplicación concreta del Programa de Transición, junto con todos los problemas derivados de las tensiones que llevaban hacia la guerra, estarán en la agenda de Trotsky a lo largo de todo su exilio en México hasta su asesinato en 1940 a manos de un agente de Stalin. Tiene particular importancia, entre esos muchos debates, la polémica con un sector del Socialist Workers Party estadounidense sobre el carácter de clase de la URSS. Trotsky acometía su tarea con la convicción de que en ese momento jugaba un papel insustituible para el marxismo y la clase obrera, dado que solamente él contaba con la claridad teórica y la continuidad de una experiencia que iba desde los años de preparación del marxismo ruso hasta el advenimiento del fascismo, pasando por las revoluciones de 1905, febrero y octubre de 1917 en Rusia, la oleada posterior de la primera postguerra y las derrotas que le siguieron, incluida la de la propia Oposición al interior de la URSS.

Por su parte, Trotsky estaba convencido de que, “hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños”, como diría en una carta desde México a una vieja colaboradora retirada de la política. No obstante los asesinatos de sus hijos y la persecución a la que estaba sometido, mantuvo siempre una actitud activa y combativa.
Los años del exilio mexicano serán, en consecuencia, años de combate programático, ideológico, político, estratégico y también físico contra el fascismo y el stalinismo.

 

La novedad latinoamericana

Pero también el exilio mexicano permitiría a Trotsky contar con un conocimiento de primera mano de la realidad latinoamericana, poco tenida en cuenta en los mejores momentos de la III Internacional y abordada luego en forma metafísica y superficial por la III stalinizada, que adecuaba las caracterizaciones y programa a sus zig-zags políticos.

Si bien la teoría de Trotsky sobre la revolución permanente tiene como un componente central la reflexión sobre el carácter de la revolución en los países de la periferia capitalista, la realidad latinoamericana plantearía nuevos problemas para dilucidar, frente a los cuales, la teoría de la revolución permanente daba las herramientas para un análisis marxista, pero a condición de no transformarla en un esquema abstracto.

Trotsky ubicaba a América Latina dentro de la lucha revolucionaria a nivel mundial. Como señalaba en una polémica contra un intelectual de la Alianza Popular Revolucionaria Americana del Perú, consideraba al proletariado internacional y a los pueblos oprimidos, las dos corrientes fundamentales de lucha contre el capitalismo en su fase imperialista. Partiendo de la reivindicación de la lucha contra el imperialismo, fascista o democrático, Trotsky asignaba un rol central a la clase obrera en esa lucha. Contra el nacional-populismo aprista, reivindicaba la comunidad de intereses entre la clase obrera latinoamericana y la clase obrera mundial.

El bonapartismo sui generis

La problemática del bonapartismo había jugado un rol muy importante en el pensamiento de Trotsky, tanto para analizar la situación alemana previa al ascenso del nazismo, como el régimen burocrático del stalinismo. El México de Cárdenas plantearía a Trotsky el trabajo de analizar un fenómeno político peculiar, a partir del cual el revolucionario ruso desarrolló y amplió la problemática del bonapartismo en un nuevo nivel de concreción. En un contexto de pujas entre el imperialismo inglés en decadencia y el norteamericano en ascenso, con los fuegos de la revolución mexicana que habían dejado huellas profundas en la cultura política del país, el gobierno de Cárdenas, sin salirse de los marcos de la propiedad privada capitalista, había tomado importantes medidas que afectaban los intereses del imperialismo, como la nacionalización del petróleo y en segundo lugar la de los ferrocarriles. 

Ubicándose del lado da la nación oprimida contra el imperialismo, Trotsky planteaba que “La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista (…) El proletariado internacional no tiene ninguna razón para identificar su programa con el programa del gobierno mexicano. (…) Sin renunciar a su propia identidad, todas las organizaciones honestas de la clase obrera en el mundo entero, y principalmente en Gran Bretaña, tienen el deber de asumir una posición irreconciliable contra los ladrones imperialistas, su diplomacia, su prensa y sus áulicos fascistas. La causa de México, como la causa de España, como la causa de China, es la causa de la clase obrera internacional. La lucha por el petróleo mexicano es sólo una de la escaramuzas de vanguardia de las futuras batallas entre los opresores y los oprimidos.”[1]

Ahora bien, más allá de este posicionamiento de principios a favor del México obrero y campesino contra el imperialismo, se planteaba el problema de por qué Cárdenas hacía lo que hacía ¿Por qué un gobierno burgués iba tan lejos en atacar los intereses del imperialismo?

