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Clásicos de León Trotsky online

Hitler y el Ejército rojo

Hitler y el Ejército rojo

 

Escrito el 21 de marzo de 1933, fue publicado por vez primera en el Biulleten Oppózittsii, n.º 34, mayo de 1933.

 

América ha reproducido el capitalismo europeo a una escala gigantesca, pero ha reproducido el socialismo europeo sólo a una escala insignificante. La socialdemocracia americana nunca ha sido otra cosa que una caricatura de la socialdemocracia europea. Esta «ley del desarrollo desigual» ha conservado toda su fuerza en lo que se refiere al estalinismo. El PCUSA es más débil que cualquiera de los partidos europeos, empero la burocracia estalinista de América ha llevado a cabo todos los zigzags y todos los errores con una exageración extraordinaria.

 

Hace un año y medio, los estalinistas pensaban que un ataque del Japón a la URSS era cuestión de días, y sobre este «pronóstico», dictado por la prensa burguesa, intentaron basar toda su política. Nosotros, por el contrario., afirmamos que, en tanto no se hubiese asimilado Manchuria, el peligro de un ataque del Japón era absolutamente improbable. Los estalinistas americanos nos acusaron, en relación a esto, de estar al servicio del estado mayor japonés. En general, estos señores sacan sus argumentos de cloacas y desagües.

 

Más adelante afirmamos que el peligro de una victoria fascista en Alemania -peligro para la revolución mundial y, sobre todo, para la Unión Soviética- era más real e inminente que el peligro de una intervención japonesa. Los estalinistas europeos gritaron que éramos «presa del pánico». Los estalinistas americanos, más descaradamente, declararon que pretendíamos conscientemente distraer la atención del proletariado mundial del peligro inminente al Este, de la Unión Soviética. Los acontecimientos trajeron su comprobación. Durante un año y medio, la «inminente» agresión japonesa no ha tenido lugar. (Evidentemente, esto no significa que el

 peligro de intervención japonesa no exista en general.) Durante este tiempo, Hitler ha llegado al poder y, con unos cuantos golpes, ha destruido al principal aliado de la URSS, el partido comunista alemán, debilitado de antemano por los embustes y la falsedad del estalinismo.

 

Hace un año y medio, escribíamos que el Ejército Rojo, en su mayor parte, tenía que volver la cara hacia Occidente para considerar la posibilidad de aplastar al fascismo antes de que éste destruyese al proletariado alemán y se uniese con el imperialismo europeo y mundial. Como respuesta, los estalinistas americanos, los más estúpidos e insolentes de todos, afirmaron que queríamos arrastrar a la URSS a la guerra, interrumpir su reconstrucción y asegurar la victoria del imperialismo. La antigua fábula dice que no hay nada más peligroso que un amigo ignorante. Llamar a acciones militares contra Japón mientras no había y no podía haber un peligro inmediato en esa dirección significaba distraer del peligro real del fascismo. Evidentemente, los estalinistas llevaron a cabo esta tarea no porque desearan la victoria de Hitler, sino por ceguera política. Al mismo tiempo, hemos de ser justos con ellos: si hubiesen deseado la victoria de Hitler no podían haber actuado de otra manera a como lo hicieron. Ahora que Hitler está en el poder, y toda su política le obliga a preparar un golpe hacia el Este (¡las revelaciones del programa polaco-ucraniano de Góering son lo bastante elocuentes!), los estalinistas dicen: quienquiera piense en llamar al Ejército rojo perjudica la construcción socialista. Pero, incluso dejando de lado la cuestión de la ayuda al proletariado alemán, queda la cuestión de la defensa de la construcción socialista frente al fascismo alemán, las tropas de choque del imperialismo mundial. ¿Niegan los estalinistas este peligro? Lo más que pueden decir es que Hitler no es todavía, en la actualidad, capaz de llevar a cabo una guerra. Eso es cierto, y ya lo dijimos hace tiempo. Pero si Hitler, incapaz hoy de llevar a cabo una guerra, puede hacerlo mañana -y él no podrá evitarlo- ¿no exige una estrategia correcta impedir que Hítler prepare su golpe, es decir, que los obreros alemanes se zafen de Hitler antes de que Hitler se zafe de los obreros alemanes? Los marxistas se han burlado a menudo del cretinismo parlamentario, pero el cretinismo koljoziano no es mejor. No se puede sembrar grano ni plantar coles con la espalda vuelta hacia Occidente, del que, por primera vez desde 1918, proviene la mayor amenaza, que puede ser un peligro mortal si no se paraliza a tiempo.

 

¿O tal vez han asimilado los estalinistas la sabiduría pacifista de que la única guerra permisible es la «puramente defensiva»? Que Hitler nos ataque primero, luego nos defenderemos. Este fue siempre el razonamiento de la socialdemocracia alemana: que primero ataquen los nacionalsocialistas abiertamente la constitución, ah, luego... etc. No obstante, cuando Hitler atacó abiertamente la constitución, ya era demasiado tarde para defenderla.

 

Quien no vence al enemigo cuando éste todavía es débil; quien le deja pasivamente fortalecerse y reforzarse, proteger su retaguardia, crear un ejército propio, recibir apoyo del exterior, asegurarse aliados; quien deja al enemigo completa libertad de iniciativa: ése es un traidor, incluso si los motivos de su traición no son prestar servicio al imperialismo, sino la debilidad pequeñoburguesa y la ceguera política.

 

La «justificación » de una política de espera y evasión en estas condiciones sólo puede ser la debilidad. Este es un argumento muy serio, pero hemos de darnos clara cuenta de ello. Tenemos que decir: las Políticas Estalinistas en la URSS han desorganizado tan completamente la economía y las relaciones entre el proletariado y el campesinado, han debilitado tan pésimamente al partido, que en la actualidad no existen las premisas necesarias para una política exterior activa.

 

Tomamos en consideración la fuerza de este argumento. Sabemos que las consecuencias de una política errónea se transforman en obstáculos objetivos en el camino. Contamos con esos obstáculos; no defendemos una aventura. Pero extraemos la conclusión: es necesario un cambio fundamental en la política, los métodos, la dirección del partido, para asegurar al Estado soviético, además de otras cosas, una capacidad defensiva real y, en el terreno internacional, libertad de iniciativa.