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Escritos Filosóficos (compilación)

Las tendencias filosóficas del burocratismo

Las tendencias filosóficas del burocratismo

Diciembre de 1928

Ahora disponemos de condiciones favorables para estudiar la cuestión de las tendencias filosóficas del burocratismo. Como es bien sabido, la burocracia no ha sido nunca una clase independiente. En última instancia, siempre ha servido a una u otra de las clases fundamentales de la sociedad
–pero sólo en última instancia, y a su manera–, es decir tratando de sufrir lo menos posible. Es cierto que con bastante frecuencia, un sector de clase o una capa de una clase, va a llevar adelante una lucha descarnada por su porción de la renta y del poder, y esto es más cierto aún para la burocracia, que constituye el sector más organizado y centralizado de la sociedad civil y que, al mismo tiempo, se eleva por encima de la sociedad, incluso sobre la clase a la que sirve.
La burocracia obrera no constituye una excepción a esta definición general de este grupo social que gobierna y administra y que es, en consecuencia, privilegiado. Los métodos y hábitos de la administración
–que, desde luego, es la principal función social de la burocracia y la fuente de su preeminencia– dejan inevitablemente una impronta bien marcada en todo su modo de pensar. No es casual que palabras tales como “burocrático” y “formalismo” se apliquen no sólo a un sistema de administración o gestión, sino también a un modo definido del pensamiento humano. Las características de este modo de pensar van más allá de los departamentos gubernamentales. Estas características también pueden encontrarse en la filosofía. Sería una muy grata tarea la de investigar la impronta del pensamiento burocrático a través de toda la historia de la filosofía, comenzando por la ascensión del estado policíaco monárquico, que ha reunido en torno a él todas a las fuerzas intelectuales del país en el que se originó. Pero esta es una cuestión particular. Lo que nos interesa aquí es una cuestión parcial –pero de gran importancia actual–, la tendencia a la degeneración burocrática en el plano teórico, exactamente dentro del partido, como dentro de los sindicatos y del Estado. Se puede decir, a priori, que, en la medida en que la existencia determina la conciencia, el burocratismo estaba condenado a realizar progresos devastadores tanto en el plano teórico como en todos los otros terrenos.

El sistema más apropiado para una burocracia es la teoría de la causalidad múltiple, de la multiplicidad de los “factores”. Esta teoría se levanta sobre la base más grande de la propia división social del trabajo, en particular de la separación del trabajo intelectual y manual. Unicamente es por este camino que la humanidad emerge de la dificultad del monismo primitivo. Pero, la forma perfeccionada de la teoría de los múltiples factores, que transforma a la sociedad humana, y en su movimiento, al mundo entero, en un producto de juegos mutuos (o en lo que se puede llamar “las relaciones entre categorías”) de factores variados y fuerzas administrativas, en la que a cada uno se le asigna su propia provincia particular o zona de jurisdicción –este tipo de sistema puede ser elevado al status de “perla de la creación” solamente si existe una jerarquía burocrática, que con todos estos ministros en los departamentos, se eleva por encima de la sociedad. Un sistema burocrático, tal como lo ha demostrado la experiencia, necesita de un individuo único para coronar el sistema. La burocracia se originó durante la monarquía y por ende, tiene su punto de apoyo, históricamente heredado, en la cumbre. Pero aún en los países republicanos, el burocratismo ha dado origen, más de una vez al cesarismo, al bonapartismo o a la dictadura personal del fascismo, toda vez que la relación de fuerzas entre las clases fundamentales abría la posibilidad de que un simple individuo se apodere del poder supremo o se establezca para coronar el sistema.
La teoría de los factores que se bastan a sí mismos, tanto en la sociedad como en la naturaleza, exige en última instancia ser coronada por el poder de un solo hombre, exactamente como por una oligarquía de ministros poderosos. En las cuestiones prácticas se plantea sin embargo una pregunta inevitable: ¿quién va a guiar y a coordinar, en última instancia, la actividad de los distintos ministros más o menos autónomos y no responsables, si no existe ni un super ministro ni un super burócrata? Al mismo tiempo, en el plano teórico, el mismo tipo de preguntas se generan en lo concerniente a la teoría de los factores, en la sociedad y en la naturaleza a la vez. Después de todo ¿quién puso estos factores en su lugar? ¿Quién les ha dado sus necesarios poderes de jurisdicción? En una palabra, si en política el burocratismo exige un zar o un dictador, no importa cual sea su mediocridad, entonces, en teoría, el pluralismo de los factores exige un dios de talla tan liviana como pueda ser esta divinidad. Los partidarios de la realeza franceses, no sin un toque de humor, acusaban al sistema burocrático de la IIIº República de tener “un agujero en la cumbre”. Las cosas se han desarrollado de manera tal que, durante más de medio siglo, la Francia burguesa fue gobernada por una burocracia disimulada detrás de un sistema parlamentario, es decir, con “un agujero en la cumbre”. Lo mismo ocurre con la filosofía, especialmente con la filosofía social e histórica. La filosofía no encuentra siempre en ella misma el coraje de tapar el agujero en la cumbre con el super factor de la divinidad. En lugar de ello, le brinda al mundo la ocasión de ser gobernado por una oligarquía esclarecida.
Por esencia, la teoría de los factores múltiples no es viable sin una divinidad. Dispersa simplemente la omnipotencia divina entre los diferentes maestros menores, con poderes más o menos iguales: economía, política, derecho, moral, ciencias, religión, estética, etc. Cada uno de esos factores tiene sus propios sub-agentes, cuyo número aumenta o disminuye en función de lo que es cómodo para la autoridad administrativa –es decir, por el nivel dado de conocimientos teóricos. En todo caso, poder y autoridad provienen de la “cumbre”, desde los “factores” hasta los hechos. Es esto lo que le da al sistema su carácter idealista. Cada factor que, por esencia, no es más que un término generalizado para un grupo de hechos similares u homogéneos, recibe poderes especiales inmanentes –poderes supuestamente inherentes a los llamados factores– para gobernar al conjunto de los hechos y la jurisdicción pensada para ellos. Exactamente como algunos burócratas gobernantes, incluidos los republicanos, cada factor se aprovecha de la gracia necesaria, aun cuando ésta esté secularizada, para administrar los asuntos del departamento que le ha sido confiado. Llevada a su conclusión extrema, la teoría de los factores es una variedad particular, y muy difundida, del idealismo inmanente.
