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Una vez más sobre el Programa de Transición y el olvido de la estrategia

Matías Maiello

DEBATES
Ilustración: @059jorge

Una vez más sobre el Programa de Transición y el olvido de la estrategia

Matías Maiello

Ideas de Izquierda
“Nuestro programa se opone deliberadamente al principio rector del Programa de Erfurt; se opone tajantemente a la separación de las consignas inmediatas, llamadas mínimas, formuladas para la lucha política y económica, del objetivo socialista formulado como programa máximo” (Rosa Luxemburgo).

En un artículo anterior hemos debatido con Rolando Astarita, quien señalaba que “entre las muchas diferencias que tengo con el FIT, una de las más importantes se refiere a la agitación de las consignas de transición” y planteaba una serie de consideraciones históricas y teóricas al respecto. En nuestra respuesta abordamos el método transicional de Trotsky y la relación en el marxismo entre programa (los objetivos a conquistar) y estrategia (el cómo hacerlo). A modo de réplica, nuestro autor, retomando algunos argumentos de su “Critica al Programa de Transición” [1], nos ha brindado una visión esquemática y reñida con la historia del marxismo de los problemas planteados, pero la respuesta a los problemas de estrategia que le planteáramos sigue brillando por su ausencia.

En estas líneas, para profundizar el debate, vamos a repasar cómo y por qué el marxismo revolucionario rompió con la vieja división entre “programa mínimo” y “máximo” que defiende Astarita, y cómo se gestó la concepción de un programa transicional ligada a la táctica del “frente único” en la Tercera Internacional. Luego analizaremos determinados rasgos distintivos del método transicional para contribuir a la emergencia de la clase obrera como sujeto hegemónico y, en este marco, vamos a retomar la crítica a algunos de los presupuestos básicos de las tesis de Astarita.

Más allá de la división entre programa “mínimo” y “máximo”

La división tajante entre “programa mínimo” y “máximo” fue la marca distintiva de la Segunda Internacional a partir de la última década del siglo XIX. Un lugar fundamental en esto lo ocupó el programa de Erfurt, votado en el Congreso del Partido Socialdemócrata de Alemania celebrado en octubre de 1891. Fue el modelo de todos los programas de la socialdemocracia a nivel internacional a partir de entonces. Como señalábamos en nuestro artículo anterior, en el marco de aquella división el “programa máximo” se terminaría relegando a un futuro indeterminado, mientras que la práctica y la agitación cotidiana quedaría acotada al “programa mínimo” de reformas en los marcos del capitalismo. Según Astarita:

El programa de Erfurt, de la socialdemocracia alemana, fue aprobado por Engels, y también distinguía el programa máximo y mínimo. ¿Por eso acaso Engels relegaba, o inducía a relegar, la defensa de las ideas socialistas a los discursos del 1° de mayo? Algo similar se aplica a Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y el ala izquierda de la socialdemocracia alemana. Todos ellos defendían la división entre programa máximo y mínimo, y no por ello relegaron, ni sugirieron relegar, la crítica al capitalismo a los “días de fiesta”.

Este planteo sería interesante si algo de lo que menciona fuera así, pero lamentablemente no lo es. Nos interesa detenernos en la crítica de Engels al programa de Erfurt, soslayada por Astarita –al igual que la de Luxemburgo– pero de gran importancia. En junio de 1891, Engels envió a Karl Kautsky lo que luego se conoció como su “crítica al programa de Erfurt” (publicada recién 10 años después). Muchas de sus críticas serían incluidas en la versión final del programa por su redactor, el propio Kautsky, menos su cuestionamiento principal referido al bloque de reivindicaciones políticas.

Dice Engels: “Las reivindicaciones políticas del proyecto tienen un gran defecto. No dicen lo que precisamente debían decir. Si todas esas 10 reivindicaciones fuesen satisfechas, tendríamos en nuestras manos más medios para lograr nuestro objetivo político principal, pero no lograríamos ese objetivo”. A renglón seguido alerta sobre “el oportunismo que comienza a propagarse en una gran parte de la prensa socialdemócrata”, y agrega: “Por temor a un restablecimiento de la ley contra los socialistas […] se quiere ahora que el partido reconozca el orden legal actual de Alemania suficiente para el cumplimiento pacífico de todas sus reivindicaciones”.

En este mismo sentido, Engels critica que en el programa no se aborden preguntas tales como si la clase trabajadora “está obligada a rebasar el viejo orden social”. Es decir, le objeta al Programa de Erfurt no abordar los problemas estratégicos. Está tocando aquí un punto central que, más allá de los valores precisos del debate en la Alemania de finales del siglo XIX, marca la ambigüedad –que luego será abandono– frente a la estrategia revolucionaria en el programa “modelo” de la división entre “programa mínimo” y “máximo”.

Varios años después, Lenin le dedica un apartado especial a aquella crítica al programa de Erfurt en El Estado y la revolución. Allí retoma las palabras de Engels cuando critica: “Este olvido de las grandes, de las principales consideraciones en aras de los intereses momentáneos del día, esa lucha y ese esfuerzo por lograr éxitos pasajeros sin pensar en las consecuencias posteriores, ese sacrificio del futuro del movimiento en aras de su presente podrán obedecer a motivos ‘honrados’, pero es y seguirá siendo oportunismo, y el oportunismo ‘honrado’ es quizá el más peligroso de todos” [2].

Por su parte, Rosa Luxemburgo, como citábamos al comienzo de esta nota, extraerá como una de las grandes conclusiones de su experiencia revolucionaria la necesidad de romper con el “principio rector” del programa de Erfurt de la división entre programa “mínimo” y “máximo”. Y es significativo que lo plantee a la hora de fundar el Partido Comunista en Alemania como organización independiente de las diferentes alas de la socialdemocracia.

