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Boletín Especial (Noviembre 2007)

Los problemas de la revolución mundial

Los problemas de la revolución mundial

 

Pierre Broué[1]

 

 

Este texto es el capítulo VII del libro de Pierre Broué, Revolución en Alemania: 1 – De la guerra a la revolución. Victoria y derrota del ‘izquierdismo’, (1971), A. Redondo editor, Barcelona, 1973.

 

 

 

El 4 de agosto de 1914 se habían producido problemas fundamentales de estrategia y de táctica en el movimiento socialista mundial. La revolución rusa los plantea en toda su agudeza. En Alemania, durante los tres primeros años de guerra, los problemas del «partido revolucionario» o de la «lucha por el poder» parecen surgir sólo en el campo de la teoría. La verificación de las perspectivas bolcheviques por la victoria de Octubre los pone a la orden del día, en cuanto a tareas concretas e inmediatas. Pero en las condiciones impuestas por la guerra que prosigue, todo comenzará por una información difícil y discusiones teóricas.

 

El problema de la escisión antes de 1917 

El punto central de las tesis preparadas por Rosa Luxemburgo y adoptadas por la conferencia de Die Internationale, el 1 de enero de 1916, había sido formulado en la tesis número 12, consecuencia del análisis del fracaso de la II Internacional. «Dada la traición cometida por los representantes oficiales de los partidos socialistas de los principales países, contra los fines e intereses de las ciases trabajadoras, con la intención de desviarlas de la base de la Internacional proletaria hacia una política burguesa imperialista, es para el socialismo una necesidad vital crear una nueva Internacional obrera que tendría como tarea guiar y unificar la lucha de la clase revolucionaria contra el imperialismo en todos los países»[2] .

 

Lenin subrayaría en su crítica del folleto de «Junius» que esta tesis capital, estaba desprovista de toda trascendencia práctica, si no iba acompañada por la decisión de romper, en cada país, con las direcciones centristas y social-pacifistas, a fin de reunir en la lucha a los elementos de la Internacional por construir. Radek en el Arbeíter Politík[3] sería el primero en desarrollar los argumentos teóricos en favor de la organización, por los revolucionarios, de la escisión del movimiento socialista. Parte de la constatación, de que las instancias de los diferentes partidos socialdemócratas se identifican, después de la declaración de guerra, con un «social-imperialismo». Constata que el simple argumento en favor de la escisión, según el cual la unidad del movimiento socialista detrás de los dirigentes social-imperialistas significa la unidad con el imperialismo, no ha sido considerado por algunos revolucionarios —Rosa Luxemburg en particular,— unos pensando que las consecuencias de la guerra llevarían al partido a enderezarse, otros estimando que una escisión organizada, antes que las masas en su conjunto hubieran tomado conciencia de la traición de los dirigentes, sería ineficaz y desembocaría en el aislamiento de los revolucionarios.

Tomando uno de los mitos más sólidos en el movimiento socialista alemán, subraya que la unidad obrera no es un bien en sí mismo, ni las escisiones forzosamente un mal. La historia del movimiento obrero es la de una larga lista de escisiones, que no resultan ni del azar ni de la fantasía de la historia, sino de la presión de fuerzas sociales adversas. Después de pasar revista a los principales aspectos de las escisiones sucesivas del movimiento centrista, del movimiento alemán en tiempos de Lassalle, de la I Internacional, concluye:

«1.—Las orientaciones divergentes en el seno del movimiento obrero han tenido siempre sus raíces en diferencias sociales de la base, diferencias que han conducido a la escisión, 2.—Jamás estas escisiones han podido ser superadas en un lapso de tiempo breve; el proceso de unificación siempre ha sido un largo proceso de lucha»[4].

Lo mismo sucede con la crisis contemporánea de la socialdemocracia. La «política del 4 de agosto» es un fenómeno internacional con raíces comunes en Londres, Petersburgo, París o Viena. Estas raíces —que explican, por ejemplo, la alineación del «socialismo» alemán sobre las posiciones tradicionales de las «Tradeunions» frente a su imperialismo— deben ser buscadas en la existencia de una «aristocracia obrera» y su presión sobre el movimiento proletario:

«La capa superior de la clase obrera alemana que, por el hecho del desarrollo impetuoso de la industria, ha obtenido salarios relativamente elevados, a la que los sistemas de seguros del Estado o de los sindicatos han ofrecido condiciones de vida relativamente seguras, que ha tomado contacto con la cultura burguesa, ha afirmado cada vez con más claridad desde hace quince años, por boca de los revisionistas y dirigentes sindicales, que tenía algo más que perder que las cadenas»[5]. En el campo del revisionismo, las fuerzas esenciales han sido, en efecto, no tanto elementos de la pequeña burguesía, meridional sobre todo, sino dirigentes sindicales que se adhieren a esta línea pequeño-burguesa. Vinculados a los privilegios conquistados, se han opuesto a toda tentativa de organizar extensos movimientos de masas de trabajadores, para defender sus derechos políticos y sus reivindicaciones económicas:

 

«Fundaban su protesta contra los revolucionarios románticos sobre la pretendida imposibilidad de tales acciones, pero, en realidad, lo que expresaban era el temor de la aristocracia obrera de ver en peligro sus conquistas»[6] .

