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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

El caso Diego Rivera (XII)

El caso Diego Rivera (XII)

El caso Diego Rivera (XII)

Carta a James P. Cannon

 

 

27 de marzo de 1939

 

 

 

Querido amigo:

Aún sigue callado; ¡mala señal!

Usted conoce el problema que tenemos aquí con el pintor y no se sorprende, pues nos advirtió muchas veces sobre sus fantásticas ideas políticas. Durante largo tiempo, creo que durante un año y medio, trató de imponerse alguna disciplina; pero, aproximadamente en la época del Congreso Internacional, comenzó a sentirse inquieto e insatisfecho. Le daré algunos ejemplos de sus preocupaciones, de manera que pueda informar a los amigos.

Todas las decisiones tomadas aquí sobre la sección mexicana contaron con el consentimiento total del pintor y con miras a no exponerlo a constantes ataques (usted sabe que la organización lo condenaba unánimemente y que nadie lo defendía); pero después de que esas resoluciones fueron elaboradas y aprobadas por la conferencia, le pareció que no había sido sufi­cientemente defendido. Estaba terriblemente insatis­fecho de la resolución, exagerando muchísimo algunas formulaciones desgraciadas. Pero esto no fue todo; afirmó que deliberadamente el Socialist Appeal había publicado en forma simétrica la decisión sobre Molinier y la que correspondía a su caso a fin de identificarlos.[1]

Solicitó la inmediata exclusión de todos los miem­bros de la organización que habían formulado acusa­ciones en su contra. Con ese fin, solicitó mi interven­ción y tuve con él una inolvidable discusión sobre esto. Me pidió que expulsara inmediatamente a Galicia. “¿Cómo puedo hacerlo?”, le pregunté estupefacto. “Pero usted es el líder.” “Mi querido amigo -le contesté-, usted tiene una extraordinaria concepción del llamado liderazgo; se parece un poco a la del stalinismo.” “Si, contestó, con la puerilidad que lo caracteriza- dicen que soy peor que los stalinistas.” Pero volvió sobre el tema en muchas ocasiones, espe­cialmente después de la llegada del camarada C.

Probablemente sepa que el propio pintor propuso su candidatura y me dio una caracterización muy lauda­toria de este camarada. Le pregunté a G acerca de él y confirmó la caracterización. Se acordó así que el camarada C trabajaría aquí como representante. Pero C no podía trabajar si no era sobre la base de la reso­lución de la conferencia; eso provocó un agudo malestar en el pintor, quien prácticamente lo boicoteó. Le llamé la atención de que C había sido nombrado por su iniciativa y estaba trabajando como un leal represen­tante del Secretariado Internacional, cuya obligación no era liquidar sino cumplir las decisiones de la confe­rencia. Eso fue prácticamente suficiente para que el pintor iniciase su actividad política independiente.

Después de la condena que recibió de la organiza­ción, me dijo muchas veces que toda la organización era un error, que nunca había deseado trabajar en ella, pero que eso le había sido impuesto por Shachtman y otros cuando el primer viaje que hicieron a México, que le sería muy fácil crear una genuina sección de cientos de obreros, etcétera. Me mostré escéptico, pero silencioso. Luego comenzó a oponer la Casa del Pueblo a la sección y personalmente a C. Desgracia­damente, parece que la cuestión dinero jugó aquí un papel importante. (Los camaradas americanos Cannon, Shachtman y Dunne averiguaron fácilmente que una causa muy importante en la aguda controversia entre la organización y el pintor, aparte de su temperamento, residía en el hecho de que ésta dependía directamente de él en materia financiera. Se decidió de común acuerdo que en el futuro daría su dinero al Comité Panamericano, que lo distribuiría.) Al crear su propio partido, el pintor comenzó a subsidiar a la Casa del Pueblo directamente, creando la más degradante situación de dependencia de una organización obrera respecto de un individuo.

Durante los últimos cuatro o cinco meses, el pintor hizo esfuerzos por confraternizar con la CGT anar­quista; la Casa del Pueblo lo siguió en esa dirección. Inventó una filosofía histórica y un programa especiales para lograr esa fraternización. Usted tiene el programa: una mezcla de residuos marxistas con prejuicios democráticos vulgares y anarquistas. Al parecer, los dirigentes de la CGT estuvieron amistosamente de acuerdo con el documento, pero sólo para abandonar su anarquismo y pasarse al campo de los políticos burgue­ses más reaccionarios.

Olvidé mencionar que, aproximadamente un mes antes de este experimento, logró que la Casa del Pueblo proclamara su adhesión a la Cuarta Interna­cional. En una manifestación (demostración) levantaron la bandera de la Cuarta Internacional. Pero sólo se trataba de una medida de protección contra la Inter­nacional. Cuando pregunté a los dirigentes por qué no querían trabajar con nuestra sección o con el camarada C en persona, respondieron verbalmente que no había necesidad porque ellos ya pertenecían a la Cuarta Internacional y les resultaba mejor trabajar en otras organizaciones sindicales.

