Logo
Logo
Logo

Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Por qué confesaron crímenes que no habían cometido

Por qué confesaron crímenes que no habían cometido

Por qué confesaron crímenes que no habían cometido[1]

 

 

1º de enero de 1937

 

 

 

Durante la noche sonaron las dos sirenas del buque tanque; el cañón disparó dos salvas: el Ruth saludaba al Año Nuevo. Nadie respondió. Durante toda la travesía creo que nos cruzamos con dos barcos. Seguimos una ruta desacostumbrada. Sin embargo, el funcionario policial fascista que nos acompaña recibió un telegrama de saludo de su ministro socialista Trygve Lie. ¡Sólo le faltaron los saludos de Iagoda y Vishinski!

Si quisiera defenderme de las acusaciones de Moscú de la manera más sencilla. diría: “Durante los diez últi­mos años, lejos de asumir responsabilidad alguna por Zinoviev y Kamenev, los denuncié como traidores. ¿Es cierto que estos capituladores, perdida toda esperanza y atrapados por sus propias intrigas, tomaron el camino del terrorismo? No lo sé.

Si sé que quisieron obtener clemencia para sí mismos comprometiéndome a mí”

Esta explicación es veraz v no contiene una pizca de mentira; sin embargo. es una verdad a medias y, por consiguiente, falsa. A pesar de haber roto relacio­nes con los acusados hace ya mucho tiempo, puedo afirmar sin la menor sombra de duda: estos viejos bolche­viques a quienes conocí durante tantos años (Zinoviev, Kamenev, Mrachkovski)[2] no cometieron, ni pudieron cometer, los crímenes que han "confesado".

Los no iniciados dirán que esta afirmación es para­dójica o, cuanto menos, superflua. "¿Por qué dificulta usted su propia defensa defendiendo a sus enemigos mortales? ¿No es esta una actitud quijotesca?" De nin­guna manera. Si hemos de poner fin a las falsificaciones de Moscú, debemos develar el mecanismo político y psicológico de las confesiones "voluntarias".

En 1931 se realizó en Moscú un juicio contra ciertos mencheviques; la acusación se basó exclusivamente en las confesiones de los acusados. Conocía muy bien a dos de ellos: el historiador Sujanov y el economista Groman.[3] Aunque algunos de los cargos parecían fantásticos, era imposible, creía yo, que estos viejos políticos a quienes consideraba -a pesar de nuestras diferencias ideológicas insalvables - hombres serios y honestos, pudieran mentir tanto sobre sí mismos y los demás. No cabe duda, pensé: la GPU arregló el pron­tuario, agregó algunas cosas -en su mayoría falsas-, pero debe haber algo de cierto en todo esto. Recuerdo que mi hijo, quien a la sazón vivía en Berlín, me dijo posteriormente, en el curso de una conversación en Francia: "El proceso de los mencheviques es un fraude completo."

"Pero, ¿y las declaraciones de Sujanov y Gro­man?", respondí. "¡Ellos no son funcionarios venales ni pobres infelices!" Como explicación, si no como excusa, diré que hacía mucho tiempo que no leía la prensa menchevique; a partir de 1927 viví fuera de todos los círculos políticos (en Asia Central y Turquía) y carecía por completo de contactos con las personas. Sea como fuere, el error de juicio que cometí no se debió a mi confianza en la GPU (sabía que a partir de 1931 esta institución degenerada no era sino una pandilla de desgraciados), sino a mi confianza en algunos de los acusados. Subestimé el desarrollo alcanzado por las técnicas de desmoralización y corrupción; sobrestimé la capacidad de resistencia moral de algunas víctimas de la GPU. Posteriormente, los sucesivos procesos con su letanía de confesiones rituales develaron los secre­tos de la inquisición, al menos para cualquiera que fue­ra capaz de pensar, mucho antes del proceso de Zinoviev y Kamenev. En mayo de 1936 escribí un artículo para Biulleten Oppozitsii, donde decía:

