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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Revisionismo y planificación

Revisionismo y planificación

Revisionismo y planificación[1]

 

 

9 de enero de 1934

 

 

 

Estimados camaradas:

 

Demás está decir que estos últimos días estudié con mucha atención los periódicos, revistas, actas y cartas que ustedes me enviaron. Gracias a la buena selección del material pude ponerme al tanto, en un lapso rela­tivamente breve, de todo el problema y de la esencia de las diferencias que surgieron en la organización de ustedes. El carácter estrictamente principista de su dis­cusión, desprovisto de toda exageración personal, da una impresión muy favorable del espíritu de su organi­zación y de su nivel moral y político. Sólo me resta ex­presar el sincero deseo de que en la sección belga se mantenga y fortalezca este espíritu, y que éste llegue a ser el que predomine, sin excepción, en todas nuestras secciones.

No pretendo que las consideraciones que me dis­pongo a hacer sobre el problema en cuestión sean muy completas. Estoy lejos de la escena donde se desarrolla la acción. No se puede evaluar solamente a través de los informes periodísticos y los documentos, factores tan importantes como el estado de ánimo de las masas: pa­ra ello es necesario sentir el pulso de las reuniones obreras, lo que, desgraciadamente, está fuera de mi alcance. Sin embargo, en lo que hace a sugerencias ge­nerales sobre cuestiones de principio, la posición del observador de afuera goza tal vez de ciertas ventajas, ya que le permite dejar de lado los detalles y concen­trarse en lo fundamental.

Vayamos ahora al problema.

En primer lugar -y considero que éste es el punto central- no veo ninguna razón que nos obligue a reti­rar la consigna "¡Que el Partido Obrero Belga (POB)[2] tome el poder!.". Por supuesto, cuando planteamos esta consigna por primera vez todos nosotros éramos plena­mente conscientes del carácter de la socialdemocracia belga, que no quiere luchar ni sabe cómo hacerlo, que durante muchas décadas fue utilizada para que jugara el rol de freno burgués de la locomotora proletaria, que teme al poder fuera de una coalición ya que necesita de sus aliados burgueses para rechazar las exigencias de los trabajadores.

Sabemos todo esto. Pero también sabemos que tan­to el régimen capitalista de conjunto como su maquina­ria estatal parlamentaria entraron en una etapa de agu­da crisis que entraña la posibilidad de cambios (relati­vamente) rápidos en el estado de ánimo de las masas y en las combinaciones parlamentarias y gubernamenta­les. Si se tiene en cuenta que la socialdemocracia belga y los sindicatos reformistas dominan absolutamente al proletariado, que la sección belga de la Comintern es absolutamente insignificante y el sector revolucionario extremadamente débil, resulta evidente que de toda la situación política se desprende para el proletariado la idea de un gobierno socialdemócrata.

Ya habíamos considerado que el establecimiento de tal gobierno sería indudablemente un paso adelante. Por supuesto, no en el sentido de que un gobierno de Vandervelde, de de Man[3] y Cía. sea capaz de jugar ningún rol progresivo en el reemplazo del capitalismo por el socialismo, sino en el sentido de que en estas condiciones la experiencia de un gobierno socialdemócrata sería muy importante para el desarrollo revolucio­nario del proletariado. Por lo tanto, la consigna de gobierno socialdemócrata no se planteó para una coyuntura excepcional sino para un período político más o menos prolongado. Podríamos abandonar esa consig­na solamente si la socialdemocracia -antes de llegar al poder- comenzara a debilitarse mucho, cediendo su influencia a un partido revolucionario, pero, por cierto, hoy tal perspectiva es puramente teórica. Ni la situa­ción política general ni la relación de fuerzas dentro del proletariado permiten retirar la consigna "¡El poder a la socialdemocracia!"

El plan de de Man, llamado en forma rimbombante "plan obrero" (sería más correcto llamarlo "plan para engañar a los trabajadores"), de ninguna manera puede hacernos dejar de lado la consigna política cen­tral de este período. El "plan obrero" será un instru­mento nuevo o renovado del conservadurismo democrá­tico-burgués (o incluso semidemocrático). Pero el pro­blema está en que la extrema intensidad de la situa­ción, la inminencia del peligro que amenaza la existencia misma de la propia socialdemocracia, la obligan a empuñar contra su voluntad esa arma de doble filo, por insegura que sea desde el punto de vista conservador-democrático.

