SOBRE
LOS
Julio
de 1936
Dotado de
gran riqueza y de un aparato productivo altamente desarrollado, Estados Unidos
se ha elevado en el curso de la guerra al rango de potencia imperialista
dirigente del mundo. No obstante, asume ese rol dirigente en una época en la
que el capitalismo ya declinaba en todas partes, y en la que los conflictos
entre las grandes potencias no dejaban de acentuarse. El imperialismo americano
ya no puede extenderse más, ni incluso mantener su posición actual en el mundo,
sin marcar una extensa brecha en el poder mundial actualmente en manos de otras
potencias imperialistas, sin atacar el nivel de vida de las masas de EE.UU., de
América Latina, de Europa, de Asia, a los que explota directamente, y de los
que saca ganancia indirectamente. De manera que extendiendo su poderío por todo
el mundo, el capitalismo de EE.UU. introduce en sus propios fundamentos la
inestabilidad del sistema capitalista mundial. La economía y la política de
EE.UU. depende de las crisis, las guerras y las revoluciones en todas partes
del mundo. La dimensión misma del capitalismo americano y sus recursos, su
aparición relativamente tardía en la escena mundial, la decadencia general y
las conmociones características de esta época del capitalismo mundial se
combinan para asegurar un ritmo rápido a la evolución económica de EE.UU. y, en
consecuencia también, al desarrollo político de la burguesía y de la clase
obrera en EE.UU.
La crisis
de 1929-1933 y la evolución ulterior suministraron abundantes confirmaciones a
la legitimidad de esta apreciación. En el país más rico del mundo, el salario
del conjunto de obreros de la industria y la agricultura ha sido literalmente
amputado a la mitad entre 1929 y 1932. El número de desocupados creció de
2.000.000 a entre 18 y 20.000.000. La producción de acero se redujo a menos del
20% de su capacidad. Las exportaciones, que superaban los cinco mil millones de
dólares, cayeron a un millón y medio apenas; las importaciones pasaron de
cuatro millones y medio aproximadamente, a más de mil millones. Después de
4.600 quiebras bancarias en tres años, todos los bancos del país cerraron sus
ventanillas en marzo de 1933, en el apogeo de la crisis financiera.
El rol del
régimen de Roosevelt consistió en “salvar” temporalmente al capitalismo. Tras
este objetivo, abandonó completamente, y sin intentos de simulación, el
tradicional “laissez-faire”, doctrina de EE.UU. y, particularmente, del propio
partido demócrata, así como el instrumento particular de América: los derechos
del Estado.
Utilizó los
recursos financieros del estado para socorrer a las empresas bancarias y
comerciales e hizo votar leyes que restringían la competencia, permitían el
alza de los precios, etc., es decir, favorecían el capitalismo monopólico. Al
mismo tiempo, la administración Roosevelt, aunque todos los capitalistas no se
hayan dado cuenta, servía efectivamente a los intereses capitalistas,
manteniendo el descontento de las masas trabajadoras urbanas y rurales en vías
de una política que consistía en pequeñas concesiones parciales, con frecuencia
ilusorias, y principalmente en promesas demagógicas. Es así, por ejemplo, que
hizo entrar en vigencia un sistema de jubilación a la vejez y de seguro de
desempleo bajo control del gobierno[2], pero a una tasa ridículamente
baja. El empleador tiene la posibilidad de hacer caer el peso sobre los
consumidores, es decir, sobre los trabajadores, y los sindicatos no tienen
ninguna participación en la administración del sistema[3]. Formalmente, el “derecho” de los obreros
a organizarse está reconocido[4], y el gobierno cultiva la amistad de los dirigentes sindicales. En la
actualidad, los movimientos huelguísticos son quebrados, de manera sutil por
mediadores codificados del gobierno, o de manera brutal, por gángsters
privados, la policía o la milicia, sin ninguna protesta efectiva por parte de
esta administración “liberal”.