En las mismas perspectivas, revisionistas y dirigentes sindicales habían dado su apoyo a la política colonial de la burguesía alemana. No es, pues, por azar que la política del 4 de agosto la hayan impulsado en los países que, como Alemania, Gran Bretaña, Francia, han visto un desarrollo relativamente importante de la aristocracia obrera. Incluso en países como Italia o Rusia, donde la aristocracia obrera no constituye más que una capa muy delgada, se ha visto constituirse grupos de «social-patriotas» basados en un núcleo de obreros calificados, que piensan en términos puramente reformistas y, por esta razón, caminan junto con su burguesía. Todo esto, los revolucionarios lo sabían antes de la guerra, pero subestimaban su trascendencia:

Hemos creído que esta política sólo respondía a las ilusiones de los dirigentes, que se disiparían bajo la presión agravada de los antagonismos de clase. La experiencia ha mostrado que nos hemos equivocado. Primero, esta política no era sólo la de los dirigentes: había detrás toda una categoría de trabajadores que querían lo mismo que aquellos. Y sería una fatal ilusión querer explicar que hoy, detrás de estos jefes, no hay masas, o que, si están detrás de ellos, es sólo porque no están suficientemente concienciadas. La escisión se produce por las mismas masas obreras»[7] .

Es falso deducir, como hacen algunos, que la guerra disiparía pronto los sueños de los social-imperialistas, y que hacía falta conservar la unidad obrera para que, cuando el curso de los acontecimientos hubiera dado la razón a los revolucionarios, toda la clase encontrase más rápidamente su unidad en la lucha. Porque, si bien es cierto que el imperialismo se verá obligado a ir destruyendo los privilegios de la aristocracia obrera y a minar, por ello, las bases del reformismo, también es cierto que una ideología anclada en una capa social no puede disiparse en una decena de años. Y de inmediato, la burguesía está decidida a utilizar a los dirigentes social-patriotas, portavoces de la aristocracia obrera, para mantener y encubrir su propia dominación: los «socialistas» serán ministros, ocuparán puestos en el aparato del Estado burgués, buscarán, mediante concesiones menores, la división de la clase obrera para impedir su lucha revolucionaria unitaria. Si los militantes revolucionarios permanecen en el interior del partido, para llevar a cabo una lucha contra los dirigentes social-imperialistas, renuncian de golpe a su papel de vanguardia del combate proletario:

«Si la unidad formal del partido permanece intacta, si los social-imperialistas reinan sobre el partido y sobre su política, nosotros debemos, o renunciar por años a la lucha contra el enemigo de clase, o llevarla a cabo sin tener en cuenta las consignas de las instancias imperialistas: En el primer caso, si abandonamos la lucha contra el enemigo exterior y nos contentamos con criticar a los social-imperialistas, esta crítica pierde toda significación: será borrada, anulada por lo que estaremos obligados a hacer en el Reichstag, en el movimiento sindical, y por la ausencia de la acción, que daría a las masas obreras la convicción de que nuestra crítica es correcta. En el otro caso, los social-imperialistas nos expulsarían rápidamente del partido, y como ninguna mayoría puede tolerar a la larga a una minoría, que condena su política como a una traición de los principios de base, soportará aún menos que este grupo se interponga en todas las acciones y llamará a las masas a actuar contra él»[8] .

 

Admitiendo que los revolucionarios consigan la mayoría, como consecuencia de un congreso, no deberían correr el riesgo que supone conservar en las filas del partido a los oportunistas, que son, en realidad, enemigos de clase y, en consecuencia, deberían excluirlos junto con los trabajadores que continuasen apoyándolos: «De cualquier lado que se mire, habrá escisión»[9]. Es necesario, pues, según Radek, prepararla conscientemente: constituye el único medio de organizar la lucha contra la guerra imperialista, la burguesía y sus agentes en e! movimiento obrero. Cuanto más pronto se inscriba en los hechos en términos de organización —lo está ya en el espíritu desde 1914— más pronto serán reparados los destrozos, más pronto será reforzada la unidad revolucionaria de la clase obrera.

Un esfuerzo parecido de investigación teórica conduce a Julián Marchlewski, en ocasión de su crítica a la tesis sobre la paz adoptada por el partido socialdemócrata, a analizar la posición de la corriente oportunista sobre el problema del Estado y a oponerla a las de Marx y Engels que veían en él al instrumento del poder de una clase. Como Lenin en el «Estado y la Revolución», Marchlewski afirma:

«Los proletarios deben llevar a cabo la lucha contra el Estado; no pueden realizar su ideal, que descansa sobre la libertad y la igualdad de los hombres, sin romper el dominio de clases en el Estado»[10].

 Una parte de los revolucionarios alemanes se acercan así a los bolcheviques, con los que sin embargo no tenían más que lazos tenues y ninguna organización común. La revolución rusa dará consistencia y peso a sus tesis. 

La influencia de la revolución rusa 

La influencia de la revolución rusa es perceptible en el movimiento obrero alemán a partir de 1917, no sólo a través de las tomas de posición teóricas o prácticas de los revolucionarios alemanes, sino a través de la orientación de las amplias masas obreras como sucedió con consignas como la de «consejos obreros», traducción alemana de los «soviets» rusos que tanto éxito tuvieron en sus filas. Ciertamente, estas aproximaciones son el signo de movimientos subterráneos que preparan las explosiones revolucionarias y, desde este punto de vista, la Rusia de 1917 no estaba alejada del mundo. Pero el problema que se plantea es saber de qué manera los trabajadores alemanes y sobre todo los militantes de los grupos revolucionarios, han podido en este período de guerra europea y a pesar de la censura, trabar conocimiento con la experiencia rusa. Hace falta evocar igualmente los esfuerzos de los bolcheviques, una vez en el poder, para intentar ganarse a los revolucionarios, que no estaban de acuerdo con ellos en todos los asuntos, y en particular convencerles de que su primer deber era fundar un nuevo partido cosa que, hasta entonces, habían rehusado los spartakistas.

