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La crisis del Movimiento al Socialismo, lecciones para el presente

La crisis del Movimiento al Socialismo, lecciones para el presente

Este artículo trata sobre la experiencia del Movimiento al Socialismo de Argentina en los ’80 y principios de los ‘90. ¿Cómo fue y por qué terminó barrido por los acontecimientos?

Por Matías Maiello

Ideas de Izquierda 16/12/2018

“En estrategia todo es sencillo, pero no todo es fácil” decía Carl von Clausewitz. Y tenía razón. Una cosa es definir un curso estratégico “en el papel” y otra muy diferente es llevarlo adelante en la realidad.

El Movimiento al Socialismo (MAS) llegó a reunir unos 5.000 militantes para mediados de los ‘80 y cerca de 10.000 para 1989-90; fue parte de la dirección de decenas de comisiones internas en múltiples gremios, de algunos sindicatos y centros de estudiantes; contaba con un trabajo territorial en torno a cientos de locales; llegó a tener representación parlamentaria y cierta capacidad de movilización. Sin embargo, se mostró impotente frente al saqueo histórico de finales de la década de 1980 y principios de los ‘90, así como a nivel internacional frente a la caída del Muro de Berlín y los procesos de restauración capitalista. Finalmente implosionó en 1992. Ahora bien, ¿por qué un partido que llegó a tener una influencia considerable como el MAS terminó barrido por los acontecimientos?

El clima de época y la “revolución democrática”

El Movimiento al Socialismo lo funda en 1982 la corriente conducida por Nahuel Moreno [1]. Su antecesor fue el Partido Socialista de los Trabajadores que, con algunos miles de militantes, llegó a ser el principal grupo trotskista que tuvo la izquierda –excluyendo a las organizaciones guerrilleras– durante el ascenso de los ‘70 en Argentina [2]. La intervención en aquel “ensayo revolucionario” no motivó a la corriente morenista a realizar un balance crítico para extraer las lecciones de esa experiencia [3]; en su lugar, una nueva teoría vendría a generalizar los aspectos más oportunistas de su práctica y sellar el abandono de la teoría de la revolución permanente justo cuando esta se hacía más indispensable.

El imperialismo había comenzado, a partir de la Revolución Portuguesa (1974), una política de “transiciones a la democracia” como respuesta para desviar y derrotar los ascensos de masas contra los regímenes dictatoriales, la cual extendió desde principios de los ‘80 a América Latina, luego de haber impulsado todo tipo de dictaduras en la región. Posteriormente, esta política será utilizada como cobertura para la ofensiva neoliberal. Paralelamente, en la izquierda en general, se produce una adaptación a la idea de “democracia” esterilizada de contenido de clase. De aquel momento datan elaboraciones muy populares en la actualidad, como por ejemplo, Hegemonía y Estrategia Socialista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Las principales corrientes del trotskismo también se plegaron a su manera a esta ola.

Nahuel Moreno no fue la excepción. Elaboró su teoría de la “revolución democrática”, plasmada primero en un informe interno de marzo de 1983 (“Argentina: una revolución democrática triunfante”) y luego en la escuela de cuadros de 1984. Decía que frente a los “fascismos y regímenes contrarrevolucionarios” era necesario ponerse como objetivo “una revolución en el régimen político: destruir el fascismo para conquistar las libertades de la democracia burguesa, aunque fuera en el terreno de los regímenes políticos de la burguesía, del estado burgués” [4].

Consecuente con esto, concluía que: “no es obligatorio que sea la clase obrera y un partido marxista revolucionario el que dirija el proceso de la revolución democrática hacia la revolución socialista...” [5]. La revolución era un “tren” que por su propio impulso iba más allá de las intenciones que tenían las direcciones del movimiento de masas fuesen pequeñoburguesas o burguesas [6]. Negaba de esta forma la teoría de la revolución permanente [7].

Bajo el argumento objetivista de que toda revolución ya era de por sí “inconscientemente socialista”, lo que hacía en los hechos era separar la lucha por ciertas demandas democráticas (contra las dictaduras, por ejemplo), de los problemas democrático estructurales (en las semicolonias: la opresión imperialista, la cuestión agraria, etc.), así como de la lucha por el socialismo y el poder de la clase trabajadora.

Incluso, cuando el MAS agitaba una demanda democrático-estructural como el “no pago de la deuda externa” lo hacía desarticulada de un programa transicional de conjunto, lo que posibilitó que la consigna de “no pago” mutase fácilmente, ya para mediados de los ‘80, en la exigencia de una mera “moratoria” o “suspensión” de la deuda.

