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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

¡Vergüenza!

¡Vergüenza!

¡Vergüenza![1]

 

 

18 de diciembre de 1936

 

 

 

El informe sobre el primer juicio de Moscú presen­tado por el abogado Rosenmark (¿quién se oculta tras este nombre?) es uno de los documentos más despre­ciables de nuestro tiempo. (El informe apareció en la edición del 15 de noviembre de 1936 de Cahiers des Droits de l’Homme.) La publicación solemne de este informe es un baldón indeleble para la Liga de los Dere­chos del Hombre francesa, cuyo nombre, dadas las circunstancias, parece una burla.

En Moscú, a lo largo de varios años, Stalin y su GPU prepararon, ensayaron y llevaron a cabo una cruenta farsa jurídica. Yo y muchos otros anunciamos los gran­des lineamientos de la preparación del juicio a través de la prensa, no sólo antes del juicio sino inclusive antes del asesinato de Kirov. Asimismo, desde hace ocho o nueve años venimos anunciando en la prensa las etapas más importantes de los preparativos y, en parti­cular, los métodos empleados para obtener las "confesiones".

En el extranjero viven decenas de personas, empe­zando por León Blum, presidente del Consejo francés, que disponen de testimonios y materiales irrefutables, capaces de echar luz sobre las actividades criminales de la GPU. Los dos acusados principales, mi hijo y yo, estamos en el extranjero. Para los Rosenmarks no existen estos hechos. Confían únicamente en los documentos de la GPU, vale decir, de los organizadores del asesi­nato jurídico. Se comportan como comentaristas impresionados por la acusación de Vishinski, a quien Fouche supera en habilidad, pero no en vileza.[2]

Como prueba de "objetividad" Rosenmark menciona la carrada de insultos groseros que el verdugo lanzó a sus víctimas y en tono amigable y gentil le reprocha su falta de serenidad. Esta palabra, como todo el reper­torio diabólico de la GPU, pone al desnudo la duplici­dad, hipocresía y tartufismo que caracterizan la "pe­ricia" de Rosenmark, cualesquiera sean sus motivos. A la vez que reprocha la falta de serenidad de esta camarilla integrada por César Borgia, Fouche y compa­ñía, Rosenmark descubre en esta gente ciertas ventajas con respecto a la justicia democrática, a cuyos representantes ataca.

"Al mismo tiempo -escribe el glorioso defensor de los Derechos del Hombre- observamos una parti­cularidad digna de elogio en el método ruso: al estar ausente, Trotsky no fue sentenciado en contumacia, como hubiera ocurrido, creo yo, en cualquier otro país del mundo. El tribunal se limitó (!!!) a resolver que, si se presenta en territorio soviético, será arrestado y juz­gado."

En estas líneas -de paso- Rosenmark me con­dena a muerte "en contumacia"; es lo que hubiera ocu­rrido, según él, en cualquier otro país del mundo.

Sin embargo, la GPU se limitó a exigir mi arresto, lo cual es una "particularidad digna de elogio". ¡Qué torpeza miserable hay en este alarde de cinismo! Resulta absolutamente claro: nuestro defensor de la justicia reprocha amigablemente el lenguaje que emplea Vishinski sólo para justificar el crimen cometido y, por consiguiente, la preparación de nuevos crímenes por el estilo.

"Al estar ausente, Trotsky...": nuestro Tartufo em­plea esta frase llana para ocultar ciertos hechos incó­modos: Trotsky no escapó al juicio; se lo expulsó de la URSS hace mucho tiempo; se lo privó de la ciudadanía soviética; nadie le ordenó comparecer ante el tribunal. La acusación apareció con tanta demora que el nombre de Trotsky no pudo aparecer en el juicio. El veredicto, pronunciado con el método de la sorpresa; se pareció a un tiro en la espalda (otra particularidad "digna de elogio"); el gobierno de Moscú no se atrevió a exigir la extradición de Trotsky y de su hijo Sedov. ¿Por qué? ¿Por qué el gobierno -que al decir de los Pritts y de los Rosenmarks tenía tantas pruebas- por qué el gobier­no no exigió la extradición de Trotsky, ni antes, ni después del juicio? Sin embargo, el vocero de los Derechos del Hombre afirma que las pruebas suministradas hubieran bastado para condenar a muerte a Trotsky en cualquier otro país. ¿Como hemos de explicar esta "particularidad" cobarde del comportamiento de Stalin, Iagoda, Vishinski y demás falsificadores? Es muy sencillo: las "confesiones" se derrumban gracias a la incoherencia de las acusaciones; el andamiaje no resiste el menor examen de la crítica libre.