 

En ausencia de posibles relaciones con los diferentes países europeos, los bolcheviques no abandonarán la oportunidad que constituye para ellos la presencia en suelo ruso de unos 2.000.000 de prisioneros de guerra, entre los que hay 165.000 soldados y 2.000 oficiales alemanes[11] . El terreno es favorable, sobre todo después de la revolución de febrero: numerosos prisioneros son militantes socialdemócratas, cuyas simpatías solo pueden ir hacia los obreros y campesinos, y hacia los partidos cuyo objetivo es el fin de la guerra imperialista: ni los mencheviques, ni los social revolucionarios más o menos paralizados por su política de unión sagrada, logran llevar entre los prisioneros de guerra una propaganda comparable a la de los bolcheviques. Ya antes de la Revolución de febrero se habían constituido en diversos lugares de Rusia, pequeños círculos clandestinos de militantes socialdemócratas[12]. Se desarrollan después de la revolución y muchos prisioneros alemanes se unen a los bolcheviques[13]. Pero, después de Octubre, todo marcha a mayor escala, y los bolcheviques se esfuerzan en organizar las simpatías que han ganado por su acción y propaganda. Van a desencadenar igualmente sobre el conjunto del frente, una amplia campaña de agitación, para la «confraternización»[14]. Bajo el impulso de Radek, que ha vuelto después de la insurrección, propaganda, agitación y organización son utilizadas sistemáticamente entre los prisioneros de todas las nacionalidades, comenzando por los de lengua alemana: a partir de diciembre de 1917 aparece en alemán el periódico Die Fackel[15], que es el instrumento principal. La fundación de la Federación de Prisioneros de Guerra Internacionalista, en abril de 1918, la constitución durante la celebración de una conferencia en Moscú del «grupo alemán del partido comunista ruso (bolchevique)» concretiza el primer resultado de este esfuerzo, para la construcción de núcleos comunistas extranjeros[16]. La firma de la paz de Brest pone fin a este trabajo de reclutamiento, al mismo tiempo que le da todo su sentido, ya que son muchos los prisioneros influenciados por los comunistas rusos que vuelven a su país; las tropas alemanes, incluso, llevarán a menudo el virus revolucionario a retaguardia o hacia los otros frentes[17]. Alrededor de Radek, aparecen hombres que van a constituir en Rusia el estado mayor del primer núcleo de comunistas de lengua alemana: Rothkegel, de Hamburgo y Josef Bóhm de Bremen, el austriaco Karl Tomann, antiguo responsable sindical[18], el militante socialdemócrata Hermann Osterloh[19], un joven periodista, impulsor de un movimiento pacifista, Ernst Reuter, al que el gobierno soviético hace comisario de la república de los alemanes del Volga [20]. Se une un obrero ferroviario, hijo de emigrados alemanes, Nicolás Krebs, bolchevique desde 1916[21]. Su lucha político-militar en las regiones ocupadas por el ejército alemán les vale otras adhesiones, como la del instructor Wilhelm Zaisser teniente de la reserva, pasado con su unidad a los partisanos ucranianos[22].

 

Las relaciones con el movimiento alemán serán considerablemente simplificadas con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el gobierno soviético y Alemania, después de la firma de la paz de Brest-Litovsk. Bujarin en persona vive algún tiempo en la embajada[23]. El embajador Joffé es un viejo militante revolucionario experto, que entiende perfectamente el sentido de su misión. Ya en Brest-Litovsk, ha dicho amablemente al conde Czernin: «Espero que seremos pronto capaces de desencadenar una revolución en su país»[24].

 

Desde su llegada a Berlín en el mes de abril de 1918, muestra que tiene el espectacular sentido del gesto rehusando presentar al emperador sus cartas credenciales y lanzando invitaciones, en su primera recepción, a los principales dirigentes independientes o revolucionarios, incluso a los que están detenidos[25]. Desarrolla una actividad considerable en todas las materias, comprando informaciones que remite luego a los revolucionarios alemanes, proporcionando dinero, prodigando consejos[26]. Tiene a su lado a otro militante, con experiencia en la clandestinidad, al polaco Mieczislaw Bronski[27], antiguo compañero de Lenin en Suiza, que fue uno de los pilares de la izquierda zimmerwaldiana[28]. La embajada es una antena que dispone de fondos importantes, medios materiales excepcionales para la época, asegura con Petrogrado un contacto rápido cubierto por la inmunidad diplomática, favorece la actividad conspirativa, al mismo tiempo que el contacto político directo entre los alemanes semi-clandestinos o clandestinos y los revolucionarios rusos victoriosos [29]. Emplea en sus diversos servicios, y sobre todo en su agencia telegráfica, Rosta, a militantes alemanes que cubre así legalmente, asegurándoles a la vez posibilidades de acción: éste es el caso de Emil Eichhorn, antiguo responsable de la oficina de prensa del partido social demócrata y dirigente independiente, de Ernst Meyer, antiguo periodista del Vorwarts y dirigente spartakista [30], como Eugen Léviné, otro militante spartakista. Uno de los dirigentes independientes, Oskar Cohn, es abogado de la embajada y su hombre de confianza para todas las operaciones financieras[31]. Incluso si la embajada no posee el canal de los materiales de propaganda, que denunciarían algunas semanas más tarde los dirigentes del país, es a la vez asilo, centro de irradiación y agencia de información[32]. El cambio de naturaleza en las relaciones entre Alemania y Rusia se traduce por el hecho que un informe sobre la situación en Alemania, mucho más completo que el dado en las Cartas de Spartakus clandestinas, aparece en Petrogrado en Welt revolution, órgano de la sección alemana del partido bolchevique[33].