Algunas semanas más tarde, el pintor decidió impulsar una política con miras a la presidencia y la Casa del Pueblo lo siguió de nuevo. Ahora consti­tuyen un partido especial con su propio programa, escrito por él en cinco o diez minutos.

El pintor declaró que la sección mexicana de la Cuarta Internacional había decidido no participar en las elecciones por temor de poner en peligro mi asilo. Aquí repite las más malignas acusaciones de Eiffel y Galicia, a los que, por esa misma razón, calificó de agentes de la GPU.

A esta altura debo hacer mención del incidente relacionado con los frescos de O’Gorman. El pintor y su arrugo organizaron una protesta muy virulenta, como siempre sin ninguna participación de mi parte. Durante esta campaña, sólo mantuve una discusión accidental sobre la cuestión con el pintor. Le dije que esa historia nada tenía en común con la de los frescos del Rockefeller Building. El gobierno mexicano expro­pió las empresas petroleras y tenía que vender el petróleo. Las democracias lo boicotearon y los fascistas lo adquirieron; pero comenzarían también a boicotearlo si el gobierno mexicano colocara sus caricaturas en edificios estatales. México es un país oprimido, y no puede imponer a otros su petróleo mediante barcos de guerra o cañones. Si un patrón obliga a los obreros a sacar un retrato de Marx de sus habitaciones, los obreros deben obedecer para no ser arrojados a la calle. La posición de México hacia los países grandes e imperialistas es igual a la de los obreros ante el patrón. Por ejemplo, durante la vigencia del régimen de Brest-Litovsk no podíamos colocar caricaturas de Guillermo II en nuestros edificios públicos, ni siquiera publicarlas en el diario oficial del gobierno. Se trata de una cuestión de relación de fuerzas, no de principios. Traté de explicarle todo esto. Pero él afirmó que el gobierno, y especialmente Mujica (la discusión fue en su departamento), eran reaccionarios aduladores de Hitler y Mussolini, y que harían cualquier cosa para mostrarse antisemitas, etcétera. Mencionó que había roto todas sus relaciones con Hidalgo, quien había tratado de defender a su “amo reaccionario, Mujica” Entendí la insinuación y abandoné la discusión.

Puede imaginar mi sorpresa cuando Van se encon­tró accidentalmente con el pintor, en compañía de Hidalgo, abandonando el edificio del Comité Pro­Mujica y llevando paquetes de octavillas favorables a Mujica que estaban cargando en la camioneta del pintor. Creo que esto fue lo primero que supimos del nuevo giro, o de su paso del “anarquismo del tercer período” a la “política del frente popular”. La pobre Casa del Pueblo lo siguió en todos estos pasos.

Fuimos muy pacientes, mi querido amigo. Esperá­bamos que, a pesar de todo, podríamos retener al fantástico hombre en nuestro movimiento. Yo me hice a un lado y el camarada C hizo todo lo que pudo. Fue en vano.

Ahora usted conoce sus acusaciones personales contra mí. Surgieron inesperadamente, inclusive para él. Estaba descontento por nuestra lentitud, por nuestra actitud conciliatoria hacia Galicia y compañía, etcétera. Quería realizar un milagro a cualquier precio. En su mente quimérica, se imaginó de alguna manera que después de conseguir dominar a la Casa del Pueblo y la CGT podría acercársenos con aire de triunfo, y entonces reconoceríamos su liderazgo. Pero sus fiascos lo tornaron nervioso y hostil hacia nosotros. Así como acusó a Shachtman de ser el responsable de su propio contratiempo con la Liga Mexicana, ahora comenzó a acusarme de ser el responsable de sus errores y saltos grotescos. En ese estado de ánimo envió su grotesca carta a André Breton. No podía encontrar siquiera un hecho minúsculo que repro­charme, por lo que simplemente inventó dos historias, que todos los amigos, particularmente C y Van, saben que son absolutamente falsas. Una copia de esa fantás­tica carta, sin firmar, cayó de pura casualidad en manos de Natalia. Se puede imaginar mi asombro y disgusto. Le pedí a Van una explicación. Este me dijo que el pintor había prometido mostrarme personalmente la carta. A pesar de todo, traté de arreglar esta cuestión lo más discretamente posible a través de la intervención de Van y luego de C. Sólo le pedí que reconociera que los dos ejemplos de mi “falta de lealtad” eran malen­tendidos (ni siquiera le pedí que reconociera que realmente los había inventado). Estuvo de acuerdo, se negó, estuvo de acuerdo de nuevo y se negó de nuevo. Le envié una copia de todos los documentos destinados al Comité Panamericano. El camarada C hizo un esfuerzo de último momento para que se retractase de sus falsas afirmaciones. Se negó e incluso le mostró a C una carta que envió a Bertram Wolfe[2] anunciándole su ruptura con nosotros por nuestro oportunismo, etcétera.

