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Boletín Nº 12 (julio/agosto 2009)

Se aproxima la hora decisiva. Respecto de la situación en Francia

Se aproxima la hora decisiva. Respecto de la situación en Francia

León Trotsky

18 de diciembre de 1938

 

Traducido especialmente para este boletín por Rossana Cortez de “L’heure de la Décision approche”, Œuvres N.º 19, octubre-diciembre de 1938, París, Publication de L’Institut León Trotsky, 1979, p. 250-259, artículo tomado de un original en ruso, con permiso de la Houghton Library. Se trata de un balance de la situación francesa luego del acuerdo de Munich y de la huelga general del 30 de noviembre. (Nota original en francés). Las notas fueron preparadas para esta edición, salvo las que tengan aclaración en contrario.

 

Cada día, sin depender de nuestra voluntad, estamos seguros de que la tierra gira alrededor de su eje. Igualmente, las leyes de la lucha de clases existen independientemente de que nosotros reconozcamos o no su existencia. Siguen existiendo a pesar de la política del Frente Popular. La lucha de clases hace del Frente Popular su instrumento. Después de la experiencia de Checoslovaquia, es el turno de Francia[1]: incluso las mentes más limitadas y más atrasadas tienen una nueva oportunidad para aprender algo. El Frente Popular es una coalición de partidos. Toda coalición, es decir, toda alianza sobre una base amplia, necesariamente tiene el programa del más moderado de los partidos que se han unido. El Frente político en Francia significaba desde el principio que los socialistas y comunistas ponían su actividad política bajo el control de los radicales. En las banderas del partido radical se lee: “patriotismo”, “democracia”. El “patriotismo” es la defensa del imperio colonial francés; la “democracia” no representa nada real, pero sirve simplemente para atar a las clases pequeñoburguesas al carro del imperialismo. Y precisamente porque los radicales ligan el imperialismo expoliador a un democratismo aparente, están obligados a mentir, a engañar a las masas populares, mucho más que cualquier otro partido. Se puede decir sin exagerar que el partido de Herriot-Daladier[2] es el más depravado de todos los partidos franceses, representando una suerte de caldo de cultivo para los carreristas, los individuos interesados, los negocios de la Bolsa y, en general, para los aventureros de toda especie[3]. Como los partidos del Frente Popular no podían ir más allá del programa de los radicales, esto, en la práctica, dio como resultado subordinar a los obreros y a los campesinos al programa imperialista del ala más corrupta de la burguesía.

El Frente Popular justifica su política por la necesidad de la unión del proletariado y de la “pequeño burguesía”. ¡No puede concebirse una mentira mayor! El partido radical representa a los intereses de la gran burguesía, y no los de la pequeño burguesía. Básicamente, es el aparato político de la explotación de la pequeño burguesía por el imperialismo. Por eso, la unión con el partido radical no es una alianza con la pequeño burguesía, sino con sus explotadores. No se puede realizar una verdadera alianza de obreros y campesinos con la pequeño burguesía más que enseñando a la pequeño burguesía cómo librarse del partido radical, cómo emanciparse de su yugo de una vez por todas. Pero esto es lo contrario a lo que hace el Frente Popular; al entrar en este “frente”, socialistas y comunistas le endosan la responsabilidad de la política al partido radical, y así lo ayudan a explotar y engañar a las masas populares.

En 1936, socialistas, comunistas y anarcosindicalistas ayudaron al partido radical a frenar y atomizar el poderoso movimiento revolucionario. El gran capital ha logrado, en el curso de los dos años y medio que han transcurrido, recuperarse un poco de su pánico. El Frente Popular, que había jugado su rol de freno, se volvió molesto para la burguesía. La orientación de la política internacional del imperialismo francés también se modificó. La alianza con la URSS estaba considerada como poco rentable y riesgosa, mientras que la alianza con Alemania era indispensable. Los radicales recibieron la orden del capital financiero de romper con sus aliados socialistas y comunistas. Como siempre, ejecutaron sus órdenes sin chistar[4]. La ausencia de oposición en el seno del partido radical frente a este giro ha demostrado una vez más que este partido es imperialista por esencia y “democrático” solamente de palabra. El gobierno radical, rechazando todas las lecciones de la Internacional Comunista sobre el “frente único de las democracias”, se acerca a la Alemania fascista, y en ese camino, se desembaraza de todas esas “leyes sociales” que fueron el subproducto del movimiento obrero en 1936[5]. Todo esto se ajusta a las duras leyes de la lucha de clases, entonces, era previsible –y estaba previsto.