Así, la
vitalidad y los recursos del capitalismo americano, oportunamente ayudados por
el estado democrático, están por el momento, aliviados de la crisis, en este
sentido es que la producción se ha elevado notablemente por encima del nivel de
1932, que se ha podido lograr beneficios nuevamente en ciertas ramas, etc. Pero
esto no quiere decir, inclusive para el poderoso capitalismo americano, que la
crisis esté resuelta en el sentido en que fueron resueltas las crisis del
pasado, es decir, con un nuevo ciclo de expansión en el curso del cual las
condiciones de existencia de los trabajadores también se elevan. Todos los
hechos indican hasta el momento que la crisis es permanente, aunque
momentáneamente es menos aguda.
La renta
agrícola, que era de 15 mil millones y medio de dólares en 1920 cayó a
aproximadamente 5 mil millones en 1932. Aumentó notablemente en el último año,
pero a 8 mil millones solamente, es decir un 40% por debajo del nivel de 1920.
El volumen de producción de los objetos de consumo casi igualó en 1935 el nivel
de 1929, pero el volumen de materiales de construcción ha sido la mitad
inferior al de 1929 y la industria de los medios de producción sólo ligeramente
superior de manera general. Esta recuperación sólo se debió, en gran medida,
más bien a los gastos gubernamentales que a una verdadera recuperación
(capitalista) de la industria privada, como puede deducirse del hecho de que las
nuevas inversiones, que se elevaban en 1929 a 16 mil millones de dólares,
cayeron en 1933 a menos de mil millones y sólo alcanzaron el último año la
cifra de mil millones y medio. La racionalización ha progresado durante la
recesión. En consecuencia, el crecimiento de la producción no tiene efectos
proporcionales en la desocupación. El número de desocupados sigue siendo de 10
a 12.000.000 y no disminuyó de forma apreciable durante el año anterior. El
número de personas subsidiadas se elevó de 22 a 25.000.000 entre 1935 y 1936.
Esta es una ilustración viva de la
manera en que el capitalismo arroja sobre las espaldas de los trabajadores los
gastos de la “reactivación”, así como los gastos de la crisis.
Otros
aspectos de la situación actual en América llevan a las mismas conclusiones. El
comercio exterior permanece por debajo de la mitad del nivel de 1929. La deuda
del gobierno federal se estableció en 31 mil millones de dólares, creció en un
50% en tres años. La abundancia de oro -cuyo stock se estableció en 4 mil
millones en 1932 y en 10 mil millones hoy- continúa siendo un obstáculo para el
renacimiento del comercio exterior, para la estabilización de la moneda, y una
amenaza de inflación. La lucha por los mercados, especialmente en América
Latina y Asia, contra Gran Bretaña y Japón, se intensifica.
El
capitalismo no ve claramente otra salida a semejante impasse que el empleo de
la fuerza contra las masas trabajadoras por un lado, y contra otros grupos de
potencias imperialistas, por el otro. Es así que se observa a la vez un
agravamiento de las leyes represivas y de los recortes a las libertades civiles
-aunque se lo pueda atribuir sobre todo a los estados y a los municipios,
dejando al presidente nacional el privilegio de posar de “liberal”- y, bajo la
inspiración, esta vez, de Roosevelt, un gasto anual de más de mil millones de
dólares para la preparación militar y naval, una suma muy superior a todas las
de los períodos precedentes.
Por el
momento, estos gastos sirven para estimular la “reactivación” y pronto le
permitirán al capitalismo americano, si ocurriera una guerra, dar un vigoroso
golpe a sus competidores.
En lo más
profundo de la crisis, la clase obrera americana permaneció esencialmente
pasiva. Esto era el resultado, por un lado de la violencia objetiva de los
golpes a la que fue expuesta después de un largo período de prosperidad, y por
otro lado, de este factor subjetivo que hace que, a causa de las condiciones
particulares del desarrollo americano, entre en la crisis con organizaciones
pequeñas y débiles, tanto en el terreno político como en el económico.
