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Clásicos de León Trotsky online

La tragedia del proletariado alemán:los obreros alemanes se levantarán de nuevo.¡El stalinismo jamás

La tragedia del proletariado alemán:los obreros alemanes se levantarán de nuevo.¡El stalinismo jamás

 

Escrito el 14 de marzo de 1933, fue publicado por primera vez en el Biulleten Oppozitsii, nº 34, mayo de 1933

 

El proletariado más poderoso de Europa, por su lugar en la producción, su peso social y la fuerza de sus organizaciones, no ha ofrecido ninguna resistencia desde la llegada de Hitler al poder y sus violentos ataques contra las organizaciones obreras. Este es el hecho del que hay que partir en los cálculos estratégicos posteriores.

 

Seria evidentemente estúpido creer que la futura evolución de Alemania seguirá el camino italiano; que Hitler fortalecerá su dominación paso a paso, sin seria resistencia; que el fascismo alemán disfrutará largos años de dominación. No, el destino ulterior del nacionalsocialismo tendrá que deducirse de un análisis de las condiciones alemanas e internacionales, y no de analogías puramente históricas. Pero esto es ya patente: si desde septiembre de 1930 en adelante reclamamos de la Internacional Comunista una política a corto plazo en Alemania, ahora es necesario desarrollar una política a largo plazo. Antes de que sean posibles batallas decisivas, la vanguardia proletaria tendrá que reorientarse; es decir, tendrá que comprender lo que ha ocurrido, determinar la responsabilidad de la gran derrota histórica, trazar el nuevo camino y así reconquistar la confianza en sí misma.

 

El papel criminal de la socialdemocracia no precisa comentario alguno: la Comintern fue creada hace catorce años precisamente para arrancar al proletariado de la influencia desmoralizadora de la socialdemocracia. Si hasta ahora no lo ha conseguido, si el proletariado se encontraba impotente, desarmado y paralizado en el momento de su mayor prueba histórica., la culpa directa e inmediata recae en la dirección de la Comintern postleninista. Esa es la primera conclusión que hay que extraer de inmediato.

 

Bajo los golpes traicioneros de la burocracia stalinista, la Oposición de Izquierda mantuvo su fidelidad al partido oficial hasta el final. Los bolcheviques-leninistas comparten ahora el destino de todas las demás organizaciones comunistas: los militantes de nuestros cuadros son arrestados, nuestras publicaciones, prohibidas, nuestra literatura, confiscada. Hitler incluso se apresuró a suspender el Boletín de la oposición que aparecía en lengua rusa. Pero si, junto a toda la vanguardia proletaria, los bolcheviques-leninistas padecen las consecuencias de la primera victoria seria del fascismo, no pueden ni tolerarán ni una sombra de la responsabilidad de la política oficial de la Comintern.

 

Desde 1923, es decir, desde el comienzo de la lucha contra la Oposición de Izquierda, la dirección estalinista, aunque indirectamente, ayudó a la socialdemocracia con toda su fuerza a desencauzar embriagar y debilitar al proletariado alemán: frenó y destruyó a los obreros cuando las condiciones dictaban una intrépida ofensiva revolucionaria; proclamó la proximidad de la situación revolucionaria cuando ya había pasado; estableció acuerdos con fraseólogos y charlatanes pequeñoburgueses; anduvo impotentemente a la cola de la socialdemocracia bajo el pretexto de la política del frente único; proclamó el «tercer periodo» y la lucha por conquistar las calles en condiciones de reflujo político y de debilidad del partido comunista; sustituyó la lucha seria por saltos, aventuras y desfiles; aisló a los comunistas de los sindicatos de masas; identificó, a la socialdemocracia con el fascismo y rechazó el frente único con las organizaciones obreras de masas frente a las bandas agresivas de los nacionalsocialistas; saboteó la más pequeña iniciativa a favor del frente único para la defensa local, al mismo tiempo que engañaba sistemáticamente a los obreros sobre la verdadera relación de fuerzas, deformó los hechos, hizo pasar a los amigos como enemigos y a los enemigos como amigos y apretó cada vez con más fuerza el nudo corredizo al cuello del partido, no permitiéndole ni respirar libremente, ni hablar, ni pensar.