El equilibrio dinámico del sistema capitalista desa­pareció para siempre; el equilibrio del sistema parlamentario se resquebraja y se derrumba. Finalmen­te -y éste es un eslabón de la misma cadena el equilibrio conservador del reformismo, que se ve obli­gado a denunciar públicamente al régimen burgués para salvarlo, comienza a vacilar. Esta situación rebosa de grandes posibilidades revolucionarias (y también de muchos peligros). No sólo no tenemos que dejar de lado la consigna "El poder a la socialdemocracia" sino, por el contrario, debemos darle un carácter mucho más combativo y contundente.

Entre nosotros no hace falta decir que esta consigna no debe contener ni una sombra de hipocresía, contradicciones, disimulo de las contradicciones, diplomacia, confianza explícita o implícita. Dejémosles a los socialdemócratas la mantequilla y la miel (al estilo de Spaak).[4] Para nosotros nos reservamos el vinagre y la pimienta.

En el material que me envían se expresa la opinión de que a las masas trabajadoras les es absolutamente indiferente el "plan obrero" y están en general muy aplastadas; en esas condiciones la consigna "El poder a los socialdemócratas" sólo sirve para crear ilusiones y desalentarlas posteriormente. Desde acá me es impo­sible hacerme una idea clara de la situación de todos los sectores y grupos del proletariado belga; sin embargo, acepto plenamente la posibilidad de cierto agotamiento nervioso y cierta pasividad en los trabajadores. Pero, en primer lugar, esta situación no es definitiva; es más probable que sea de expectativa y no de desesperación. Por supuesto, ninguno de nosotros cree que el proleta­riado belga ya no pueda luchar en los años venideros. Hay en él mucha amargura, odio y resentimiento laten­tes que buscan una salida. Para salvarse de la ruina, la socialdemocracia necesita un cierto movimiento de los trabajadores. Debe asustar a la burguesía para que sea más complaciente. Por supuesto, tiene un miedo mortal de que este movimiento la supere. Pero dada la absoluta insignificancia de la Comintern, la debilidad de los grupos revolucionarios y la impresión todavía viva de la experiencia alemana, el peligro inmediato para la socialdemocracia proviene de la derecha y no de la izquierda. Sin estos requisitos la consigna "El poder a la socialdemocracia" no tendría sentido.

Nadie de nosotros duda de que el plan de de Man y la agitación que en relación con él haga la socialdemo­cracia sembrarán ilusiones y provocarán decepciones. Pero la socialdemocracia, con su influencia sobre el proletariado y su plan, su congreso de Navidad y su agitación, son hechos objetivos; no podemos eliminarlos ni pasarlos por alto. Nuestro objetivo es doble: primero, explicar a los obreros avanzados el sentido político del "plan", es decir las maniobras de la socialdemocracia en todas sus etapas; segundo, demostrar en la práctica a sectores cada vez más amplios de trabajadores que en la medida que la burguesía trata de poner obstáculos a la realización del plan nosotros luchamos hombro a hombro con ellos para ayudarlos a hacer la experiencia. Compartimos las dificultades de la lucha pero no sus ilusiones. Sin embargo, nuestra crítica a las ilusiones no debe aumentar la pasividad de los obreros dándole una seudo justificación teórica, sino, por el contrario, tiene que impulsarlos hacia ade­lante. En estas condiciones, la inevitable decepción sobre el "plan obrero" no profundizará la pasividad sino, por el contrario, el vuelco de los obreros hacia una posición revolucionaria.

Dentro de unos días le dedicaré un artículo especial al plan en sí. Debido al carácter sumamente urgente de esta carta, aquí me veo obligado a limitarme a unas pocas palabras. En primer lugar, considero incorrecto asimilar el plan a la política económica del fascismo. Cuando el fascismo (antes de tomar el poder) plantea la consigna de nacionalización como medio de lucha con­tra el "supercapitalismo", simplemente se apropia la fraseología del programa socialista. En el plan de de Man tenemos -con las características burguesas de la socialdemocracia- un programa de capitalismo de estado que la propia socialdemocracia, sin embargo, hace pasar como comienzo de socialismo, y que realmente puede llegar a ser un comienzo de socialismo a pesar y en contra de la socialdemocracia.

