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Libros y compilaciones

Presentación: "Stalin, el gran organizador de derrotas"

Presentación: "Stalin, el gran organizador de derrotas"

Gabriela Liszt

Con este libro, comenzamos un nuevo proyecto de Ediciones IPS y el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones (CEIP) “León Trotsky”, con el apoyo de Esteban Volkov, nieto de León Trotsky y en coedición con el Instituto del Derecho de Asilo-Museo Casa de León Trotsky, A. C. de México, con el que nos proponemos publicar una serie de Obras escogidas de León Trotsky, teniendo en cuenta que muchas de ellas hace décadas que han dejado de ser editadas (como el presente libro) en lengua castellana y que todas ellas pueden ser mejoradas, dada la mayor existencia de centros y fuentes dedicados al trotskismo, sobre todo, desde la década de los ‘80, así como la calidad editorial y de su traducción.

No es casual que el presente libro sea el N.º 1 de esta colección (que abarcará alrededor de 30 títulos y no guardará una numeración cronológica), ya que se lo puede considerar como uno de los textos fundacionales de lo que será la futura IV Internacional. Las nuevas generaciones, no pueden comenzar desde cero. Las tradiciones y las lecciones revolucionarias dejadas por revolucionarios como Lenin, Trotsky o Rosa Luxemburgo en el siglo XX (atravesado por los más grandes procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios) tienen que ser la base desde donde partir para pensar cómo conquistar socialismo futuro. Esperamos que esta colección cumpla con este objetivo.

* * *

El siguiente libro fue publicado como tal bajo la autorización de Trotsky, por la editorial Rieder en Francia en 1930, y editado varias veces el mismo año. Ya desde el ‘29, grupos o militantes que se habían ligado a la Oposición por el conocimiento de estos textos los publicaron, muchas veces como folletos separados, en numerosos idiomas[1].

La mayoría de estos documentos fueron escritos por Trotsky en su destierro, en Alma Ata, entre julio y octubre de 1928. Como aclara Trotsky en su prólogo de 1929, ya desde su exilio en Turquía, las dos primeras partes fueron dirigidas al VI Congreso de la Internacional Comunista (IC), y las dos últimas fueron posteriores a su realización. El documento más importante, la “Crítica al Proyecto de Programa” (la Parte 2 del presente libro), fue redactado en julio de 1928 y acompañado por una declaración donde Trotsky reclama el cese de las persecuciones, deportaciones y cárcel a los Oposicionistas (bolcheviques-leninistas) y su readmisión en el PCUS[2], al mismo tiempo que se niega a renunciar a su lucha (“Sólo funcionarios corruptos hasta la médula pueden exigir semejante abjuración –la renuncia a toda actividad política en general y, en especial, en la Internacional– de un revolucionario. Sólo renegados despreciables podían hacer semejantes promesas”[3]), para buscar el “enderezamiento” del curso centrista que había adoptado la Internacional, luego de la muerte de Lenin. A su vez, los oposicionistas exiliados mostraban una gran combatividad, organizando grandes huelgas en Kiev, y manifestaciones contra la represión en Ucrania y Georgia.

La “Crítica al Proyecto de Programa”, que fue impresa y circuló inicialmente “por error” y luego clandestinamente durante el VI Congreso, permitió la formación de la Oposición de Izquierda Internacional, la futura IV Internacional. La Oposición china, entre otras, surgió luego de la lectura y discusiones de Chen Du-xiu y Peng Shu-tsé del “Balance y perspectivas de la revolución china” y “La cuestión china después del VI Congreso”[4]. Su lectura también ganó para la Oposición al futuro dirigente del SWP norteamericano, James P. Cannon. Junto a los documentos y resoluciones de los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, estos textos constituyen para Trotsky el basamento y programa de la Oposición. Recurrentemente a lo largo del libro Trotsky resalta cómo, en el “Proyecto de Programa de la IC” escrito por Bujarin, existen varias formulaciones teóricas y programáticas que en general y tomadas aisladamente podrían ser consideradas correctas. Sin embargo, al mismo tiempo, resalta cómo esas definiciones, al no estar al servicio de sacar las conclusiones fundamentales de los principales procesos de la lucha de clases a nivel mundial ocurridos desde el IV Congreso (1922), tras el cual habían transcurrido hechos importantísimos donde había participado la IC y sus secciones: la derrota de la revolución en Alemania de 1923, la traición del Comité anglo-ruso a la huelga general inglesa de 1926 y la derrota de Cantón en 1927 a manos del Kuomintang, y ligadas a una justa orientación, dieron lugar a un eclecticismo teórico y a un desbarranque en el plano de la táctica y de la estrategia.

