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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Carta a la comisión alemana

Carta a la comisión alemana

Carta a la comisión alemana[1]

 

 

19 de agosto de 1935

 

 

 

Estimados camaradas:

 

Actualmente tengo muy pocas oportunidades de leer los periódicos alemanes. Mis informes sobre los asuntos internos de Alemania provienen principalmen­te de los periódicos extranjeros. Por ello guardo cierta prudencia con respecto a los problemas internos de este país. Además, estos problemas son bastante peculia­res. Podríamos decir que la clase obrera empieza a discutirlos por primera vez. Por consiguiente, debemos -al menos, eso creo yo- realizar esta discusión guar­dando la mayor consideración para con las posiciones contrarias. De otra forma, los camaradas que quisieran presentar sus posiciones se amedrentaran fácilmente. Por eso, lo que expreso a continuación reviste un carác­ter estrictamente condicional.

1. El ataque al SAP y a los elementos solidarios con él es el prerrequisito para el desarrollo futuro de la sección alemana. El SAP viene librando una guerra franca contra la Cuarta Internacional. Trata de socavar a la sección holandesa. Debemos tratar a los dirigentes del SAP como a otros tantos rompehuelgas. Es necesario fustigar con toda severidad cualquier coqueteo con las tendencias del SAP y con elementos como los oehle­ristas.

2. No puedo concordar con lo que se dice en el pa­rágrafo trece de las tesis del Comité en el Exilio acerca de nuestras tareas en las fábricas. Justamente en pe­ríodos de profunda contrarrevolución se nos abren las mayores oportunidades para el trabajo en las fábricas. Con toda seguridad, en cada fábrica existen grupos de viejos obreros socialdemócratas, inclusive de viejos comunistas, que se conocen perfectamente entre sí, se tienen plena confianza y les basta un simple gesto para trasmitir un pensamiento. Sospechan de todos los desconocidos, de todos los extraños, pero se tienen plena confianza recíproca. Si logramos penetrar en sus filas encontraremos un medio favorable, protección frente a los agentes policiales y una base para futuras actividades.

Por consiguiente, debemos orientarnos hacia el tra­bajo en las fábricas. Sin embargo, puesto que somos muy débiles, durante algún tiempo debemos concen­trar nuestros esfuerzos en tal o cual fábrica hasta esta­blecer una base sólida y, a partir de allí, pasar a otras fábricas aprovechando los vínculos de los obreros viejos. En caso contrario, dado que no somos sino un grupo de propaganda, corremos el peligro de soslayar los procesos más importantes, más decisivos que se producen en el seno de la clase obrera, y de permitir que los acontecimientos nos tomen de improviso.

El parágrafo quince se refiere en términos muy ge­nerales a la necesidad de combinar el trabajo legal con el ilegal, y el parágrafo dieciséis sostiene que debemos rechazar las "fórmulas prefabricadas" en la realización de esta tarea.

Si trabajo ilegal significa algo más que leer perió­dicos, se necesita un medio solidario, que sólo encon­traremos en las fábricas. A partir de allí se pueden per­cibir y extender las oportunidades para combinar el trabajo legal con el ilegal en la práctica.

Los parágrafos diecisiete y dieciocho se refieren al problema de la Cuarta Internacional y el derrotismo. En la actualidad, la cuestión de la guerra nos proporcio­na la mejor oportunidad para plantear con éxito el pro­blema de la Cuarta Internacional. También en este te­rreno lo más importante es ridiculizar la charlatanería del SAP: lucha mundial por la paz, desarme, control democrático de los armamentos, etcétera. Si aniquila­mos el pacifismo de izquierda, ello significará el fin del pacifismo en general. Ha llegado el momento de plantear el problema del derrotismo de la manera más concreta. El obrero revolucionario alemán no tiene el menor deseo de convertirse en instrumento del impe­rialismo francés, y el stalinismo lo empuja en esa di­rección. Los Pieck, Cachin y compañía no harán más que ahuyentar a los obreros alemanes del derrotismo.[2] El obrero alemán partidario del derrotismo deberá bus­car otros correligionarios... y sólo pueden serlo los bolcheviques-leninistas. Así podremos alistar obreros para la Cuarta Internacional.

3. Acerca de la cuestión de la iglesia: creo que la mejor manera de llegar al meollo de la cuestión es par­tir de la siguiente cita tomada de la intervención de la camarada Dubois [Ruth Fischer] en la reunión de comi­sión del 15 de julio: "Dubois: No comprendo cómo Nicolle [Erwin Wolf] puede conciliar la tremebunda consigna ’Abajo los ex ministros radicales [franceses]’ con la consigna ’Apoyemos a la iglesia en Alemania’ ".