Cada una de las etapas del juicio de Moscú iba dirigido únicamente contra Trotsky. Cualquier persona ca­paz de pensar políticamente lo comprende con claridad. Stalin no asumió la responsabilidad del acto de Caín perpetrado contra Zinoviev, Kamenev y los demás porque necesitara sus muertes. Zinoviev y Kamenev ya estaban aniquilados y paralizados por sus confesiones y por la cárcel. Sus cadáveres sólo fueron peldaños en la escalera que le permitiría llegar hasta Trotsky. Y si Stalin no se ha decidido a exigir la extradición de Trotsky, a tomar la última medida práctica que consti­tuye la única justificación para los juicios realizados en Moscú, Novosibirsk y otras ciudades, eso se debe a que ningún tribunal público de ningún país se sometería -al contrario de lo que afirma arteramente Rosenmark- a las exigencias de Stalin. Trotsky y su hijo poseen pruebas irrefutables de la falsedad de la acusa­ción. Por su enormidad y continuidad los archivos de Trotsky no pueden ser utilizados en la miserable amal­gama.

Cuando traté de mostrar en público una parte de los documentos, mientras entablaba juicio a los fascistas y "comunistas" noruegos, Stalin obligó al gobierno noruego a decretar la inmunidad de los calumniadores. Fuera del trato concertado, ordenó a sus agentes que robaran mis archivos en París. Repetimos, toda la ope­ración se basó en la sorpresa: tomar al mundo por sorpresa y conmoverlo con falsificaciones colosales; aniquilar a Trotsky; dificultar su defensa; encargar a los amigos Pritt y Rosenmark que blanqueen y embellezcan esta obra detestable mediante consideraciones "objetivas y puramente jurídicas".

Los Pritts y Rosenmarks están dispuestos a todo. El Kremlin cuenta con su colaboración deshonesta para preparar gradualmente a la opinión pública de los "países democráticos" para la destrucción física de perso­nas que la burocracia considera enemigos implacables de sus privilegios, su usurpación y su corrupción.

Con toda serenidad, Rosenmark no vacila en afir­mar que cualquier otro gobierno nos hubiera condenado a muerte a mí y a mi hijo, considerando que en el juicio de Moscú se habían suministrado pruebas de que yo había organizado atentados terroristas en vinculación con la Gestapo. Cualquiera que conozca siquiera míni­mamente la historia de la revolución y la psicología humana, y en particular las biografías de los partici­pantes, podría reconocer sin dificultad que hay miles de razones para suponer que Rosenmark y Pritt están al servicio del stalinismo y ninguna para creer, ni por un solo instante, que Trotsky podría ser aliado de la Gestapo. Esto último es algo que la Liga por los Dere­chos del Hombre jamás podrá demostrarle a nadie.