La fragmentación de la naturaleza en factores subsidiarios era un escalón necesario en la larga escalera en que la conciencia humana se elevó del caos primitivo. Sin embargo, en realidad, la cuestión de la interacción de factores, de su jurisdicción, de sus orígenes, no hacen más que plantear las cuestiones más relevantes de la filosofía. La ruta debe, o bien ascender hacia el acto de creación y hacia un Creador, o bien descender al polvo terrestre, en el que los seres humanos no son más que un producto –es decir, descender a la naturaleza y a la materia. El materialismo no rechaza los factores, así como la dialéctica no rechaza la lógica. El materialismo utiliza a los factores como un sistema de clasificación de los fenómenos que aparecieron históricamente –cualquiera sea el modo en que su esencia espiritual pueda ser “delimitada”– a partir de las fuerzas productivas subyacentes y de las relaciones sociales y a partir de las bases naturales, históricas, es decir materiales, de la naturaleza.
¿Qué es la dictadura del proletariado? Es una correlación organizada de las clases bajo una determinada forma. Esas clases, sin embargo, no permanecen inmóviles, sino que cambian material y psicológicamente, cambiando, en consecuencia, la relación de fuerzas entre ellas, es decir, reforzando o debilitando la dictadura del proletariado. Esto es la dictadura para un marxista. Pero, para un burócrata, la dictadura es un factor autónomo, autosuficiente, o una categoría metafísica que se sostiene por encima de la verdadera relación entre las clases y que lleva en ella misma todas las garantías necesarias. En la cúspide de esto, cada burócrata tiende a ver la dictadura como un ángel guardián colgado encima de su escritorio.
Erigidos sobre esta concepción metafísica de la dictadura se alzan todos los argumentos en el sentido que, como tenemos una dictadura del proletariado, el campesinado no tendría diferenciación, los kulaks no podrían fortalecerse, y si los kulaks se fortalecieran esto significaría que ellos se transformarían en socialismo. En una palabra, la dictadura se convierte, de una relación de clases en un principio autosuficiente, relación en la que los fenómenos económicos, en cierto modo, no son más que una emanación. Por supuesto, ningún burócrata lleva este sistema hasta el final. Son demasiado empíricos para ello, están muy estrechamente ligados a su propio pasado. Pero, sus pensamientos, según estas líneas precisas, y las fuentes teóricas de sus errores, deben buscarse en este camino.
El marxismo ha trascendido la teoría de los factores para llegar al monismo histórico. El proceso que vemos ahora tiene un carácter de regresión, ya que representa un movimiento que se aleja del marxismo hacia una oligarquía metafísica de los factores.

“La importancia de la teoría. Algunos piensan que el leninismo es la primacía de la práctica sobre la teoría en el sentido de que no es más que la traducción de las tesis marxistas en hechos, su ‘ejecución’. En cuanto a la teoría, se dice más bien que al leninismo no le concernía” (Los fundamentos del leninismo, edición rusa de 1928)

Este pasaje es un verdadero microcosmos de Stalin. Representa igualmente su profundidad teórica, su vivacidad polémica, su honestidad con relación a sus oponentes. Cuando Stalin decía: “algunos piensan”, hablaba de mí, en un tiempo en el que aún no se decidía a llamarme por mi nombre. Todos los profesores, periodistas, críticos, aún no estaban esposados, y Stalin no se había asegurado aún a sí mismo la última palabra, ni en la mayoría de los casos, la palabra única. Tenía necesidad de atribuirme la afirmación absurda de que al leninismo no le atañía la teoría. ¿Cómo podía hacerlo? Al decir “algunos piensan” que el leninismo no es más que “la traducción de las tesis marxistas en hechos”, no es más que una “ejecución”. Esta es la traducción que hace Stalin de mis palabras: “el leninismo, es el marxismo en acción”. Como quiera que sea, mi formulación implicaba que al leninismo no le atañía la teoría. Pero, ¿cómo es posible para alguien traducir la teoría marxista en acción a la vez que “no le concernía la teoría”? La actitud del mismo Stalin para con la teoría no puede calificarse de esa manera, por la única razón que ella le es indiferente al maniobrar. Pero, por esta misma razón, a nadie se le ocurriría decir que Stalin traduce la teoría en hechos. Lo que Stalin traduce en hechos son las exigencias de la burocracia, los impulsos subterráneos de las fuerzas de clase. El leninismo es el marxismo en acción, es decir la teoría que ha tomado carne y sangre. Esta formulación no podía ser descripta como una indiferencia con relación a la teoría más que por alguien que se sofoca en su propio despecho. Para Stalin, esta situación es normal. La apariencia exterior del incoloro carácter burocrático de sus artículos y discursos mal disimula el odio devorador que le profesa a todo lo que supera su propio nivel. Al mismo tiempo, el pensamiento sobre sí mismo de Stalin, como un escorpión, a menudo golpea su propia cabeza con su cola envenenada.
¿Qué significa la afirmación: “el leninismo es la primacía de la práctica ante la teoría? Aquí, incluso la gramática es mala. Se debería decir: “la primacía sobre la teoría” o “con relación a la teoría”. El problema, por supuesto, no es por la gramática, la que tiene en general una existencia precaria en las páginas de Problemas del leninismo de Stalin. Lo que importa es el contenido filosófico de esa frase. El autor argumenta en contra de la idea de que el leninismo procede de la primacía de la práctica sobre la teoría. Pero, después de todo, esto es la esencia del materialismo. Aún cuando utilizamos el viejo término filosófico superado de primacía, es necesario decir que la práctica tiene la misma primacía indiscutible sobre la teoría como el ser sobre la conciencia, la materia sobre el espíritu y el todo sobre las partes. Ya que la teoría nace de la práctica, está engendrada por las necesidades prácticas, y constituye una generalización más o menos incompleta o imperfecta de la práctica.