Pero socialistas y comunistas, como ciegos pequeñoburgueses que son, fueron tomados de improviso y manifestaron su turbación con declaraciones hipócritas: ¡cómo, a nosotros los patriotas, los demócratas, que hemos ayudado a restablecer el orden, a domesticar al movimiento obrero y hemos servido inestimablemente a la “República”, es decir, a la burguesía imperialista, ahora nos echan sin ceremonia! De hecho, precisamente porque han ayudado a la burguesía todo lo posible y más, se desembarazan de ellos. El reconocimiento no jugó nunca el menor rol en la lucha de clases.

La indignación de las masas engañadas es grande. Jouhaux, Blum, Thorez[6] están obligados a hacer algo para no perder crédito definitivamente. En respuesta al movimiento espontáneo de los obreros, Jouhaux proclama la “huelga general”, la protesta de “brazos cruzados”. Protesta legal, pacífica, y totalmente inofensiva. “Una huelga de 24 horas”, explica con una respetuosa sonrisa dirigida a la burguesía[7]. La orden no será alterada, los trabajadores guardarán la calma y la dignidad, no le tocarán ni un pelo a las clases dirigentes. “¿Es posible que no me conozcan, señores banqueros, industriales y generales? ¿Han olvidado que les aseguré su salvación durante la guerra de 1914-1918?” Blum y Thorez le hacen eco al secretario general de la CGT. “La protesta debe ser pacífica, sólo debe ser una protesta modesta, simpática, patriótica”. En ese momento, Daladier militariza a una gran cantidad de obreros, y organiza la preparación de las tropas. Frente al proletariado de brazos cruzados, la burguesía, recuperada de sus temores gracias al Frente Popular, no se apresta para nada a cruzarse de brazos: está segura de beneficiarse de la desmoralización generada por el Frente Popular en las filas obreras para asestar un golpe decisivo. En tales condiciones, la huelga no podía terminar de otra manera que en un fracaso.

Los trabajadores franceses acaban de pasar por un período de huelgas tormentosas, con ocupación de fábricas. La próxima etapa que atravesarán no puede ser otra que la huelga general auténticamente revolucionaria, que ponga a la orden del día la conquista del poder. Nadie está en condiciones de enseñar a las masas obreras, y nadie les indica otra salida a esta crisis interna, otro medio de combatir el fascismo y la guerra que se aproximan. Todo proletario dotado de razón comprende que después de la huelga de 24 horas “de brazos cruzados”, la situación no será mejor sino peor. En particular, muchos trabajadores corren el riesgo de pagarla cruelmente –perdiendo su trabajo, pagando multas, yendo a prisión[8] ¿en nombre de qué?. “En ningún caso, jura solemnemente Jouhaux, se alterará el orden”. Todo seguirá como entonces: la propiedad, la democracia, las colonias, y con ellas: la miseria, la vida cara, la reacción y el peligro de guerra. Las masas son capaces de grandes sacrificios, con la condición de tener grandes perspectivas políticas ante ellas. Deben saber claramente cuál es el objetivo, cuáles son los métodos, quién es el amigo, y quién el enemigo. Por el contrario, los dirigentes de las organizaciones obreras han hecho todo lo posible para sembrar la confusión y la desorganización en el proletariado.