Es la primera vez que escucho el nombre de Ro­senmark. Dicen que es un político burgués hábil. No conozco las aptitudes especificas que le acuerdan el derecho de aparecer con autoridad moral y jurídica en un asunto de tanta importancia histórica. Es posible que Rosenmark -a diferencia de Pritt, quien siempre pudo aparecer en el momento y lugar necesarios- sea un filisteo mezquino absolutamente ignorante sobre asuntos de la revolución y la contrarrevolución, de la psicología de los combatientes revolucionarios y de los métodos de la burocracia termidoriana; que inclusive ha olvidado la historia de la Gran Revolución Francesa y sus amalgamas; que no comprende que los Fouquier-­Tinvilles[3] y Fouches rusos son incontrovertiblemente superiores desde el punto de vista técnico a sus proto­tipos franceses y que hace mucho tiempo ya que están al servicio de un régimen burocrático y totalitario que no tiene nada que ver con la dictadura del proletariado. Es posible -inclusive probable- que Rosenmark no comprenda estas cuestiones. ¿Por qué le han dado una tarea demasiado pesada para sus hombros? Y aquí está el quid de la cuestión: ¿Por qué se precipitaron, con "digna impaciencia", a publicar este informe escanda­loso en la primera plana del boletín de la Liga por los Derechos del Hombre? Un acto tan imprudente obede­ce necesariamente a alguna razón. Llegamos a la con­clusión inevitable de que estamos ante un baldón más grave que el mero producto de los afanes intelectuales de un filisteo estrecho multiplicado por el cretinismo jurídico.

La mentira esencial sobre la que descansa la amal­gama de Moscú (y, con ella, la "pericia" de Rosenmark y sus secuaces) es que el andamiaje jurídico -que no resiste el menor examen de un crítico honesto- no guarda la menor relación con la situación histórica y política, carece de toda psicología humana y, por así decirlo, la neutraliza químicamente. Asesinan a Kirov. Se sospecha de un grupo de personas. Al principio callan. Luego se arrepienten y confiesan crímenes abo­minables. El veredicto se basa en las confesiones libres de los acusados. Tal es la tesis oficial.

Todo esto es mentira y engaño. Los argumentos son insostenibles.

Rosenmark no estudia la historia del juicio de Moscú, basándose en hechos históricos conocidos por todos, ni siquiera con base en los actos y documentos oficiales del gobierno de Moscú.

La verdad siempre se abre camino entre los obstáculos. El juicio se basa en confesiones asombrosas por su tosquedad y repletas de contradicciones psicológicas. Para comprender el valor de estas "confesiones" es­tereotipadas de los clientes de la GPU, hay que partir del examen de las capitulaciones políticas estereotipa­das, de las cuales las "confesiones" son la continuación y el desarrollo inmediato. La historia de las capitulaciones cubre los últimos trece años y, con los documentos "humanos", llenaría decenas de volúmenes. Lógicamente, Rosenmark ni siquiera sospecha este importante hecho, que domina toda la atmósfera soviética, en particular la de su aparato judicial.

El contenido de las confesiones no corresponde con las características de un "crimen", cometido o no; más bien corresponde a las diversas necesidades del gobier­no. Por eso las confesiones públicas revisten un carác­ter puramente ritual y estereotipado. Su única importancia política es la de enseñar a todo el mundo a pensar o, al menos, expresarse uniformemente. Pero es precisamente por eso que nadie toma en serio los "arrepentimientos". Las confesiones no son tales, sino contratos firmados con la burocracia. La prueba de ello es que hasta I. N. Smirnov, hombre sincero y recto como pocos, en un par de semanas de 1929 elaboró varios textos de confesiones, flagrante y recíprocamente contradictorios. (En su momento publicamos estos textos en Biulleten Oppozitsii.) Debo agregar que la mayoría de las confesiones (que suman decenas de miles) del periodo termidoriano, tenían un solo y único objeto: el ataque a mí persona. Todo opositor, semiopo­sitor o simple ciudadano que aspirara a ser recogido en el seno de la gran familia burocrática, o por lo menos a asegurarse el derecho a un pedazo de pan, debía denunciar al trotskismo y repudiar a Trotsky en toda ocasión. Cuanto más asombrosa la denuncia, mayor el éxito. Sus confesiones y renunciamientos se han convertido en algo muy parecido a los ritos de la iglesia. Así, las confesiones políticas han allanado el camino a las confesiones judiciales que son su consecuencia ine­vitable.