En ese caso, ¿los empiristas no tienen razón dado que se orientan por medio de la práctica “directa” como tribunal supremo de la autoridad? ¿No son ellos, en este caso, los materialistas más consistentes? No, ellos no representan más que una caricatura de materialismo. Ser guiado por la teoría es ser guiado por generalizaciones basadas en toda la experiencia práctica anterior de la humanidad, con el fin de poder pautar, con el mayor éxito posible, uno u otro problema práctico de hoy. De ese modo, a través de la teoría, descubrimos precisamente la primacía de la práctica en su conjunto sobre los aspectos particulares de la práctica.
Al afirmar la primacía de la economía sobre la política, Bakunin rechazaba la lucha política. No comprendía que la política es economía generalizada y que, en consecuencia, es imposible resolver los problemas económicos más importantes, es decir, los más generales, evitando generalizarlos por la política.
Y ahora es posible apreciar la tesis filosófica de Stalin, sobre la importancia de la teoría. Pone de cabeza la relación verdadera entre teoría y práctica. Pone un signo igual entre la aplicación práctica de la teoría y el menosprecio de la teoría, atribuye a su adversario una idea, evidentemente absurda, y lo hace con las peores intenciones, especulando con los instintos más bajos del lector mal informado. Esta tesis, perfectamente contradictoria, se destruye a sí misma además, en un total desconcierto gramatical. Es por ello que lo hemos llamado un microcosmos.
¿Qué clase de definición del leninismo oponía Stalin a la mía? He aquí la definición que unió a Stalin, Zinoviev y Bujarin y que encontró su lugar en todos los manuales: “el leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. Más exactamente, el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general y la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular”.
La inconsistencia de esta definición, y al mismo tiempo, su naturaleza contradictoria, se traicionan a partir de que nos preguntamos simplemente qué es el marxismo. Observemos una vez más los principales elementos.
Ante todo, el método dialéctico. Marx no es el inventor de este método y nunca pretendió serlo. Engels creía que era mérito de Marx el haber resucitado y defendido la dialéctica en los tiempos de los epígonos en filosofía y del empirismo estrecho en las ciencias positivas. Engels, en su “antiguo prefacio” del Anti-Dühring, decía lo siguiente: “Es mérito de Marx que, al contrario de los epígonos groseros, arrogantes, mediocres, que ahora levantan la voz en una Alemania cultivada, fue el primero en poner en el centro de la escena el olvidado método dialéctico”. Marx no pudo hacer esto más que liberando a la dialéctica de su cautiverio idealista. Y aquí se plantea un enigma: ¿cómo es posible separar la dialéctica del idealismo de una manera tan mecánica? La respuesta a este enigma se encuentra en la dialéctica del propio proceso de conocimiento. Cada vez que una religión primitiva o mágica adquirió un conocimiento nuevo sobre alguna fuerza de las leyes naturales, inmediatamente contó a esta ley o a esta fuerza entre sus propios poderes. De la misma manera, el pensamiento cognoscitivo, al haber extraído las leyes de la dialéctica del proceso material, se atribuyó a sí mismo la dialéctica, al mismo tiempo, la dialéctica, a través de la filosofía hegeliana, se atribuyó una omnipotencia absoluta. El chaman1 señala con precisión la creencia general de que la lluvia cae de las nubes. Pero se equivoca al pensar que, imitando una u otra característica de las nubes, podría hacer llover. Hegel se equivocó al hacer de la dialéctica el atributo inmanente del Espíritu Absoluto. Pero tenía razón en pensar que la dialéctica interviene en todos los procesos del universo, incluida la sociedad humana.
Al basarse en el conjunto de la filosofía materialista anterior y en el materialismo inconsciente de las ciencias naturales, Marx sacó la dialéctica de las superficies desprovistas del idealismo y la hizo mirar hacia la materia, su madre.
Es en este sentido que la dialéctica, habiendo encontrado nuevamente sus derechos a través de Marx y materializada por él, constituye el fundamento de la concepción marxista del mundo, el método fundamental del análisis marxista.
El segundo componente más importante del marxismo es el materialismo histórico, es decir, la aplicación de la dialéctica materialista a la estructura de la sociedad humana y a su desarrollo histórico. Sería erróneo disolver el materialismo histórico en el materialismo dialéctico, del que no es más que una aplicación. Para aplicar a la historia humana el materialismo dialéctico, era necesario un gran acto creador del pensamiento cognitivo.

Este acto abrió una época nueva en la historia de la humanidad, cuya dinámica de clases está reflejada en él.
Se puede decir con total justificación que el darwinismo es una aplicación brillante –aunque no haya sido elaborada filosóficamente hasta el final– de la dialéctica materialista a la cuestión del desarrollo del mundo orgánico en toda su diversidad y multiplicidad. El materialismo histórico cae dentro de la misma categoría. Es una aplicación de la dialéctica materialista a una parte distinta, aunque enorme, del universo. La importancia práctica inmediata del materialismo histórico es en este momento incomparablemente mayor, ya que, por primera vez, da a la clase de vanguardia la ocasión de abordar la cuestión del destino humano de manera plenamente consciente. Unicamente la victoria completa del materialismo histórico en la práctica –es decir, el establecimiento de una sociedad socialista técnica y científicamente poderosa– abrirá la posibilidad práctica de una aplicación seria de las leyes del darwinismo a la propia especie humana, con el objetivo de modificar o superar las contradicciones biológicas que existen en los seres humanos.
El tercer componente del marxismo es su sistematización de las leyes de la economía capitalista. El Capital de Marx es una aplicación del materialismo histórico al plano de la economía humana en una etapa particular de su desarrollo, exactamente como el materialismo histórico en su conjunto es una aplicación de la dialéctica materialista al plano de la historia humana.