 

Los esfuerzos de los bolcheviques 

Los bolcheviques están convencidos que Alemania constituye el interruptor de la revolución europea. La revolución rusa sólo es para ellos la primera etapa de la revolución mundial, que encontrará en Alemania un campo de batalla decisivo y próximo. Durante el año 1918, será el «retraso» de la revolución mundial lo que constituirá el telón de fondo de las discusiones alrededor del problema de la paz separada y del tratado de Brest-Litovsk, y su perspectiva traza los contornos de la política exterior del gobierno bolchevique.

Desde la revolución de febrero los problemas prácticos —su relación con los alemanes, la puesta en pie de una organización alemana— pasan al primer plano de sus preocupaciones. En el curso de su viaje a Rusia, Lenin ha confiado a Vorovski, Hanecki y Radek, que permanecen en Estocolmo, la responsabilidad de dirigir la oficina del comité central en el extranjero; una de sus tareas va a ser difundir en Alemania el Russische Korrespondenz-Prawda, que contiene información sobre Rusia y los argumentos bolcheviques[34]. En las tesis de Abril, presentadas al partido a su llegada, Lenin rinde homenaje a Liebknecht y a la acción de los revolucionarios alemanes, menciona a los internacionalistas de izquierda, Münzeberg, Radek y Hartein «verdaderos internacionalistas», representantes y no-corruptores de las masas internacionalistas revolucionarias». Escribe:

 

«A nosotros precisamente, y ahora, nos toca fundar sin retraso una nueva Internacional, una Internacional revolucionaria, proletaria; más exactamente, no debemos temer el proclamar alto que ya está fundada y que actúa»[35].

 

Según el historiador soviético Krivoguz, más de 60.000 octavillas habían penetrado clandestinamente en Alemania durante el verano de 1917[36]. Los militantes de la Internacional de la juventud, agrupados alrededor de Münzenberg en Suiza, aseguran la difusión clandestina en Alemania de la carta de Lenin sobre «El programa militar del proletariado revolucionario» que les ha entregado antes de marchar[37]. Por Estocolmo y por Suiza, a la vez, penetran en Alemania miles de ejemplares de El Estado y la Revolución[38]. Al final del mes de agosto de 1917, Lenin presionaba a la oficina del comité central para el extranjero a hacer todo lo posible para organizar una conferencia internacional de las izquierdas. «Los bolcheviques, el partido socialdemócrata, los holandeses, el Arbeiterpolitik, el Demain, he aquí un núcleo suficiente. (...) Las resoluciones de la conferencia de los bolcheviques y de su congreso (...), el proyecto de programa del Partido, he aquí una base ideológica suficiente (con la adopción de Vorbote, Tribune, Arbeiterpolitik, etc) para ofrecer al mundo entero respuestas netas a los problemas del imperialismo y acusar a los social-chauvinistas y a los kautskistas»[39].

Piensa, en efecto, que la principal batalla política debe ser dirigida contra los centristas y particularmente contra Kautsky, que juzga como el adversario más peligroso, ya que ha roto oficialmente con los «social-chauvinistas», mientras que defiende, de hecho, su política; todos sus esfuerzos se dirigen a impedir al proletariado alemán el acceso a la vía del bolchevismo. En esta perspectiva Lenin redacta en 1918 —esencial para convencer a los militantes revolucionarios alemanes— su folleto La Revolución proletaria y el renegado Kautsky, en la que propone la revolución bolchevique como modelo:

«La táctica de los bolcheviques era correcta; era la única táctica internacionalista (...) ya que hacía lo máximo, de lo que era realizable, en un sólo país para el desarrollo, el sostén, el despertar de la revolución en todos los países. Esta táctica se ha afirmado con un inmenso éxito, porque el bolchevismo (...) se ha transformado en el bolchevismo mundial; ha dado una idea, una teoría, un programa, una táctica, que se distinguen concretamente, en la práctica del social-chauvinismo y del social-pacifismo. (...) Las masas proletarias de todos los países se dan cuenta, cada día más claramente, que el bolchevismo ha indicado la vía a seguir para escapar de los horrores de la guerra y del imperialismo, y que el bolchevismo sirve de «modelo de táctica para todos»[40]. Dándose cuenta, a mediados de octubre, de que la situación alemana madura más deprisa que la impresión de su folleto, redacta un resumen de unas diez páginas que envía a Chicherin, rogándole difundirlo lo más rápidamente posible en Alemania —lo que se hará a través de Suiza [41]. El texto, que lleva el mismo título que el folleto, finaliza con este subrayado: «El mayor mal para Europa, el mayor peligro para ella, es que no existe partido revolucionario. Hay partidos de traidores como los Scheidemann (...) o de almas serviles como los Kautsky. No hay partido revolucionario. Ciertamente, un potente movimiento revolucionario de masas puede corregir este defecto, pero este hecho sigue siendo un gran mal y un gran peligro. Por esto debemos, por todos los medios, desenmascarar a los renegados como Kautsky y sostener así a los grupos revolucionarios de los proletarios verdaderamente internacionalistas, como los que hay en todos los países. El proletariado dejará rápidamente a los traidores y renegados para seguir a estos grupos en cuyo seno formará a sus jefes»[42].