Sin
embargo, desde 1933, la historia de la clase obrera americana se caracteriza
por una actividad y una combatividad casi ininterrumpidas. Intentos obstinados
y persistentes para organizarse, que culminan frecuentemente con luchas
huelguísticas muy heroicas, fueron emprendidos por los obreros, incluidos los
de las industrias claves, tales como el acero, el automóvil, el caucho, las
fábricas de utilidad pública y la navegación, en donde, en el pasado, el
movimiento sindical no había podido arraigarse[5]. Las huelgas de los últimos años se
destacan por un potente auge de la solidaridad y de la conciencia de clase,
agrupan a decenas de miles de obreros que pertenecen a diferentes industrias, y
a menudo también, a capas inferiores de la pequeña burguesía que han apoyado la
lucha física de los obreros huelguistas contra los rompe huelgas, los matones
privados, la policía e incluso la milicia.
Los efectos
de esta nueva etapa del desarrollo del capitalismo americano y de la presión de
las masas se reflejan en la polémica que se desarrolla actualmente en la
American Federation of Labor (A.F.L.), la más profunda y la más encarnizada
polémica de toda la historia de esta institución conservadora. Los dirigentes de
algunos de los mayores sindicatos afiliados -como John L. Lewis[6], de los Mineros- atacan de frente
la política tradicional de los sindicatos por oficio de la Federación y exigen
que le sea acordado a los obreros de las industrias de producción de masas, el
derecho de organizarse en sindicatos por industria y que sean invitados allí.
Dentro de la A.F.L. constituyeron un Comité para la Organización de Sindicatos
por Industria (C.I.O), para ayudar a los obreros de las industrias más
importantes a organizarse sobre la base de la industria[7]. Se negaron a satisfacer la demanda
del Ejecutivo de la A.F.L. de disolver el C.I.O. y ahora están comprometidos en
los preparativos para una campaña de organización en la industria pesada. No
obstante, no hay dudas que un vasto movimiento de organización y de huelga en
una industria clave no puede ser considerado hoy en EE.UU. como una cuestión
puramente sindical. Conduce necesariamente a un conflicto con la clase burguesa
en su conjunto y con el aparato gubernamental, lo que implica consecuencias
sociales muy profundas.
Aunque el
número de adherentes de los sindicatos haya aumentado a alrededor de un millón
desde 1932, los obreros de las industrias claves permanecen desorganizados en
su gran mayoría. Todas las oleadas organizativas en estas industrias fueron
quebradas con la colaboración de los patrones, de los organismos
gubernamentales de arbitraje y de los burócratas traidores de los sindicatos,
con frecuencia mucho antes que haya sido alcanzado el punto culminante de una
huelga. Pero lo más importante es que estas traiciones no han disminuido la
voluntad de organización de los obreros, ni su combatividad. Además, allí donde
las débiles fuerzas de los revolucionarios marxistas eran capaces de participar
en estas luchas, los obreros han seguido su dirección y se han burlado de los
intentos de los burócratas sindicales que los advertían en contra del “peligro
rojo”[8].
La política
de traición de los stalinistas es la razón esencial de la ausencia de un
verdadero partido revolucionario capaz de dar a los obreros la dirección a la
que aspiran cada vez más y de quebrar las posiciones de la burocracia sindical
orientada hacia la colaboración de clases. Como reacción violenta contra las
exageraciones aventureristas del “Tercer período”, el P.C. stalinista de EE.UU.