Los subjetivistas rusos –es decir, los empiristas de la escuela idealista y sus epígonos– reconocían plenamente la competencia y la autoridad del marxismo en el terreno de la economía capitalista, pero negaban que pueda ser aplicado correctamente a otras esferas de la actividad humana. Este tipo de separación descansa sobre una fetichización grosera de los factores históricos homogéneos distintos (economía, política, derecho, ciencias, arte, religión), que tejen la fabricación de la historia mediante su combinación y su interacción, exactamente como los compuestos químicos se forman por la combinación de elementos homogéneos distintos. Pero aún, además del hecho de que la dialéctica materialista ha triunfado también en química sobre el conservatismo empírico de Mendeleiev al demostrar la transmutabilidad de los elementos – aún dejando esto de lado, los factores históricos no tienen nada en común con los elementos en lo que concierne a la estabilidad y a la homogeneidad. La economía capitalista hoy descansa sobre el fundamento de una técnica que sabe asimilar los frutos de todo el pensamiento científico anterior. La circulación capitalista de mercancías no es concebible más que en el marco de normas legales definidas. En Europa, estas se establecieron a través de la asimilación del derecho romano y su adaptación posterior a las necesidades de la economía capitalista.
La economía histórica y teórica de Marx muestra que el desarrollo de las fuerzas productivas, en una fase precisa, perfectamente descriptible, destruye ciertas formas económicas, en medio de otras formas, y, en el curso de este proceso, destruye el derecho, la moral, las ideas, las creencias; demuestra también que la introducción de un sistema de fuerzas productivas de un nuevo tipo y más elevado crea, por sus propias necesidades –siempre por los hombres, siempre por la actividad de los seres humanos– nuevas normas sociales, legales, políticas y otras, en el marco de las cuales esta etapa se provee del equilibrio dinámico que necesita. De este modo, la economía pura es una ficción. A lo largo y a lo ancho, a través de su estudio, Marx pone de relieve, con gran claridad, las correas de transmisión, los engranajes, los demás mecanismos de transmisión que conducen sus relaciones económicas a las fuerzas productivas y a la naturaleza misma, a la corteza terrestre, de la que los seres humanos son un producto; pero también las relaciones económicas que conducen hacia arriba, hacia lo que se llama los aparatos superestructurales y las formas ideológicas que siempre tomaron su alimento de la economía. Todos los hombres comen pan; la mayoría prefiere comerlo con manteca. En otros términos, existe una interacción constante entre la economía y la superestructura.
Así, sólo un eclecticismo desprovisto de talento puede hacer una falsa distinción entre el darwinismo y el materialismo histórico. Pero, al mismo tiempo, también sería completamente erróneo disolver simplemente el sistema económico de Marx en su teoría sociológica –o, para emplear la antigua terminología, en su teoría histórico-filosófica. En relación con el materialismo histórico, Marx y Engels establecieron los métodos fundamentales de la investigación sociológica y propusieron modelos de un alto nivel científico, aunque sólo hayan sido episódicos y en forma de folleto; los trabajos consagrados sobre todo a las crisis revolucionarias o a los periodos revolucionarios en la historia –por ejemplo, el ensayo de Engels sobre las guerras campesinas en Alemania, los escritos de ambos sobre el período de 1848-1851 en Francia, la Comuna de París, y así ininterrumpidamente2. Estos escritos son ilustraciones brillantes más que aplicaciones exhaustivas de la doctrina del materialismo histórico. No es más que en el campo de las relaciones económicas que Marx ha suministrado una aplicación más profunda de su método en los aspectos teóricos, aunque sea técnicamente deficiente. Lo hizo en un libro que es uno de los productos más consumados del pensamiento cognitivo en la historia humana, El Capital. Por esta obra es que la economía marxista puede ser aislada como un tercer componente, separado, del marxismo.
En la actualidad se pueden leer frecuentemente referencias a la psicología marxista, la ciencia natural marxista, y así infinitamente. Todo esto muestra más el deseo que la realidad, como también lo hacen los diversos discursos sobre la cultura proletaria y la literatura proletaria. Con frecuecia sucede que estas pretensiones no están basadas en nada sólido. Sería totalmente absurdo incluir el darwinismo o la tabla de Mendeleiev como elementos constituyentes del marxismo, a pesar del lazo que existe entre ellos. No hay duda de que una aplicación consciente de la dialéctica materialista a las ciencias naturales, con una comprensión científica de la influencia de la sociedad de clases sobre los objetivos, los métodos, las metas de la investigación científica, enriquecería a las ciencias naturales, y la reestructuraría en muchos aspectos, revelando nuevos lazos y conexiones, y dando a las ciencias naturales un lugar de una renovada importancia en nuestra comprensión del mundo. Cuando aparezcan en la esfera científica trabajos que hagan época, quizás sea posible hablar de biología marxista, de psicología marxista, etc.. Aunque seguramente, tal sistema tendrá un nuevo nombre. El marxismo no tiene la pretensión de ser un sistema absoluto. Tiene conciencia de su propio significado históricamente transitorio. Sólo una aplicación consciente de la dialéctica materialista a todos los ámbitos de la ciencia puede preparar y preparará los elementos necesarios para trascender al marxismo, lo que, dialécticamente, será, al mismo tiempo, el triunfo del marxismo. A partir de la semilla brota un tallo en el que crece una nueva espiga de trigo, en detrimento de la semilla que está muerta.
En sí mismo, el marxismo es un producto histórico y debe ser aprehendido de esta manera. Este marxismo histórico incluye en sí mismo a los tres elementos de base que habíamos mencionado: la dialéctica materialista, el materialismo histórico, y el análisis teórico y crítico de la economía capitalista. Tenemos en mente estos tres elementos cuando hablamos de marxismo, es decir, cuando hablamos de él de manera válida.