Todavía ayer, el partido radical se vanagloriaba de ser el eje del Frente Popular, de llevar el estandarte del progreso, de la democracia, de la paz… A decir verdad, los trabajadores casi no confiaban en los radicales. Pero han tolerado a los radicales en la medida en que confiaban en los partidos socialista y comunista y en la organización sindical. La ruptura en la cúpula se ha producido, como siempre en casos semejantes, de manera inesperada. Se mantuvo en la ignorancia a las masas hasta último momento. Peor: es la manera en que se ha “informado” constantemente a las masas lo que permitió a la burguesía agarrarlas de improviso. Y a pesar de esto, los trabajadores, por su cuenta, comenzaron a organizarse para la lucha. Presos en sus propias redes, los “jefes” llaman a las masas –no se rían- a la “huelga general”. ¿Contra quién? Contra los amigos de las vísperas. ¿En nombre de quién? Nadie lo sabe ciertamente. El oportunismo acompaña siempre estos accesos de aventurerismo.

La huelga general es, por naturaleza, un medio de lucha revolucionaria. El proletariado como clase se une a la huelga general contra el enemigo de clase. Decretar la huelga general es absolutamente incompatible con el Frente Popular, que significa alianza con la burguesía. Los despreciables burócratas de los partidos socialista y comunista y de los sindicatos, no ven en el proletariado más que el instrumento que sirve para sus arreglos secretos con la burguesía. Se les proponía a los trabajadores pagar muy caro una simple manifestación; tantas víctimas sólo habrían tenido sentido si se tratara de una lucha decisiva. ¡Como si arbitrariamente se pudiera orientar millones de hombres a izquierda y a derecha, según el gusto de las alianzas parlamentarias! Fundamentalmente, Jouhaux, Blum y Thorez han hecho todo para asegurar el fracaso de la huelga general. Ellos le temen a la lucha, tanto como la burguesía; y al mismo tiempo, se esfuerzan en forjar una justificación ante el proletariado. Es una astucia de guerra clásica de los reformistas: preparar el fracaso de la acción de masas y cargar a las masas con la responsabilidad del fracaso o, lo que no es mejor, vanagloriarse de una victoria que no fue. No es sorprendente que el oportunismo, adornado con dosis homeopáticas de aventurerismo, no le dé a las masas más que derrotas y humillaciones.

El 9 de junio de 1936 escribíamos: “La revolución francesa ha comenzado”. Se puede pensar que este diagnóstico fue desmentido. En realidad, la cuestión es más compleja. Que la situación política objetiva en Francia ha sido y sigue siendo revolucionaria, no hay dudas de ello: hay crisis en la posición internacional del imperialismo francés, y junto con esto, crisis interna del capitalismo francés, crisis financiera del Estado, crisis política de la democracia; hay una extraordinaria confusión en la burguesía, una ausencia absoluta de salidas según los viejos esquemas tradicionales. Sin embargo, como lo ha demostrado Lenin, en 1915: “Toda situación revolucionaria no produce una revolución. Esta se produce solamente… si a las transformaciones objetivas se le agrega el cambio subjetivo, es decir, si la clase revolucionaria se muestra capaz de llevar adelante la acción revolucionaria de masas con suficiente fuerza… para derrocar el viejo gobierno, que nunca, incluso en período de crisis, “cae” si no se lo “hace caer”. La historia reciente ha confirmado trágicamente que “toda situación revolucionaria no produce una revolución” y que la situación revolucionaria cambia a contrarrevolución si, a los factores objetivos no se agregan al mismo tiempo los factores subjetivos, es decir, la ofensiva revolucionaria de la clase revolucionaria.

La grandiosa corriente de la huelga de 1936 ha demostrado que el proletariado francés estaba dispuesto a la lucha revolucionaria, y que ya estaba encaminado en la vía del combate. En ese sentido, teníamos pleno derecho a escribir: “La revolución francesa ha comenzado”. Pero si “toda situación revolucionaria no produce una revolución”, va de suyo que toda revolución que ha comenzado no está asegurada de progresar luego rápidamente. El inicio de la revolución, que arroja a la arena política a las jóvenes generaciones, siempre está impregnado de ilusiones, inocentes esperanzas y confianza. En general, hace falta que la revolución sufra un violento ataque por parte de la reacción para dar un paso adelante con mayor resolución. Si la burguesía francesa respondía a las huelgas y a las manifestaciones con medidas policíacas y militares –y esto se produciría inevitablemente si no hubiera tenido a su servicio a Blum, Jouhaux, Thorez y compañía, el movimiento pasaría rápidamente a un estadio más avanzado, la lucha por el poder estaría inevitablemente a la orden del día. Pero el recurso de la burguesía a los servicios del Frente Popular es un falso retroceso, una concesión temporaria. A la presión de los huelguistas, le opuso el ministerio de Blum, que apareció ante los trabajadores como su gobierno, o casi. La CGT y la Internacional Comunista han aportado con todas sus fuerzas su apoyo a este engaño.

