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Clásicos de León Trotsky online

Enseñanzas de la derrota de octubre de 1934

Enseñanzas de la derrota de octubre de 1934

Octubre 1934

 

Este texto, consagrado a la enseñanza de los combates armados en Austria y España, en 1934, está sacado de «Oú va la France»? (Le Mouvement communiste, pp. 44&470). A falta de otro texto de Trotsky consagrado a la insurrección española de octubre de 1934, recogemos este, con algunos cortes.

 

 

La impotencia del parlamentarismo en las condiciones de crisis total del sistema social del capitalismo es tan evidente, que los demócratas vulgares en el movimiento obrero no encuentran un argumento para defender sus petrificados prejuicios. Con mayor razón, está dispuestos a asirse a todos los fracasos y a todas las derrotas sufridas en el camino revolucionario. El desarrollo de su pensamiento es el siguiente: si el parlamentarismo puro no, ofrece salida, con la lucha armada no se mejora la situación. La derrota de las insurrecciones proletarias en Austria y en España son ahora para ellos, por supuesto, el argumento preferido. De hecho, en la crítica del método, revolucionario, la inconsistencia teórica y política de los demócratas vulgares aparece aún más claramente que en su defensa de la podrida democracia burguesa.

Nadie ha dicho que el método revolucionario asegure automáticamente la victoria. Lo decisivo no es el método en sí mismo, sino su aplicación correcta, la orientación marxista de los acontecimientos, una organización poderosa, la confianza de las masas conquistada a través de una larga experiencia, una dirección perspicaz y firme. El resultado de un combate depende del momento y de las condiciones del conflicto, de la relación de fuerzas. El marxismo está lejos de pensar que el conflicto armado es el único método revolucionario, una panacea que puede emplearse en cualquier ocasión. En general, el marxismo no conoce fetiches, ni parlamentarios ni insurreccionales. Todo vale, en su lugar y en su tiempo. Hay algo que puede decirse desde el principio: Por el camino parlamentario el proletariado socialista nunca y en ningún lado ha conquistado el poder, ni siquiera ha estado cerca. Los gobiernos de Scheidmann, Hermann Müller, Mac Donald [1] nada tenían en común con el socialismo. La burguesía no ha permitido a los socialdemócratas y laboristas que llegaran al poder más que con la condición de que defendieran el capitalismo contra sus enemigos. Ellos han cumplido escrupulosamente esa condición. El socialismo parlamentario, contrarrevolucionario, no ha llegado a realizar en ningún sitio un gobierno socialista; por el contrario, ha logrado formar renegados despreciables,. que explotaron el partido obrero para hacer una carrera ministerial

Por otra parte, la experiencia histórica demuestra que el método revolucionario puede conducir a la conquista del poder por el proletariado: Rusia en 1917, Alemania y Austria en 1918, España en 1930. En Rusia habla un poderoso partido bolchevique que, durante largos años, preparó la revolución y que supo tomar el poder sólidamente. Los partidos reformistas de España, Alemania y Austria no prepararon ni dirigieron la revolución, sino que la sufrieron. Espantados por el poder que había caído en sus manos contra sus deseos, lo cedieron benévolamente a la burguesía. De este modo minaron la confianza del proletariado en sí mismo y, aun más, la confianza de la pequeña burguesía en el proletariado. Prepararon las condiciones del crecimiento de la reacción fascista, de la que acabaron siendo víctimas.

La guerra civil, hemos dicho siguiendo a Clausewitz, es la continuación de la política pero por otros medios. Esto significa que el resultado de la guerra civil depende sólo en un cuarto (por no decir un décimo), de la marcha de la propia guerra civil, de sus medios técnicos, de la dirección puramente militar, y en los restantes tres cuadros (si no nueve décimos) de la preparación política. ¿En qué consiste esta preparación política? En la cohesión revolucionaria de las masas, en su liberación de las esperanzas serviles de la clemencia, la generosidad, la lealtad de los esclavistas «democráticos», en la educación de cuadros revolucionarios que sepan desafiar a la opinión pública burguesa y que sean capaces de demostrar frente a la burguesía, aunque no sea mas que una décima parte de la implacabilidad que ésta muestra frente a los trabajadores. Sin este temple, la guerra civil, cuando las condiciones la impongan ‑y siempre terminarán por imponerla- se desarrollará en condiciones más desfavorables para el proletariado, dependerá en mayor medida del azar; después, aún en el caso de una victoria militar, puede que el poder escape de las manos del proletariado. El que no vea que la lucha de clases conduce inevitablemente a un conflicto armado, es un ciego. Pero no es menos ciego, quien frente al conflicto armado, no ve toda la política previa de las clases en lucha.