¿Quizás el sistema del materialismo histórico ha cambiado? Si ha sido así, ¿en donde encontró su expresión este cambio? ¿En el sistema ecléctico de Bujarin que se nos propone bajo el tinte de materialismo histórico? No, ciertamente que no. Aunque Bujarin reduzca el marxismo a práctica, no tiene el coraje de reconocer abiertamente su intento de crear una nueva teoría histórico-filosófica convenientemente adaptada a la nueva época, la era del imperialismo. En última instancia, la escolástica de Bujarin no conviene más que a su propio creador. Lukács hizo un intento más audaz, en principio, por ir más allá del materialismo histórico. Se arriesgó a anunciar que, con el inicio de la revolución de Octubre que representaba el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad, el materialismo histórico había dejado de existir y había dejado de responder a las necesidades de la era de la revolución proletaria. Sin embargo, con Lenin, nos habíamos reído mucho de este nuevo descubrimiento que, por decirlo moderadamente, era, por lo menos, prematuro.
Pero, si bien Stalin, Zinoviev y Bujarin no retomaron la teoría de Lukács
–que dicho al pasar, su autor ha repudiado desde hace largo tiempo– ¿qué idea tuvieron exactamente?
Queda por decir que el tercer elemento del marxismo, su sistema económico, es el único aspecto en el que el desarrollo histórico, desde la época de Marx y Engels, introdujo, no solo un nuevo material fáctico, sino también formas cualitativamente nuevas. Pensamos en la nueva etapa de concentración y centralización de la producción, de la circulación, del crédito, las nuevas relaciones entre los bancos y la industria, y el nuevo rol del capital financiero y las organizaciones monopólicas del capital financiero. Pero no podemos hablar bajo este ángulo de ningún marxismo especial durante la época del imperialismo. Lo único que podemos decir aquí –y con plena justificación– es que El Capital de Marx necesita un capítulo suplementario, o un volumen entero suplementario, que incluyera a las nuevas formas de la época imperialista en el sistema de conjunto. No hay que olvidar que una parte importante de este trabajo fue hecho por ejemplo por

Hilferding en su libro sobre el capital financiero, escrito, dicho sea al pasar, bajo la influencia del saludable impulso dado por la revolución de 1905 al pensamiento marxista en Occidente. Sin embargo, no está en la cabeza de nadie incluir El Capital financiero de Hilferding como parte integrante del leninismo, aún cuando se le sacaran los elementos envenenados de pseudo marxismo –estos elementos pseudo marxistas que por cortesía geográfica llamamos “austro-marxismo”. Jamás se le ocurrió a Lenin que su genial panfleto sobre el imperialismo3 constituía una especie alguna de expresión teórica del leninismo como tipo especial de marxismo de la época imperialista. Sólo podemos imaginarnos los jugosos epítetos con que Lenin hubiera recompensado a los autores de semejante afirmación.
Si, por lo tanto, no encontramos una nueva dialéctica materialista, un nuevo materialismo histórico ni nuevas teorías del valor para la “época del imperialismo y la revolución proletaria”, ¿qué contenido debemos darle a la definición stalinista de leninismo que ha sido canonizada como definición oficial? La canonización de esta idea, dicho sea de paso, no prueba nada, ya que la canonización de declaraciones teóricas no son necesarias habitualmente más que cuando, como decía Tomás de Aquino, debemos creerlo precisamente a causa de lo absurdo de las cosas.
Movimientos atrasados en el marco del marxismo se han producido ya decenas de veces. Todas las regresiones a visiones teóricas premarxistas fueron presentadas hasta el momento en forma de críticas, renovaciones, aumentos –regresiones a ideas que han sido superadas por el marxismo en el curso de la batalla–. Pero el revisionismo no es tan abierto. E incluso el revisionismo abierto debe preparar su camino por socavamientos preliminares llevados frecuentemente bajo la presión de necesidades empíricas y no de objetivos fundamentados teóricamente.
El hecho de presentar al leninismo como una especie particular de marxismo específico de la época del imperialismo era necesario para revisar al marxismo y a esto, Lenin lo ha combatido durante toda su vida. En la medida en que la idea central de esta última revisión del marxismo era la línea reaccionaria del socialismo nacional (la teoría de la construcción del socialismo en un solo país), era necesario demostrar, o al menos proclamar, que el leninismo había tomado una posición nueva alrededor de este tema central de la teoría y de la política marxista, en oposición al marxismo de la época preimperialista. Ya hemos visto que Lenin había descubierto por sí mismo la ley del desarrollo desigual, que no podía tratarse de algo parecido a la época de Marx y Engels. Es precisamente en el absurdo a los que los Tomás de Aquino de nuestros días nos llaman a creer ciegamente. Sin embargo, lo que queda totalmente sin explicación, es por qué Lenin nunca se ha desmarcado a sí mismo sobre esta cuestión central de Marx y Engels y por qué no opuso jamás su “marxismo de la época imperialista” a un marxismo “puro y simple”. Dicho sea de paso, Lenin tenía un conocimiento mucho más sólido acerca de Marx que ninguno de los epígonos de hoy –al igual que una intolerancia orgánica para las afirmaciones inexactas o la falta de claridad en las cuestiones teóricas–. A Lenin lo caracterizaba una honestidad superior de la conciencia teórica, que, en casos aislados, hubiera podido parecer pedante a cualquiera que no reflexionara suficientemente. Conservaba sus cuentas corrientes ideológicas con Marx con el mismo cuidado meticuloso que podíamos ver en su propio y poderoso pensamiento y en su gratitud como discípulo. Y sin embargo, sobre la cuestión central del carácter internacional de la revolución socialista, Lenin no había hecho notar jamás su propia ruptura con la forma preimperialista del marxismo o, peor aún, lo había hecho notar pero lo habría guardado en secreto para sí mismo –aparentemente con la esperanza de que Stalin explicaría este secreto próximamente a una humanidad reconocida–. Y lo que Stalin ha hecho, creando el marxismo de la era del imperialismo, en unas pocas líneas totalmente mediocres, líneas que se han convertido en la pantalla para la revisión de sálvese quien pueda de Marx y Lenin a la que hemos asistido en el transcurso de estos últimos seis años.