Hipótesis estratégicas

En la crisis de la dictadura militar a partir de 1982, Moreno verá una “revolución democrática triunfante” [8], lo cual evidenciaba, entre otras cosas, una subestimación del peso de la derrota de Malvinas (con su reforzamiento de las cadenas imperialistas) y del carácter pactado de la transición hasta las elecciones de 1983, entre un sector de los militares que pusieron al general Reynaldo Bignone y la Multipartidaria con el PJ, los radicales, el PI, el PC y todos los políticos conservadores del país (a la cual el MAS se opuso y denunció).

Por otro lado, partiendo de una subestimación también de la derrota que había significado el golpe militar de 1976 y su plan sistemático de represión, Moreno veía una continuidad entre la vanguardia obrera de los ‘70 y la de los ‘80, así como de su experiencia con el peronismo que había comenzado con el Rodrigazo (1975) contra Isabel [9]. Sin embargo, la vanguardia de los ‘80 no tendría nada que ver con la de los ‘70, ni con sus métodos radicales, ni con la lucha por “otro tipo de sociedad”, sino que participaría de la visión de la democracia capitalista como “horizonte final” de lo posible; en esto no difería del movimiento estudiantil o de la intelectualidad de aquel entonces.

Tanto la concepción de la “revolución democrática”, como la adaptación a los nuevos sectores de vanguardia tal cual eran, representarán dos elementos de gran influencia en el giro a la derecha de la corriente “morenista” hacia una creciente adaptación a la democracia burguesa. Es en este marco que el MAS tiene como hipótesis inicial en 1983 un ascenso electoral de los “socialistas” (apostando a ser una expresión por izquierda del ascenso de la socialdemocracia que estaba teniendo lugar con el PSOE en el Estado Español y el PS francés de François Mitterrand) [10].

Lejos de estas ilusiones, el MAS sacaría solo 42000 votos. Mientras que bajo el slogan “con la democracia se come, se cura y se educa”, Raúl Alfonsín ganaría la elección con más del 50 %. La subestimación de las mediaciones políticas burguesas y pequeño-burguesas, así como de la burocracia sindical opositora, serán una constante en la evolución del MAS.

La contrapartida será la sobrevaloración de las posibilidades de ruptura del movimiento obrero con el peronismo girando a izquierda espontáneamente bajo los efectos de una supuesta “situación revolucionaria” que desde la caída de la dictadura no hacía más que profundizarse.

El papel subjetivo del partido revolucionario, como tal, y su preparación en particular, con la necesidad de fracciones propias en las organizaciones del movimiento obrero, quedaría en segundo plano bajo la certeza de marchar a favor de la corriente. El resultado fue que el MAS menospreció el proceso de la renovación peronista, tanto en lo sindical (detrás de la figura de Saúl Ubaldini), como en lo político (con Antonio Cafiero y luego con Carlos Menem), que permitió al PJ recomponerse y capitalizar la crisis del alfonsinismo.

Las “nuevas direcciones”

Durante la transición de Bignone ya se había iniciado un proceso de “normalización” de los sindicatos intervenidos; otros habían quedado en manos de la burocracia colaboracionista con los militares, encabezados por la CGT Azopardo de Armando Cavalieri y Jorge Triaca, mientras que el sector de la CGT Brasil de Ubaldini y Víctor De Gennaro se había mantenido opositor. A fines del ‘83 y durante todo el ‘84 se realizaron elecciones en la mayoría de los sindicatos. La burocracia sindical colaboracionista estaba ampliamente cuestionada, lo que obligó al peronismo a hacer cierta renovación.

El activismo que surgía en las luchas y las elecciones era de base y reaparecían como dirigentes miembros del peronismo de base, radicales, comunistas, maoístas, y del propio MAS. Fue en el marco de este proceso que el Movimiento al Socialismo avanzó en los sindicatos formando parte de la dirección de decenas de comisiones internas y de la dirección de sindicatos como ATSA Capital, APOPS Capital, algunas seccionales de la UOCRA —la más importante Neuquén—, varios sindicatos docentes, así como seccionales ferroviarias, entre otras. Sin embargo, lo hizo adaptándose a los “renovadores” de la burocracia peronista, y con una estrategia cada vez más estrechamente vinculada al Partido Comunista que estaba ligado a la burocracia.

A principios de 1984, el MAS llama desde su periódico a formar tendencias sindicales en los gremios para conquistar una nueva dirección. Sin embargo, no se tratará de una línea táctica para avanzar en la construcción de corrientes propias, sino que progresivamente se va transformando en una estrategia, la “unidad” de los opositores se transforma en un fin en sí mismo. Estas listas sindicales se componían de radicales, peronistas, comunistas, socialistas y el único requisito para la unidad era que fueran “nuevas” y (relativamente) “combativas”.