La unión de las 4 partes fue realizada por Trotsky bajo el título de La III Internacional después de Lenin. Sin embargo, pasó a ser más reconocido como Stalin, el gran organizador de derrotas[5].

Entre otros conceptos, Trotsky explicita la relación orgánica entre el desarrollo de la teoría del socialismo en un solo país (como expresión teórica de la reacción sobre la Revolución de Octubre, producto de su aislamiento) y el abandono, por parte del stalinismo, de los principios estratégicos forjados por el Partido Bolchevique en la Revolución Rusa y de la III Internacional en sus cuatro primeros Congresos: “La imposibilidad de construir una sociedad socialista aislada –no en utopía, en la Atlántida, sino en las condiciones concretas geográficas e históricas de nuestra economía terrestre– está determinada para diversos países, en grados diversos, tanto por la extensión insuficiente de ciertas ramas como por el desarrollo ‘excesivo’ de otras. De conjunto, esto significa justamente que las fuerzas de producción contemporáneas son incompatibles con las fronteras nacionales” (p. 121 de la presente edición).

A diferencia de la II Internacional (época de desarrollo relativamente pacífico del capital), la III fue fundada en una época de guerras, crisis y revoluciones, la época imperialista. Hasta la III Internacional el concepto de estrategia era prácticamente ajeno al marxismo. Se discutía en términos de táctica, no había diferenciación entre uno y otro concepto: “la labor estratégica se reducía a nada, se disolvía en el ‘movimiento’ cotidiano con sus consignas sacadas de la táctica cotidiana. Sólo la III Internacional restableció los derechos de la estrategia revolucionaria del comunismo, a la cual subordinó completamente los métodos tácticos” (p. 132 de la presente edición). Y luego agrega que, con Bujarin y Stalin, “El problema fundamental del programa, es decir, la estrategia del golpe de Estado revolucionario (las condiciones y los métodos que conducen a la insurrección, la insurrección propiamente dicha, la conquista del poder) es examinada secamente y con parsimonia [...]. Es decir, se consideran los grandes combates del proletariado sólo como acontecimientos objetivos, como expresión de ‘la crisis general del capitalismo’, y no como la experiencia estratégica del proletariado (p. 133 de la presente edición). Trotsky da una importancia fundamental a la estrategia, a la que entiende como algo que no es reductible a los objetivos y los fines que se establecen en el programa, al mismo tiempo que destaca la unidad inescindible entre ambos. Es decir, no alcanza con responder “qué pretendemos conquistar” sino también “cómo nos proponemos conquistarlo”, pregunta propia de la estrategia.

Como destaca, la falta de una estrategia revolucionaria y las tácticas en función de ésta, lleva a la adaptación a las distintas corrientes reformistas y centristas, no revolucionarias e incluso contrarrevolucionarias.

La toma del poder en un país sólo es una estrategia en la medida que conduce a la revolución mundial (concepción totalmente alejada de la caricatura de Bujarin, según la cual la “permanencia” de la revolución significaba que esta se podía dar en todo momento y lugar) y ésta a su vez, a la revolución internacional. Dice Trotsky: “El carácter revolucionario de la época no consiste en que permite, en todo momento, realizar la revolución, es decir, tomar el poder. Este carácter revolucionario está asegurado por profundas y bruscas oscilaciones, por cambios frecuentes y brutales. [...] Si no se comprende de una manera amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos, no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar legítimamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación” (pp. 135, 138 y 139 de la presente edición).

Ese objetivo está indisolublemente ligado a la autoorganización de las masas, como lo hicieron las masas rusas bajo la forma de soviets, organismos que no aparecen “por decreto”, como intentó el stalinismo en Cantón, luego de haberse negado durante años a impulsar su formación entre las masas: “En la acción, las masas deben sentir y comprender que el soviet es su organización, de ellas, que reagrupa sus fuerzas para la lucha, para la resistencia, para la autodefensa y para la ofensiva. No es en la acción de un día ni, en general, en una acción llevada a cabo de una sola vez como pueden sentir y comprender esto, sino a través de experiencias que adquieren durante semanas, meses, incluso años, con o sin discontinuidad” (p. 220 de la presente edición).