Debemos remontarnos a la Edad Media para encontrar ejemplos análogos del ascenso de un sistema ideológico enteramente nuevo sobre la base de algunas líneas de un texto que fue mal interpretado o incorrectamente copiado. Así, los “viejos creyentes” se dejaban quemar vivos en nombre de algunas líneas de la Biblia mal copiadas.
En la historia del pensamiento social ruso del siglo XIX encontramos el caso de un grupo de intelectuales progresistas que habían interpretado incorrectamente las palabras de Engels: “todo lo que es real es racional” y que creían que éstas significaban que todo lo que existía era racional y que, en consecuencia, había adoptado una actitud extremadamente conservadora. Pero estos ejemplos son insignificantes –el primero por su antigüedad, el segundo por el escaso número de personas implicadas– en comparación al caso actual, en el que una organización que influencia a millones de hombres, utiliza toda la maquinaria de levantamiento del aparato para aportar un punto de vista totalmente nuevo, que se apoya en una mala interpretación pueril de dos citas.
Pero, si las cosas hubieran estado realmente determinadas por textos mal copiados o por una lectura iletrada de ciertos textos, se podría caer en la desesperanza total en cuanto al futuro de la humanidad. En verdad, sin embargo, las reales fuerzas causales detrás de los ejemplos que hemos citado van más profundamente. Los “viejos creyentes”4 tenían razones materiales suficientemente sólidas para romper con la Iglesia oficial y el estado policíaco monárquico. En el caso de la intelligentsia radical de los años 1840, no tenía suficiente fuerza para combatir al régimen zarista y también, antes de alcanzar el punto en el que decidieron armarse de bombas terroristas –que ocurrió recién durante la siguiente generación–, trató de encontrar un terreno de acuerdo entre su recién despierta conciencia política y las realidades existentes, incluso por los medios de algún hegelianismo mal digerido.
Por último, la necesidad, de uno u otro modo, de cortar el cordón umbilical que liga la República Soviética con la revolución internacional – esta necesidad nació de las condiciones y el desarrollo existentes, de las derrotas de la revolución internacional y de la presión, dentro de las tendencias, de los propietarios del país. Los teóricos de la burocracia han elegido las citas de la misma manera que los curas de todas las religiones eligen los textos sagrados aplicables según las circunstancias existentes. Si bien, en relación a los textos, el burocratismo está obligado a hacer falsificaciones que arrojarían a la vergüenza a la mayor parte de los curas, la falta, aquí también, le incumbe a las circunstancias.
Pero, como ya lo hemos visto, a partir de la cita anterior, nuestro teórico tiene otra definición del leninismo que considera como “más precisa, es decir, el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general y la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular”. Sin embargo, esta definición, más precisamente formulada, compromete aún un poco más una definición que ya no tenía esperanzas.
Si el leninismo "es una teoría de la revolución proletaria en general”, entonces ¿qué es el marxismo? Marx y Engels lo anunciaron al mundo, a viva voz, en 1847 en el Manifiesto Comunista. ¿Qué otra cosa es este documento inmortal que el manifiesto de la “revolución proletaria en general”? Se podría decir con total justificación que toda la actividad teórica ulterior de estos dos grandes amigos no ha sido más que un comentario de este manifiesto. Al utilizar la consigna del “objetivismo” los marxistas académicos trataron de separar estas conclusiones revolucionarias de la contribución teórica del marxismo a la ciencia. Los epígonos de la IIº Internacional trataron de transformar a Marx en un evolucionista de una variedad de jardinería. Durante toda su vida Lenin combatió contra estos dos tipos, en el nombre del marxismo auténtico, es decir “de la teoría de la revolucion proletaria en general, de la teoría de la dictadura del proletariado en particular”. ¿Qué significa, entonces, el intento por oponer la teoría leninista al marxismo?
En la búsqueda de un terreno donde oponer el leninismo al marxismo
–con, por supuesto, toda suerte de caracterizaciones y de reservas desprovistas de sentido– Stalin se vuelve a un criterio histórico:

“Marx y Engels aparecieron en la escena en un período revolucionario (pensamos en la revolución proletaria), cuando no existía todavía un imperialismo desarrollado, en el período de preparación del proletariado para la revolución, cuando la revolución proletaria aún no era directa y prácticamente inevitable. Por otro lado, Lenin, el discípulo de Marx y Engels, se subió a las tablas en pleno período de desarrollo del imperialismo, el período de desarrollo de la revolución proletaria” (Los fundamentos del leninismo, edición rusa, 1928, pág. 74).

Aún dejando de lado el estilo sorprendente de estas líneas –Marx y Lenin subidos a las tablas “como actores provincianos”, aún es necesario reconocer que esta excursión en la historia es totalmente ininteligible. Es verdad que Marx ha estado activo en el transcurso del siglo XIX y no en el siglo XX, pero, por cierto, la esencia de toda la actividad de Marx y de Engels fue el haberse anticipado en forma teórica y el haber preparado el camino para la era de la revolución proletaria. Si se deja esto de lado, solo puede desembocarse en el marxismo académico, es decir, a lo que es su caricatura más repugnante. La importancia plena de la obra de Marx se hace evidente a partir del hecho que la época de la revolución proletaria, que se ha producido mucho más tarde de lo que él y Engels esperaban, no ha exigido una revisión del marxismo, sino por el contrario, ha exigido la purificación de todo el herrumbre del epigonismo que se desarrolló en el intervalo. Pero Stalin pretende que el marxismo, a diferencia del leninismo, sea el reflejo teórico de un período no revolucionario.
No es casual que encontremos esta concepción en Stalin. Se desprende del conjunto de la psicología de todo empirista que vive sobre la tierra. Para él, la teoría no hace más que “reflejar” su época y sirve a las tareas del día. En el capítulo de Principios del Leninismo5, especialmente consagrado a la teoría –¡y es un capítulo!– Stalin sube a las tablas de esta manera: “La teoría puede convertirse en una fuerza inmensa del movimiento obrero si se forma en alianza indisoluble con la práctica revolucionaria” (de la edición rusa del 28, pág. 89, el subrayado es mío, León Trotsky)6.