Repito que al escribir estas líneas me encuentro atrapado en las garras del gobierno "socialista" norue­go. Me veo obligado a limitarme a los hechos más im­portantes.

Ruego al lector que tenga en cuenta que no tengo oportunidad de releer y corregir lo que escribo.

Debemos resaltar los siguientes hechos en parti­cular:

Es falso que "los dieciséis acusados" han con­fesado su crimen. No hubo dieciséis acusados de un mismo crimen, ni siquiera sospechosos de un mismo crimen. En verdad, los dieciséis que ocuparon el ban­quillo fueron seleccionados cuidadosamente entre muchos cientos, entre muchos miles de "candidatos". Sólo los que se mostraron aptos para cumplir públicamente los roles asignados comparecieron en primera instancia ante el tribunal. (Véase al respecto el Libro Rojo).

¿La GPU empleó métodos de compulsión médi­cos o químicos? No lo sé. Pero la hipótesis es innece­saria. Basta conocer los hechos, personas y circuns­tancias para comprender cómo se pudo obligar a los acusados a colocarse la soga al cuello. Entre los acusados no había un solo militante de la Oposición, ni un solo trotskista. Eran todos capituladores, personas que habían confesado en muchas ocasiones, se habían acu­sado de realizar las acciones más vergonzosas y de tener los instintos más bajos; personas que renunciaron a sus concepciones políticas, a su razón de vivir, a su dignidad personal. (Desde luego que no me refiero a los verdaderos provocadores, perdidos en las garras de la GPU.) Durante años estos ex revolucionarios, desmoralizados y moralmente quebrados, oscilaron entre la vida y la muerte. ¿Qué necesidad había de emplear narcóticos? La mera idea (de la que Rosenmark se hace responsable) de que a esta gente las estimulaba la sed de poder es absurda. Habían renunciado a ese sentimiento hace mucho tiempo. La idea de que pudieran aspirar al poder mediante el asesinato político después de renunciar a su programa, a su bandera, a su digni­dad personal, después de enlodarse públicamente en muchas ocasiones, parecería obedecer a una concep­ción política idiota.

No, en el juicio los acusados se desmintieron a sí mismos, como ya lo habían hecho en sus innumerables confesiones. La GPU se tomó todo el tiempo necesario para arrancar "confesiones" cada vez más completas a sus víctimas. Hoy, "A" se reconoce culpable de un pequeño "hecho". Si "B" no lo confiesa a su vez, sig­nifica que todas sus confesiones y humillaciones anteriores fueron "mentiras" (esta es la palabra favorita de Stalin: de Stalin, el campeón de la "sinceridad"). "B" se apresura a reconocer lo mismo que "A" y un poco más. Y ahora le toca el turno a "C". Si desean evitar contradicciones excesivamente groseras, pueden valerse de la oportunidad de elaborar sus confesiones colectivamente. Si "D" se niega a plegarse a esto, pierde toda esperanza de salvación. Por lo tanto, en el intento por demostrar su buena voluntad, supera a todos los demás (léanse las confesiones vacilantes e histéricas de Reingold). Y ahora todos deben alinear sus mentiras con las de "E"... Y así sigue el juego in­fernal. Los acusados están bajo llave. La GPU no tiene apuro. La GPU tiene sus Mauser. En Les Creatures Jules Romains demuestra cómo se puede escribir una obra verdaderamente poética a partir de un juego de palabras, no de una "idea", ni de un "tema". Así trabaja la GPU. Estos caballeros, que no tienen hechos ni plan a su disposición, construyen su amalgama me­diante un juego de "confesiones". Si al final alguna resulta inconveniente, se la elimina lisa y llanamente como hipótesis innecesaria. Las "criaturas" son abso­lutamente independientes entre sí.

De vez en cuando conceden libertad provisional a sus víctimas para que éstas abriguen vagas esperanzas.

A la primera oportunidad vuelven a arrestar a los libe­rados. Así, oscilando constantemente entre la esperanza y la desesperación, estos hombres se convierten poco a poco en una sombra de lo que eran.