lleva hoy una política groseramente oportunista. No sólo apoya acríticamente a
los burócratas sindicales “progresistas”, sino que colabora frecuentemente con
los elementos más reaccionarios de los sindicatos. Consagra lo esencial de sus
fuerzas para el apoyo de un movimiento reformista de ese Farmer-Labor Party[9] -versión americana del Frente
Popular- e inaugura incluso una colaboración dudosa con los políticos de los
partidos capitalistas que tienen fachada “progresista” y que están listos, con
sus propios objetivos, a entrar en un Farmer-Labor Party si este partido
adquiriera una fuerza verdadera. Aunque en las elecciones presidenciales el
P.C. de EE.UU. presente sus propios candidatos[10] y mantenga así la ilusión de su
autonomía y la fraseología revolucionaria, en la realidad, por su apoyo a los
dirigentes sindicales que quieren atraer a los obreros hacia Roosevelt y por
sus ataques contra el partido republicano como la única agencia “verdadera y
directa” del fascismo y de la guerra, etc.[11], ayuda a Roosevelt, quien, bajo la
cubierta de un liberalismo demagógico (en la acepción americana particular y un
poco confusa de este término), constituye el agente del imperialismo americano
y de sus gigantescos preparativos de guerra.
El Partido
Socialista Americano sólo cuenta con 16.000 miembros, alrededor de la mitad del
efectivo del P.C. de los EE.UU., aunque haya obtenido en las elecciones muchos
más votos que el P.C. Durante muchos años, estuvo dominado por la “Vieja
Guardia” ultra derechista de Hillquit[12] y sus sucesores. Sin embargo, la
crisis llevó al P.S. a jóvenes elementos muy prometedores y, con ellos, se han
desarrollado nuevas tendencias, causadas tanto por las condiciones en EE.UU.
como por la observación de las derrotas de la clase obrera en Alemania,
Austria, etc., bajo las antiguas Internacionales. Es así que ha comenzado un
proceso de diferenciación y una lucha interna en el P.S. que aún no ha
encontrado su expresión política clara y definitiva. Sin embargo, la sección más
corrupta de la Vieja Guardia (Nueva York) se ha separado prácticamente de la
organización nacional a partir de septiembre de 1935, y ha sido excluida
definitivamente del partido desde el mes de mayo de 1936. La escisión ha
transformado en un sentido positivo la relación de fuerzas en el seno del P.S.
y ha abierto, según la apreciación del Workers Party de EE.UU., importantes
posibilidades para la construcción del partido de la revolución social. De la
misma manera, la relación de fuerzas dentro del P.S. también se ha modificado
sensiblemente por la entrada reciente de varias centenas de internacionalistas
revolucionarios del Workers Party y de las Juventudes Espartaquistas en el seno
del P.S. y los Jóvenes Socialistas. El Workers Party, por otro lado, resultaba
de la fusión efectuada en diciembre de 1934 entre el antiguo Communist League
of America y los elementos sindicales revolucionarios del antiguo American
Workers Party que había adquirido una posición marxista internacionalista.
Queda por saber cuáles serán los resultados de este curso y cómo continuará
posteriormente el desarrollo del Partido Socialista. Por supuesto que los
miembros del antiguo Workers Party que entraron en el P.S. y que se someten a
la disciplina de este partido, han declarado claramente que mantenían firme e
irreductiblemente sus tradiciones y sus principios.
La crisis
del capitalismo americano continúa. A pesar de una coyuntura más o menos
favorable, pronto se volverá candente. Asimismo, la lucha de las víctimas del
imperialismo americano, de las masas dominadas de EE.UU., de América Latina y
de otros países se hace cada vez más amplia e intensa. La tarea más importante
y más urgente consiste en continuar con
energía de hierro la obra de unificación de los elementos de vanguardia, tarea
ya comenzada, en un partido fuerte y disciplinado de la IV Internacional y
construir este partido bajo las bases de granito del internacionalismo
marxista-leninista, único capaz de concentrar las luchas de las masas y de
llevarlas a la victoria. Cuando esta tarea sea cumplida, se puede prever que la
joven y vigorosa clase obrera americana, que ha mostrado tan a menudo su
voluntad y su capacidad de lucha audaz y valiente, marchará rápidamente hacia
la toma del poder y contribuirá enteramente al establecimiento del socialismo
mundial.