 

La respuesta de los revolucionarios alemanes

Los revolucionarios alemanes han saludado con entusiasmo la revolución rusa, a partir de febrero. Constituye para ellos un modelo y un refuerzo, porque es la resurrección de la acción de las masas obreras, la lucha, en plena guerra, contra la burguesía, la confirmación exultante de que el combate e incluso la victoria son posibles. Clara Zetkin, en su mensaje al Congreso de fundación del Partido Socialdemócrata Independiente habla de «acontecimiento exultante»[43], y Rosa Luxemburg escribe, desde su prisión, que estos «magníficos sucesos» actúan sobre ella como «elixir de vida»[44]. En el manuscrito inédito durante largo tiempo, que ha consagrado a la crítica de la revolución rusa, aún escribirá: «Los Lenin y Trotsky, con sus amigos, han sido los primeros que se han adelantado al proletariado mundial con su ejemplo; son hasta ahora los únicos que pueden exclamar con Ulrich de Hutten: «He osado esto». Lo esencial es lo que queda de la política de los bolcheviques»[45].

 

Sobre este terreno, spartakistas y radicales de izquierda de Bremen están de acuerdo sin reservas. Los redactores de Arbeiter politik han saludado, desde el 17 de noviembre, con entusiasmo a los consejeros de obreros y soldados en el poder[46]; el 15 de diciembre, Johann Knief explica por qué la revolución rusa ha podido progresar tan rápidamente y vencer: «Única y exclusivamente porque existía en Rusia un partido autónomo de extrema izquierda que, desde el principio, ha desplegado la bandera del socialismo y luchado bajo el signo de la revolución social»[47].

Para él, la victoria de los bolcheviques constituye el argumento decisivo, capaz de convencer a los spartakistas de su error, de la necesidad de romper definitivamente con los centristas del Partido Independiente para lanzarse a la construcción de un Partido revolucionario.

El eco de estos argumentos —el ejemplo ruso y la presión de Lenin no son los menores— es evidente en las filas spartakistas. Franz Mehring, como «decano», dirige el 3 de junio de 1918 una «carta abierta» a los bolcheviques, en la que se declara solidario de su política. Critica ferozmente la perspectiva —del Partido Independiente— de reconstruir la socialdemocracia de antes de la guerra y emplear la «vieja y probada táctica», y la califica de «utopía reaccionaria». Se pronuncia por una nueva construcción de la Internacional y formula una autocrítica:

 

«Nos hemos equivocado sobre un solo punto: precisamente cuando después de la fundación del partido independiente (...), nos hemos unido a él a nivel organizativo, con la esperanza de impulsarlo adelante. Esta esperanza hemos tenido que abandonarla»[48]. Desarrolla más ampliamente las mismas tesis en una serie de artículos titulados «los bolcheviques y nosotros», publicados a partir del 10 de junio de 1.918 en Leipziger Volkszeitung. Haciendo referencia a los análisis de Marx sobre la Comuna de París, se dedica a demostrar que la acción de los bolcheviques se sitúa en esta perspectiva, la dictadura del proletariado se ha realizado en Rusia bajo la forma del poder de los soviets, pudiendo y debiendo serlo en Alemania por la de los consejos obreros, instrumentos para la toma del poder por los trabajadores. En la perspectiva de la revolución mundial, plantea la cuestión de la necesaria edificación de una nueva Internacional, en torno al partido bolchevique[49].

 

En el suplemento femenino del mismo periódico, Clara Zetkin desarrolla los temas del poder de los consejos, la forma «soviética» que debe revestir en Alemania la revolución proletaria[50]. Pero esta importante evolución de algunos de los elementos más responsables del grupo spartakista no se traduce en decisiones de amplitud parecida en materia de organización. Hace falta mucho optimismo para concluir como el historiador soviético Krivoguz que «de hecho la ruptura entre la Liga Spartakus y el U.S.P.D. ha sido consumada en el verano de 1918»[51]. La razón principal reside sin duda en las reservas manifestadas, frente a la política de los bolcheviques, por Rosa Luxemburg: Crítica de la política de terror y de la persecución de las otras tendencias socialistas, crítica de la política agraria de los bolcheviques, creando, según ella, un peligro capitalista, crítica, sobre todo, de la política exterior de la Rusia soviética, de su aceptación de la paz de Brest-Litovsk, que retrasaba el final de la guerra y la explosión de la revolución alemana[52].