En mi Opinión, dentro de los límites del programa económico ("plan obrero"), tenemos que plantear los siguientes tres puntos:

1. Sobre la expropiación con pago. Considerándolo en abstracto, la revolución socialista no excluye todas las formas de indemnización sobre la propiedad capita­lista. En un momento dado Marx expresó que "sería bueno pagarle a esa pandilla" (los capitalistas). Antes de la Guerra Mundial esto era más o menos posible. Pero teniendo en cuenta la actual perturbación del sistema económico nacional y mundial y el empobrecimiento de las masas, vemos que la indemnización es una operación ruinosa que desde el primer momento le crearía al nuevo régimen dificultades realmente insuperables. Con las cifras en la mano podemos y te­nemos que explicárselo a los trabajadores.

2. Simultáneamente con la consigna de expropiación sin pago tenemos que plantear la de control obrero. A pesar de lo que dice de Man (ver Le Mouvement Syndical Belge, 1933, N° 11, pág. 297), la nacionalización y el control obrero no se excluyen en lo más mí­nimo. Aun si el gobierno estuviera en la extrema izquierda y lleno de buenas intenciones, estaríamos a favor del control obrero sobre la industria y la circula­ción; no queremos una administración burocrática so­bre la industria nacionalizada; exigimos la participa­ción directa de los propios trabajadores en el control y la administración a través de los comités de taller, los sindicatos, etcétera. Sólo de este modo podemos sentar en el terreno económico las bases fundamentales de la dictadura proletaria.

3. El plan no dice nada especifico respecto a la propiedad de la tierra. Necesitamos una consigna para los obreros agrícolas y los campesinos más pobres. Voy a dedicar un párrafo especial a este problema.

Es necesario considerar ahora el aspecto político del plan. Al respecto surgen naturalmente dos cuestiones: 1) el método de lucha para la concreción del plan (en especial el problema de la legalidad y la ilegalidad) y 2) la actitud hacia la pequeña burguesía de la ciudad y el campo.

De Man, en su discurso programático publicado por el periódico sindical, rechaza categóricamente la lucha revolucionaria (huelga general e insurrección). ¿Se puede esperar otra cosa de esta gente? Más allá de las reservas individuales y los cambios cuyo objetivo es consolar a los simplones de izquierda, la posición oficial del partido sigue siendo el cretinismo parlamentario. Los principales ataques de nuestra crítica tienen que estar dirigidos en este sentido, no sólo contra el partido de conjunto sino también contra su ala izquierda (ver más abajo). Este aspecto de la cuestión, el de los méto­dos de lucha por la nacionalización, se señala con igual precisión y corrección por ambas partes en la discusión de ustedes, de modo que no hace falta abundar mucho más al respecto.

Deseo plantear sólo un "pequeño" punto. ¿Pueden estos señores pensar seriamente en la lucha revolucio­naria cuando en lo profundo de sus corazones son... monárquicos? Es un gran error creer que en Bélgica el poder del rey es una ficción. Por empezar, esta ficción cuesta dinero y habría que eliminarla aunque más no fuera por consideraciones económicas. Pero éste no es el aspecto fundamental del asunto. En las épocas de crisis social los fantasmas a menudo se vuelven de carne y hueso. El rey de Bélgica, siguiendo el ejemplo de su colega italiano, puede jugar el mismo rol que en Alemania jugó, ante nuestros propios ojos, Hinden­burg, el lacayo de Hitler. Una serie de actitudes del rey belga en el último período señalan claramente esta tendencia. Quien quiere luchar contra el fascismo tiene que empezar luchando por la liquidación de la monarquía. No debemos permitir que alrededor de este problema la socialdemocracia, utilice para ocultarse, todo tipo de triquiñuelas y reservas.

Plantear las cuestiones estratégicas y tácticas de manera revolucionaria no significa, sin embargo, que nuestra crítica no siga también a la socialdemocracia hasta su escondite parlamentario. Las próximas eleccio­nes se realizaran tan solo en 1936; hasta ese momento la alianza entre los reaccionarios capitalistas y el ham­bre tendrá tiempo de cortarle tres veces la cabeza a la clase obrera. Debemos plantearles en toda su agudeza este problema a los obreros socialdemócratas. Hay una sola manera de acelerar las elecciones: impedir el funcionamiento del parlamento actual oponiéndosele abiertamente, lo que lleva a la obstrucción parlamenta­ria. Hay que señalar a Vandervelde, de Man y Cía. no sólo porque no desarrollan la lucha extraparlamenta­ria revolucionaria sino también porque su actividad par­lamentaria no sirve para preparar, posibilitar y concre­tar su propio "plan obrero". También el obrero socialdemócrata común, que todavía no llegó a la comprensión de los métodos de la revolución proletaria, enten­derá claramente las contradicciones y la hipocresía que se plantean en este terreno.