Al contrario de lo que imagina Astarita, tanto la crítica de Engels, como las conclusiones de quienes en su momento conformaban la izquierda de la Segunda Internacional, como Lenin y Luxemburgo, muestran las raíces profundas de la ruptura con la fragmentación entre el programa “mínimo” y “máximo” y su vínculo con las discusiones de estrategia revolucionaria. Pero estos desarrollos no se detuvieron, la Tercera Internacional los profundizará.

Frente único y consignas transicionales

Señala Astarita:

Maiello suma la afirmación de que en sus primeros cuatro congresos la Tercera Internacional “comenzó a esbozar” el Programa de Transición que desarrollaría Trotsky en los treinta. De nuevo pregunto, ¿en qué se apoya para decir semejante cosa? Ni siquiera en el Cuarto Congreso de la IC, en el que más se discutió de táctica, asomó siquiera la política basada en la agitación transicional que defendería luego Trotsky. El eje de la táctica en ese Congreso fue el frente único con la socialdemocracia y otras fuerzas obreras, para enfrentar la ofensiva del capital. Un frente único en torno a demandas de transición al socialismo, cuando la Segunda Internacional se había inclinado por la defensa del orden burgués, sería un sinsentido.

Con esta afirmación, nuestro autor nuevamente parece no darse por aludido por la historia. Pero agrega un elemento adicional: la incomprensión de la táctica del frente único. Veamos.

Luego del triunfo de la Revolución Rusa en 1917, la extensión internacional de la revolución enfrentará obstáculos adicionales en “Occidente”. Se encontrará no solo con democracias burguesas más consolidadas –en mayor o menor medida según el caso– y clases obreras con tradiciones nacionales más amplias que la rusa, sino también con una extensa burocracia de parlamentarios, periodistas y funcionarios sindicales arraigada en las organizaciones de masas del movimiento obrero (partidos y sindicatos). A este escenario, enmarcado en la nueva época de crisis, guerras y revoluciones [3], tuvieron que hacer frente los jóvenes Partidos Comunistas de la Tercera Internacional.

En este contexto, sostener la división entre “programa mínimo” y “máximo” significaba renunciar a construir una fuerza revolucionaria independiente. Por un lado, limitarse al programa mínimo llevaba a subordinarse a las direcciones reformistas, y contra ello fue la batalla fundacional de los primeros dos congresos de la nueva Internacional alrededor de la cual nacieron los partidos comunistas de la escisión de los viejos partidos socialdemócratas. Por otro lado, limitarse al programa máximo significaba romper lanzas con la mayoría reformista de la clase trabajadora y caer en el aventurerismo. Contra esta tendencia “ultraizquierdista” batallaron Lenin y Trotsky en el tercer y en el cuarto congreso de la Internacional. Fruto de ambas peleas surgirán las primeras sistematizaciones de un método, expresado a nivel de programa en las consignas transicionales y a nivel de la táctica en el frente único obrero.

Las primeras elaboraciones del método transicional –que había permeado la práctica de los bolcheviques en 1917 pero no había sido sistematizado– se dieron a partir del tercer y del cuarto congreso, en simultaneo con las discusiones sobre el frente único. Como señala Pierre Broué: “El interés por organizar ese frente único de los trabajadores, comunistas y no comunistas en Alemania es lo que va a hacer aparecer, primero en las discusiones de la Internacional, luego en su programa, la noción de ‘consigna’ y de ‘reivindicaciones de transición’, llamadas a ocupar, en el arsenal de la teoría comunista, el lugar vacante dejado por la disolución de la vieja dicotomía de Erfurt entre programa máximo y programa mínimo” [4].

Era parte del esfuerzo por conquistar una mayoría de la clase trabajadora para el programa revolucionario. En las “Tesis sobre la táctica”, que serán adoptadas por el Tercer Congreso de la Internacional, ya se plantea en forma transicional la idea de un sistema de reivindicaciones que luego sería retomada por Trotsky en el Programa de Transición. Así señalan que: “En lugar del programa mínimo de los reformistas y centristas, la Internacional Comunista introduce la lucha por las necesidades concretas del proletariado, por un sistema de reivindicaciones que en su conjunto destruyan el poder de la burguesía, organicen al proletariado y constituyan las etapas de la lucha por la dictadura proletaria, y cada una de las reivindicaciones en particular exprese una necesidad de las grandes masas, aunque estas masas no se sitúen todavía conscientemente sobre el terreno de la dictadura del proletariado” [5].

Daniel Gaido señala en su reconstrucción del debate al respecto, que “en el Tercer Congreso vemos el concepto de un Programa de Transición todavía en estado fluido. Se hace referencia a él en la vieja terminología como un sistema de ‘demandas parciales’ (Teilforderungen) para el período de transición (Übergangsperiode) y en la nueva nomenclatura como un programa de ‘demandas o medidas transicionales’ (Übergangsforderungen o Übergangsmaßregeln)” [6]. Para 1922 se iniciará un importante proceso de elaboración programática en la Internacional, siendo que sus partidos más numerosos todavía no habían elaborado sus respectivos programas.

El propio Astarita, que como citábamos descartaba cualquier antecedente del método transicional en los debates de la Internacional Comunista, en un artículo posterior a su respuesta admite ahora que “En ese Cuarto Congreso Radek –representante del ala de izquierda– planteó que en la era de la revolución social a escala mundial era necesario lanzar las reivindicaciones de transición”. Se trata de una bienvenida innovación respecto a su crítica original. Pero hay que agregar que esto fue parte de una discusión más amplia que contradice la interpretación de Astarita en su “Crítica al Programa de Transición”.