Evidentemente, la teoría de Marx, que tomó forma “en alianza indisoluble” con la práctica “de una época prerrevolucionaria” está condenada a ser superada en relación a la “práctica revolucionaria” de Stalin. No llega de ningún modo a comprender que la teoría –la teoría auténtica o fundamental– no toma forma en relación directa con las tareas prácticas del presente. La teoría es más bien la consolidación y la generalización de toda la actividad práctica y de la experiencia humana, que engloba períodos históricos diferentes en su sucesión materialmente determinada. Es solamente porque la teoría no está indisolublemente ligada con las tareas prácticas que le son contemporáneas, sino que se eleva por encima de ellas, que tiene el don de ver con anticipación, es decir que es capaz de prepararse para vincularse con la actividad práctica futura y formar la gente que estará a la altura de las tareas prácticas del porvenir. La teoría de Marx se ha elevado como una gigantesca torre por encima de las tareas prácticas revolucionarias de los contemporáneos lasalleanos de Marx, exactamente como lo ha hecho por encima de la actividad práctica de todas las organizaciones de la Primera Internacional. La Segunda Internacional no asimiló más que algunos de los elementos del marxismo para sus propias necesidades y nunca, por cierto, los más importantes. No es más que en la época de las catástrofes históricas que se extienden en el conjunto del sistema capitalista que se ha abierto la posibilidad de poner en práctica las conclusiones fundamentales del marxismo. Unicamente este punto es lo que ha vuelto a la gente más receptiva, y no a todos, hacia una comprensión del marxismo en su conjunto.
La historia stalinista del marxismo y del leninismo pertenece a la misma “escuela histórica” de la que Marx decía que, para emplear los términos del Nuevo Testamento, no veía más que la parte escondida de todo lo que fue hecho. La sugerencia de Stalin acerca de la existencia de una teoría prerrevolucionaria del marxismo y de una teoría revolucionaria del leninismo, es de hecho una filosofía de la historia adaptada por el civismo teórico que, simplemente, hace algunas comisiones para las tareas prácticas del día.
Cuando Stalin habla de “teoría”, piensa en los que montan, bajo las órdenes del secretariado “con una ligazón indisoluble con la práctica”, las necesidades de las tareas prácticas, del aparato dirigente centrista en un período de retroceso político.
Dando vueltas la papilla en el plato, que está demasiado caliente para él y que no ha sido cocinada por él –verdaderamente la mejor palabra para esta salsa teórica es la palabra favorita de Lenin, la papilla– a través de los zig-zags y los circunloquios, Stalin se acerca furtivamente a la idea de que el leninismo es “más revolucionario” que el marxismo. Continuando su intento de oponer el leninismo al marxismo, Stalin escribe: “se nota comúnmente el carácter excepcionalmente combativo, excepcionalmente revolucionario del leninismo”. ¿Quién lo nota? no está claro. Stalin dice simplemente que se nota “comúnmente”. Este tipo de prudencia proviene de la cobardía. Pero ¿qué quiere decir “excepcionalmente revolucionario”? ¿Quién sabe? ¿qué es lo que Stalin señala sobre este punto? Dice: “Es absolutamente justo. Pero (!) esta cualidad particular (una “particularidad” menor en comparación al marxismo) se explica por dos razones: la lucha contra el oportunismo de la IIº Internacional y la revolución proletaria” (Ibídem, pág. 74).
Se ve como Stalin se consagra –quizás no muy valientemente, pero lo ha hecho– a la conclusión de que el “rasgo particular” del leninismo es su carácter “excepcionalmente” revolucionario en comparación al marxismo. Si esto era verdad, entonces tendríamos que haber abandonado abiertamente al marxismo como una teoría superada, exactamente como la ciencia, a tiempo, ha rechazado la teoría flogística, el vitalismo, y así ininterrumpidamente, dejándolo solamente como material para la historia del pensamiento humano. Pero, de hecho, la idea de que el leninismo es “más revolucionario” que el marxismo es un travestismo completo del leninismo, del marxismo y del concepto de lo que es revolucionario.
En nuestro análisis de la segunda y “más precisa” definición del leninismo según Stalin, hemos dejado de lado hasta este momento la palabra “táctica”. La fórmula íntegra, como el lector recordará, es esta:

“El leninismo es el marxismo de la época imperialista y de la revolución proletaria. Más exactamente: el leninismo es la teoría y la táctica de la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la dictadura del proletariado en particular”.

La táctica es la aplicación práctica de la teoría a las condiciones específicas de la lucha de clases. El lazo entre la teoría y la práctica corriente se hace a través de la táctica. La teoría, al contrario de lo que dice Stalin, no toma forma en alianza inseparable con la práctica corriente. Se eleva por encima de ella y no es más que por eso que tiene la capacidad de dirigir una táctica indicando, además de las tareas actuales, los puntos de referencia en el pasado y las perspectivas para el porvenir. La línea compleja de la táctica en el presente –táctica marxista, es decir, no táctica de seguidismo– no está determinada por un punto único, sino por una multiplicidad de puntos en el pasado y en el futuro a la vez.