No es menos importante el problema de la actitud hacia las clases medias. Sería tonto acusar a los refor­mistas de seguir "el camino del fascismo" porque quieren ganarse a la pequeña burguesía. Nosotros tam­bién queremos ganarla. Esta es una de las condiciones esenciales para el éxito total de la revolución pro­letaria. Pero hay cuernos y cuernos, como dice Molière. Un vendedor ambulante o un campesino pobre son pequeños burgueses, pero un profesor, el común de los oficiales condecorados o de los ingenieros también lo son. Tenemos que elegir entre ellos. El parlamentarismo capitalista (y no existe otro) conduce a que los Señores Abogados, Oficiales, Periodistas aparezcan como los representantes diplomados de los hambrien­tos artesanos, vendedores ambulantes, pequeños ofici­nistas y campesinos semiproletarios. Y son abogados, funcionarios y periodistas los parlamentarios de extrac­ción pequeñoburguesa a los que el capital financiero lleva de la nariz o simplemente soborna.

Cuando Vandervelde, de Man y Cía. hablan de ganar para el "plan" a la pequeña burguesía, no piensan en las masas sino en sus "representantes" diplomados, es decir en los corruptos agentes del capital financiero. Cuando nosotros hablamos de ganar a la pequeña burguesía pensamos en la liberación de las masas explotadas y sumergidas de sus representantes políticos diplomados. La situación desesperada de las masas pequeñoburguesas de la población desborda totalmente a los viejos partidos pequeñoburgueses (demócratas, católicos y otros). El fascismo lo comprendió. No buscó ni busca ninguna alianza con los "líderes" en bancarrota de la pequeña burguesía; aparta a las masas de su influencia, es decir, realiza a su modo y beneficio de la reacción la tarea que los bolcheviques llevaron a cabo en Rusia en beneficio de la revolución. Precisamente así se plantea ahora el problema también en Bélgica. Los partidos pequeñoburgueses, o las alas pequeñoburguesas de los grandes partidos capitalistas, están destinados a desaparecer junto con el parlamen­tarismo, el terreno en que ellos se desenvuelven. El nudo de la cuestión reside en quién guiará a las masas pequeñoburguesas oprimidas y engañadas: el prole­tariado bajo una dirección revolucionaria o la agencia fascista del capital financiero.

Así como de Man no quiere una lucha revolucionaria del proletariado y teme aplicar en el parlamento una valiente política de oposición que pueda llevar a la lucha revolucionaria, tampoco quiere e igualmente teme una verdadera lucha en favor de las masas peque­ñoburguesas. Comprende que en sus profundidades se ocultan grandes reservas de protesta, amargura y odio, que pueden transformarse en pasiones revolucio­narias y peligrosos "excesos", es decir, volcarse a la revolución. En cambio, de Man busca aliados parlamentarios, pobres demócratas, católicos, parientes carnales de la derecha, que lo necesitan como baluarte contra los posibles excesos revolucionarios del proletariado. Tenemos que lograr que a los obreros reformis­tas, en su experiencia cotidiana, les quede claro este aspecto del problema. ¡Por una estrecha alianza del proletariado con las masas pequeñoburguesas oprimi­das de la ciudad y del campo, contra la coalición guber­namental con los representantes y traidores políticos de la pequeña burguesía!

Algunos camaradas expresan la opinión de que el solo hecho de que la socialdemocracia salga al frente con el "plan obrero" tiene que sacudir a las clases medias, facilitándole de este modo la tarea al fascismo dada la pasividad del proletariado. Por supuesto, si el proletariado no pelea el fascismo triunfará. Pero este peligro no es consecuencia del "plan" sino de la gran influencia de la socialdemocracia y de la debilidad del partido revolucionario. La no participación de la socialdemocracia alemana en el gobierno burgués le allanó el camino a Hitler. La abstención puramente pasiva por parte de Blum de toda participación en el gobierno también creará las condiciones para el avance del fas­cismo. Finalmente, el anuncio del ataque al capital financiero sin la correspondiente lucha revolucionaria de masas acelerará inevitablemente el trabajo del fas­cismo belga. Por lo tanto, el problema no es el "plan" sino el papel traidor de la socialdemocracia y el rol fatal de la Comintern. En la medida en que la situación gene­ral, y en especial la suerte que le cupo a la socialdemo­cracia alemana, obliguen a su hermana menor belga a adoptar la política de "nacionalización", surgirán nuevas posibilidades revolucionarias junto a los viejos peligros ya planteados. No verlas sería el mayor de los errores. Tenemos que aprender a golpear al enemigo con sus propias armas.