Pero la autoorganización de las masas no es suficiente, ya que “El oportunismo, que vive consciente o inconscientemente bajo el yugo de la época pasada, se inclina siempre a subestimar el rol del factor subjetivo, es decir, la importancia del partido revolucionario y de la dirección revolucionaria. Esto se manifestó plenamente durante las discusiones sobre las lecciones del Octubre alemán, del Comité anglo-ruso y la Revolución china. En estas ocasiones, como en otras menos importantes, la tendencia oportunista intervino siguiendo una línea política que contaba demasiado directamente con las ‘masas’, negando los problemas de la ‘cima’ de la dirección revolucionaria. Desde un plano teórico general, este enfoque es erróneo y en la época imperialista aparece como fatal” (p. 137 de la presente edición).

Con la III Internacional burocratizada, Trotsky va a ser el único que encarará en profundidad el balance de los principales procesos de la lucha de clases enriqueciendo enormemente el acervo estratégico del marxismo.

Establece una relación compleja entre lo político y lo económico, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la crisis capitalista, los momentos de estabilización y el papel que cumplen en estos las derrotas de la clase obrera: “No hay situaciones absolutamente sin salida’ –dice Trotsky, siguiendo a Lenin–. La burguesía puede superar sus contradicciones más difíciles únicamente siguiendo la ruta abierta por las derrotas del proletariado y los errores de la dirección revolucionaria.

Pero lo contrario también es verdad. No habrá un nuevo ascenso del capitalismo mundial [...] si el proletariado sabe encontrar el medio de salir por el camino revolucionario del presente equilibrio inestable” (p. 125 de la presente edición). La revolución de 1923 y su derrota es una gran fuente de enseñanzas. Para Trotsky la dirección del partido alemán, luego de haber tenido una orientación ultraizquierdista en 1921, se volcó, tal como le recomendó el III Congreso de la IC, a la “lucha por las masas”; pero se había vuelto incapaz de deshacerse de la rutina y de esta forma la táctica terminó desplazando a la estrategia. Trotsky advierte sobre este peligro cuando plantea que “La lucha cotidiana para conquistar a las masas absorbe toda la atención, crea su propia rutina en la táctica e impide ver los problemas estratégicos que se deducen de los cambios en la situación objetiva” (p. 142 de la presente edición).

A través del ejemplo del Comité anglo-ruso y de las relaciones con el Kuomintang chino, que terminaron en una derrota aplastante, Trotsky demuestra cómo la política de la IC es convertir acuerdos temporales o circunstanciales en alianzas estratégicas, aunque esto signifique incluso, la masacre de miles de comunistas chinos. La IC, como todo centrismo, sostenía una política de derecha llevando a grandes derrotas y luego, con una relación de fuerzas desfavorable, se lanzaba a aventuras ultraizquierdistas para cubrir las consecuencias de sus propios actos. A partir del VI Congreso la IC comenzó su giro “ultraizquierdista”, el que llegó a su punto culminante cuando permitió el ascenso del fascismo en Alemania, por negarse a realizar un frente único con la socialdemocracia, a la que acusaba de “socialfascista”. Este curso seguirá hasta el VII Congreso de la IC, en 1935, cuando vota la aplicación en todos los países de la política de los “frentes populares”, frentes de colaboración de clases que llevaron a la derrota procesos revolucionarios como los de Francia y España (derrotas que allanaron el camino a la Segunda Guerra Mundial), para luego desembocar en la alianza con el nazismo en 1939, a través del pacto Hitler-Stalin.