Para llevar adelante el combate revolucionario por el poder, hay que tener una visión clara de la clase a la que hay que arrancarle el poder. Los trabajadores no han reconocido a su enemigo, porque llevaba la máscara de otro. Además, los instrumentos de combate por el poder: partido, sindicatos, consejos obreros, son necesarios. Estos instrumentos les han sido confiscados a los trabajadores, los jefes de las organizaciones obreras han construido un muro impenetrable alrededor del poder de la burguesía para enmascararla, volverla irreconocible. Es así que la revolución que comenzaba fue frenada, interrumpida, desmoralizada.

Los dos años y medio que han transcurrido han mostrado paso a paso la debilidad, el carácter mentiroso, hipócrita del Frente Popular. Lo que los trabajadores han tomado por un gobierno “popular” se ha demostrado simplemente la máscara temporaria de la burguesía. Esta máscara ha caído ahora. La burguesía cree, visiblemente, que los trabajadores han sido suficientemente engañados y están debilitados, que el peligro inmediato de revolución ha pasado. En el ánimo de la burguesía, el gobierno Daladier no es más que un pequeño paso hacia un gobierno más fuerte, más serio, de la burguesía imperialista.

¿Es correcto el diagnóstico de la burguesía? ¿Realmente ha pasado el peligro inmediato? Dicho de otro modo: ¿la revolución ha sido postergada para un futuro indeterminado, es decir, lejano? Absolutamente nada lo demuestra. Semejante certeza es, por lo menos, apresurada y prematura. La crisis actual no ha dicho su última palabra. En todo caso, que la burguesía se muestre optimista no asusta para nada al partido revolucionario, que es el primero en acudir al campo de batalla y el último en dejarlo.

La “democracia” hoy es el privilegio de algunas naciones muy poderosas y ricas, explotadoras y esclavistas. Francia es una de ellas, pero es el eslabón más débil. Su peso particular en la economía, desde hace tiempo, no está en relación con su posición en el mundo, herencia del pasado. Por eso, la Francia imperialista hoy es víctima de la historia y no puede escapar a su destino. La democracia parlamentaria en Francia está condenada. Los elementos que fundamentan una situación revolucionaria no solamente no han desaparecido en el transcurso de los dos o tres últimos años, sino que, al contrario, se han fortalecido al extremo. La situación internacional e interna del país ha empeorado extraordinariamente. El peligro de la guerra se está acercando. Si bien el miedo de la burguesía se ha apaciguado, la conciencia general de que no hay salida, por el contrario, se ha vuelto mucho más aguda.
Pero, ¿cómo se presenta la situación desde el punto de vista de los “factores subjetivos”, es decir, de la preparación del proletariado para el combate? Este problema, justamente porque concierne al terreno subjetivo y no objetivo, no tiene respuesta precisa a priori. Lo que es decisivo, es la realidad viva, es decir, el curso real de la lucha. Pero tenemos puntos de referencia, que son ciertos aspectos muy importantes de la situación, para apreciar al factor subjetivo: podemos constatar que tiene un gran lugar en la experiencia de la última “huelga general”.