 

En la vasta literatura dedicada a la cuestión del fascismo, basta referirse al discurso de Thaelmann, dirigente oficial del partido comunista alemán, quien, en el pleno del comité ejecutivo de la Internacional Comunista en abril de 1931, denunciaba a los «pesimistas», es decir, a quienes sabían prever, en los términos siguientes: «No hemos dejado que el pánico nos destroce... Hemos probado serena y firmemente que el 14 de septiembre [1930] fue, en cierto sentido el mejor día de Hitler, y que después no vendrán días mejores, sino peores. Esta valoración que hicimos sobre este partido está confirmada por los acontecimientos... En la actualidad, los fascistas no tienen ninguna razón para reír.» Al referirse a la creación de grupos de defensa por la socialdemocracia, Thaelmann demostraba en el mismo discurso que esos grupos no se diferenciaban en ningún aspecto de las tropas de choque de los nacionalsocialistas, y que ambos se preparaban igualmente para exterminar al comunismo.

 

Ahora, Thaelmann está bajo arresto. Frente a la reacción triunfante, los bolcheviques-leninistas están en las mismas filas que Thaelmann. Pero la política de Thaelmann es la política de Stalin, es decir, la política oficial de la Comintern. Es esta política precisamente la causa de la completa desmoralización del partido en el momento de peligro, cuando los dirigentes pierden la cabeza, cuando los miembros del partido, sin hábito de pensar, se postran, cuando las posiciones históricas fundamentales se entregan sin lucha. Una teoría política incorrecta lleva en si misma su propio castigo. La fuerza y obstinación del aparato solamente aumenta las dimensiones de la catástrofe.

 

Tras entregar al enemigo todo lo que podía ser entregado en tan corto espacio de tiempo, los estalinistas intentan rectificar el pasado mediante actos convulsivos, que sólo iluminan más claramente toda la cadena de crímenes que han cometido. Ahora que la prensa del partido comunista ha sido suprimida, ahora que el aparato está destrozado, ahora que la insignia sangrienta del fascismo ondea impunemente sobre la casa de Karl Liebknecht, el comité ejecutivo de la Comintern empieza a tomar el camino del frente único no sólo por abajo, sino también por arriba. El nuevo zigzag, más agudo que todos los que le precedieron, no se ha efectuado, sin embargo, por impulso del CE de la IC; la burocracia estalinista ha abandonado la iniciativa a la Segunda Internacional. Esta ha logrado apoderarse la herramienta del frente único, a la que ha temido mortalmente hasta ahora. En la medida en que es posible hablar de ventajas políticas en las condiciones de una retirada en medio del pánico, aquéllas se encuentran exclusivamente del lado del reformismo. Obligada a responder a una pregunta directa, la burocracia estalinista escoge el peor camino: no rechaza un entente de las dos internacionales, pero tampoco lo acepta; juega al escondite. Ha llegado a tal falta de autoconfianza, a tal degradación, que ya no se atreve a mostrarse ante el proletariado mundial cara a cara con los dirigentes de la Segunda Internacional, los estigmatizados agentes de la burguesía, los electores de Hindenburg, que señaló el camino del fascismo.

 

En un llamamiento extraordinario del CE de la IC, del 5 de marzo, «A los obreros de todos los países, los estalinistas no dicen ni una palabra sobre el socialfascismo como el principal enemigo. Ya no hablan del gran descubrimiento de su dirigente: «La socialdemocracia y el fascismo no son antípodas, sino gemelos.» Ya no insisten en decir que la lucha contra el fascismo exige, como algo preliminar, la derrota de la socialdemocracia. No respiran ni una palabra sobre la inadmisibilidad del frente único por arriba. Por el contrario, enumeran cuidadosamente los casos pasados en que la burocracia estalinista, de manera inesperada para los obreros y para sí misma, se vio obligada a improvisar propuestas para el frente único a las cumbres reformistas. Así actúan las teorías artificiales, erróneas y charlatanescas basadas en la furia de la tempestad histórica.

 

«Teniendo en cuenta las peculiaridades de cada país» y la imposibilidad, que al parecer se deriva de ellas, de organizar el frente único a escala internacional (la lucha contra el «excepcionalismo», es decir, la teoría de los miembros del ala derecha sobre las peculiaridades nacionales, se olvida de repente), la burocracia estalinista aconseja a los partidos comunistas nacionales que dirijan propuestas para un frente único a los «comités centrales de los partidos socialdemócratas ». ¡Sólo ayer esto era proclamado como una capitulación ante el socialfascismo! De este modo, todas las grandes lecciones del estalinismo durante los últimos cuatro años vuelan bajo la mesa al cesto de los papeles. De este modo, todo un sistema político se reduce a polvo.