La penúltima carta de Spartakus, «La tragedia rusa», expresa un sentimiento aparentemente difundido en la vanguardia alemana, la idea que la revolución rusa, aislada y en cierta forma prematura, está abocada al desastre en un plazo breve. Una nota de presentación precisa:

«Estos temores resultan de la situación objetiva de los bolcheviques y no de su comportamiento subjetivo. Nosotros reproducimos este artículo sólo en función de su conclusión: sin revolución alemana, no hay salud para la revolución rusa, no hay esperanza para el socialismo en esta guerra mundial. Sólo existe una sola solución: la sublevación masiva del proletariado alemán»[53].

 

La revolución marcha más deprisa que los revolucionarios

Ahora bien, la revolución se producirá antes que los revolucionarios hayan podido romper con su rutina, soltar la tenaza de la represión y sacar, en la práctica, las conclusiones que les dictan tres años de lucha en Rusia y en el resto del mundo. Y va a llegar esencialmente por la derrota militar. Desde el 18 de julio, el Estado Mayor sabe que el ejército alemán se bate a la defensiva, por el ataque de Foch y la intervención de los carros de combate sobre el frente occidental y no tiene oportunidades razonables de conseguir la victoria. El mismo Ludendorff se persuade que hay que poner fin a la guerra [54]. Esta toma de conciencia en los medios dirigentes va a la par con una decisión complementaria, la de democratizar el aparato del régimen. Una «parlamentarización» permitirá hacer compartir a los representantes de los partidos políticos la responsabilidad de las decisiones, que la derrota militar impone[55].

 

Socialdemócratas mayoritarios y católicos del partido del centro abren la perspectiva de su participación, en un gobierno de unión nacional, que podría negociar con la Entente sobre la base de los «catorce puntos» del presidente Wilson: se realizará el 4 de octubre, con la entrada en el gobierno, que ha formado el nuevo canciller, del príncipe Max de Bade, del diputado católico Mathias Erzberger y de Philip Scheidemann como ministro sin cartera[56]: El partido socialdemócrata mayoritario está en el gobierno sobre la promesa del príncipe de que se procederá a una «democratización», a una «parlamentarización», como última muralla a la subversión.

Para los medios dirigentes, la subversión es la principal amenaza. El ejército del Este se ha revelado como inútil para proseguir la guerra, roído por el virus revolucionario. Esta evolución confirma la predicción hecha por Liebknecht desde su prisión de Luckau después de la firma del diktat:

«Se verá qué cosecha madurará de estas semillas, para los que triunfan hoy» [57].

El emperador está asustado por los informes que le llegan del «gran número de deserciones, insubordinaciones, banderas rojas sobre los trenes, de los que van de permiso»[58]. Hará falta aislar a estas tropas por un cordón sanitario, mientras llega la hora de dominarlas[59]. Los informes de policía reflejan el descontento creciente de los obreros y de amplias capas de la población civil, y el prestigio de la revolución rusa.

 

Ahora bien la organización de los revolucionarios permanece inferior a la audacia de sus análisis políticos y de sus perspectivas, y no los coloca en la posibilidad de explotar, ni la fermentación revolucionaria que se desarrolla a lo largo del año 1918, ni la ayuda técnica financiera que les conceden los rusos, a partir del mes de abril. Los revolucionarios de Bremen no tienen un solo militante en los astilleros o en las empresas del puerto, donde sin embargo estaban sólidamente implantados[60]. En Berlín, el grupo spartakista de la 6a circunscripción, que se extiende en Charlottenburg, Berlín-Moabit y hasta Spandau, no tiene más que siete miembros [61]. La dirección spartakista ha sido desmantelada por las detenciones que siguieron a las huelgas de enero, la de Leo Jogiches, Heckert y otras muchas[62]. Wilhelm Pieck, perseguido por la policía, ha pasado a Holanda. La actividad central del grupo —la publicación de las Cartas y de octavillas— descansa sobre algunos individuos agrupados en torno de Paul Levi, que ha vuelto de Suiza[63] y de Ernst Meyer.

Clara Zetkin y Franz Mehring, que son los abanderados, no tienen la posibilidad física de llevar la dura vida de clandestinidad. Esta situación pesa mucho sobre la moral de los dirigentes, que aprecian mal el ritmo de los acontecimientos y no esperan grandes sucesos en 1918, como lo muestra la carta dirigida a Lenin el 5 de septiembre de 1918 por Ernst Meyer:

«Con tanta paciencia como nosotros, habéis tenido que esperar y lo haréis aún, los signos de movimientos revolucionarios en Alemania. Felizmente, todos mis amigos se han vuelto más optimistas. Tal vez no podemos esperar acciones importantes, ni por el momento, ni para el próximo futuro. Pero, para el invierno tenemos proyectos más amplios y la situación general aquí, viene en nuestra ayuda»[64].

 

La verdad es que los revolucionarios tienen el sentimiento que no poseen influencia sobre los acontecimientos. La organización de la juventud revolucionaria es para ellos una razón para esperar. Durante la primavera de 1918, se realiza la fusión de dos organizaciones berlinesas nacidas como reacción a la política chauvinista, la Berlíner-Jugendbildungverein, a la cabeza de la cual Max Kóhler reemplaza a Fritz Globig, los dos spartakistas, y la Vereinigung Arbeiterjugend, organizada por los socialdemócratas independientes y que dirige Walter Stoecker, en estrecha relación con Münzenberg[65]. El 5 de mayo de 1918, la Liga de la Juventud Libre, así constituida, ha podido reunir en una asamblea ilegal cerca de Stolpe más de 2.000 participantes[66], con ocasión del centenario del nacimiento de Karl Marx. La nueva organización berlinesa constituye un factor unificador a escala nacional. Durante el verano se desarrollan en todo el país conferencias clandestinas preparatorias para la unificación de las organizaciones de juventud de diferentes grupos radicales, todas afiliadas a la Internacional que dirige en Suiza, Münzenberg. Los jóvenes socialdemócratas independientes, en cuyas filas prevalece la influencia de Ernst Dáumig, han tomado posición en favor de los bolcheviques y popularizan, también, la consigna de la revolución de los consejos[67].