Nuestro autor plantea que Lenin se habría opuesto a elaborar un programa transicional contra la posición de Bujarin que supuestamente planteaba hacerlo. Sin embargo, los debates del Cuarto Congreso expresaron exactamente lo inverso, el maximalismo que sostenía Bujarin en aquel entonces, lejos de llevarlo a defender un programa transicional, lo llevaba a rechazarlo de plano y considerarlo oportunista.

Finalmente en la delegación rusa, compuesta por Lenin, Trotsky, Zinoviev, Radek, Bujarin se impondrá una posición favorable a incluir las consignas de transición en el programa. Así, en la declaración emitida por la delegación rusa se terminará señalando claramente, entre sus puntos: “3) Los programas de las secciones nacionales deben motivar clara y decisivamente la necesidad de luchar por demandas transicionales, con la salvedad de que estas demandas se derivan de las condiciones específicas de cada momento y lugar” [7].

En este marco de debates se inscribe la serie de consideraciones formuladas por Radek sugiriendo que la redacción un programa de transición que estableciese consignas capaces de contribuir a movilizar a las masas trabajadoras en la perspectiva de la lucha por la dictadura del proletariado [8]. Este documento (disponible en castellano) en el que expresaba su propia aproximación al problema era sintomático respecto a los términos del debate. También Talheimer había escrito cuestiones como que: “El objetivo de las demandas transicionales del programa comunista es el derrocamiento de la democracia burguesa –que en forma más o menos desarrollada es la condición previa real [de la revolución proletaria]– y del sistema capitalista, cuya presión ya no puede ser aliviada por meras reformas, sino solo mediante medidas parciales (Teilmaßregeln) ya revolucionarias”.

Como muestran las diferentes posiciones y debates, la idea de que era necesario un programa transicional no fue original de Trotsky, aunque este fue parte esencial en aquellas discusiones. Se trataba de un mismo método que también permeaba la táctica del frente único. Este buscaba motorizar la lucha en común entre los jóvenes partidos comunistas y los trabajadores socialdemócratas, llamando para ello tanto a las direcciones como a las bases de las organizaciones reformistas a pelear por un programa de acción que partía de una serie de demandas mínimas inmediatas, económicas y políticas, y las ligaba a demandas transicionales. El objetivo era movilizar a las masas y, alrededor de la experiencia en la lucha de clases y de la lucha de programas y estrategias, ampliar la influencia de los revolucionarios a la mayoría de la clase obrera e impulsar la autoorganización (en perspectiva soviets/consejos) y así preparar las condiciones para la conquista del poder.

Ahora bien, esta elaboración no tuvo continuidad por la propia burocratización de la Internacional que –luego de una serie de zig-zags a izquierda y derecha– pasó a liquidarla en forma ultraizquierdista bajo la orientación de “clase contra clase” que negaba el frente único obrero y la necesidad de un programa para confluir en la acción con los obreros reformistas –considerados “socialfascistas”–, y más tarde con la política de “Frentes Populares” que bajo la idea de “frente único antifascista” emprendió la colaboración con sectores de la burguesía; alianza que desde luego negaba la articulación de cualquier programa transicional. De allí que Trotsky será el encargado de desarrollar este método en muchos de sus trabajos hasta llegar a la sistematización del Programa de Transición.

Un “sistema de reivindicaciones” para articular un poder alternativo

El sentido de un programa transicional para Trotsky es proporcionar “una ayuda para las masas para superar las ideas, métodos y formas heredadas y para adaptarse a las exigencias de la situación objetiva”. Por eso, decía, “no podemos prever y recetar las reivindicaciones locales y sindicales adaptadas a la situación local de una fábrica, ni el desarrollo desde esta reivindicación hasta la consigna de la creación de un soviet obrero. Estos son los puntos extremos del desarrollo de nuestro programa de transición para encontrar los lazos y conducir a las masas hacia la idea de la toma revolucionaria del poder”. Y agregaba que: “algunas reivindicaciones parecen muy oportunistas, porque están adaptadas a la conciencia actual de los trabajadores […], otras reivindicaciones parecen demasiado revolucionarias, por que reflejan más la situación objetiva que la conciencia de los obreros” [9]. La clave del método transicional está justamente en la articulación del conjunto de aquellas reivindicaciones en un “sistema de reivindicaciones transitorias”, como lo denomina Trotsky.

De aquí el carácter exótico que trasluce la crítica de Astarita cuando señala:

En mi crítica al PT, escribí: “… al concentrarse en una o dos consignas sin especificar qué relación guardan con el poder, la metodología política se conforma según la idea de un ascenso progresivo. Se trata de una táctica escalera que alienta la perspectiva de un avance por escalones”. Trotsky es muy claro en esto. En otro pasaje afirma que se puede comenzar concentrando la atención en un punto (reparto de las horas de trabajo y escala móvil de salarios) y “las otras consignas se pueden agregar en la medida en que se desarrolle la situación”. Sostiene que la consigna del reparto de horas y escala móvil “es el sistema de trabajo en una sociedad socialista. La presentamos como una solución a esta crisis” [la Gran Depresión en EEUU]. “Es el programa del socialismo, pero presentado de una manera muy simple y popular”.

A diferencia de la idea mecánica y evolutiva que presenta Astarita donde una consigna como “reparto de las horas de trabajo y escala móvil de salarios” sería una especie de solución “mágica” con resultados automáticos, de lo que se trata es de una perspectiva de lucha. El ir “más allá” o no del programa mínimo no es un hecho dado, sino una enorme disputa por las masas entre los revolucionarios, la vanguardia y la burocracia y las direcciones reformistas, que atraviesa a los movimientos en su desarrollo.