“La serie de procesos políticos públicos en la URSS demuestra hasta qué punto los acusados están dispuestos a confesar crímenes que no cometieron. Aquellos acusados que repiten en el tribunal un papel aprendido de memoria reciben sentencias leves, inclusive simbólicas. ‘Confesaron’ precisamente para hacerse acree­dores a esta indulgencia legal. Pero, ¿por qué necesitan las autoridades estas conspiraciones ficticias? A veces, para implicar a algún tercero de quien se sabe que no tuvo ni arte ni parte en el asunto; a veces, para encubrir sus propios crímenes, como son sus sangrientos e injustificados actos de represión; o bien, por último, para crearle un clima favorable a la dictadura bonapartista.[4]..Hace tiempo ya que la GPU, es decir Sta­lin, emplea el sistema de obligar a los acusados a dar testimonios fantásticos que impliquen a terceros” [“Todavía faltan los platos más picantes”, Escritos 1935-36.] Escribí estas líneas tres meses antes del juicio de Zinoviev-Kamenev (que tuvo lugar en agosto de 1936), en el que por primera vez se me sindicaba como organizador de una conjura terrorista.

Los acusados a quienes conozco militaron en el Opo­sición: posteriormente aterrados por la posibilidad de un cisma, o intimidados por la persecución trataron de reintegrarse al partido a cualquier precio. La camarilla dirigente les exigió que proclamaran que su programa era erróneo. Nadie lo creía; por el contrario, todos esta­ban convencidos de que las posiciones de la Oposición habían pasado la prueba de los acontecimientos. Sin embargo. a fines de 1927 firmaron una declaración en la que se autoacusaron de "desviaciones", "errores" y graves pecados contra el partido; al mismo tiempo, cantaron loas a nuevos jefes, por quienes no sentían la menor estima. Aquí ya tenemos, en estado embrio­nario, las confesiones de los futuros juicios...

La primera capitulación fue sólo el comienzo. El régimen se volvió cada vez más totalitario, la lucha con­tra la Oposición más dura, las acusaciones más mons­truosas. La burocracia no podía permitir la discusión política porque estaban en juego sus privilegios. Quería encarcelar, deportar, fusilar a sus adversarios: para ello no bastaba con acusarlos de "desviaciones" políticas. Era necesario acusar a la Oposición de querer romper el partido, desorganizar el ejército, derrocar el poder soviético y restaurar el capitalismo. Para dar autoridad a las acusaciones a los ojos del pueblo, la burocracia exhibía a ex militantes de la Oposición en calidad de acusados y de testigos a la vez. Los capituladores se fueron convirtiendo en testigos falsos profesionales contra la Oposición y contra sí mismos. Mi nombre figu­raba en todas las denuncias, como “principal enemigo” de la URSS, es decir, de la burocracia soviética: faltan­do este elemento, la denuncia era inaceptable. Primero fueron mis desviaciones socialdemócratas: luego, las consecuencias contrarrevolucionarias de mi política: luego, mi alianza de facto, si no de jure, con la burgue­sía contra la URSS, etcétera, etcétera. Cuando un capi­tulador intentaba resistir, se le decía: “Eso significa que sus declaraciones anteriores fueron falsas: por lo tanto, usted es un enemigo encubierto”.

Las denuncias sucesivas se convirtieron en una bola de hierro engrillada a los pies del capitulador: y esa bola acabaría por ahogarlo... (véase La revolución permanente y recuérdese que este libro fue escrito antes del juicio de los dieciséis).

Al aparecer las dificultades políticas, los ex militan­tes de la Oposición fueron arrestados y deportados bajo acusaciones insignificantes o ficticias: se trataba de desgastar sus nervios, eliminar su sentido de la digni­dad, quebrar su voluntad. Pronunciada la sentencia, la amnistía debía comprarse al precio de una mayor humillación. Debían declarar públicamente: “Reconozco que he engañado al partido, he sido deshonesto con el estado, he sido agente de la burguesía; rompo definitivamente con los trotskistas contrarrevolucionarios...”, etcétera. Así, paso a paso, se realizó la “edu­cación” -es decir, la desmoralización- de decenas de miles de militantes y la del partido en su conjunto, tanto acusadores como acusados.