En la concepción del MAS, la burocracia “sindical peronista está sufriendo la peor de sus crisis: la del inicio de su fin” [11], sin embargo, este proceso terminó objetivamente detrás del ubaldinismo que ayudó a la renovación peronista. Con esta política el Movimiento al Socialismo moldeó a los sectores de vanguardia que influenciaba, diluyéndolos entre todos los “opositores” y/o “luchadores”, y aunque construyó agrupaciones propias (y algunas a veces enfrentadas al PC) no fueron verdaderas corrientes militantes clasistas y en perspectiva revolucionarias en las organizaciones del movimiento obrero. Un déficit que se mostraría fatal.

“Luche y vote”

La estrategia de “golpear juntos y marchar juntos” con estas “nuevas” direcciones, tuvo como correlato político la conformación para las legislativas de 1985 del Frente del Pueblo (FrePu), una alianza con el Partido Comunista y sectores del Peronismo de Base con un programa democratizante que se adaptaba a la estrategia “frentepopulista” del stalinismo criollo [12]. El FrePu saca 2,25 % y no obtiene bancas.

El MAS romperá este frente luego de Semana Santa del 1987, cuando el PC firma el “Acta de Compromiso Democrático”, que no era otra cosa que el aval al pacto de impunidad con los militares sellado por Alfonsín (del que surgirá la ley de obediencia debida). Sin embargo, a fines de 1988, ya fallecido Nahuel Moreno, se vuelve a conformar un frente con el PC bajo la denominación Izquierda Unida (IU), encabezado por el demócrata-cristiano Néstor Vicente.

En 1989, IU sacó poco más de 400.000 votos (2,44 %) para la candidatura presidencial de Vicente y 580.000 (3,40 %) en las categorías de diputados. Obtuvo una banca de diputado nacional, una en la legislatura de la PBA y otra a concejal en Rosario. Un resultado modesto si lo comparamos con un frente con un programa de independencia de clase como el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) actual, que en varias elecciones obtuvo alrededor de un millón de votos y cuenta con 3 diputados nacionales y casi 40 bancas a nivel provincial y municipal.

Con Izquierda Unida, bajo el argumento de que era “un frente obrero” [13] en el terreno electoral, la dirección del MAS había conformado en realidad una alianza frentepopulista. Se vanagloriaba de que “hemos ganado al PC para un programa anticapitalista, antiimperialista y de independencia de clase”, cuando en realidad el programa se pronunciaba por “una democracia auténtica” y le lavaba la cara al stalinismo criollo (mientras se caía el Muro de Berlín).

Fue así que miles de trabajadores y estudiantes que se reivindicaban de izquierda y que podían evolucionar hacía la construcción de un verdadero partido revolucionario eran “moldeados” en clave frentepopulista. Con el “luche y vote” transformado en estrategia, la intervención en las luchas y en las elecciones dejaron de estar al servicio de una estrategia revolucionaria. La consecuencia era el abandono de las tareas de preparación consciente de un partido revolucionario.

La hora de la verdad

A partir de 1988 comenzarían momentos decisivos en los que la solidez del MAS sería puesta a prueba.

En los sindicatos, un anticipo ya en el ‘88 será el “maestrazo”, una huelga por tiempo indefinido casi unánime de los docentes de todo el país. El MAS, en vez de intervenir en los sindicatos mayoritarios, tenía una línea alternativista llamando a confiar en la burocracia “de izquierda” de Wenceslao Arizcuren, que para colmo durante el conflicto estaba en Suiza. La burocracia de Ctera y los Suteba (recién creados), cuando el conflicto amenazaba con convertirse en un catalizador político de la situación (que iba hacia la hiperinflación), aceptó la conciliación obligatoria que allanaría el camino a la derrota posterior, sin que los docentes del MAS dieran ninguna batalla seria en las asambleas, dejándolas en manos de la burocracia Celeste.

Políticamente, el peronismo se había vuelto a unificar detrás de Menem. Lo mismo la burocracia, incluyendo al “combativo” Ubaldini. Los trece paros generales contra el gobierno de Alfonsín habían sido progresivamente utilizados en función de la vuelta del peronismo al poder. Con un discurso demagógico de “salariazo y revolución productiva”, el caudillo riojano gana las elecciones de 1989 con el 47 % de los votos. Contra la hipótesis estratégica fatalista de la ruptura espontánea de masas con el peronismo que podría ser capitalizada por el “socialismo”, el peronismo termina recomponiéndose. Sin embargo, el saqueo recién comenzaba, con el giro neoliberal de Menem se darán los enfrentamientos fundamentales. En el mes de la asunción del nuevo presidente la inflación llega a 196,6 % y la pobreza en pocos meses llega a casi el 50 % de la población.