Sólo si continuamos señalándoles incansablemente a los obreros el peligro fascista estaremos en condicio­nes de utilizar las nuevas posibilidades. Para realizar cualquier plan hay que preservar y fortalecer las orga­nizaciones obreras. En consecuencia, es necesario de­fenderlas antes que nada de las bandas fascistas. Sería la peor estupidez creer que un gobierno democrático, aun encabezado por la socialdemocracia, podría salvar del fascismo a los trabajadores con un decreto que prohíba a los fascistas organizarse, armarse, etcétera. Ninguna medida policial servirá de nada si los obreros no aprenden a enfrentar a los fascistas. La organización de la defensa proletaria, la creación de las milicias obreras es la primera e impostergable tarea. Quien no apoye esta consigna y no la lleve a la práctica no merece el nombre de revolucionario proletario.

Queda sólo por mencionar nuestra actitud hacia la socialdemocracia de izquierda. No tengo la menor intención de plantear aquí algo definitivo, ya que hasta ahora no pude seguir la evolución de este grupo. Pero lo que leí estos últimos días (una serie de discursos de Spaak, su discurso en el congreso del partido, etcétera) no me produjo una impresión favorable.

Cuando Spaak quiere caracterizar la relación entre la lucha legal e ilegal cita como autoridad... a Otto Bauer, [5] o sea el teórico de la impotencia legal e ilegal. "Dime quiénes son tus maestros y te diré quién eres." Pero dejemos la esfera de la teoría y volvamos a los pro­blemas políticos concretos.

Spaak tomó el plan de de Man como base de su cam­paña y votó por él sin ninguna reserva. Se puede alegar que Spaak no quiso darles a Vandervelde y Cía. la oportunidad de provocar una ruptura, de separar del partido a la débil y todavía desorganizada ala izquierda; se replegó para poder dar mejor el salto después. Tal vez ésas hayan sido sus intenciones, pero en polí­tica no juzgamos por las intenciones sino por los he­chos. Se puede comprender la actitud cuidadosa de Spaak en la conferencia, su llamado a luchar con toda decisión por la aplicación del plan, sus declaraciones sobre la disciplina, teniendo en cuenta la situación de la oposición de izquierda dentro del partido. Pero Spaak hizo algo más: expresó su confianza moral en Vandervelde y su solidaridad política con de Man, tanto res­pecto a los objetivos abstractos del plan como a los métodos concretos de lucha.

Es especialmente inadmisible lo que dijo Spaak en cuanto a que no podemos exigir que los dirigentes del partido nos digan cuál es su plan de acción, con qué fuerzas cuentan, etcétera. ¿Por qué no podemos? ¿Por razones confidenciales? Pero si Vandervelde y de Man tienen asuntos confidenciales, no es con los obre­ros revolucionarios en contra de la burguesía sino con los políticos burgueses en contra de los obreros. ¡Y nadie exige que los asuntos confidenciales se hagan públicos en un congreso! Es necesario plantear el plan general de movilización de los trabajadores y las perspectivas de lucha. Con su declaración Spaak realmente ayudó a Vandervelde y de Man a no pronunciarse so­bre las cuestiones estratégicas más importantes. En este caso tenemos todo el derecho de hablar de secretos entre los dirigentes de la oposición y los de la mayoría en contra de los trabajadores revolucionarios. El hecho de que Spaak haya arrastrado también a la Joven Guardia Socialista al camino de la confianza centrista no hace más que agravar su culpa.

La Federación de Bruselas introdujo en el congreso una resolución "de izquierda" sobre la lucha constitu­cional y revolucionaria. La resolución es muy débil, de carácter legalista y no político, está escrita por un abo­gado y no por un revolucionario ("si la burguesía viola la Constitución, nosotros también lo haremos...") En vez de plantear abiertamente el problema de la preparación de la lucha revolucionaria, la resolución "de izquierda" lanza una amenaza literaria contra la burguesía. ¿Pero qué pasó en el congreso? Después de las más necias declaraciones de de Man, quien, co­mo sabemos, considera que la lucha revolucionaria es un mito pernicioso, la Federación de Bruselas simple­mente retiró su moción. No se puede considerar revo­lucionarios serios a quienes se satisfacen tan fácilmente con declaraciones vacías y mentirosas. Y el castigo no tardó en llegar. Al día siguiente, Le Peuple comentó la resolución del congreso en el sentido de que el partido se atendrá estrictamente a los lineamientos constitucionales, es decir, "luchará" dentro de los límites que le fija el capital financiero con la colaboración del rey, los jueces y la policía. El periódico de la izquierda, Action Socialiste, lloró lágrimas amargas: ¿Por qué ayer, ayer no más, "todos" estaban de acuerdo con la resolución de Bruselas, mientras que hoy?… ¡Ridícu­las lamentaciones! "Ayer" se engañó a los izquierdis­tas para que retiraran la moción. Y "hoy" los expertos bandidos burocráticos le dieron a la malhadada oposición un pequeño tirón de orejas ¡Se lo merecen! Estos asuntos siempre se manejan así. Pero no son más que los retoños; los frutos vendrán después.