Con el asesinato de Kirov, la conciencia del partido alcanzó un grado de descomposición inaudito. Tras una serie de comunicados oficiales contradictorios y mentirosos, la burocracia debió quedar satisfecha con una medida a medias: la confesión de Zinoviev y Kamenev por la cual aceptaban la “responsabilidad moral” del acto terrorista.

Esta confesión se obtuvo con el siguiente argumento sencillo: “Si ustedes no nos ayu­dan a echarle la responsabilidad, por lo menos moral, de los actos terroristas a la Oposición, demostrarán con ello que simpatizan con el terrorismo; en ese caso tomaremos contra ustedes las medidas del caso.” En cada etapa de la capitulación las víctimas se enfren­taron a la misma alternativa: rechazar las denuncias anteriores y lanzarse a una lucha desesperada contra la burocracia -sin banderas, sin organización, sin autoridad personal-, o bien descender un poco más, acusándose a sí mismos y a otros de nuevas infamias. ¡Así llegaron al fondo del abismo! Bastaba determinar el coeficiente aproximado para prever las denuncias de la etapa siguiente. Así lo hice en repetidas ocasiones a través de la prensa.

La GPU cuenta con muchos recursos adicionales para lograr sus fines. No todos los revolucionarios die­ron prueba de igual firmeza en las cárceles zaristas: algunos se arrepintieron, otros traicionaron, otros, por fin, pidieron clemencia. La GPU ha estudiado y clasi­ficado los viejos archivos. El secretario de Stalin guarda los prontuarios más importantes. A veces basta sacar un papel para arrojar a algún alto funcionario al abis­mo...

Otros burócratas -centenares de ellos- combatie­ron en las filas de los Blancos durante la Revolución de Octubre. La crema de la actual diplomacia soviética pertenece a esta categoría: Troianovski, Maiski, Jin­chuk, Surits. También la crema del periodismo: Kolt­sov, Zaslavski y muchos más.[5] A esta categoría per­tenece el temible fiscal Vishinski, mano derecha de Stalin. La joven generación no sabe nada de esto: la vieja finge haberlo olvidado. Bastaría mencionar en voz alta la trayectoria de Troianovski para que la reputación del diplomático desapareciera. Stalin le ha podido arrancar a Troianovski todas las declaraciones y testi­monios que necesita; los troianovskis no le pueden negar nada.

Generalmente, la denuncia de algún personaje pro­minente viene precedida de testimonios falsos arran­cados a decenas de personas que lo rodean. Como primer paso, la GPU arresta a los secretarios, taquí­grafos y dactilógrafos de su futura víctima, y les promete la libertad e inclusive ciertos privilegios a cambio de testimonios que comprometan a sus jefes. En 1924 la GPU arrastró a mi secretario Glazman al suicidio. En 1928 trataron de arrancarle al ingeniero Butov, el principal de mis secretarios, una serie de testimonio falsos en mi contra: se inició una huelga de hambre en la cárcel, y murió en el quincuagésimo día de ayuno. Mis colaboradores Sermuks y Poznanski fueron encar­celados y deportados en 1929.[6] No conozco su suerte. No todos los secretarios son tan valientes. La mayoría se dejó desmoralizar por las capitulaciones de sus jefes y la atmósfera corruptora del régimen. Para arrancarle una confesión falsa a un Smirnov o un Mrachkovski, la GPU empleó las (falsas) denuncias de sus colaboradores cercanos y lejanos y luego de sus mejores amigos. Al final, la víctima se encuentra tan atrapada en la red de testimonios falsos, que considera que toda resistencia es inútil.