En torno a aquella consigna en EEUU a finales de los años ’30, Trotsky plantea (en el mismo artículo citado por Astarita) que: “Los burócratas se opondrán a ello, lo sabemos. Después, si la consigna se populariza entre las masas, se desarrollarán en contrapartida las tendencias fascistas. Entonces diremos que tenemos que desarrollar comités de autodefensa” [10]. Es decir, Trotsky está pensando las consecuencias del planteo en términos del combate a la burocracia al interior del movimiento obrero y del combate a las tendencias de derecha. Esto, dice, sería producto del éxito de la consigna, cuando más se “popularice” mayores serán las fuerzas contrarias. Lejos de una simple agitación general, coincide con Jack Weber –dirigente del SWP norteamericano– en la necesidad de adaptar la consigna a las realidades locales y a los diferentes ámbitos de intervención para dar esta pelea en cada lugar, incluso en cada empresa [11].

La aproximación de Trotsky, contraria al “agitativismo superficial” que le atribuye Astarita, puede verse claramente en la idea que tenía sobre cómo trabajar la consigna de “reparto de las horas de trabajo y escala móvil de salarios” en los sindicatos. “La campaña –decía– se puede realizar más o menos de esta manera: Uds. empiezan la agitación, por ejemplo, en Minneapolis [lugar donde el SWP contaba con mayor influencia]. Ganan uno o dos sindicatos para el programa. Envían delegados a los respectivos sindicatos de otras ciudades. Tan pronto como hayan salido del partido hacia los sindicatos con esta idea, habrán ganado la mitad de la batalla. […] Después hacen una agitación para forzar a los burócratas sindicales a tomar una postura a favor o en contra. Se abre así una oportunidad formidable para la propaganda” [12]. Es decir, pelear el programa en los sindicatos desde los lugares de mayor acumulación militante, buscar apoyo en su interior para obligar a la burocracia a pronunciarse, aprovechar la oportunidad para hacer propaganda, todos elementos que se hacen incomprensibles si tomamos por cierta la interpretación de Astarita.

Un debate de actualidad

Pero no se trata solo de una discusión histórica. En la actualidad, una consigna como “reparto de las horas de trabajo y escala móvil de salarios” adquiere renovada vigencia frente a la pulverización en la práctica de la conquista de la jornada de 8 horas, el aumento de la desocupación y, sobre todo, el crecimiento exponencial de la precarización del trabajo; todo ello acentuado con la crisis pandémica. En Argentina el Frente de Izquierda viene planteando la perspectiva de reducir la jornada laboral y repartir las horas de trabajo para combatir el flagelo del desempleo y la precarización, pelear por una jornada de 6 horas diarias, sin afectar el salario y asegurando un ingreso mínimo acorde a la canasta familiar, “repartir las horas para trabajar todas y todos”. Por otro lado, ahora hay proyectos de ley que plantean algún tipo de reducción de la jornada laboral presentados demagógicamente por sectores sindicales del Frente de Todos como Sergio Palazzo y Hugo Yasky, sin estar dispuestos a llamar a ninguna lucha por ello, como es de esperar para quienes son parte de la escandalosa tregua frente al ajuste del gobierno.

Astarita es un tradicional opositor a esta agitación realizada por el FIT –que es parte de un programa de independencia de clase y por un gobierno de los trabajadores que levanta sistemáticamente desde su fundación y ahora como FIT Unidad–. Se queda satisfecho con distinguir entre el planteo de reducción de la jornada laboral a 6 horas, técnicamente “programa mínimo”, y el “reparto de las horas de trabajo” ligado a la lucha por acabar con la desocupación y la precarización, una consigna transicional que cuestiona los pilares del funcionamiento del capitalismo. La agitación de la primera sería acorde a “la” relación de fuerzas, mientras que la segunda no lo sería porque “las medidas transicionales solo se pueden aplicar de conjunto, y a condición de que la clase obrera esté de pie”. Ahora bien, cómo actuar para cambiar “la” relación de fuerzas o para que la clase obrera “esté de pie” sería un secreto guardado bajo siete llaves.

Bajo un capitalismo en estado crítico como el actual, una lucha capaz de imponer la jornada de 6 horas, va de suyo que tendría que enfrentar la más decidida oposición –y las maniobras, hoy existen planteos de todo tipo en torno a la reducción jornada laboral en diversos países [13]–, por parte de los capitalistas y todos sus agentes. El movimiento histórico del proletariado a nivel internacional, con sus innumerables combates para imponer la jornada de 8 horas es un antecedente. En comparación con aquel entonces, hoy la clase trabajadora se ha expandido enormemente a nivel mundial pero también se encuentra profundamente fragmentada entre trabajadores “formales”, quienes deben soportar la sobrecarga de trabajo con horas extras interminables, un ejército de “precarizados” para quienes muchas veces la legislación laboral es un mal chiste –más aún para quienes trabajan en la economía “informal”– y desocupados que quedan a merced de la asistencia estatal.

Es claro que un movimiento histórico con la fuerza para imponer la reducción de la jornada laboral a 6 horas debería unir toda esa fuerza social que el capitalismo y las diferentes burocracias dividen [14]. Y aquí es donde la barrera entre el programa mínimo y el transicional que desvela a Astarita se hace mucho más permeable y sobre todo problemática desde el punto de vista de la articulación de fuerzas. ¿Por qué alguien desocupado, precario o “informal” se vería interpelado para luchar por la reducción de la jornada laboral a 6 horas desligada de la perspectiva de terminar con la desocupación y la precarización? Pero según Astarita para agitar una consigna como “reparto de las horas de trabajo y escala móvil de salarios” deberíamos esperar a que la clase trabajadora esté “de pie y en armas”. ¿Cómo sucederá esto último? No se sabe, tal vez por arte de magia [15].