 

Los delegados revolucionarios de Berlín han sufrido mucho por la represión después de las huelgas de enero. Cada responsable, para prevenir cualquier eventualidad, ha escogido un sustituto. Richard Müller no ha acertado con Emil Barth[68], un metalúrgico reformado, dotado de grandes cualidades de tribuno, pero que se revelará charlatán y vanidoso. La cabeza política de su núcleo está de hecho, a partir de este momento, constituida por dos de los principales dirigentes del partido independiente de Berlín, ninguno de ellos obrero de fábrica: uno Georg Ledebour, gran adversario de los spartakistas, otro Ernst Däumig, periodista, antiguo suboficial de la Legión extranjera francesa[69], a quien se confía la tarea de organizar la propaganda revolucionaria en el seno de la guarnición y constituir, con vistas a una insurrección, destacamentos armados. En septiembre, el trabajo apenas ha comenzado, y los contactos se reducen a algunas conexiones individuales en los cuarteles, el armamento a algunas decenas de revólveres[70]. Sólo en último momento, gracias a los esfuerzos de dos militantes del círculo de delegados revolucionarios berlineses, Cläre Derfert Casper y Arthur Schöttler, los revolucionarios berlineses se procurarán armas, por medio de los obreros de los arsenales de la región de Suhl[71].

Así, aunque hayan combatido, durante la guerra, por la paz, a través de la revolución, o por la revolución a través de la paz, los revolucionarios alemanes no han logrado —y en su mayoría ni lo han buscado— constituir lo que les faltaba ya en 1914, una organización propia, capaz de responder a las necesidades y a las aspiraciones de las masas, de unificar consignas, de centralizar la acción. La paz y la revolución van a tomarlos por sorpresa.

 



[1] Broué, Pierre (1926-2005): fue un importante historiador trotskista que se dedicó a difundir la obra de Trotsky, la actividad de los trotskistas, y a develar las mentiras estalinistas en base al minucioso trabajo de investigador al que consagró su vida. 

[2] I.M. L-Z.P.A. DF V/14. Dok. u. Mat., 11/1, p. 281.

[3] «Einheit oder Spaltung», Arbeiterpolitik, n.° 4, 8 y 10, 1916. Reproducido en In der Reihen der deutschen Revolution, pp. 336-338.

[4] Ibid., p. 315.

[5] Ibid., p. 317.

[6] Ibíd., p. 318.

[7] Ibid., p. 320.

[8] Ibid., pp. 323-324.

[9] Ibid., p. 325.

[10] «Tesis sobre la cuestión de la paz», Spartakus im Kriege, p. 58.

[11] Rudolf Dix, «Deutsche Internationalisten bei der Errichtung und Verteidigung der Sowjetmacht», BzG, 8 Jq., 1966, n.° 3, p. 495.

[12] Ibid., p. 485.

[13] Ibid., p. 496.

[14] K. L. Seleznev, «BolchevitsKaja agitacija revolutsionnoe dvijeniev Germanskoj Armii na vostoshnoe fronte v 1918 g», en Nojabr'skaja Revoljucija... pp. 271-328.

[15] Ibid., pp. 276-277.

[16] R. Dix, ob. cit, p. 495. Se resalta la ausencia de cualquier alusión a Radek.

[17] Davidovitch, Revoljutsionnii Krisis 1923 g. v. Germanni i Gamburskoe vostanie, pp. 133-134, menciona la influencia ejercida por la propaganda bolchevique sobre el oficial de reserva Ernst Schneller, que se haría comunista a su vuelta.

[18] R. Dix, ob. cit., p. 495.

[19] Brandt y Lowenthal, Ernst Reuter. Ein Leben für die Freiheit, pp.109, 129.

[20] Será conocido más tarde en el K. P. D. (S.), del que será incluso secretario general en 1921 durante algunos meses. Ver Brandt y Lowenthal, ob. cit, p. 112.

[21] En esta época, Krebs había rusificado su nombre, Rakov; militaríamás tarde en Alemania bajo el seudónimo de Félix Wolf.

[22] Jefe militar durante los combates del Ruhr, será en España el general Gómez. Sobre el episodio de 1918 mencionado raramente, ver André Marty, La revuelta del mar Negro, p. 72.

[23] Estará hasta final de octubre 1918 (Leo Stern, ob. cit., IV, p. 1661).

[24] O. Czernin.Im Weltkriege, citado por E. H. Carr. ob. cit., III, p. 71.

[25] Ibid., p. 76.

[26] L. Fischer, Men and Politics, p. 31.

[27] Carr, ob. cit., p. 135.