La GPU vigila constantemente las vidas privadas de los altos funcionarios. A veces arresta a la esposa antes de atacar a la futura víctima. Ellas no participan en los juicios, pero durante la investigación preliminar, ayu­dan al magistrado a quebrar la resistencia de sus maridos. Suele suceder que el acusado "confiese" por temor a ciertas revelaciones íntimas que podrían comprometerlo ante su esposa e hijos. Encontramos rastros de estas triquiñuelas en las actas oficiales.

Las amalgamas jurídicas encuentran abundante material humano en la categoría de los malos adminis­tradores, verdaderos o falsos responsables de los reve­ses económicos, o en administradores imprudentes de los fondos del estado. El límite entre lo lícito y lo ilícito es muy vago en la URSS. Además de los salarios oficia­les, los administradores reciben prebendas extraoficia­les y semilegales. En épocas normales nadie piensa en castigarlos por eso. Pero la GPU tiene la posibilidad de colocar a su víctima ante la siguiente alternativa: morir acusado de abuso o robo de fondos del estado, o tratar de salvarse confesando que es un ex militante de la Oposición a quien Trotsky arrastró al camino de la traición.

El doctor Anton Ciliga, comunista yugoslavo que permaneció durante cinco años en las cárceles de Sta­lin, nos dice que los resistentes eran llevados varias veces al día a los patios de ejecución y luego a sus cel­das.[7] El proceso es efectivo. No se emplean hierros calientes, ni medicamentos especiales. Bastan los efec­tos que ejercen los paseos de este tipo sobre la moral.

Los ingenuos preguntan: ¿No teme Stalin que las víctimas denuncien las mentiras ante el auditorio? El riesgo es ínfimo. La mayoría de los acusados temen no sólo por sus vidas, sino también por las de sus seres queridos. No es fácil calcular cual será la reacción de un auditorio cuando uno sabe que su esposa, su hijo, su hija están en manos de la GPU. Además, ¿como se denuncia la mentira? No hubo tortura física. Las confe­siones “voluntarias” de los acusados son sólo la conti­nuación de sus anteriores denuncias. ¿Cómo hacerle creer al auditorio y a la humanidad en su conjunto que uno se ha dedicado a autocalumniarse durante diez años?

Smirnov trató de denunciar las “confesiones” que él mismo había aceptado en la indagación preliminar. Inmediatamente el tribunal confrontó esta declaración con el testimonio de su esposa, sus propias denuncias y las declaraciones de los demás acusados. También se debe tener en cuenta la hostilidad que reina en la sala. Los cables y artículos de los periodistas adictos pintan un cuadro de “debate público”. En realidad, la sala está abarrotada de agentes de la GPU que ríen en los momentos más dramáticos y aplauden las interrup­ciones más groseras del fiscal. ¿Los extranjeros? Diplo­máticos indiferentes que desconocen el idioma ruso, o periodistas como Duranty, que ya tienen sus opiniones preconcebidas.[8] Un corresponsal francés nos mues­tra a un Zinoviev que escruta ávidamente al auditorio y, al no encontrar un solo rostro solidario, baja la cabeza resignado.

Añádase a esto que los taquígrafos son agentes de la GPU, el presidente del tribunal puede interrumpir la sesión en cualquier momento, los agen­tes que conforman el auditorio hacen escándalo. Todo está previsto. Los papeles están estudiados. El acusado que en la indagación preliminar se había resignado a cumplir su deshonrosa función, no ve razón alguna para cambiar de actitud en la sesión pública; perdería con ello su última oportunidad de salvarse.