Es claro que ni siquiera puede hablarse de apoyar a la iglesia. Para nosotros sólo puede tratarse de apoyar o no la  lucha política de los católicos y protestantes por su derecho a seguir siendo católicos y protestantes activos. La respuesta a esta pregunta es sí. No es ne­cesario aclarar que en este proceso no comprometemos nuestro apoyo a la religión ni a la iglesia, antes bien enfatizamos, en la medida de lo posible, nuestra oposi­ción a ambas.

Sin embargo, no comprendo qué tiene que ver esto con la consigna "Abajo los canallas radicales" (no sólo los ex ministros). Esta consigna expresa la demanda de romper el frente de colaboración de clases, nada más. Dado que los reformistas y los stalinistas se niegan a llevar a cabo esa ruptura, quedarán desprestigiados ante los obreros. De ahí que la consigna "Fuera los radicales burgueses del Frente Popular" es, en la actualidad, una consigna marxista absolutamente justa.

Supongamos, lo que no es difícil, que el día de ma­ñana los fascistas [franceses] se lancen al asalto de los templos francmasones o de los periódicos radicales (ya hemos visto episodios de este tipo). Sobra decir que los obreros saldrán a la calle a ayudar a defender los tem­plos francmasones. Pero, ¿qué es la francmasonería? Es, también, una especie de iglesia, culpable de doble­gar a la pequeña burguesía librepensadora ante los intereses del capital financiero. ¿Podemos apoyar a la francmasonería? Nunca, jamás. Sin embargo, frente a los ataques fascistas, podemos y debemos defender su derecho a existir, recurriendo a las armas si fuera ne­cesario. Si la clase obrera ha de estar en condiciones de hacerlo, debe conservar su espíritu revolucionario y su disposición combativa. Pero el Frente Popular se con­trapone a ello. Por esta razón es necesario expulsar a la burguesía radical del Frente Popular. Sólo así se podrá defender a la francmasonería en caso de necesidad. Aquí no existe la menor contradicción. Si aclaramos totalmente este malentendido, creo que podremos acla­rar también la cuestión de la iglesia en Alemania.

En la sociedad moderna la iglesia obedece a los in­tereses del capital financiero, vale decir, del poder dominante. Pero su esfera de influencia se extiende principalmente sobre la pequeña burguesía y los obre­ros influenciados por la pequeña burguesía, sus es­posas, etcétera. Entre los obreros, hace ya tiempo que la socialdemocracia asumió las funciones vivificantes y reconfortantes de la iglesia, a la que ha reemplazado en buena medida. La pequeña burguesía, sometida a pre­siones crecientes, no puede prescindir de la iglesia en tanto siga siendo pequeña burguesía. Esa es la esencia del actual conflicto en Alemania. Las colosales contradicciones internas, además de ser inconmensurablemente más profundas que en Italia, se agudizan cada vez más, obligando al estado a ascender a crecientes niveles de concentración. El divinizado estado fascista no puede tolerar ni tolerará competencia alguna. El nacionalsocialismo quiere absorber la religión y ha­cer del estado un dios. Pero puesto que el estado fas­cista, en furibundo proceso de rearme, somete a la pe­queña burguesía a presiones crecientes, ésta no puede prescindir del consuelo místico que le brinda la iglesia por las heridas que le inflige el estado. Desde el punto de vista social, esto no es otra cosa que la división del trabajo entre la iglesia y el estado. Todo pequeñobur­gués creyente es desgarrado por esta división del tra­bajo convertida en conflicto político. ¡Ay! Dos almas pugnan en su pecho. Lo que se trata es de aguijonear este conflicto y, sobre todo, dirigirlo contra el estado.

Naturalmente que las capas dirigentes de la bur­guesía no se mantienen al margen. Le permitieron a la pandilla de Hitler asumir el poder, pero el aventure­rismo fascista es una fuente de preocupaciones cons­tantes. Los titubeos de Hindenburg en torno de la elec­ción de Hitler son un símbolo de la actitud de dichas capas.[3] Para ellos la iglesia es una institución eterna (como dijo Lloyd George, es la fuente de energía de todos los partidos políticos, es decir, dominantes).[4] Sin embargo, ven a los nazis tan sólo como una medida de emergencia. De ahí que alienten la lucha de la iglesia y, a la vez, junto con los padres de la iglesia, traten de mantenerla dentro de límites "razonables". Cuando hablamos de "apoyar" esta lucha, significa que la apoyamos, en primer lugar, contra el estado nazi y, en segundo lugar, contra los sectores de las clases do­minantes que alientan y frenan esta lucha en forma si­multánea para no perder el respeto de Hitler.