 

El asunto no se acaba ahí: habiendo acabado de afirmar la imposibilidad de crear las condiciones para un frente Único en la arena internacional, el CE de la IC lo olvida inmediatamente y, veinte líneas más abajo, formula las condiciones bajo las cuales el frente único es admisible y aceptable en todos los países, a pesar de la diferencia de condiciones nacionales. La retirada ante el fascismo se sigue de una retirada aterrorizada de los mandamientos teóricos del estalinismo. Migajas y trozos de ideas y principios son arrojados por el camino como lastre.

 

Las condiciones para el frente único adelantadas por la Comintern para todos los países (comités de acción contra el fascismo, manifestaciones y huelgas contra las reducciones salariales) no presentan nada nuevo. Por el contrario., son la reproducción esquematizada y burocratizada de las consignas que la Oposición de Izquierda formuló mucho más clara y concretamente hace dos años y medio, por lo que fue incluida en el campo del socialfascismo. El frente único sobre tal base podía haber producido resultados decisivos en Alemania; pero para eso, tenía que haberse llevado a cabo a tiempo. El tiempo es un f actor importante en política.

 

¿Cuál es ahora, por tanto, el valor práctico de las propuestas del CE de la IC? Para Alemania, mínimo. La política del frente único supone un «frente», es decir, posiciones estabilizadas y una dirección centralizada. La Oposición de Izquierda adelantó en el pasado las condiciones para el frente único, como condiciones para una defensa activa, con la perspectiva de pasar a la ofensiva. Ahora, el proletariado alemán se ha visto reducido a un estado de retirada desordenada, sin siquiera batallas de retaguardia. En esta situación, las uniones voluntarias de los obreros comunistas y socialdemócratas pueden ser y serán realizadas para diversas tareas episódicas, pero la construcción sistemática del frente único se ha aplazado inevitablemente para un futuro indeterminado. No debe de haber ilusiones sobre esta cuestión.

 

Hace casi dieciocho meses, escribíamos que la llave de la situación estaba en manos del partido comunista alemán. La burocracia ha dejado caer ahora esta llave de sus manos. Grandes acontecimientos, exteriores a la voluntad del partido, serán necesarios para dar la posibilidad a los obreros de detenerse brevemente, de fortalecerse, de recomponer sus filas y de pasar a una defensa activa. No tenemos ninguna forma de saber con precisión cuándo ocurrirá. Tal vez mucho más rápido de lo que espera la contrarrevolución triunfante. Pero en todo caso, no serán los autores del manifiesto del CE quienes dirigirán la política del frente único en Alemania.

 

Si la posición central ha sido entregada, hay que fortalecer los accesos; hay que preparar las bases para un futuro asalto desde todos los flancos. En Alemania, esta preparación implica la dilucidación crítica del pasado, que mantenga la moral de los combatientes de vanguardia, los reagrupe, y que organice los combates de retaguardia por dondequiera que sea posible, anticipándose al momento en que varios grupos de combate se junten en un gran ejército. Esta preparación implica, al mismo tiempo, la defensa de las posiciones proletarias en los países estrecha­mente relacionados con Alemania, o situados cerca de ella: en Austria, Checoslovaquia, Polonia, los países Bálticos, Escandinavia, Bélgica, Holanda, Francia y Suiza. La Alemania fascista tiene que ser rodeada por un poderoso círculo de fortificaciones proletarias. Sin cesar ni un instante en los esfuerzos por detener la retirada desordenada de los obreros alemanes, es necesario crear posiciones proletarias fortificadas alrededor de las fronteras de Alemania para la lucha contra el fascismo.

 

En primer lugar viene Austria, que está amenazada inmediatamente por el cataclismo fascista. Puede decirse con confianza que si el proletariado austriaco tomara el poder ahora y transformarse su país en un campo de batalla revolucionario, Austria se convertirla para la revolución del proletariado alemán en lo que el Piamonte fue para la revolución de la burguesía italiana. No se puede predecir hasta dónde avanzará por este camino el proletariado austríaco, empujado hacía adelante por los acontecimientos pero paralizado por la burocracia reformista. La tarea del comunismo es coadyuvar a los acontecimientos, superando el austromarxismo. La política del frente Único es uno de los medios. Las condiciones que el manifiesto del CE de la IC asume tan tardíamente de la Oposición de Izquierda, conservan, de este modo, toda su fuerza.