Pero eso no es todo. A cada uno le llega el momento en que empieza a resistir. No, no puedo abjurar de mí mismo hasta ese punto. Es el momento en que la GPU fusila a los más obstinados.

Mientras tanto, continúan los aullidos unánimes de la prensa contra los "traidores", "contrarrevoluciona­rios", "agentes del imperialismo", etcétera. Los presos no disponen de otros órganos de prensa que los de Stalin. ¿Tortura física? Creo que no. La tortura de la calumnia, la incertidumbre y el terror destroza el sistema nervioso del acusado tan eficazmente como la tortura física. A lo cual debemos agregar las referencias constantes al peligro de guerra. ¿Son ustedes amigos de la patria (vale decir, de Stalin) o enemigos? Pravda califica al libro de André Gide de "testimonio antiso­viético". Si el autor no fuera un extranjero tan renom­brado, lo tratarían de agente de Hitler. ¿Qué decir de los militantes de la Oposición soviética? Gide explica cómo le obligaron a enviar un telegrama de alabanza a Stalin, cómo el célebre autor quedó reducido a la impo­tencia y... a la capitulación. ¿Qué decir, entonces, de los métodos de la GPU? ¿Son ustedes amigos de la URSS (de Stalin) o enemigos de la URSS? Por supuesto que ustedes se arrepintieron hace mucho tiempo; saben que no los consideramos peligrosos; no queremos hacerles mal. Pero Trotsky prosigue con su obra vene­nosa en el extranjero. Prosigue su obra de zapa contra la URSS (vale decir, contra la omnipotencia de la bu­rocracia). Su influencia crece. Debemos desacreditar a Trotsky de una vez por todas. Así se resuelve vuestro problema. Si ustedes son amigos de la URSS, nos ayu­darán. Si no, el arrepentimiento anterior fue una menti­ra. En vista de la proximidad de la guerra, nos veremos obligados a considerarlos agentes de Trotsky, enemigos internos del país. Ustedes deben reconocer que Trotsky los llevó a la senda del terrorismo. -¡ Pero nadie lo creerá!- ¡Bah! Nosotros nos ocuparemos de eso. Tenemos a nuestro Duclos y a nuestro Thorez, nuestro Pritt y nuestro Rosenmark. Trotsky los llevó a la senda del terror: ¿sí o no? El que responde "sí" está dispues­to a dejarse utilizar hasta el fin.

Al repetir continuamente las preguntas, las res­puestas pueden volverse cada vez más concretas. Smir­nov y Goltsman trataron de detenerse a mitad de camino, entre el "terror en general" y el asesinato de Kirov.

Otros (pero no todos) fueron más lejos. El que se resistía era eliminado en la preparación "técnica" del juicio. El hombre que cedía ante la violencia era lleva­do al escenario para presentarse ante Pritt en calidad de experto imparcial.

¿Puede una persona honorable hablar de "confesio­nes" y pasar por alto que la GPU viene preparando e "interrogando" a los acusados desde hace años, con ayuda de capitulaciones periódicas, humillaciones, autodenigración, calumnias y también represalias? Sólo un imbécil podría cerrar los ojos ante estos hechos.[4]

Afirmar que los acusados confesaron, en forma re­cíprocamente independiente, los hechos que los incri­minaron, es mentir por partida triple. Las confesiones no se sustentan en pruebas materiales. Los acusados cayeron en la autoacusación y en la denuncia sumaria. Los aterrorizaba la posibilidad de concretar las acusa­ciones. No es casual que cada vez que un acusado trató de sustentar la lógica de su confesión precisando las circunstancias de tiempo y lugar, la GPU cayó en contradicciones flagrantes. En cuanto a los elementos concretos de las confesiones, los acusados se contradi­jeron recíprocamente y a sí mismos. El Libro Rojo, cu­ya lectura les hace rechinar los dientes a Pritt y Rosenmark, sólo presenta una mínima parte de estas contra­dicciones.