El método transicional plantea una vía para afrontar este problema que en términos de Astarita se presentaría como dilema. La articulación de consignas está estrechamente ligada a la articulación de fuerzas. Este punto clave, generalmente dejado de lado en las interpretaciones del Programa de Transición, se trata para Trotsky, por así decirlo, de tender “dos puentes”: “un puente al nivel de conciencia de los trabajadores y, después, un puente material para la revolución socialista” [16]. En el caso del reparto de las horas de trabajo frente a las consecuencias del crack de 1929, la agitación de aquella consigna buscaba un diálogo para avanzar en la unificación de la lucha de los trabajadores ocupados con los desocupados. De ahí también la importancia de llevarla a los sindicatos. Participar de los mismos luchando por las demandas mínimas pero, al mismo tiempo, pelear por articular un sector lo más amplio posible que plantee “la escala móvil de horas de trabajo” para confluir con los desocupados. Enfrentar a la burocracia que busca dividir a la clase obrera y aprovechar estas peleas como una gran oportunidad para hacer propaganda, no solo de la necesidad de un gobierno de los trabajadores, sino también de la perspectiva comunista, de que los avances de la ciencia, de la técnica y de la cooperación del trabajo, si son arrancados del mando del capital, permitirían que la capacidad de producir lo mismo en menor tiempo se desarrolle y se traduzca en que la humanidad tenga que utilizar cada vez menos energías para producir lo que necesita para subsistir, y así poder desplegar verdaderamente toda la creatividad, la productividad y las capacidades humanas.

Se trata de una metodología que, lejos esperar que la Historia con mayúscula “ponga de pie” a la clase trabajadora, busca contribuir activamente en su desarrollo como sujeto hegemónico, “sembrando” determinadas ideas, instituyendo determinadas “tradiciones” de lucha y organización en la vanguardia y a través de ella a sectores de masas, y articular las fuerzas necesarias para preparar el pasaje de la defensiva a la ofensiva cuando la situación lo permita.

Interpretaciones/negaciones del Programa de Transición

Ahora bien, si la crítica de Astarita al “agitativismo superficial” tiene poco y nada que ver con Trotsky, ¿con quién discute en realidad? Si ampliamos el panorama vemos que sus términos podrían corresponderse más a las formulaciones de Nahuel Moreno. Su tesis partía de distinguir entre los diferentes tipos de consignas, como las mínimas, las democráticas y las transicionales [17], sin embargo, sostenía que: “por encima del esquema clasificatorio, cualquier consigna puede adquirir un carácter ‘transitorio’ en el sentido de ser el puente hacia la revolución socialista, si se transforma en bandera de la movilización revolucionaria” [18]. De esta forma, en realidad Moreno estaba invirtiendo el planteo de Trotsky. Donde este último decía que cualquier reivindicación seria tendía a sobrepasar los límites de la propiedad privada y el Estado burgués y que, por lo tanto, era necesario ligar las consignas mínimas a las transicionales, Moreno sostiene que cualquier consigna mínima o democrática, si sirve para impulsar una lucha seria, puede adquirir un “carácter transitorio”. Es decir, tomar en la práctica el lugar de las consignas transicionales. Para el caso de Argentina posdictadura pone como ejemplo la consigna democrática de “juicio y castigo a los culpables” [19] como posible puente a hacia la revolución.

Este planteo de Moreno, que tendía a hacer superfluas en los hechos las consignas transicionales, era presentado en términos de técnica de agitación: “una dos o tres tareas esenciales para el movimiento de masas, que concretamos en consigna. Este es el aspecto concreto de nuestra política, por eso es el fundamental” [20]. Sin embargo, para Trotsky la necesidad de jerarquizar determinadas consignas para una agitación masiva no estaba desligada de una intencionalidad política precisa que iba mucho más allá de la movilización en general tal cual se daba. “Es imposible prever –decía– cuáles serán las etapas concretas de la movilización revolucionaria de las masas. Las secciones de la IV Internacional deben orientarse en forma crítica a cada nueva etapa y lanzar las consignas que apoyen a las tendencias de los obreros a una política independiente, profundicen el carácter de clase de esta política, destruyan las ilusiones reformistas y pacifistas, refuercen la ligazón de la vanguardia con las masas y preparen la toma revolucionaria del poder” [21]. Este “orientarse en forma crítica” frente a cada nueva etapa de la movilización estaba muy lejos de la aproximación de Moreno.

¿Por qué Astarita querría poner en boca de Trotsky lo que en realidad era el planteo de Moreno? No nos interesa especular. Pero lo que sí podemos afirmar es que, si lo asumiera, debería dar cuenta de que tanto en su propio planteo como en el de Moreno, por vías diferentes, las consignas transitorias pierden utilidad práctica.

Según Astarita, Trotsky se equivoca al agitar consignas transicionales antes de la constitución de una “clase obrera de pie, con armas y en el poder”. Bajo este criterio, aclara nuestro autor, ya desde que fue escrito el Programa de Transición y de ahí en adelante, incluyendo toda la etapa neoliberal y la actual, la agitación debía circunscribirse al “programa mínimo” y dejar las consignas transicionales para los “manifiestos estratégicos”. Nada nuevo, era la metodología que marcó a la Segunda Internacional. Desde una perspectiva opuesta, Nahuel Moreno, sostuvo que desde la Revolución Portuguesa de 1974 hasta entrados los 80 “correspondía definir a la etapa como de revolución inminente […] que abarca a todos los países del mundo” [22], y que por lo tanto cualquier consigna mínima podría cumplir el papel de una transicional. Luego de su fallecimiento, esta lógica fue reproducida, ya desprovista de cualquier anclaje histórico, por la corriente que Moreno había fundado.