 

Sin embargo, la política del frente único no sólo contiene ventajas, sino también peligros. Da origen con facilidad a combinaciones entre los dirigentes a espaldas de las masas, a una adaptación pasiva respecto al aliado, a vacilaciones oportunistas. Sólo es posible conjurar estos peligros si existen dos garantías explícitas: el mantenimiento de plena libertad de critica al aliado y el restablecimiento de la plena libertad de crítica en las filas del propio partido. El rechazo de criticar a los aliados conduce directa e inmediatamente a la capitulación ante el reformismo. La política del frente único, en ausencia de democracia partidaria, es decir, sin control del aparato por el partido, deja las manos libres a los dirigentes para experimentos oportunistas, complemento inevitable de los experimentos aventuristas.

 

¿Cómo ha actuado en este caso el CE de la IC? Docenas de veces, la Oposición de Izquierda predijo que, bajo los golpes de los acontecimientos, los estalinistas se verían obligados a repudiar su ultraizquierdismo y que, situándose en el camino del frente único, empezarían a cometer todas las traiciones oportunistas que nos atribuían ayer tan sólo . En esta ocasión, también, la predicción se ha cumplido literalmente.

 

Al efectuar un giro vertiginoso hacia la posición del frente único, el CE de la IC conculca las únicas garantías fundamentales que pueden asegurar un contenido revolucionario a la política del frente único. Los estalinistas toman en consideración y aceptan las exigencias hipócrito-diplomáticas de los reformistas por la llamada no agresión. Rompiendo con todas las tradiciones del marxismo y del bolchevismo, recomiendan a los partidos comunistas, en caso de que se realice un frente único, que «abandonen todos los ataques contra las organizaciones socialdemócratas durante la acción común». Eso es justamente lo que dice. «Abandonar todos los ataques(!) a la socialdemocracia» (¡qué ignominiosa fórmula!) significa abandonar la libertad de crítica política, es decir, una función básica del partido revolucionario.

 

La capitulación es exigida no por la necesidad práctica, sino por un estado de espíritu atacado de pánico. Los reformistas llegan y llegarán a un acuerdo en la medida en que la presión de los acontecimientos y la presión de las masas les obligue a ello. La exigencia de «no agresión» es chantaje, es decir, un intento de los dirigentes reformistas por arrancar una ventaja auxiliar. Someterse a chantaje significa levantar el frente único sobre bases corrompidas y otorgar a los negociantes reformistas la posibilidad de reventarlo con cualquier pretexto arbitrario.

 

La crítica en general, tanto más bajo las condiciones de un frente único, deben corresponder, naturalmente, a las relaciones reales, y debe observar las necesarias proporciones. Los absurdos sobre el «socialfascismo» han de ser rechazados. Eso no es una concesión a la socialdemocracia, sino al marxismo. No es por la traición de 1918, sino por su perniciosa labor en 1933, que hay que criticar al aliado. Pero la crítica, como la vida política misma, de la que aquélla es eco, no puede detenerse ni por un instante. Si las revelaciones de los comunistas responden a la realidad, sirven para los fines del frente único, empujan adelante al aliado temporal y, lo que es más importante, dan una educación revolucionario a todo el proletariado. Abandonar este deber fundamental es la primera etapa en esa política ignominiosa y criminal que Stalin impuso a los comunistas chinos con respecto al Kuomintang.

 

Las cosas no están mejor con respecto a la segunda garantía. Habiendo renunciado a criticar a la socialdemocracia, el aparato estalinista no piensa siquiera en conceder el derecho de crítica a los miembros de su propio partido. El viraje mismo se realiza, como es usual, por medio de una revelación burocrática. Ni un congreso nacional, ningún congreso internacional, ni siquiera un pleno del CE de la IC; ninguna preparación en la prensa del partido, ningún análisis de la política del pasado. Y no hay nada sorprendente en esto. Desde el principio de la discusión en el partido, cualquier obrero que piense preguntaría a los funcionarios: ¿Por qué los bolcheviques-leninistas han sido expulsados de todas las secciones y por qué son sometidos, en la Unión Soviética, a arrestos, a la deportación y a los pelotones de fusilamiento? ¿Es sólo porque ellos profundizan mas y van mas lejos? La burocracia estalinista no puede tolerar una conclusión semejante. Es capaz de cualquier brinco o voltereta, pero presentarse honestamente ante los obreros, cara a cara con los bolcheviques-leninistas, eso es algo que no puede ni se atreve a hacer. Así, en la lucha por la autoconservación, el aparato estalinista infecta su nuevo viraje, haciéndose sospechoso de antemano a los ojos no sólo de los obreros social. demócratas, sino también de los comunistas.