¿Salvarse? Según los señores Pritt y Rosenmark, Zinoviev y Kamenev no tenían esperanzas de salvar sus vidas confesando crímenes que no habían cometido.[9] ¿Por qué no? En juicios anteriores las confesiones salvaron la vida de más de un acusado. La mayoría de las personas que siguieron los juicios de Moscú en todo el mundo, esperaban que los acusados recibirían cle­mencia. Lo mismo ocurría en la URSS. El Daily Herald, órgano del partido cuyo bloque parlamentario se honra con la presencia del Sr. Pritt (el Partido Laborista Británico), nos da un testimonio interesantísimo. Al día siguiente de la ejecución de los dieciséis, este periódico dijo: “Hasta último momento los dieciséis hombres fusilados hoy esperaron el decreto de clemencia... Existía la opinión generalizada de que un decreto aprobado hace cinco días, que les otorgaba el derecho de apelar, había sido promulgado expresamente para sal­varlos”. Por consiguiente, en Moscú las esperanzas siguieron vivas hasta el último momento. Los dirigentes fomentaron y alimentaron esas esperanzas. Los asistentes al proceso dicen que los condenados escucharon las sentencias de muerte con tranquilidad, como algo evidente; comprendieron que sólo esto daba algún fundamento a sus confesiones teatrales. No compren­dieron -hicieron todos los esfuerzos por no comprender- que sólo la ejecución daba algún fundamento a la sentencia de muerte. Kamenev, el más tranquilo de todos, parecía albergar dudas acerca del resultado de la negociación desigual. Se habrá preguntado cientos de veces, “¿Se atreverá Stalin?” Stalin se atrevió.

En los primeros meses de 1923, en su lecho de enfermo, Lenin resolvió lanzar la lucha decisiva contra Stalin. Temiendo que yo cediera, me advirtió el 5 de marzo: “Stalin aceptará un compromiso podrido y luego traicionará”. Esta fórmula define la metodología política de Stalin a las mil maravillas, sobre todo en relación con los dieciséis. Hizo un compromiso por intermedio del magistrado indagador; traicionó... con ayuda del verdugo.

Los acusados conocían sus métodos. A principios de 1926 Zinoviev y Kamenev rompieron con Stalin públicamente. La Oposición de Izquierda discutió si debía aliarse con alguno de los bloques. Mrachkovski, héroe de la guerra civil, dijo,- ¡Con ninguno de los dos! Zinoviev se irá; Stalin traicionará.

¡Palabras aladas! Zinoviev se alió con nosotros y poco después, efectivamente, escapó. Mrachkovski y otros hicieron lo mismo. Los “fugitivos” trataron de reagruparse en torno a Stalin: éste aceptó un “compromiso podrido” y luego los traicionó. Los acusados apuraron el cáliz de la humillación hasta las heces. Lue­go los mataron.

Como vemos, el mecanismo no es complicado. Sólo se requiere un régimen totalitario: supresión de la libertad de crítica; someter a los acusados a los militares; un individuo que concentre las funciones de magistrado indagador, fiscal y juez; una prensa mono­lítica cuyos aullidos aterroricen a los acusados e hipno­ticen a la opinión publica.



[1] Por qué confesaron crímenes que no habían cometido. Les crimes de Staline. Traducido del francés [al inglés] para la primera edición [nor­teamericana] de esta obra por A.L. Preston. Otra versión de este artículo, fue enviada por telegrama a Roy Howard del New York World Telegram el 29 de enero de 1937 y fue publicada parcialmente en el San Francisco News, de la cadena Scripps-Howard.

[2] Serguei Mrachkovski (1883-1936): célebre comandante de la guerra civil que dirigió la insurrección de los Urales en 1917.Militante de la Oposición, fue expulsado del partido, capituló en 1929, pero fue exilia­do en 1933 y condenado a muerte en el primer proceso de Moscú.