Lamentablemente, no podemos analizar aquí en detalle la lucha de los trabajadores franceses de la última quincena de noviembre a los primeros días de diciembre. Pero para el tema que nos interesa, basta con los datos más generales. La participación en la huelga con manifestaciones de 2.000.000 de trabajadores aproximadamente, frente a los 5.000.000 de miembros de la CGT (al menos en los papeles) es una derrota. Pero si se consideran las condiciones políticas descriptas más arriba, y en particular, el hecho de que los principales “organizadores” de la huelga eran, al mismo tiempo, los principales rompehuelgas, la cifra de 2.000.000 atestigua el alto grado de combatividad del proletariado francés. A la luz de los acontecimientos anteriores, esta conclusión es más evidente. La agitación, los mítines y las manifestaciones, las refriegas con la policía y la tropa, las huelgas, las ocupaciones de fábricas comenzaron el 17 de noviembre y se amplificaron con la entrada en acción de comunistas, socialistas y anarquistas de base[9]. Está claro que la CGT estaba superada por los acontecimientos. El 25 de noviembre, los burócratas sindicales anunciaron una huelga pacífica, “no política”, para el 30 de noviembre, es decir, cinco días más tarde. Dicho de otro modo, en lugar de desarrollar, extender generalizar el movimiento real que, cada vez más, tomaba una forma combativa, Jouhaux y compañía opusieron a este movimiento revolucionario la idea sin vida de una protesta platónica. Los burócratas necesitaban ese plazo de cinco días, mientras que, en ese momento, cada día vale un mes, para poner a punto su colaboración secreta con el poder, con el fin de paralizar y romper el movimiento que se desarrollaba de manera autónoma y que los espantaba tanto como a la burguesía[10]. Únicamente porque Jouhaux y compañía empujaron el movimiento a un callejón sin salida, las medidas policíaco-militares tomadas por Daladier tuvieron eficacia real.

El hecho de que los ferroviarios, los obreros de la industria de armamentos, los metalúrgicos y otras capas de la vanguardia del proletariado no hayan tomado parte en la “huelga general” no es una muestra de indiferencia: en el curso de las dos semanas precedentes, estos trabajadores habían tomado parte activa en la lucha. Pero estas capas de vanguardia habían entendido mejor que los demás, sobre todo luego de las medidas tomadas por Daladier, que el problema ya no era manifestarse, ni hacer protestas platónicas, sino iniciar la lucha por el poder. La participación en la huelga con manifestaciones de las capas de trabajadores más atrasados, u ocupando un lugar menos importante en las relaciones sociales, por otra parte atestigua la profundidad de la crisis en el país, y que la energía de los trabajadores ha permanecido intacta, a pesar de la política de desmoralización del Frente Popular.

La historia nos enseña, es verdad, que incluso después de una derrota decisiva, que detiene la revolución, las capas más atrasadas de trabajadores pueden seguir actuando, mientras que los ferroviarios, metalúrgicos, etc. permanecen pasivos. Ese fue el caso de Rusia después del aplastamiento de la insurrección de 1905. Pero esta situación resultaba del hecho de que las capas de vanguardia ya habían agotado sus fuerzas en el curso de los largos combates que habían precedido: huelgas, lock outs, manifestaciones, choques con la policía y las tropas, insurrecciones. Lo mismo para el proletariado francés: el movimiento de 1936 no ha agotado para nada las fuerzas de la vanguardia. La desilusión en el Frente Popular pudo, por supuesto, provocar una desmoralización pasajera en algunas capas: por el contrario, debió agudizar la impaciencia y la indignación de las otras capas. Al mismo tiempo, en 1936, como en 1938, los movimientos han enriquecido a todo el proletariado con una experiencia inestimable y han revelado a miles de dirigentes obreros locales que desprecian a la burocracia oficial. Tenemos que ser capaces de llegar hasta ellos, reunirlos, armarlos con el programa de la revolución.

No vamos a dar consejos tácticos desde el exterior a nuestros amigos franceses, que se encuentran en los lugares de acción, y que pueden tomarle el pulso a las masas mejor que nosotros. Sin embargo, hoy más que nunca, está claro para todo revolucionario marxista que el único medio seguro de medir perfectamente la relación de fuerzas, y en particular, el grado de preparación de las masas para el combate, es la acción. La crítica sin concesiones a la II y de la III Internacional no tiene ningún valor revolucionario más que en la medida en que ayuda a la vanguardia a movilizarse para tomar parte en los acontecimientos. Las consignas fundamentales, necesarias para la movilización, están dadas por el programa de la IV Internacional, que reviste hoy en Francia un carácter más actual que nunca en ningún otro país. Sobre los hombros de nuestros camaradas descansa una inmensa responsabilidad política. Ayudar a la sección francesa de la IV Internacional con todas sus fuerzas y por todos los medios morales y materiales es el deber más importante y más imperioso de la vanguardia revolucionaria.