La respuesta se concentra en un texto que muchos lectores/as posiblemente conozcan:

“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política (del gobierno mexicano, N. del T.) se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de las compañías petroleras.”[2]

Pero no se trataba sólo de definir conceptualmente el fenómeno cardenista. El cardenismo tenía una política muy clara para el movimiento obrero. La injerencia del Estado en la vida sindical, a través de una fortísima burocracia sindical, permitía al gobierno controlar a los trabajadores, haciéndole concesiones muy importantes, pero de forma tal que no implicaran pasos concretos en la independencia política de la clase obrera. Por ejemplo, la política de “administraciones obreras”, a través de las cuales, los sindicatos debían hacerse cargo de la gestión de los ferrocarriles. Era una situación que exigía una respuesta política muy precisa, sin caer en el oportunismo ni el sectarismo. En este sentido se orientaba Trotsky:

“¿Cuál debería ser la política del partido obrero en estas circunstancias? Sería un error desastroso, un completo engaño, afirmar que el camino al socialismo no pasa por la revolución proletaria, sino por la nacionalización que haga el estado burgués en algunas ramas de la industria y su transferencia a las organizaciones obreras. Pero esta no es la cuestión. El gobierno burgués llevó a cabo por sí mismo la nacionalización y se ha visto obligado a pedir la participación de los trabajadores en la administración de la industria nacionalizada. Por supuesto, se puede evadir la cuestión aduciendo que, a menos que el proletariado tome el poder, la participación de los sindicatos en el manejo de las empresas del capitalismo de Estado no puede dar resultados socialistas. Sin embargo, una política tan negativa de parte del ala revolucionaria no sería comprendida por las masas y reforzaría las posiciones oportunistas. Para los marxistas no se trata de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las situaciones que se presentan dentro del capitalismo de Estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de los trabajadores.”[3]

Bonapartismo sui generis y revolución permanente

Estas posiciones le valieron a Trotsky la oposición de un sector del grupo mexicano, que afirmaba que Trotsky había abandonado la teoría de la revolución permanente para no perder su asilo en México.

Trotsky era acusado incorrectamente de volver al punto de vista de “revolución por etapas”, acusación que era de por sí todo un síntoma de confusión.

Sin embargo, esta discusión, planteada desde un punto de vista sectario, permitió a Trotsky clarificar algunas cuestiones sobre cómo pensar la realidad latinoamericana de ese tiempo con las armas de la revolución permanente: “Que la historia pueda saltar etapas –señalaba el viejo revolucionario- es evidente. Por ejemplo, si se construye un ferrocarril en las selvas de Yucatán, es saltar etapas. Esto a nivel del desarrollo americano de las comunicaciones. Y cuando Toledano[4] jura por Marx, también es saltar etapas, porque los Toledano de Europa, en tiempos de Marx, juraban por otros profetas. Rusia saltó la etapa de la democracia. No totalmente, la ha comprimido. Esto es bien conocido. El proletariado puede saltar la etapa de la democracia, pero nosotros no podemos saltear las etapas del desarrollo del proletariado”[5]

Trotsky sostenía que era un serio error transformar la teoría de la revolución permanente en una abstracción:


“Creo que nuestros camaradas, en México y fuera de él, tratan de manera abstracta, en lo que concierne al proletariado, e incluso a la historia en general, de saltear, ya no con las masas por encima de ciertas etapas, sino por encima de la historia en general, y sobre todo por encima del desarrollo del proletariado. La clase obrera de México participa y no puede más que participar en el movimiento, en la lucha por la independencia del país, por la democratización de las relaciones agrarias, etc. De este modo, el proletariado puede llegar al poder antes que la independencia de México esté asegurada y las relaciones agrarias reorganizadas. Entonces, el gobierno obrero podrá volverse un instrumento de resolución de estas cuestiones (…)
En este sentido, durante el curso de la lucha por las tareas democráticas, oponemos el proletariado a la burguesía. La independencia del proletariado, incluso en el comienzo de este movimiento, es absolutamente necesaria, y oponemos particularmente el proletariado a la burguesía en la cuestión agraria, porque la clase que gobernará, en México como en todos los demás países latinoamericanos, será la que atraiga hacia ella a los campesinos. Si los campesinos continúan apoyando a la burguesía como en la actualidad, entonces existirá ese tipo de estado semi bonapartista, semi democrático, que existe hoy en todos los países de América Latina, con tendencias hacia las masas.”[6]