¿Es necesario que volvamos sobre las confesiones de Goltsman? De todos los acusados de la vieja generación, Goltsman es el único que se "entrevistó perso­nalmente" conmigo; se dice que le di instrucciones "te­rroristas". Se dice que mi hijo León Sedov fue el intermediario y organizador de la entrevista. El testimonio afirma que se reunió con Goltsman en el Hotel Bristol. Este es el eje de la confesión.

¡Ay!, mi hijo jamás estuvo en Copenhague. Se pue­de demostrar en forma incontrovertible que no estuvo allí en 1932: contamos para ello con visas y telegramas y con los testimonios de más de treinta personas perte­necientes a distintas nacionalidades y tendencias políticas. El Hotel Bristol, supuesto escenario de la entre­vista, fue demolido en 1917. ¿Qué significa la confesión de Goltsman?

Las declaraciones de Berman-Iurin, Fritz David y Olberg están repletas de afirmaciones igualmente ab­surdas e irracionales. No obstante, es sobre la base de estas confesiones que los defensores de los Derechos del Hombre (y de los intereses de la GPU) me conside­ran merecedor de la pena de muerte. ¡A tal grado llega la bajeza humana!

Pero, por escandalosas que sean las confesiones de Goltsman y los demás, sus contradicciones y sus inven­tos groseros no parecen ser sino adornos destinados a decorar las paredes de este extraño monumento a la mentira y al error.

La acusación y las confesiones se centran en el ase­sinato de Kirov. Sin embargo, la organización de éste fue una cadena en la lucha contra la Oposición. La GPU organizó el atentado contra Kirov con el fin de golpear a la organización zinovievista de Leningrado. Stalin, Iagoda y el propio Kirov estaban en estrecho contacto con los conspiradores. Esto surge con absoluta claridad en el juicio de Medved, ex jefe de la GPU de Leningra­do. La conspiración contra Kirov debía ser esencialmente ficticia, teniendo por objeto golpear a la Oposi­ción.

Stalin no quería la muerte de Kirov; Kirov no quería morir; pero Nikolaev, a pesar de estar rodeado por agentes provocadores, asumió su papel con excesiva se­riedad. Escapó a su control y disparó antes de que la GPU pudiera completar la amalgama (véase mi trabajo, La burocracia stalinista y el asesinato de Kirov). Lo que allí se dice acerca de la preparación de los juicios de Moscú (el primero y los siguientes) es el resultado de la deducción lógica. Desde principios de 1929 he desen­mascarado los planes de la GPU mes a mes, año a año, etapa por etapa. He seguido los rastros indelebles de su preparación sistemática en los artículos de la prensa soviética, en las entrevistas concedidas por Stalin y Molotov, en las declaraciones "antiterroristas" de Lit­vinov en Ginebra (a propósito de los asesinatos del rey Alexander y de Barthou) y en toda una serie de docu­mentos, declaraciones y pistas que en su momento parecían incomprensibles, pero que en la actualidad reve­lan plenamente su significado criminal.

En resumen, podría decirse que no se juzgó a los terroristas por el asesinato de Kirov, sino que el asesi­nato de Kirov fue un "accidente" en la preparación febril de los atentados contra los terroristas.

Los sicofantes de la calaña de Pritt y Rosenmark consideran que es absurdo que la virginal GPU de Stalin haya organizado juicios que fueron meras drama­tizaciones criminales, en las cuales el papel de cada autor fue fijado de antemano. En cambio, les parece muy natural que la Oposición -una tendencia comu­nista con larga tradición, cuadros experimentados, un programa acabado y abundante literatura política- realice un viraje inesperado de ciento ochenta grados hacia el terrorismo individual, al cual siempre ha recha­zado por considerarlo un método aventurerista que no conduce a nada. Esta tendencia, con sus muchos miles de simpatizantes, realiza este viraje increíble en silen­cio, sin discusión previa, sin declaraciones, sin críticas, sin luchas internas, sin propaganda terrorista, sin literatura.