A nivel internacional, comenzaban los levantamientos contra la burocracia de la URSS, los países del Este europeo y Alemania Oriental mientras el MAS se encontraba en un frente electoral con los stalinistas argentinos. Ante el proceso alemán de 1989-90, el MAS y su organización internacional, la LIT, abandonarán el programa de la “revolución política” [14] limitándose a llamar a la “¡reunificación alemana ya!” y a una “Asamblea Constituyente o cualquier otro mecanismo que garantice que sea él [el pueblo alemán] el que decida” [15]. Estos procesos serían desviados hacía objetivos restauracionistas del capitalismo siendo un rotundo mentís a la “teoría de la revolución democrática”.

El PTS se fundó al calor del inicio de estos procesos y en contra de la formación de IU, primero fue una fracción del MAS y luego de su expulsión se constituyó como organización independiente en 1988, en lucha contra la mayoría del MAS que afirmaba que se venía la revolución en Argentina pero al mismo tiempo preparaba su extensa alianza con el stalinismo.

Las bases sobre las que estaba construido el MAS se desmoronaban. A pesar de ello, producto de la crisis económica y de que era el principal partido de la izquierda, reconocido como el “partido de las luchas”, a partir de 1989 conocerá su mayor ascenso, entrando por primera vez al parlamento y aumentando las filas de su militancia. Este fortalecimiento relativo será interpretado por su dirección como una ratificación del curso adoptado hasta aquel entonces; nunca más cierto aquello de que “la victoria confunde”. Así, mientras aumentaba su autoproclamación como “el partido revolucionario” y sobre su “influencia de masas”, el MAS se enfrentaba la ofensiva menemista de privatizaciones y despidos de cientos de miles de estatales con las mismas recetas que habían fracasado.

El punto más alto de movilización del MAS (así como de su adaptación política al régimen) quedó plasmado en el acto del primero de mayo de 1990, la llamada “plaza del NO” a Menem, construida simbólicamente en oposición a la “Plaza del Sí” que había convocado el periodista oficialista Bernardo Neustadt. En aquel entonces, junto con el PC, el MAS llegó a movilizar 50.000 personas a Plaza de Mayo, en una especie de acto político-electoral bajo el programa más breve de la historia de la izquierda mundial: “No”. Mientras que el “Sí” de Neustadt tenía un programa claro (el neoliberal que aplicaba Menem), la “plaza de No” carecía de todo programa alternativo. Para colmo, en el medio de la catástrofe le dejaba una silla vacía en el palco a Ubaldini. El mismo que luego del acto contra las privatizaciones del 21 de marzo de 1990, donde la base le gritaba “paro general” (mientras el MAS se oponía a ello para no ofender a Ubaldini), no volvió a mover un dedo durante todo el saqueo. Cabe recordar que el primer paro general a Menem fue en noviembre de 1992, ya sobre las ruinas de la lucha contra las privatizaciones.

De ahí en adelante, el MAS no hará más que insistir con el “venga a la vereda del No”, mientras conflicto tras conflicto sus agrupaciones en los sindicatos hacían agua por todos lados en las luchas contra las privatizaciones, en ferroviarios, en salud, en telefónicos, entre otros. En telefónicos, fue una de sus actuaciones más escandalosas cuando en la asamblea general de más de 5.000 telefónicos, donde la burocracia levantó el conflicto contra la privatización, el MAS, que decía tener 500 militantes en el gremio, no consiguió que ni uno de ellos hablara para oponerse. Al mismo tiempo, los miles de militantes organizados en cientos de locales en los barrios, colegios y facultades continuaban una militancia paralela por fuera de los puntos decisivos de estos combates.

Finalmente, el MAS en 1992 estalló, dando lugar a la formación del MST y luego a múltiples grupos [16]. Sin embargo, entre todas las fracciones en las que se terminó dividiendo el MAS, solo el PTS –que había anticipado la deriva del partido desde el ‘88–, realizó posteriormente, a principios de los ‘90, una crítica de conjunto a la concepción teórica de Nahuel Moreno [17] para retomar la teoría de la revolución permanente como base de un programa y una estrategia revolucionarios. Para ello tuvo que pasar por múltiples luchas fraccionales (y otras tantas para llegar a ser el PTS actual).

Es muy difícil saber si el MAS con un programa y una estrategia que dieran una respuesta revolucionaria a las encrucijadas que planteaba la situación podría haber articulado las fuerzas y los engranajes necesarios para cambiar el curso de los acontecimientos en el país. Pero lo que sí se puede afirmar es que con una política revolucionaria muy probablemente hubiera evitado su estallido y la desmoralización de una parte importante de su militancia. Cuestión para nada menor, siendo que en 1993 ya comienzan con el “Santiagueñazo” los levantamientos provinciales. De haber sido así, seguramente la izquierda revolucionaria no hubiera llegado con la debilidad que llegó al 2001 para enfrentar el nuevo saqueo y que le impidió plantear una alternativa real frente a la impotencia política del “que se vayan todos” y su posterior reabsorción por parte del peronismo (duhaldista/ kirchnerista). Pero esta ya es otra historia.



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