Apoyándose en estos análisis, Trotsky señalaba la particular alianza de clases en que se apoyaban los “populismos” latinoamericanos:

“El Kuomintang en China, el PRM en México, el APRA en Perú son organizaciones totalmente análogas. Es el frente popular bajo la forma de un partido.
Correctamente apreciado, el Frente Popular no tiene en América Latina un carácter tan reaccionario como en Francia o en España. Tiene dos facetas. Puede tener un contenido reaccionario en la medida en que esté dirigido contra los obreros, puede tener un carácter agresivo en la medida en que esté dirigido contra el imperialismo. Pero, apreciando el frente popular en América Latina bajo la forma de un partido político nacional, hacemos una distinción entre Francia y España. Pero esta diferencia histórica de apreciación y esta diferencia de actitud sólo están permitidas con la condición que nuestra organización no participe del APRA, el Kuomintang o el PRM, que conserve una libertad de acción y de crítica absoluta”[7].

La estatización de los sindicatos y la lucha por la independencia del movimiento obrero

A diferencia de lo que pensaban ciertos “trotskistas” desorientados de ese entonces, Trotsky, apoyándose en las caracterizaciones del gobierno de Cárdenas y del conjunto de la situación política mexicana, daba un peso central a la lucha por la independencia del movimiento obrero respecto del gobierno y del estado. En este terreno, la estadía en México le permitió generalizar una serie de análisis sobre la situación de los sindicatos, que también había podido observar en los países europeos:

“Hay una característica común, en el desarrollo, o para ser más exactos en la degeneración, de las modernas organizaciones sindicales de todo el mundo; su acercamiento y su vinculación cada vez más estrecha con el poder estatal. Este proceso es igualmente característico de los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y ‘anarquistas’. Este solo hecho demuestra que la tendencia a ‘estrechar vínculos’ no es propia de tal o cual doctrina sino que proviene de condiciones sociales comunes para todos los sindicatos. (…)En México los sindicatos se han transformado por ley en instituciones semiestatales, y asumieron, como es lógico, un carácter semitotalitario.
Según los legisladores, la estatización de los sindicatos se hizo en bien de los intereses de los obreros, para asegurarles cierta influencia en la vida económica y gubernamental. Pero mientras el imperialismo extranjero domine el estado nacional y pueda, con la ayuda de fuerzas reaccionarias internas, derrocar a la inestable democracia y reemplazarla con una dictadura fascista desembozada, la legislación sindical puede convertirse fácilmente en una herramienta de la dictadura imperialista”[8].

Trotsky consideraba un grave error suponer que este proceso de estatización de los sindicatos era un impedimento absoluto para el trabajo de los revolucionarios en su seno. Señalaba que era necesario luchar por lograr influencia en la clase obrera, en las condiciones concretas, más allá de que fueran más o menos desafavorables. Por eso sostenía que:

“La primera consigna de esta lucha es: independencia total e incondicional de los sindicatos respecto del estado capitalista. Esto significa luchar por convertir los sindicatos en organismos de las grandes masas explotadas y no de la aristocracia obrera.
La segunda consigna es: democracia sindical. Esta segunda consigna se desprende directamente de la primera y presupone para su realización la independencia total de los sindicatos del estado imperialista o colonial.”[9]

En este contexto, Trotsky afirmaba que la mejor política para contrarrestar la influencia de la burguesía en el movimiento obrero, era la lucha al interior de los sindicatos contra la burocracia adicta al gobierno y el stalinismo: “en México más que en cualquier otro lado, la lucha contra la burguesía y su gobierno consiste ante todo en liberar a los sindicatos de su dependencia respecto al gobierno. Formalmente, en los sindicatos mexicanos está todo el proletariado. La esencia del marxismo consiste en proporcionar una dirección a la lucha de clases del proletariado. Pero ésta exige su independencia de la burguesía. En consecuencia, la lucha de clases en México tiene que estar orientada a ganar la independencia de los sindicatos del estado burgués. Esto exige de los marxistas una concentración de todas sus fuerzas contra los stalinistas y toledanistas[10].