Pero esto no es todo. Esta tendencia, que se ha de­mostrado capaz de realizar los mayores sacrificios en la lucha por su programa, ¡mantiene vínculos con la Gestapo! ¡Y eso por su "ansia de poder"! ¡Como si en la URSS se pudiera acceder al poder con ayuda de la Gestapo! ¿Cómo se puede atribuir esta "ansia de poder" a decenas de miles de militantes de base de la Oposición, obreros miembros de las organizaciones juveniles comunistas, que sufren represalias y privacio­nes inauditas? Sólo un burgués estrecho y sobrealimen­tado, que no sabe nada sobre la lucha revolucionaria y está dispuesto a lamerle las botas a cualquier gobier­no que esté en el poder, podría dar crédito a una menti­ra tan vil.

Sin embargo, supongamos por un instante que lo imposible es posible. Reconozcamos que los trotskistas, en contradicción con su doctrina, programa, escritos actuales y correspondencia privada (que está a disposi­ción de cualquier comisión investigadora honesta), se han vuelto terroristas... sin luchas internas ni esci­siones, sin las inevitables deserciones y denuncias. Reconozcamos que necesitan del terrorismo para res­tablecer el capitalismo. ¿Por qué todo el mundo aceptó el nuevo programa en silencio, sin reprobación, críti­ca, ni oposición? Reconozcamos además -un disparate más o menos no tiene importancia- que para garanti­zar el restablecimiento del capitalismo y la victoria del fascismo (si, sí, inclusive del fascismo) los trotskistas firmaron un pacto con la Gestapo y realizan actividades terroristas por lo menos desde 1931 hasta mediados de 1936. ¿Dónde? ¿Cómo? No tiene importancia. Todo sucedió en la cuarta dimensión. Constantemente trataban de asesinar a todos los "líderes", desorganizar la economía, preparar la victoria de Hitler y del Mikado.

Supusimos que estos viles absurdos eran metal de buena ley y, ¿con qué nos encontramos? Conque a mediados de 1936, los dirigentes de esta extraña ten­dencia, acusados de haber participado en estos crímenes, se arrepienten repentinamente, todos al mismo tiempo y confiesan los crímenes que habían cometido (que no habían cometido). Cada cual se precipita a enlo­darse lo más posible, cada cual trata de superar a los demás en cantar las alabanzas de ese mismo Stalin a quien hasta ayer quería asesinar. ¿Cómo explicamos este milagro de San Iagoda? Contrarrevolucionarios, te­rroristas, fascistas enloquecidos se trasforman en fla­gelantes histéricos. Que Pritt y Rosenmark expliquen el misterio.

Por último, supongamos que en algún momento éste y otros grupos de capituladores aceptaron la idea del terrorismo y que en sus confesiones ante el tribunal se escucharon algunos ecos de la verdad (supuestas conspiraciones del tipo "¡Al diablo con Stalin!"). En ese caso, ¿por qué arrastran a los trotskistas y al propio Trotsky al asunto? Esta gente no oculta su ob­jetivo: poner fin al absolutismo de la camarilla de Sta­lin, no mediante aventuras terroristas individuales, sino mediante los métodos de la lucha de clases revo­lucionaria. Dadas las circunstancias, nos parece lógi­co que un jurista "objetivo" se preguntara: ¿el gobier­no no les habría prometido a estos capituladores des­honestos una suerte menos rigurosa con tal de que aceptaran involucrar de alguna manera a Trotsky, el enemigo número uno de la camarilla stalinista?

¿Qué podría ser más lógico que la hipótesis de que había un grano de verdad en las confesiones? Pero no: vean ustedes, para nuestros juristas es imposible que los acusados abrigaran esperanzas de perdón. Por eso pidieron la sentencia de muerte. Renunciaron "libremente" al derecho de defensa legal. ¡ Qué hipocresía siniestra! ¡ Qué vergüenza!