[3] Mencheviques: sostenían que los obreros rusos debían unirse a la burguesía liberal para derrocar al zarismo. Se iniciaron como fracción del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en 1903 y luego formaron un par­tido independiente que participó en el Gobierno Provisional de 1917 y se opuso a la insurrección soviética. Fueron ilegalizados durante la guerra civil por ayudar a la contrarrevolución. Nicolai Sujanov (1882-1937?), menchevique, era un conocido escritor, autor de un libro sobre la Revo­lución de Octubre que apareció en inglés bajo el título de The Russian Revolution 1917 [La revolución rusa 1917]. Fue uno de los acusados en el juicio de los mencheviques de 1931. Desapareció en la cárcel, cuando se quejó de que los stalinistas lo hablan engañado al prometerle su libertad a cambio de su confesión en el tribunal. Vladimir Groman (1874-?), menchevique, tenía a su cargo la distribución de alimentos en Petrogrado al comienzo de la revolución de febrero de 1917. Fue juzgado en el pro­ceso de los mencheviques de 1931, acusado de sabotear la economía. En ese momento era miembro del presidium de la Comisión Estatal de Planeación (Gosplan). Colaboró con la fiscalía, pero desapareció después del proceso.

[4] Bonapartismo: concepto central de los escritos de Trotsky de los años treinta, con ese término describía una dictadura, o un régimen con al­gunos rasgos dictatoriales, que impera en períodos de inestabilidad de la dominación de clase. No se basa en partidos parlamentarios, ni en movi­mientos de masas, sino en la burocracia militar, policial y estatal. Trotsky vio dos tipos: el burgués y el soviético. Sobre el burgués definió a su vez dos tipos: el "clásico" protagonizado por comentes burguesas impe­rialistas y el “sui generis”, bonapartismo de las burguesías colonia­les o dependientes. Sus escritos más extensos sobre el bonapartis­mo burgués están en The Struggle Against Facism in Germany (Nueva York, Pathfinder Press, 1970) [Edición en español: La Lucha contra el fascismo en Alemania. Buenos Aires, Editorial Pluma, 1973] Su posi­ción definitiva acerca del bonapartismo soviético está en “El estado obre­ro, termidor y bonapartismo”, Escritos 34-35 [Tomo VI, volumen 1 de la edición de Pluma].

[5] Alexander Troianovski (1882-1955), Ivan Maiski (1884-1975), Lev Jinchuk (1868-?) y Jacob Surits (1881-1952): mencheviques que se unieron al Partido Bolchevique después de la guerra civil y ocuparon cargos destacados. Troianovski, quien había denunciado a los bolchevi­ques como agentes alemanes en 1918, fue embajador en Estados Unidos en 1934-39. Maiski, ministro del gobierno siberiano blanco de Kolchak, fue embajador en Inglaterra a finales de la década del 20. Jinchuk fue embajador en Inglaterra y luego en Alemania. Surits, embajador primero en Alemania y luego en Francia, fue uno de los pocos diplomáticos que sobrevivió a las purgas. Mijail Koltsov (1898-1942), conocido crítico literario, fue arrestado en 1938, al volver de España. David Zaslavski (1880-1965), periodista y miembro del Comité Central del Bund, atacó a los bolcheviques durante la Revolución de Octubre.

[6] Mijail Glazman (muerto en 1924) y Georgi Butov (muerto en 1928): secretarios de Trotsky durante la guerra civil. N. Sermuks e I Poznanski, fueron arrestados y deportados cuando siguieron a Trotsky al exilio. Desaparecieron posteriormente, véase la nota necrológica sobre Glazman en Portraits, Political and Personal.

[7] Anton Ciliga (1896): dirigente del PC yugoslavo, fue encarcelado por Stalin, pero pudo salir de la URSS en 1935. Antes de romper con el marxismo hizo una serie de revelaciones sobre las condiciones en las cár­celes soviéticas.

[8] Walter Duranty (1884-1957): durante muchos años corresponsal del New York Times en Moscú. Apoyaba a los stalinistas contra la Oposi­ción y defendió los procesos de Moscú.

[9] R. Rosenmark: abogado utilizado por los stalinistas como apologista de los procesos de Moscú. Operaba a través de la Liga por los Derechos del Hombre, una organización francesa dedicada a defender los derechos civiles.



Libro 5