Desde luego que las consignas tales como "separa­ción entre iglesia y estado", "separación entre iglesia y escuela" son correctas en sí y conviene levantarlas cuando resulte oportuno. Pero estas consignas no dan en el clavo. Porque lo que está en juego es el derecho de católicos y protestantes de consumir su opio religioso sin que nadie amenace ni perjudique su existencia, independientemente de sí la iglesia en cuanto tal está separada del estado. Se trata en primer lugar de la li­bertad de conciencia, luego, de la igualdad de derechos independientemente de la fe que se profesa (pagana, católica, protestante, etcétera) y, finalmente, del dere­cho a formar organizaciones (organizaciones católicas, juveniles, etcétera).

La polémica en torno a la palabra incondicional me parece un problema mas que nada de semántica.[5] Desde luego que nadie sugiere que apoyemos todas las consignas levantadas por la oposición orientada por la iglesia, por ejemplo, extensión de la enseñanza religio­sa en las escuelas, aumento de los subsidios estatales para la iglesia, etcétera. Yo interpreté la palabra incondicional’ en el sentido de cumplir con nuestras obliga­ciones hacia este movimiento de oposición, sin plantearles condiciones a las organizaciones participantes. Va de suyo que debe ser así. ¿Qué condiciones podría­mos plantear en la situación actual, qué partido de opo­sición las aceptaría? Simplemente se trata de encontrar los medios y arbitrios reales y efectivos que nos permi­tan participar en la lucha para alentar y extender la oposición democrático-religiosa y ayudar a los jóvenes católicos -en especial a los obreros - en su lucha, etcétera (y no a la policía nazi, que busca "destruir" las organizaciones eclesiásticas). Del mismo modo, en Rusia siempre defendimos la lucha autonomista de la iglesia armenia y apoyamos las luchas de las diversas sectas campesinas y pequeñoburguesas contra la igle­sia oficial del estado, la ortodoxa. En ocasiones obtuvi­mos grandes éxitos en este terreno.

Es muy probable que el despertar de la oposición al estado fascista, cuya base social es pequeñoburgue­sa, conmocione profundamente a las fuerzas adormeci­das del proletariado. Lógicamente, no es seguro. Lo sería si hubiera un partido revolucionario fuerte y sagaz en escena. Pero no lo hay. Estamos en las etapas ini­ciales. Debemos hacer todo cuanto esté en nuestro poder. Por encima de todo, esta cuestión posee un alto valor pedagógico para nuestros cuadros, que vienen realizando una actividad puramente propagandística desde hace quizás demasiado tiempo. Considero que es absolutamente necesario efectuar un viraje. La lucha de la iglesia, además de constituir un punto de partida, también puede crear mejores condiciones.



[1] Carta a la comisión alemana. Del boletín de la Comisión Alemana de la LCI, noviembre de 1935. Firmado "Cruz". El parágrafo 3 de esta carta fue publicado en inglés en New International, septiembre de 1946, bajo el título "La lucha de la iglesia contra el fascismo". La corrección de ese capítulo y la traducción de la carta del alemán [al inglés] para esta obra es de Russell Block. En el tercer año de su gobierno, los nazis, tras haber aplastado todas las organizaciones políticas, económicas y culturales no nazis, empezaron a atacar duramente a las iglesias católica y protestante. El IKD (Comunistas Internacionalistas de Alemania), sección alemana de la LCI, apoyó la resistencia de la iglesia contra el gobierno alemán, como parte de su campaña de defensa de los derechos democráticos. El Comité del IKD en el exilio debió enfrentarse a las di­recciones de otras secciones europeas, que se oponían férreamente a esta política e inclusive lo acusaban -las más ultraizquierdistas- de traicionar la posición clasista proletaria. La LCI aprobó la sugerencia de Trotsky de crear una Comisión Alemana para estudiar la situación y la política del IKD. Trotsky escribió esta carta después de leer las actas y documentos de la Comisión Alemana. Trató de enfriar la polémica, pero apoyando tajantemente la posición del IKD. Podría haber confusión porque se emplean analogías con la política de Francia, sin aclara­ción. Los editores [de la edición norteamericana] han tratado de evi­tarlo mediante aclaraciones entre corchetes [].

[2] Wilhelm Pieck (1876-1960): miembro fundador y dirigente del PC alemán que se fue al exilio cuando Hitler tomó el poder. Permaneció en Moscú durante la Segunda Guerra Mundial, después de la cual volvió a Alemania oriental y dirigió el Partido de Unidad Socialista

[3] Paul von Hindenburg (1847-1934): presidente de Alemania desde 1925 hasta su muerte. Derrotó a los nazis en las elecciones presidenciales de 1932, pero nombró canciller a Hitler en 1933.

[4] David Lloyd George (1863-1945): primer ministro liberal de Inglaterra en 1916-22, fue uno de los autores del Tratado de Versalles.

[5] El IKD declaraba que su apoyo a la lucha de la iglesia era "incondi­cional" y se negaba a retirar ese término. León Sedov, hijo de Trotsky miembro de la comisión, apoyaba la posición del IKD, pero objetaba su insistencia en mantener la palabra "incondicional".



Libro 4