[28] Entre los demás miembros del personal diplomático activos en el movimiento alemán, los informes de la policía alemana mencionan a Sagorski, que estaría encargado del contacto con los dirigentes independientes, Marcel Rosenberg, que se ocupa de todas las cuestiones de prensa —en 1936 será embajador de la U.R.S.S'. en España, antes de desaparecer en las grandes purgas— y Sra. Markowski, encargada de las relaciones con las organizaciones de juventud. Siempre según las mismas fuentes, Joffé habría intentado en vano hacer venir como «consejero económico» a Karski-Marchlewski, del que solo obtendrá la repatriación. «Oberkommando in den D.Z. A. Potsdam, Reichskanzlei n.° 517», pp. 95-96, en Leo Stern, ob. cit., p. 1365.

[29] Joffé (Izvestija, 6 diciembre 1918) dice haber remitido a Barth varios cientos de miles de marcos para ayudar a la preparación de la insurrección.

[30] Ver biografías en anexo (tomo IV).

[31] E. H. Carr, ob. cit., p. 77.

[32] Desde la liberación de Liebknecht se sabe en Moscú que está políticamente de acuerdo con los bolcheviques.

[33] Krivoguz, «Spartak», íobrazovanie Kommunístitcheskoj parti Germanii, p. 136.

[34] W. Imig, «Zur Hilfe Lenins für die deutschen Lirken», BzG 1963, n.° 5/6, pp. 810 y ss.

[35] Obras, t. XXIV, p. 75.

[36] Krivoguz, ob. cit., p. 63.

[37] Imig, ob. cit, pp. 809-810.

[38] Ibicf., pp. 814-855.

[39] Obras, t. XXXV, p. 328.

[40] Obras, t. XXVII, pp. 302-304.

[41] Imig, ob. cit, p. 818.

[42] Obras, t. XXVIII, p. 122. El artículo había aparecido en el Pravda del 11 de octubre 1918.

[43] Protokoll... U.S. P., 1917, p. 50.

[44] Rosa Luxemburg Briefe an Freunde, p. 157.

[45] Die Russische Revolution (Prefacio de P. Levi) (1.a ed. 1922), p. 119.

[46] Editorial del Arbeiterpolitik, n.° 46, 17 noviembre 1917, Dok. u. Mal., l!/2, pp. 15-18.

[47] «Eine dringende Notwendigkeit», Arbeiterpolitik, n.° 50, 15 de diciembre 1917, ibid., pp. 43-47.

[48] Carta abierta aparecida en Mitteilungs-Blatt des Verbandes der sozialdemokratischen Wahlvereine Berlins und Umgegend, N.° 16, 21 julio 1918, reproducida en Dok. u. Mat., U/2, pp. 158-162.

[49] Leipziger Volkszeitung, 31 mayo, 1 y 10 de junio 1918.

[50] Leipziger Volkszeitung, Frauen - Beilage, n.° 30, 9 de agosto 1918.

[51] Ob. cit, p. 105.

[52] Rosa Luxemburg había redactado en agosto o septiembre de 1918 un violento ataque contra la política de los bolcheviques en Brest-Litovsk, que sería una «carta de Spartakus». De común acuerdo, Levi, Léviné y Ernst Meyer rehusaron publicarla (Die Rote Fahne, 15 enero 1922).Paul Levi visitó a Rosa Luxemburg en la prisión de Breslau y llegó a convencerla para que renunciase a su publicación. En el momento de su marcha Rosa Luxemburg le entregó el manuscrito sobre la RevoluciónRusa diciéndole: «He escrito este folleto para vosotros; si sólo pudiese convenceros, mi trabajo no habría sido inútil» (Introducción de Paul Levi al Die russische Revolution, pp. 1-2).

[53] Spartakusbriefe, ob. cit. p. 453.

[54] Badia, ob. cit. p. 93.

[55] Ibid., p. 95; Drabkin, Novemberrevolution, 1918, p. 76 y ss.

[56] Drabkin, ob. cit., pp. 82-83.

[57] Die Aktion, n.° 29, 19 julio 1919, p. 484.

[58] Kaiser Wilhelm, II, Ereignisse und Gestalten aus den Jahren 1917-1918, citado por Badia, ob. cit. p. 81.

[59] Badia, ob. cit., p. 81.

[60] E. Kolb, Arbeiterrate in der deutschen Innenpolitik, p. 79.

[61] Entrevista al responsable del grupo, Karl Retzlaw, H. Weber, Der Gründungsparteitag der K.P.D., pp. 20-21, n.° 41.

[62] Vorwarts und..., pp. 468-469.

[63] Paul Frölich ,ob. cit, p. 297, escribe que «él (Levi) había tomado la dirección de la organización después de la muerte de Leo Jogiches». Hay que tomar en consideración este testimonio ya que proviene de un adversario encarnizado de Levi, pero objetivo en sus trabajos históricos.

[64] I.M.L., Moscou, Fonds 19, Dok. u. Mat., II/2, p. 195.

[65] Fritz Globig, ... aber verbunden sind wir mächtig, pp. 232-233.

[66] Unter der roten Fahne, p. 106, et Ibidem.

[67] Unter der roten Fhane, p. 107.

[68] R. Müller, ob. cit, p. 126.

[69] Ibid., p. 127.

[70] Ibid., p. 127.

[71] Cläre Casper-Derfert en Vorwärts und..., pp. 296 y ss. 1918. Erin-nerungen von Veteranen, p. 333; ibid., pp. 409-410, los recuerdos de Hermann Grothe.