 

La publicación del manifiesto del CE de la IC va acompañada todavía de otra circunstancia, externa a la cuestión que estamos examinando, pero que arroja una luz deslumbrante sobre la posición actual de la Comintern y sobre la actitud de los grupos estalinistas dirigentes hacia ella. En Pravda del 6 de marzo, el manifiesto no es publicado como un llamamiento directo y abierto del CE de la IC, situado en Moscú –como siempre fue el caso-, sino como la traducci6n de un documento de L'Humanité, transmitido desde París por la agencia telegráfica TASS. ¡Qué artimaña tan estúpida y humillante! Después de todos los éxitos, después de la realización del primer plan quinquenal, después de la «desaparición de las clases».. después de la «entrada en el socialismo», la burocracia estalinista ya no se atreve a publicar en su propio nombre el manifiesto del comité ejecutivo de la Internacional Comunista.

 

Esa es su verdadera relación con la Comintern; he ahí lo confiada que está en la arena internacional.

 

El manifiesto no es la mera respuesta a la iniciativa de la Segunda Internacional. Por medio de organizaciones títeres -las oposiciones sindicales revolucionarias (RGOs) de Alemania y Polonia, la Alianza Antifascista y la llamada Conferencia General del Trabajo Italiana-, la Comintern convoca para el mes de abril un «congreso obrero antifascista paneuropeo». La lista de los invitados, como es natural, es vasta y confusa: fábricas (dicen «fábricas», aunque, gracias a los esfuerzos de Stalin-Lozovsky, los comunistas han sido arrojados de casi todas las fábricas del mundo), organizaciones obreras locales, revolucionarias, reformistas, católicas, pertenecientes a un partido o no, deportivas, antifascistas y campesinas. Y aún más: «También deseamos invitar a todos aquellos individuos que luchan realmente (!) por la causa de los obreros.» Habiendo comprometido durante mucho tiempo la causa de las masas, los estrategas llaman a los «individuos», a aquellos ermitaños que no han hallado sitio en las filas de las masas pero que, así y todo, «luchan realmente por la causa de los obreros». Barbusse y el general Schoenaich se movilizarán una vez más para salvar Europa de Hítler.

Aquí tenemos el libreto confeccionado para una de esas representaciones charlatanescas con que los estalinistas habitúan a ocultar su impotencia. ¿Qué ha hecho el bloque de Amsterdam de centristas y pacifistas en la lucha contra la agresión de los bandidos japoneses en China? Nada. Aparte del respecto a la «neutralidad» estalinista, los pacifistas no han publicado siquiera un manifiesto de protesta. Ahora está preparándose una nueva edición del congreso de Amsterdam,[1] no contra la guerra, sino contra el fascismo. ¿Qué hará el bloque antifascista de «fábricas» vacías e «individuos» impotentes? Nada. Publicará un manifiesto huero si, en realidad, esta vez las cosas van tan lejos como para que se celebre el congreso.

 

La inclinación hacia los individuos tiene dos caras: la oportunista y la aventurista. Los socialistas revolucionarios rusos, en los viejos tiempos, tendían la mano derecha a los liberales y, en la izquierda, sostenían una bomba. La experiencia de los últimos diez años demuestra que tras cada gran derrota provocada, o al menos agravada, por la política de la Comintern, la burocracia estalinista intenta invariablemente salvar su reputación con ayuda de alguna aventura grandiosa (Estonia, Bulgaria, Cantón). ¿Existe este peligro también ahora? En todo caso, consideramos necesario elevar una voz de alerta. Las aventuras que pretenden sustituir la acción de las masas paralizadas las desorganizan aún más y agravan la catástrofe.

 

Las condiciones de la actual situación mundial, lo mismo que las de cada país en particular, son tan fatales para la socialdemocracia como favorables para el partido revolucionario. Pero la burocracia estalinista ha logrado convertir la crisis del capitalismo y del reformismo en crisis del comunismo. ]!se es el resultado final de diez años de dirección incontrolada de los epígonos.