Ahora debemos ser firmes con esta personalidad quimérica. Hay dos problemas: uno personal y otro político. Comienzo con el menos significativo de los dos, el personal.

El Comité Panamericano no puede dejar de dar su opinión acerca de las tres acusaciones del pintor: a) Que me impuse sobre el camarada C para que el artículo del pintor sobre arte no se publicase como tal, sino como una carta. (Todos los elementos de esta “acusación” son bien conocidos por Van, C, y otros dos o tres camaradas.). b) Que impulsé un golpe de estado en la FIARI al nombrar secretario a Ferrel. Todo el “drama” ocurrió con su participación y su consentimiento. La candidatura de Ferrel fue propuesta por Zamora y aceptada por todos, incluyendo al pintor. (Fueron testigos los camaradas C, Van, el propio Ferrel y Zamora.). c) Que utilicé los métodos de la GPU en lo que se refiere a la correspondencia del pintor con Breton. Esta cuestión está exhaustivamente explicada en mi carta al Comité Panamericano y en los docu­mentos. Sólo puedo mencionar aquí que citas de esa carta se han editado en la publicación francesa Clé (estas partes también están dirigidas contra mí pero anónimamente y en un supuesto plano de principios). Sobre esto debo solicitar al Comité Panamericano una declaración clara y categórica; incluso si es nece­sario se debería contemplar la posibilidad de una comisión especial, pues la cuestión puede tener reper­cusiones internacionales. A causa de su aparente impunidad, el pintor agrega algún nuevo detalle todos los días y perfecciona la descripción de sus acusaciones. Usted lo conoce muy bien personalmente para entender lo que quiero decir. Debemos armarnos contra sus fantásticas calumnias. No propongo la publicación del veredicto del Comité Panamericano, pero éste debe comunicarse a las personas interesadas, inclusive al propio pintor, con la advertencia de que si en el futuro continúan desparramándose falsas afir­maciones, se publicará.

En lo que concierne al aspecto político del pro­blema, en mi opinión debemos publicar de inmediato una categórica declaración acerca de las actividades políticas del pintor en el último período, diciendo que los documentos que ha elaborado están en completa contradicción con el marxismo y con las resoluciones de la Cuarta Internacional, que incluso al margen de su renuncia se ha colocado, por sus actividades, fuera de la Internacional. El movimiento obrero no es un campo libre para hacer experimentos individuales. Creo que se debería adoptar y publicar lo antes posible una resolución de este tipo, e incluso darla a conocer a través de las agencias burguesas.

Pienso que en la declaración del Comité Panameri­cano sería necesario explicar que, a pesar de sus pecu­liaridades individuales, el caso del pintor es parte del repliegue de los intelectuales. Algunos de ellos nos tuvieron mucha simpatía en tanto nos consideraban personas perseguidas que necesitaban de su protec­ción. Pero ahora, cuando nos estamos convirtiendo en un factor político, con nuestros propios objetivos y dis­ciplina, se “desencantan” más y más de nosotros, y después de algunos saltos a la ultraizquierda buscan abrigo en la opinión pública burguesa de su país. Nuestro pintor es sólo más dotado, más generoso y más fantástico que los otros, pero, no obstante, es uno de ellos.

Debería publicarse un artículo sobre la cuestión en New International y la resolución política en el Socialist Appeal.[3]

Espero haberle proporcionado la información más importante, la cual puede ponerla a disposición del Comité Panamericano.

Fraternalmente,

 

V.T. O’Brien [Trotsky]



[1] El informe del Secretariado Internacional sobre el grupo Molinier se publicó el 22 de octubre de 1938 en Socialist Appeal, en la misma página que la declaración sobre la cuestión mexicana. Ver el texto completo en Docu­ments of the Fourth International.

[2] Bertram Wolfe (n. 1896): lovestonista, fue un apologista de los juicios de Moscú hasta fines de 1937, cuando cambió de posición. (El artículo que escribió Trotsky en esa ocasión Bertram Wolfe sobre los juicios de Moscú, está en Escritos 1937-1938.) Colaboró con Rivera en un libro titulado Retrato de México (1927) y escribió una biografía suya, La fabulosa vida de Diego Rivera. Es también autor de Tres revolucionarios, sobre Lenin, Trotsky y Stalin.

[3] La declaración del Comité Panamericano, escrita por Trotsky, se publicó parcialmente en Socialist Appeal del 18 de abril de 1939.



Libro 6