En Austria no ha sido el método de la revolución el derrotado, sino el austro‑marxismo; en España, el reformismo parlamentario sin principios ( ... ) pero en el fondo las causas de la derrota son las mismas. El partido socialista español, como los «socialrevolucionarios» y los mencheviques rusos, compartió el poder con la burguesía republicana para impedir a las masas llevar la revolución hasta su fin. Durante dos años, los socialistas en el poder ayudaron a la burguesía a desembarazarse de las masas mediante migajas de reformas agrarias, sociales y nacionales. Los socialistas emplearon la represión contra las capas más revolucionarias del pueblo. El resultado fue doble. El anarcosindicalismo, que con una política correcta del partido obrero, se hubiera fundido como la cera en el fuego de la revolución, en realidad se reforzó y atrajo a las capas más combativas del proletariado. En el otro extremo, la demagogia social‑católica explotó hábilmente el descontento de las masas frente al gobierno burgués‑socialista. Cuando el partido socialista se hubo comprometido suficiente, la burguesía le echó del poder y pasó a la ofensiva en toda línea. El partido socialista se vio obligado a defenderse en condiciones extremadamente desfavorables, que él mismo había preparado con su política anterior. La burguesía tiene ya un apoyo de masas a la derecha. Los dirigentes anarcosindicalistas, que en el curso de la revolución cometieron todos los errores propios de esos confusionistas profesionales, se negaron a apoyar la insurrección dirigida por los «Políticos traidores».[2] El movimiento no tuvo un carácter general, sino esporádico.[3] El gobierno dirigió sus golpes sobre todos los cuadros del tablero. La guerra civil, impuesta por la reacción, terminó con la derrota del proletariado.[4]

A partir de la experiencia española, no es difícil sacar una conclusión en contra de la participación socialista en un gobierno burgués. La conclusión, en si misma, es indiscutible, pero absolutamente insuficiente. El pretendido «radicalismo austro‑marxista» no vale más que el ministerialismo español. La diferencia es técnica y no política. Ambos esperaban que la burguesía les entregara «lealtad por lealtad». Y ambos han llevado al proletariado a sendas. catástrofes. En España y en Austria, la derrota no la sufrieron los métodos de la revolución, sino los métodos oportunistas en una situación revolucionaria.[5] ¡No es lo mismo!



[1] Los socialdemócratas alemanes Scheidmann y Hermann Müller y el laborista Mac Donald, habían dirigido gobiernos de mayoría socialista en un marco parlamentario. Los socialdemócratas alemanes Scheidmann y Hermann Müller y el laborista Mac Donald, habían dirigido gobiernos de mayoría socialista en un marco parlamentario.
[2] En Cataluña, la principal causa del fracaso fue la negativa de los anarcosindicalistas de la C.N.T. a unirse a la huelga general. Un dirigente de la C.N.T. incluso llegó a hablar por la radio, para llamar a los trabajadores a no unirse al movimiento. Por el contrario en Asturias, la C.N.T. había firmado un pacto con la U.G.T. y otras organizaciones obreras «un pacto de alianza obrera» bajo el impulso sobre todo de José María Martínez.
[3] Estallaron tres núcleos de desigual importancia: Barcelona, donde el papel dirigente fue llevado por los comunistas del Bloque obrero campesino, la izquierda comunista, la U.G.T., y el pequeño partido socialista; pero donde la actitud de la C.N.T. y la ambigüedad de los catalanistas en el gobierno, provocaron su rápido hundimiento; Madrid, donde toda la iniciativa cayó sobre los socialistas, y donde tuvieron lugar enfrentamientos, aunque limitados, y en Asturias, en donde la unidad, llevada a cabo en el seno de la Alianza Obrera, permitió una insurrección general, instaurando por espacio de unos días una verdadera «dictadura del proletariado» en la zona minera
[4] El balance es abultado: 3.000 muertos, 7.000 heridos, más de 40.000 luchadores obreros detenidos y meses de terror bajo una feroz represión policial, entre la que se encuentra el asesinato de un periodista por oficiales, por haber revelado su actuación, el valenciano Luis de Sirval. Sin embargo, la insurrección asturiana inspiraría a toda la clase obrera española la consigna de frente único: «Unión de hermanos proletarios.»
[5] Desde la prisión, en Madrid, Fersen, escribía el 12 de noviembre estas líneas de critica que prolongaban el análisis de Trotsky: «Mientras que el partido socialista se disponía a combatir enérgicamente al fascismo, guardaba hasta el último momento una salida de emergencia para refugiarse en la solución democrática. Aquí es donde hay que buscar las causas inmediatas y concretas del fracaso de la revolución del 5 de octubre. Aquí está la explicación, no el hecho de que la insurrección se hubiera producido demasiado tarde, como en Viena, constituido un acto de traición por parte de la organización que era responsable.» («La derrota de octubre en España» New International, diciembre de 1934, p. 136). Respecto a los métodos del partido socialista añadía: «en la actuación del partido socialista para la preparación de la lucha armada, la mayor preocupación era asegurar la retirada por si presentaba la ocasión, en vez de tomar las medidas para asegurar la victoria si se presentaba el combate. Toda esta táctica se explica por la preocupación de contener a las masas». (Ibidem, p. 137.) En la misma revista, J. L. Arenillas, expresa consideraciones semejantes.



Escritos sobre España - Tomo I y II