El derrotero de la teoría del socialismo en un solo país llegó a sus últimas consecuencias cuando Stalin, como demostración de su actitud conciliadora hacia los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, disuelve la Internacional en 1943 por carecer de “funcionalidad”. La renuncia a la revolución internacional por la burocracia stalinista fue lo que permitió que dos sistemas de por sí antagónicos (a pesar de las deformaciones burocráticas) pudieran coexistir durante tantos años. Inevitablemente, como planteó Trotsky, un sistema iba a terminar triunfando sobre el otro. Por el contrario, Trotsky desarrollará y generalizará su teoría de la revolución permanente, plasmada en una polémica con Karl Radek alrededor de la política hacia la revolución china y el Kuomintang, que finaliza en sus 14 “Tesis fundamentales”[6]. Aunque a través de esta polémica demostrará que el imperialismo ha dejado de lado la vieja distinción entre países maduros o inmaduros para la dictadura del proletariado, sean países avanzados como Alemania, imperios decadentes como Rusia o países atrasados como China, ya en la “Crítica al Proyecto de Programa”, adelanta esta generalización de su teoría: “Por sí misma, la tesis de la falta de madurez económica y cultural, tanto de China como de Rusia (evidentemente mayor todavía en China que en Rusia) no puede ser discutida. Pero no se puede deducir de esto que el proletariado deba renunciar a la conquista del poder, cuando esta es dictada por todas las condiciones históricas y por una situación revolucionaria en el país.

La cuestión histórica concreta, política, se reduce a saber, no si China está económicamente madura para establecer su propio socialismo, sino más bien si, políticamente, está madura para la dictadura del proletariado. Estas dos cuestiones no son de ninguna manera idénticas. Lo serían si no existiese en el mundo una ley del desarrollo desigual. En el presente caso, esta ley, que se extiende enteramente a las relaciones mutuas entre la economía y la política, es perfectamente aplicable. ¿Está China, entonces, madura para la dictadura del proletariado? Sólo la experiencia de la lucha podrá decirlo de una forma indiscutible” (p. 223 de la presente edición).

Las “Tesis fundamentales” demostraron frente a cada nuevo fenómeno de la lucha de clases como el fascismo, la guerra civil española o los bonapartismos “sui generis”, la perspectiva de la revolución proletaria internacional. La IV Internacional se fundó en 1938, como continuación de la Oposición de Izquierda Internacional, preparándose para ser una alternativa a las direcciones que, como la socialdemocracia o el stalinismo, eran (y son) un obstáculo para la revolución internacional, para conducir al triunfo a los procesos revolucionarios que, seguramente, se desarrollarían, tanto en los países imperialistas como en las semicolonias, debido a los padecimientos de las masas durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque la IV Internacional no pudo dirigir estos procesos, consideramos que la aguda crisis del capitalismo mundial actualmente en curso pone de relieve, nuevamente, la necesidad de llevar adelante esta tarea.

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Esta obra fue realizada por un equipo de Ediciones IPS y el CEIP. La edición general estuvo a cargo de Gabriela Liszt, quien junto a Rossana Cortez tuvieron a su cargo las traducciones del francés. Demian Paredes y Valeria Foglia fueron los responsables de la corrección de estilo. Y Julio Patricio Rovelli de la producción editorial. Agradecemos especialmente a Pablo Oprinari y a Bárbara Funes por sus gestiones para la coedición de las Obras escogidas de León Trotsky con el Instituto del Derecho de Asilo-Museo Casa de León Trotsky, A. C.

[1] La presente edición está basada en traducciones castellanas pero ha sido cotejada y modificada según la edición original francesa. Julián Gorkin realizó una traducción al español en 1930.

[2] Los oposicionistas fueron expulsados del PCUS en el XV Congreso (1927).

[3] Ver “La crisis de la Internacional”, p. 23 de esta edición. Más adelante, en una carta del 16 de diciembre de 1928, frente al ultimátum de expulsión de la URSS, Trotsky cita esta parte de la declaración, agregando: “No tengo nada que quitar ni añadir a estas palabras” (León Trotsky, Mi Vida, Bs. As., Pluma, 1979, p. 444).

[4] Cf. Pierre Broué, Histoire de l’International communiste, París, Fayard, 1997, p. 570.

[5] Para esta edición, hemos agregado tres textos no incluidos en anteriores ediciones españolas. El primero, la declaración ya nombrada; el segundo, un “Prefacio a una edición alemana” como folleto de la Parte 4 (“¿Quién dirige hoy la Internacional Comunista?”), y un anexo: “¿Socialismo en un solo país?”. Las notas entre corchetes que dicen NdEF pertenecen a la edición francesa; las que dicen NdEE pertenecen a la edición española; las que dicen NdLT y LT, que tambien aparecen entre paréntesis son del autor. Las signadas con NdE pertenecen a esta edición.

[6] Ver León Trotsky, La teoría de la revolución permanente (compilación), 3.º ed., Bs. As., Ediciones IPS, 2011, p. 239.