En las antípodas de este tipo de aproximaciones, el método transicional de Trotsky consistía en intervenir en la lucha de clases con un programa que buscara ligar –ya sea más para la propaganda o más para la acción según la situación determinada– la “necesidad inmediata que moviliza” a las consignas transitorias (control obrero, escala móvil, expropiación de ciertos grupos capitalistas, etc.) y a las consignas “organizacionales” relacionadas con la estrategia (comités de fábrica, soviets, autodefensa, etc.). Es decir, un sistema de reivindicaciones que permitiese impulsar audazmente las tácticas y la agitación necesarias para desarrollar política de clase independiente, para combatir a la burocracia, para “destruir las ilusiones reformistas y pacifistas”, reforzar la ligazón entre vanguardia y masas y, ante a la agudización de los enfrentamientos de clase preparar las condiciones para pasar de la defensiva a la ofensiva.

Teoría y estrategia

En lo que ya constituye una especie de lugar común en las polémicas de Astarita, nos endilga un supuesto desdén por la propaganda por el hecho de rechazar la división entre el programa mínimo y máximo, y el relegamiento de este último a la propaganda. Vale recordarle que el PTS –junto con la FTCI, corriente internacional de la que forma parte–, viene llevando adelante desde hace ya mucho tiempo, en la medida de sus fuerzas, un trabajo sistemático de elaboración e investigación expresado en decenas de libros de los más diversos temas, desde economía marxista, debates clásicos y contemporáneos del marxismo, feminismo socialista, pasando por temas militares, historia del movimiento obrero, biología y literatura, entre muchos otros. Ediciones IPS lleva publicados más de 80 títulos, siendo hoy por hoy la principal editorial de izquierda de la Argentina. El Centro de Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky” (de Argentina y de México), con más de dos décadas de trabajo, es el principal centro de investigación de su tipo en América Latina. Hemos desarrollado el primer campus virtual impulsado por una organización partidaria, con toda una serie de cursos y materiales, que van desde series ficcionadas sobre el Manifiesto Comunista hasta seminarios sobre El Capital. La propia Ideas de Izquierda donde se publica este artículo es la única publicación semanal de teoría, cultura y política marxista que existe hoy en Argentina, y ya lleva publicados casi 200 números.

El problema no es “la” teoría y “la” propaganda, sino qué teoría y qué propaganda, y cuál es la relación entre los tres terrenos de lucha (teórica, política, económica) que señalara Engels. En tiempos de giro lingüístico, el interés de Astarita se concentra casi exclusivamente en el análisis del discurso separado de la pregunta estratégica por la articulación de fuerzas materiales. Mientras tanto, la “relación de fuerzas” se le aparece como un dato fijo, una especie de índice suprahistórico que define lo que se puede “agitar” o no, y no como lo que es, una relación que es producto en gran medida de los combates de la lucha de clases (en el sentido más amplio del término), a veces generales, a veces parciales, ganados o perdidos.

Justamente porque las situaciones se constituyen a partir de la acción recíproca de factores objetivos y subjetivos surge como pregunta fundamental ¿cómo llega la clase trabajadora a la comprensión subjetiva de la tarea histórica que le plantea determinada situación objetiva? Como señala Trotsky: “Si el proletariado como clase fuera capaz de comprender inmediatamente su tarea histórica no serían necesarios ni el partido ni los sindicatos: la revolución proletaria habría nacido simultáneamente con el proletariado. Por el contrario, el proceso mediante el cual el proletariado comprende su misión histórica es largo y penoso, y está plagado de contradicciones internas” [23].

Ilustración: @059jorge
Ilustración: @059jorge

De allí los dos “puentes” que busca tender el Programa de Transición hacia la revolución, a nivel de la conciencia y de la articulación material de fuerzas. Ambos implican tanto a la vanguardia como a las masas. Un partido revolucionario, para lograr constituirse como tal, debe agrupar a los elementos más conscientes y más perspicaces de la clase, a su vanguardia. Pero esta última no existe como tal en el vacío, ni puede “autoproclamarse”, sino que se desarrolla a partir de luchas prolongadas, de duras pruebas, de muchos errores y de una amplia experiencia en las que gana la confianza de sectores de masas. La comprensión del programa está ligada a la experiencia de lucha por el mismo, ya sea en las organizaciones de masas, como los sindicatos, en lucha contra la burocracia, o en la lucha política con las corrientes reformistas, así como “sembrando ideas”, para lo cual no solo es necesario tener en cuenta la “conciencia de las masas” en general sino también sus ilusiones, su psicología y las formas pedagógicas para llegar a ellas [24].

El problema central del marxismo, estemos dispuestos a aceptarlo o no, sigue siendo intentar transformar las ideas revolucionarias en “fuerza material”, o dicho más precisamente, una izquierda que no se limite a la rutina sindical, electoral o de la propaganda, sino que luche activamente por la emergencia de la clase trabajadora como sujeto hegemónico en el siglo XXI.

* * *

Adenda sobre programa y estrategia en los orígenes del marxismo

No queríamos concluir este artículo sin algunas referencias a la lectura extemporánea de la obra de Marx y Engels en la que se empeña Astarita, donde ambos serían supuestos precursores de la fragmentación erfurtiana entre programa máximo y mínimo. Decía Astarita:

Las consignas transicionales entran en el esquema del programa máximo. Fueron formuladas en manifiestos o tesis estratégicas (las veremos en el Manifiesto Comunista y en las «Tesis de Abril») para impulsar la movilización hacia la abolición de la propiedad privada, una vez que se hubiera tomado el poder. […] Entre las más conocidas están el reparto de las horas de trabajo hasta acabar con la desocupación, sin disminución salarial; la obligación de trabajar; la anulación de la propiedad privada de la tierra; la anulación del derecho de herencia; la abolición del secreto comercial y el control obrero de empresas; la nacionalización de la banca y grandes monopolios y su puesta bajo el control obrero.