Para resumir un poco:

-Trotsky apoyó las medidas progresivas de Cárdenas, nos referimos a las expropiaciones de las empresas petroleras y llamó al movimiento obrero a defender las expropiaciones contra los ataques del imperialismo.
-Pero no llamó a identificar el programa de la clase obrera con el del gobierno mexicano. En este sentido, Trotsky buscaba dialogar con los trabajadores que confiaban en Cárdenas, también desarrollando una crítica del programa cardenista. 
- Trotsky consideraba necesario que las masas obreras y populares mexicanas, que eran cardenistas hicieran una experiencia con su dirección.
-Pero no planteaba como una “etapa necesaria” (en el sentido de un lento y gradual paso adelante) la hegemonía cardenista sobre el movimiento obrero. Por lo cual, consideraba una condición indispensable para que la experiencia de la clase obrera se orientara en un sentido revolucionario, la plena independencia de la clase obrera, de sus organizaciones de masas y del partido revolucionario, respecto del gobierno.

Para terminar, diremos que los análisis de Trotsky (que no se reducen a los elementos que aquí comentamos) implicaron un enriquecimiento de
la Teoría de la Revolución Permanente, ampliando su capacidad explicativa a fenómenos nuevos, pero su importancia no es solamente teórica. Los análisis de Trotsky sobre nuestro subcontinente tienen una implicancia política central, porque las tareas del presente que vivió Trotsky, siguen siendo, con las obvias diferencias de contexto, las mismas del presente nuestro. La lucha contra el imperialismo, la lucha por la independencia política de la clase obrera y por una salida a los principales problemas nacionales y continentales, tienen hoy quizás más vigencia que antes, por las difíciles condiciones que la degradación del capitalismo impone a nuestros pueblos. Por eso tiene una particular actualidad la exhortación del viejo revolucionario ruso:

“Nuestro proletariado debe entrar firmemente en la escena histórica para tomar en sus manos el destino de Latinoamérica y asegurar su futuro. El proletariado unificado atraerá a decenas de millones de campesinos indoamericanos, eliminará las fronteras hostiles que nos dividen y nucleará a las veinticuatro repúblicas y posesiones coloniales bajo las banderas de los estados unidos obreros y campesinos de Latinoamérica. (…)

¡Obreros revolucionarios de América Latina, ustedes tienen la palabra!”[11]



[1]Trotsky. L, “ México y el imperialismo británico”, Escritos Latinoamericanos, Bs As 2000, Ed Ceip, p. 80. El subrayado es nuestro, en esta y en todas las citas siguientes.

[2] Trotsky, L. La industria nacionalizada y la administración obrera, Escritos Latinoamericanos, Bs As 2007, Ceip, p. 170.

[3] Ídem, pag 171.
[4] Vicente Lombardo Toledano (1893-1969): Stalinista, era el jefe de la Confederación Mexicana de Trabajadores, la gran federación sindical. Participó activamente en la campaña de calumnias de los stalinistas mexicanos, destinada a preparar a la opinión pública para el asesinato de Trotsky.
[5] “Discusión sobre América Latina”, op cit, p. 123.
[6] Idem.
[7] Idem, p. 125.
[8] Trotsky, L. “Los sindicatos en la era de decadencia imperialista”, op cit, p. 176
[9]Trotsky, L “Los sindicatos en la era de decadencia imperialista, op cit, p. 178.
[10] “Problemas de la sección mexicana”, op cit, p. 150. Toledanistas: partidarios de Lombardo Toledano.
[11] Trotsky, L. Las tareas del movimiento sindical en América Latina, Escritos Latinoamericanos, Bs As 2007, Ceip, p. 128.



La década del 30: Revolución, fascismo y guerra