Ocurrió más de una vez que la oposición socialdemócrata desarrolle una crítica sumamente izquierdis­ta mientras no se vea obligada a hacer nada. Pero cuando llega el momento decisivo (movimiento huelguístico de masas, amenaza de guerra, peligro de derroca­miento de un gobierno, etcétera), la oposición arría inmediatamente sus banderas y les abre a los enloda­dos dirigentes del partido un nuevo crédito de confian­za, demostrando así que no es más que una rama del tronco reformista. La oposición socialista de Bélgica está pasando ahora por su primera prueba seria. Nos vemos obligados a decir que enseguida tomó por mal camino. Debemos seguir sus pasos atentamente y sin prejuicios, sin exagerar en la crítica, sin perdernos en charlas insensatas sobre el "social-fascismo", pero sin hacernos ilusiones sobre la verdadera calidad teórica y de lucha de este grupo. Para ayudar a avanzar a los mejores elementos de la oposición izquierdista hay que decir las cosas como son.

Me apresuro con esta carta para que les llegue antes de la conferencia del 14 de enero; por eso no está muy acabada y la exposición tal vez no es muy sistemática. Para concluir, me permito expresarles mi sincera con­vicción de que la discusión de ustedes terminará en una armónica resolución que garantizará la más abso­luta unidad de acción. Toda la situación permite prever un serio crecimiento de la organización en el próximo período. Si los dirigentes de la oposición socialdemócrata capitulan por completo, la dirección del sector revolucionario del proletariado recaerá en­teramente sobre ustedes. Si, por el contrario, el ala iz­quierda del partido reformista avanza hacia el marxismo, encontraran en ellos un aliado militante y un puen­te hacia las masas. Con una política clara y homogénea tienen plenamente garantizado el éxito. ¡Viva la sección belga de los bolcheviques leninistas!

 

G.G. [León Trotsky]



[1] Revisionismo y planificación. The New International [La Nueva Internacional], marzo de 1945. Firmado "G.G." Era una carta a la sección belga de la Liga Comunista. Hasta abril de 1940 The New International fue la revista del Partido Socialista de los Trabajadores [norteamericano]; luego de la ruptura que tuvo lugar entonces en el SWP y en la cuarta Internacional, pasó a ser la publicación de una minoría revisionista dirigida por Max Shachtman; dejó de publicarse en 1958, cuando el grupo de Shachtman entró al Partido Socialista. En mayo de 1940 el SWP comenzó a publicar Fourth International (Cuarta Internacional).

[2] El Partido Obrero Belga (POB) era la sección belga de la Segunda Inter­nacional. Sus afiliados jóvenes se nucleaban en la Joven Guardia Socialista (JGS) y su periódico era Le Peuple (El Pueblo).

[3] Hendrik de Man (1885-1953): dirigente del ala derecha del Partido Obrero Belga que en 1933 ideó un "plan obrero" para terminar con la depresión y promover la producción, plan que se ganó el apoyo del movimiento obrero belga. Ver otros artículos sobre el plan de de Man en Escritos 1934-1935 y en ¿Adónde va Francia? (Buenos Aires, Pluma, 1974)

[4] Paul-Henri Spaak (1899-1972): dirigente del ala izquierda del Partido Obrero Belga y de 1933 a 1934 director del periódico izquierdista Action Socialiste. Visitó a Trotsky en Saint-Palais y le pidió consejo. Pero fueron otros los consejos que siguió, ya que en 1935 pasó a formar parte del gabinete belga y en la década del 50 fue secretario general de la OTAN.

[5] Otto Bauer (1882-1939): e1 principal teórico del austro-marxismo, dirigente de la socialdemocracia austríaca y fundador, junto con Friedrich Adler, de la Internacional Dos y Media (1921-1923).



Libro 3