Para ilustrar la arbitrariedad de este planteo según el cual las consignas de tipo “transicional” estaban confinadas a “manifiestos o tesis estratégicas”, trajimos a colación en nuestro artículo anterior el programa elaborado por Marx y Jules Guesde, publicado el 30 de junio de 1880 en L’Égalité bajo el título “Programa electoral de los trabajadores socialistas”. Le preguntábamos a nuestro autor cómo justificar en su esquema la inclusión de consignas de tipo “transicional” en un programa electoral para Francia en 1880 donde no había ninguna situación revolucionaria. Y aquí Astarita comenzó a embrollarse con sus propios argumentos.

En aquel programa, Marx y Guesde escribían “que la explotación de todos los talleres estatales se confíe a los trabajadores que trabajan allí”; en nuestro artículo anterior emparentábamos esto con la idea de “control obrero”. Astarita respondió que esto no refería al control obrero “en los centros del capitalismo” sino a un plan obras públicas (el plan Freycinet lanzado en 1878), de ahí que la consigna era “una forma de contrarrestar el control estatal de los trabajadores. Por este motivo la reivindicación se limitó a la obra pública, y fue concebida como una medida compatible con el sistema capitalista”. Es decir, nuestro problema habría sido no tomar en cuenta que lo que proponían Marx y Guesde era el control obrero de un plan de obras públicas.

Sin embargo, en el debate de uno sus post de crítica al PTS leemos que Astarita dice: “Son consignas de transición ‘plan de obras públicas bajo control obrero”; “reparto de las horas de trabajo hasta acabar con la desocupación”; “prohibición de despidos”. Son demandas que van contra la lógica del valor y del capital, y son imposibles de aplicar, bajo ninguna circunstancia, en el sistema capitalista”. ¿En qué quedamos entonces? ¿Estamos ante una consigna compatible con el sistema capitalista, o es incompatible y entonces Marx pecó al introducir un planteo transicional en un programa electoral?

Más complicada se vuelve la cuestión cuando reparamos en que el programa electoral escrito por Marx plantea la “supresión de toda herencia en una línea colateral y de toda herencia directa de más de 20.000 francos”, siendo que para Astarita, como citábamos al principio del apartado, “la anulación del derecho de herencia” es un ejemplo de “consignas transicionales que entran en el esquema del programa máximo”. ¿Pero no era que estas consignas solo cabían en “manifiestos estratégicos” para impulsar la movilización hacia la abolición de la propiedad privada una vez que se hubiera tomado el poder? ¿Será Marx al fin y al cabo un vil propagador de quimeras de reformadores sociales?

Pero el embrollo se hace aún peor cuando, luego de leer que Astarita en su “Crítica al Programa de Transición” pone como uno de los ejemplos de consigna transicional “la anulación de la propiedad privada de la tierra”, vemos que en su reciente artículo señala que “lamentablemente, mi crítico no conoce de qué trata el programa mínimo” y ejemplifica que “un caso ilustrativo es la abolición de la propiedad privada de la tierra, que figuraba en el programa mínimo de los bolcheviques”. Pero entonces ¿podemos abolir la propiedad privada de la tierra con el programa máximo o con el mínimo? Al final ¿somos bolcheviques o somos reformadores sociales?

Para colmo Astarita nos pregunta “¿Cómo es posible entonces que el compañero de Marx no notara la contradicción entre una demanda supuestamente transicional – la explotación de los talleres del Estado confiada a los obreros que trabajan en ellos-; la naturaleza burguesa de las demanda mínimas; y las condiciones de posibilidad que el propio Engels había fijado para la aplicabilidad de las demandas transicionales?”. Efectivamente es una buena pregunta, pero se la tendría que responder el propio Astarita. Nuestra respuesta ya la dimos en el artículo anterior: “Nos aventuramos a afirmar que aquello que para Astarita es un ‘principio’ (no agitarás consignas transicionales por fuera de una situación revolucionaria pre-insurreccional), para Marx y Engels no lo era”.

Con todo este embrollo Astarita elude la cuestión principal que le planteáramos en nuestra crítica. Marx y Engels concluyen que para triunfar la clase trabajadora no puede “simplemente tomar posesión de la maquinaria del Estado” sino que debe articular un poder propio capaz de “reemplazarlo” y este poder no surge de la nada. Sin embargo, la pregunta que Astarita nunca responde es justamente: ¿cómo surgen aquellas premisas (las “situaciones de doble poder”, la “emancipación del control burocrático-burgués”, etc.) que él mismo prescribe como condición para la agitación de un programa transicional? Seguiremos esperando la respuesta.


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NOTAS AL PIE

[1Astarita, Rolando, Crítica al Programa de Transición.

[2Lenin, V. I., El Estado y la revolución, Ediciones IPS, Bs. As., 2019, p. 59.

[3Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, En los límites de la Restauración burguesa.

[4Broué, Pierre, Revolución en Alemania (1917-1923), Tomo 2, Ediciones IPS-CEIP, Bs. As., 2020, p. 296.

[5“Tesis sobre táctica”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Ediciones Pluma, Bs. As., 1973, p. 49.

[7Riddell, John, Toward the United Front, Brill, Leiden/Boston, 2011, p. 632.

[8Broué, Pierre, ob. cit., p. 106.

[9Trotsky, León, “Un resumen sobre las reivindicaciones transitorias”, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, Ediciones IPS-CEIP, Bs. As., 2017, p. 120.

