Carta al R.S.A.P., 16 julio 1936
Publicamos con este título un extracto de una carta dirigida por Trotsky el 16 de julio de 1936 a la dirección del partido obrero socialista revolucionario (R.S.A.P.) holandés. (Bulletin interieur International, editado por el S.I. para la IVª Internacional, n.º 3, mayo 1938.). Este partido había sido constituido el 3 de marzo de 1935 por la fusión del partido socialista revolucionario (R.S.P.) y del partido socialista de izquierda holandés (O.S.P.). Su principal dirigente ‑por otra parte diputado‑ era el veterano comunista Henrik Sneevliet, igualmente dirigente de una central sindical «de izquierda», el N.A.S. El R.S.A.P. se había adherido al buró para la IVª Internacional en noviembre. Las divergencias con Trotsky eran numerosas e importantes.
Paso ahora a España. En una de sus últimas cartas, el camarada Sneevliet,[1] en nombre de la dirección,[2] ha puesto bajo su protección al partido de Nin y Maurín contra mis ataques, que serían, parece, exagerados o demasiado severos. Esto me parece no sólo injustificado, sino incluso incomprensible. Nuestra lucha contra Maurín no data de ayer. Toda su política ha sido nacionalista‑provinciana y pequeño‑burguesa reaccionaria en su esencia misma. Es lo que he constatado públicamente varias veces desde el comienzo de la revolución[3]. Nin, a través de las oscilaciones que le son propias, lo ha reconocido igualmente[4]. El programa de la revolución «democrático‑socialista» es un hijo legítimo del espíritu de Maurín; [5] corresponde en lo esencial al programa de un Blum, no de un Lenin. Por lo que se refiere a Nin, en el curso de la revolución, ha revelado lo que es en realidad, un diletante, completamente pasivo, y que no tenla la menor intención de participar realmente en la lucha de las masas, de ganarlas, de conducirlas a la revolución, etc. Se ha contentado con articulitos criticones contra los estalinistas, los socialistas, etc.[6] Eso es hoy una mercancía muy barata. Durante las huelgas generales de Barcelona, me escribía cartas sobre todas las cuestiones imaginables, pero no decía una palabra ni de la huelga general ni del papel que él juega en ella.[7] En el curso de estos años, hemos intercambiado centenares de cartas. Intentaba siempre obtener de él, no consideraciones literarias vacías a propósito de cualquier cosa, sino indicaciones prácticas para la lucha revolucionaria. A estas preguntas concretas, siempre respondía: «Sobre ello, le responderé en la próxima carta.» Pero, durante estos años, esta «próxima carta» no me llegó nunca.
La mayor desgracia de nuestra sección española ha sido que un hombre con su nombre, un cierto pasado y la aureola de mártir del estalinismo, se haya encontrado a su cabeza, la haya dirigido constantemente en una dirección equivocada y la haya paralizado. La magnifica juventud socialista ha llegado espontáneamente a la idea de la IV.ª Internacional.[8] A la insistencia que hemos puesto para que toda nuestra atención sea dirigida hacia la juventud socialista, no se ha respondido más que por evasivas.[9] Nin estaba profundamente preocupado por la «independencia» de la sección española, es decir, de su propia pasividad, de su agradable tranquilidad política; no quería que acontecimientos importantes vinieran a turbar su actividad crítica de diletante. La juventud socialista se ha pasado, entonces casi entera al campo estalinista.[10]
Las gentes que se llamaban «bolcheviques‑leninistas» y que han observado tranquilamente, o, por decirlo mejor, provocado esto, deberían ser estigmatizados para siempre como traidores a la revolución. Cuando la bancarrota de Nin se había vuelto evidente hasta los ojos de sus propios partidarios, se unió al filisteo nacionalista catalán Maurín, rompiendo todo lazo con nosotros, declarando que «el secretariado internacional no entiende nada de los asuntos españoles». En realidad es Nin quien no comprende nada, ni de la política revolucionaria, ni del marxismo.
El nuevo partido se encontró pronto a remolque de Azaña. Pero decir de ello: «No es más que un pequeño acuerdo electoral, pasajero y técnico», es algo que me parece absolutamente inadmisible. El partido ha firmado el más miserable de todos los programas, el del Frente Popular de Azaña,[11] y, con ello, firmado su propia sentencia de muerte por años. Pues, a cada tentativa de critica del Frente Popular -y Maurin y Nin ahora hacen desesperadamente tentativas en ese sentido‑ los burgueses radicales, los socialdemócratas y los comunistas replicarán inevitablemente: «¡Pero si vosotros mismos habéis participado en la constitución del Frente Popular y habéis firmado su programa!» Y si estos señores intentan eludir el golpe mediante una evasiva viciosa del tipo: «¡Por nuestra parte no era más que una maniobra técnica!», no harán más que hacerse más ridículos. Estas gentes estarán en adelante paralizadas, incluso si, de forma fortuita, llegasen a manifestar una voluntad revolucionaria, lo que no es el caso. Los pequeños crímenes y las pequeñas traiciones que, en periodo normal pasan casi desapercibidas, encuentran en el momento de la revolución un eco poderoso. No hay que olvidar nunca que la revolución crea condiciones acústicas completamente particulares.
De ninguna forma puedo comprender cómo se puede buscar circunstancias atenuantes a los traidores españoles mientras se intenta minusvalorar en el Nieuwe Fakkel [12] a nuestros amigos belgas que, con gran valentía, luchan contra el enorme aparato del P.O.B.[13] y contra los estalinistas, y han obtenido ya importantes resultados ( ... ).