[1] Del 1 al 10 de octubre de 1938, Alemania anexó la zona de los Sudetes (Moravia, Bohemia y Silesia, en donde habitaba la minoría germanofóna), restando cerca de 30.000 km2 a Checoslovaquia.
[2] Se trata del partido radical y radical-socialista, miembro del Frente Popular. Edouard Herriot (1872-1957), alcalde de Lyon desde 1905, era presidente de la Cámara de Diputados. Sin oponerse formalmente al Frente Popular, había manifestado reservas. Por el contrario, Edouard Daladier (1884-1970), de una generación más joven, había sido el hombre del Frente Popular en su partido. También tenía la confianza del estado mayor. (Nota original en francés)
[3] Los parlamentarios radicales estuvieron mezclados en todos los escándalos de la III República, de Panamá al affaire Stavisky. (Nota original en francés).
[4] El gobierno de Edouard Daladier, constituido el 10 de abril de 1938, incluía a radicales en todos los puestos claves y algunos representantes de la centroderecha, sobre todo a Paul Reynaud y a Georges Mandel. Había sido elegido por 575 votos contra 5, con los comunistas y socialistas votando por él. En el momento del voto sobre Munich, obtuvo 535 votos contra 75 (los diputados comunistas votaron en contra). Sobre los plenos poderes económicos, sólo obtuvo 331 votos, los comunistas votaron en contra y los socialistas se abstuvieron. El 10 de noviembre, los radicales dieron a conocer su negativa a sesionar desde entonces junto a los representantes del PC en el comité de Rassemblement Populaire: el Frente Popular había recibido el tiro de gracia. (Nota original en francés).
[5] El 13 de noviembre, el ministro de Finanzas de Daladier, Paul Reynaud, presentaba “decretos-leyes” que incluían especialmente el restablecimiento de la semana de seis días, la reintroducción del trabajo a destajo, sanciones para quienes se nieguen a hacer horas extras, la supresión de suplementos para las 150 primeras horas extras y… el reclutamiento de 1.500 gendarmes más. Al presentar sus decretos-leyes, Reynaud decía: “Vivimos en un régimen capitalista. El régimen capitalista es lo que es, hay que obedecer sus leyes”. (Nota original en francés).
[6] La trilogía es simbólica: Jouhaux, es la CGT, Blum, la SFIO, y Thorez, el PC. (Nota original en francés).
[7] El comunicado de la CGT anunciando la huelga general precisaba que el trabajo debía retomarse el 1 de diciembre, “cualquiera sean las circunstancias o los acontecimientos” y que no habría ocupaciones, ni manifestaciones ni reuniones públicas. (Nota original en francés).
[8] Maurice Thorez debía contabilizar 40.000 despidos en la aviación, 32.000 lock out en Renault, decenas de miles de despidos en la región parisina, 100.000 en Marsella, 80.000 mineros en la cuenca del Nord-Pas-de Calais, 100.000 en la industria textil, etc. Muchos empleados, docentes sobre todo, fueron cambiados de puesto y hubo muchas condenas por “atentado a la libertad de trabajo”. (Nota original en francés).
[9] Hubo una huelga de estibadores en Marsella, una huelga de la construcción en todo el país, un asalto contra Renault ocupada y fortificada por sus obreros a pesar de los llamados a la moderación del alcalde socialista y del diputado comunista. (Nota original en francés).
[10] El periódico del PO belga, Le Peuple, escribía: “La CGT ha tomado la decisión de canalizar, disciplinar y detener el movimiento proclamando para el miércoles próximo una huelga general de protesta de 24 horas. Después de esto, el trabajo debe retomarse en orden”. (Nota original en francés). 



La Oposición de Izquierda en Francia