[1] Archivos Sneevliet, Instituto Internacional de Historia Social, Amsterdam. Este documento, redactado en inglés, está firmado por Crux (Trotsky), Braun (Wolf), Walter Held y A.J. Muste. Apareció en francés en IV Internationale de octubre de 1936, entre las resoluciones adoptadas en la conferencia de “Ginebra”. Traducido del francés especialmente para esta edición de la versión publicada en Œuvres, Tomo 10, Ed. por L’Institut León Trotsky, 1981, París, pág. 177.
[2] Estas dos medidas habían sido decididas por el Social Security Act del 15 de agosto de 1935. No se había previsto ningún seguro médico y los empleados, trabajadores agrícolas, domésticas y trabajadores independientes no se beneficiaban.
[3] El seguro a la vejez estaba organizado en el marco federal, el seguro de desempleo por los Estados. Uno y otro estaban financiados con importantes descuentos en los salarios.
[4] Era el National Labor Relations Act del 5 de julio de 1935 -y especialmente, su sección 7a.- quien había reconocido formalmente el derecho de los obreros a organizarse.
[5] El sindicato de los obreros de los automóviles (U.A.W.) y el de los trabajadores del caucho habían accedido a la existencia legal, luego de duros conflictos, en el verano de 1935.
[6] John Llewellyn Lewis (1880-1969): antiguo minero, “zar” del sindicato de mineros (U.M.W.) había acosado a los opositores de izquierda en su propio sindicato durante años. Su experiencia le había enseñado, sin embargo, que la organización de los obreros sobre la base de los sindicatos de industria era inevitable, y se había hecho partidario de dirigir el movimiento para no ser barrido por él.
[7] Luego del rechazo del Congreso de la A.F.L. -realizado en Atlantic City en octubre de 1935- de la resolución en favor de la organización de los sindicatos por industria, John L. Lewis en nombre de la U.M.W. y muchos otros dirigentes de los grandes sindicatos habían anunciado el 9 de noviembre la constitución del Committee for Industrial Organization (C.I.O.) con el fin de “promover la organización de los obreros en la producción de masas y las industrias desorganizadas”. El C.I.O. permanecía en el marco de la A.F.L.
[8] Alusión a dos de las grandes huelgas de 1934 en EE.UU. La huelga de los trabajadores de autos de Toledo había sido dirigida por militantes de la A.W.P. de Muste, la de Minneápolis por los trotskistas de la C.L.A. En la primera fila de los que denunciaban a través de estas huelgas el “peligro rojo” se encontraba el presidente de la A.F.L. William Green (1873-1952), que había sucedido a Samuel Gompers en ese puesto en 1924.
[9] Esta política se había concretizado al principio en el Estado de Nueva York con la fundación de un American Labor Party que había sido caucionado por numerosos dirigentes de la A.F.L., pero que tendía esencialmente a canalizar los votos obreros hacia la candidatura Roosevelt haciendo bloque en Nueva York incluso alrededor de La Guardia.
[10] En las elecciones presidenciales de 1932, el P.C. americano había presentado a su dirigente William Foster y éste había obtenido 103.000 votos. El P.C. se preparaba en 1936 para apoyar abiertamente la candidatura de Roosevelt.
[11] En el IX Congreso del P.C. americano, su secretario general Earl Browder (1891-1973), se había “llevado bien” con Roosevelt, por los ataques casi histéricos contra el Partido Republicano y su candidato Landon. Había acusado a los socialistas porque no veían, decía él “la dirección fascista del Partido Republicano”, y había llegado a afirmar que el “ticket Landon-Hearst-Wall Street era el enemigo principal de las libertades, de la paz y de la prosperidad del pueblo americano”.
[12] Morris Hillquit (1869-1933): nacido en Riga, había emigrado a EE.UU. en 1886. Dirigente sindical, había sido en 1901 uno de los fundadores del Partido Socialista, inspirador de su ala derecha. Había sido el presidente del Consejo Nacional de 1916 hasta su muerte. Había tenido un buen resultado en las elecciones municipales de Nueva York en 1932, lo que explica sin duda la operación ulterior para establecer un A.L.P. en ese estado.