Si bien el marxismo, que ha aparecido en un período prerrevolucionario no es de ningún modo una teoría “prerrevolucionaria” sino, al contrario, se ha elevado por encima de su propia época para convertirse en una teoría de la revolución proletaria, entonces la táctica –es decir, la aplicación del marxismo a las condiciones específicas del combate– por su esencia misma, no puede elevarse por encima de su propia época, es decir, por encima de la madurez de las condiciones objetivas. Desde el punto de vista de la táctica –sería más exacto decir, desde el punto de vista de la estrategia revolucionaria–, la actividad de Lenin difiere enormemente de la de Marx y los primeros discípulos de Marx, exactamente como la época de Lenin difiere con la de Marx. El dirigente revolucionario Marx ha vivido y ha muerto como consejero teórico de los jóvenes partidos del proletariado y como heraldo que anunciaba las batallas decisivas por venir. Lenin condujo al proletariado hacia la toma del poder, a asegurar su victoria a través de su dirección, y a darle una dirección al primer Estado obrero en la historia de la humanidad y a una Internacional cuya tarea inmediata era la de establecer una dictadura mundial del proletariado. El trabajo titánico de esta suprema estrategia revolucionaria puede, con total justicia, estar ubicado en el mismo nivel que el trabajo de titán supremo de la teoría proletaria.
El intento de pesar y comparar mecánicamente los elementos teóricos y prácticos en el trabajo de Marx y en el de Lenin es lamentable, estéril y profundamente estúpido. Marx no sólo ha creado una teoría, sino que también creó una Internacional. Lenin no sólo ha conducido una gran revolución, sino que ha hecho un trabajo teórico importante. Parecería así que la diferencia entre ellos era simplemente que “subieron a las tablas” en épocas diferentes, como resultado de esto el marxismo es simplemente revolucionario, mientras que el leninismo es “excepcionalmente revolucionario”. Todo esto, ya lo hemos escuchado.
Marx ha hecho mucho como dirigente de la Primera Internacional. Pero esto no ha sido la principal realización de su vida. Marx continuaría siendo Marx, incluso sin la Liga Comunista y la Primera Internacional, y su elevado trabajo teórico no coincide de ningún modo con su actividad práctica revolucionaria. Fue muchísimo más allá, por el hecho de haber creado la base teórica para toda la actividad práctica ulterior de Lenin y de un cierto número de generaciones todavía por venir.
El trabajo teórico de Lenin tuvo un carácter esencialmente auxiliar en relación a su propia actividad práctica revolucionaria. La dimensión de su trabajo teórico correspondió a la importancia histórica mundial de su práctica. Pero Lenin no ha creado una teoría del leninismo. Ha aplicado la teoría del marxismo a las tareas revolucionarias de la nueva época histórica. A partir del IIIº Congreso del Partido en donde se plantearon los primeros fundamentos del Partido Bolchevique, Lenin decía que consideraba más justo que lo consideraran un publicista más que un teórico de la socialdemocracia. Es un poco más que la “modestia” de un joven dirigente, que ya había producido buenos trabajos de gran valor. Si recordamos que hay varios tipos de “publicistas”, Lenin ha definido con justeza la significación histórica de estas palabras. El trabajo de un publicista, según su concepción, es la aplicación teórica y política de la teoría ya existente para abrir el camino a un movimiento revolucionario vivo.
Incluso el trabajo más “abstracto” de Lenin, en el que el tema está muy alejado de los problemas cotidianos –su trabajo sobre el empiriocriticismo–7 fue estimulado por las necesidades inmediatas de la lucha interna del Partido. Este libro puede ubicarse en el estante justo al lado del Anti-Dühring de Engels como aplicación del mismo método y de las mismas técnicas críticas a materiales en parte nuevos de las ciencias naturales, dirigidos contra nuevos adversarios. No menos, pero tampoco no más que esto. No hay aquí un nuevo sistema, ni un nuevo método. Es total y enteramente el método y el sistema del marxismo.
Los burócratas del pseudo-leninismo, los sicofantes y los calumniadores, comenzarán nuevamente a gritar que queremos “minimizar” las realizaciones de Lenin. Estos tipos gritan tanto más fuerte acerca de los preceptos de su mentor cuanto que lo pisotean con mucho cinismo en el barro del eclecticismo y del oportunismo. Dejando que los calumniadores continúen calumniando, defenderemos al leninismo, lo explicaremos y continuaremos el trabajo de Lenin.
El trabajo teórico leninista, como lo hemos dicho, tiene un carácter auxiliar en relación con su propio trabajo práctico. Pero, este trabajo práctico estaba en una escala que reclamaba, por primera vez, la aplicación de la teoría marxista en su dimensión total.
La teoría es la generalización de todas las prácticas anteriores y tiene un carácter auxiliar en relación a todas las prácticas ulteriores. Ya hemos esclarecido el punto según el cual la teoría no toma forma en una dependencia directa de la actividad práctica corriente, y no es, tampoco, de una importancia auxiliar con respecto a una actividad práctica o a la actividad práctica en general. “Esto depende”. Para la práctica stalinista de zig-zags sin principios, lo que es “necesario y suficiente” es una mezcla ecléctica de fragmentos mal digeridos de marxismo, de menchevismo, de populismo. La práctica de Lenin ha utilizado todo lo que hay en la teoría de Marx por primera vez en la historia. Es conforme a esta línea como hay que juzgar a estas dos grandes figuras históricas. El comentario de Stalin según el cual tanto uno como el otro han “subido” con éxito “a las tablas” de la teoría y de la práctica en sus respectivos períodos, uno de forma revolucionaria y el otro de forma “excepcionalmente” revolucionaria, se volvieron para siempre una anécdota repugnante de la historia del epigonismo ideológico. Marx y Lenin integran las filas de los inmortales sin tener una hoja de permiso de Stalin.
No obstante, si a estas dos grandes figuras no se las hubiera opuesto, le habría sido imposible a Stalin aislar al leninismo como teoría independiente. Una oposición de este género es la base de toda clasificación. Ya hemos dicho que la única justificación seria para oponerlos de este modo – una justificación que al mismo tiempo, es la más feroz de las condenas– es la revisión socialista nacional de la “teoría marxista de la revolución proletaria en general y la teoría de la dictadura del proletariado en particular”. Quien se ha expresado con la máxima audacia sobre el carácter superado del marxismo ha sido Stalin –al menos durante los primeros meses de la “luna de miel” de su nueva teoría en un momento en que la Oposición no había aún picado este pellejo de vaca super inflado con la aguja aguzada de su crítica.

Diciembre de 1928