 

Se encontrarán hipócritas que digan: la oposición critica un partido que ha caído en las manos del verdugo. Los canallas añadirán: la oposición ayuda al verdugo. Combinando un sentimentalismo hipócrita con una perfidia envenenada, los estalinistas harán lo posible para ocultar al comité central tras el aparato, al aparato tras el partido, para eliminar la cuestión de la responsabilidad por la catástrofe, por la estrategia errónea, por el régimen desastroso, por la dirección criminal: eso es ayudar a los verdugos de hoy y de mañana.

La política de la burocracia estalinista en China no fue menos desastrosa de lo que lo es ahora en Alemania. Pero allí, las cosas tuvieron lugar a espaldas del proletariado mundial, en condiciones que le eran incomprensibles. La voz crítica de la oposición difícilmente llegó, más allá de la Unión Soviética, a los obreros de los demás países. El aparato estalinista salió casi impunemente de la experiencia china. En Alemania, es completamente diferente. Todas las fases del drama se desarrollaron ante el proletariado mundial. En cada fase, la oposición levantó su voz. Todo el curso de desarrollo fue anunciado por adelantado. La burocracia stalinista calumnió a la oposición, le imputó ideas y planes ajenos a ella; expulsó a todos aquellos que osaban hablar del frente único; ayudó a la burocracia socialdemócrata a derruir los comités unidos para la defensa local; despojó a los obreros de la menor posibilidad de seguir el camino de la lucha de masas; desorganizó a la vanguardia; paralizó al proletariado. De este modo, oponiéndose a un frente único defensivo con la socialdemocracia, los estalinistas se encontraron con ésta en un frente único del pánico y capitulación.

Y ahora, estando ya delante de las ruinas, la dirección de la Comintern teme, más que cualquier otra cosa, la luz y la critica. ¡Que la revolución mundial perezca, pero que viva el prestigio arrogante! Los forjadores de bancarrotas siembran confusión, sepultan la evidencia y cubren sus huellas. El hecho de que el Partido Comunista de Alemania perdiera «sólo» 1.200.000 votos en el primer golpe -con un aumento del número de votantes de entre tres y cuatro millones-, es proclamado por Pravda como una «gigantesca victoria política». De igual forma, en 1924, Stalin proclamó como una «gigantesca victoria» el que los obreros en Alemania que se retiraban sin combate, hubiesen dado al partido comunista 3.600.000 votos. Si el proletariado, engañado y desarmado por ambos aparatos, ha dado esta vez al partido comunista casi cinco millones de votos, esto sólo significa que le hubieran dado el doble o el triple si hubiesen confiado en su dirección. Lo habrían elevado al poder si se hubiese demostrado capaz de tomarlo y conservarlo. Pero no dio al proletariado nada salvo confusión, zigzags, derrotas y fracasos.

 

Sí, cinco millones de comunistas lograron todavía alcanzar la urna, uno a uno. Pero en las fábricas y en las calles no hay ninguno. Están desconcertados, dispersos, desmoralizados. Han perdido su independencia bajo el yugo del aparato. El terror burocrático del estalinismo paralizó su fuerza de voluntad antes de que llegase el turno al terror de las bandas fascistas.

 

Hay que decirlo claramente, llanamente, abiertamente: el estalinismo ha tenido en Alemania su 4 de agosto. En adelante, los obreros avanzados sólo hablarán del período de la dominación de la burocracia estalinista con un ardiente sentido de vergüenza, con palabras de odio y maldición. El partido comunista alemán oficial está sentenciado. De ahora en adelante, sólo se descompondrá, se desmoronará y se deshará en el vacío. El comunismo alemán sólo puede renacer sobre una nueva base y con una nueva dirección.

La ley del desarrollo desigual también actúa sobre el destino del estalinismo. En los diversos países, se encuentra en fases diferentes de descomposición. Hasta qué grado servirá la trágica experiencia de Alemania como estímulo para el renacimiento de las otras secciones de la Comintern, el futuro lo dirá. En Alemania, en cualquier caso, ha sonado el canto del cisne de la burocracia estalinista. El proletariado alemán se levantará de nuevo, el estalinismo, jamás. Bajo los terribles golpes del enemigo, los obreros avanzados alemanes tendrán que construir un nuevo partido. Los bolcheviques-leninistas dedicarán todas sus fuerzas a esta labor.

 

 

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[1] Congreso pacifista celebrado en Amsterdam el 27 de agosto de 1932, convocado por Barbusse, Rolland, Gorki, Dos Passos, etc.