Estos infelices, humillados y quebrados, pidieron la muerte para cumplir mejor con su oprobioso papel, con la esperanza de salvar sus vidas. Constaba en el contrato. El gobierno necesitaba las ilusiones de hom­bres miserables y quebrados, a cualquier precio.

Conocido el veredicto, el corresponsal del Daily Herald, órgano del partido al cual pertenece el deshonesto Pritt, escribió: "Existe un rumor muy difundido de que cinco días antes se había promulgado un decreto especial que les otorgaba el derecho de apelación, con el fin de salvar sus vidas."

No sé a qué decreto se refiere. Quizás no hicieron más que difundir el rumor de que existía tal decreto. Sea como fuere, Stalin hizo todo lo posible por engañar a los acusados.

El ministro de justicia acaba de comunicarme que nos embarcamos para México mañana. La travesía dura veinte días. Desde hace una semana vengo soli­citando que se me permita ver a mis amigos, adoptar medidas de seguridad para el viaje y, específicamente, que se permita que me acompañen algunos camaradas.

El ministro de justicia vino a visitarme el día domin­go trece; me prometió una respuesta; prometió que el camarada H. y su esposa nos acompañarían. Solicité una entrevista preliminar con H. Meyer y K. Knudsen. Me prometió una respuesta para el lunes. En lugar de la respuesta recibí la orden del gobierno: partimos ma­ñana en un buque especial dotado de dos plazas.

Le dije al ministro de justicia: es cierto que ustedes pueden vengarse físicamente de nosotros, pero paga­rán un precio moral muy alto, el mismo precio que la socialdemocracia alemana pagó por el asesinato de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo. Si los obreros les permiten seguir aplicando la misma política, en tres o cinco años los ministros deberán salir al exilio... Salí sin darle la mano. Natalia Ivanovna está empacando nuestras maletas. ¿Por enésima vez?

No sé si les llegará esta carta.. En todo caso, arrojo esta botella al mar.

¡Un cálido saludo a todos los amigos!

L.Trotsky



[1] ¡Vergüenza! Quatrième Internationale, marzo-abril de 1937. Tradu­cido del francés [al inglés] para la primera edición [norteamericana] de esta obra por A. L. Preston. Aquí se repiten algunas afirmaciones de "En tribunal a puertas cerradas" porque Trotsky no sabía si alguno de estos artículos sería publicado. Este artículo amplía otro, redactado el 29 de octubre de 1936, bajo el título de "Algunas observaciones acerca de la pericia del señor Pritt y otras personas de su calaña", que Trotsky envió a León Sedov y a Gerard Rosenthal. La Oficina de Pasaportes noruega confiscó ambas copias.

[2] Joseph Fouche (1763-1820): miembro de la Convención Nacional francesa en 1792-95, era famoso por su implacable eficiencia y su red de espías y de intrigas políticas. Fue condenado al exilio en 1816.

[3] Antoine Fouquier-Tinville (1746-1795): político revolucionario francés, fue procurador fiscal del tribunal revolucionario en 1793-94. Murió en la guillotina.

[4] ­El doctor Ciliga, revolucionario yugoslavo que en su carácter de mi­litante de la Oposición sufrió años de prisión y deportación a manos de la GPU, atestigua lo siguiente: "Conocí a un marinero a quien, al ser retirado de su celda por las noches, se le decía que iba a ser fusilado. Lo llevaban al patio y luego lo devolvían a su celda. ’Eres obrero, no queremos fusilarte como a un guardia blanco. Como obrero, debes con­fesar con sinceridad...’ El marinero no confesó nada, pero las torturas lo llevaron al borde de la demencia. Finalmente, lo dejaron en paz. Pero siguen pidiéndole que confiese su participación en la conspiración contra Stalin."

La historia del infeliz marinero es sólo un pequeño episodio del libro de las confesiones de los acusados... y de los acusadores y jueces. La GPU, antes instrumento de la revolución, se ha convertido en instrumento de la aristocracia soviética; el instrumento personal de Stalin, de quien Lenin dijo en 1922: "Este cocinero sólo preparara platos picantes."



Libro 4