[10Trotsky, León, “El atraso político de los obreros norteamericanos”, en ob. cit., p. 151.

[11“Nacionalmente –dice Weber–, tomamos esta consigna a escala nacional. Pero lo que debemos hacer en realidad, es aplicarla casi localmente, en las industrias e incluso en fábricas determinadas. No es una simple generalidad. No podemos lanzar la consigna en abstracto”. Trotsky, León, “El atraso político de los obreros norteamericanos”, ob. cit., p. 185.

[12Trotsky, León, “El atraso político de los trabajadores americanos”, ob. cit., p. 151.

[13Para un repaso sobre los debates a nivel internacional sobre la jornada laboral, ver: Mercatante, Esteban, “La pelea por el tiempo”.

[14Ver también sobre este debate, Bach, Paula, La jornada laboral, el reparto de las horas y la relación de fuerzas.

[15Tan poco interés muestra por estos problemas que, como respuesta al ejemplo de los obreros de Zanon de Neuquén, inventa que la fábrica fue abandonada por la patronal. No es “control obrero real” nos dice, lo será cuando los trabajadores sean capaces de “contrarrestar a las bandas armadas promovidas por los capitalistas, y la represión del Estado en defensa del sacrosanto derecho de la propiedad privada”. No es este el lugar para desarrollar su historia, pero vale la pena recordar por lo menos dos hechos que involucran a patotas de la burocracia y a la policía en intentos de tomar por la fuerza Zanon. El primero en octubre de 2002. Para ese entonces, la fábrica ocupada había sido puesta a producir por sus trabajadores, habían incorporado a trabajar (con las mismas condiciones y salario) a desocupados de las organizaciones independientes del gobierno e impulsaban junto a diversos sectores la “Coordinadora del Alto Valle”. El 2 de octubre, la burocracia acompañada de barras bravas de Cipolletti escoltados por la policía intenta tomar Zanon. Se ven obligados a retroceder por la resistencia ceramista y acampan en la puerta, en una especie de sitio a la fábrica. Por la noche hacen “incursiones” sobre la fábrica con pedradas, gomerazos y algunos tiros. Una situación de extrema tensión y violencia que duró dos días donde los ceramistas articulando la solidaridad de desocupados, diversos sectores de trabajadores y la izquierda, lograron derrotar el ataque. El segundo, 8 de abril de 2003, una jueza resuelve el desalojo “con el uso de la fuerza pública”. Desde la noche anterior guardias de ceramistas junto a las organizaciones solidarias se apuestan para impedir cualquier intento de desalojo. Trabajadores ocupados y desocupados, estudiantes, miembros de organismos de derechos humanos, de la CTA y partidos de izquierda recorrían las instalaciones y el predio, cubriendo las terrazas, apostados en las cercanías de la ruta. Concurren delegaciones de la vecina provincia de Río Negro y del resto del país. Docentes de ATEN convocan a la fábrica desde los cuadernos de comunicaciones de los estudiantes. El personal del principal hospital de Neuquén comunica que no va a atender a policías heridos en caso de represión. La CTA convocó a un paro provincial de todos los estatales contra el desalojo. Esta se combinó con la movilización con eje en Zanon y la disposición de combate de los obreros. El resultado, durante la mañana los síndicos recorrieron todas las comisarías pidiendo el auxilio de la “fuerza pública”, pero no apareció ni un policía dispuesto a ir a la fábrica. (Para una historia completa del proceso, ver: Raúl Godoy, Grace, López Eguía y Alejo Chialvo, Zanon, fábrica militante sin patrones, Ediciones IPS, Bs. As., 2018).

[16Trotsky, León, “El atraso político de los trabajadores americanos”, en ob. cit., p. 151.

[17Junto a estos tres tipos, agregaba: “En 1958, nuestro partido formuló en Leeds, la tesis de que hay un cuarto lote de consignas, que son también parte esencial del programa de transición: las consignas internas a las organizaciones obreras. Estas consignas también tienen un origen histórico objetivo: son una consecuencia distorsionada de la decadencia imperialista, que se manifestó dentro del movimiento obrero organizado y dentro del primer estado obrero como degeneración burocrática, y le creó a la clase obrera la necesidad de luchar contra esa degeneración” (Moreno, Nahuel, El partido y la revolución, disponible en www.nahuelmoreno.org, p. 211).

[18Moreno, Nahuel, y Petit, Mercedes, Conceptos políticos elementales, disponible en www.nahuelmoreno.org, p. 15.

[19Señala que “por ejemplo que una consigna elementalmente democrática como ‘juicio y castigo a los culpables’ necesitará muy posiblemente de una movilización revolucionaria para imponerse, una movilización revolucionaria que barra tanto con los encubridores actuales –el gobierno radical de Alfonsín y las Fuerzas Armadas– como con todo el régimen y el capitalismo en la Argentina” (Moreno, Nahuel, y Petit, Mercedes, ob. cit., p. 16).

[20Moreno, Nahuel, El Partido y la revolución, ob. cit., p. 171.

[21Trotsky, León, “Programa de Transición”, en ob. cit., p. 64.

[22Para fundamentarlo, sostenía que: “reconociendo el hecho de que ha habido un solo Octubre, y que los demás fueron ‘febreros’” –en referencia a la revolución rusa de febrero de 1917–, sostenía que “podemos enriquecer el clásico análisis de Trotsky y afirmar que existen dos tipos de situaciones revolucionarias: pre-octubre y pre-febrero” (Moreno, Nahuel, Actualización del Programa de Transición, disponible en www.nahuelmoreno.org, p. 72.)

[23Trotsky, León, “Una explicación necesaria a los sindicalistas comunistas”, Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios, Ediciones IPS, Bs. As., 2010, p. 17.

[24Ver: Liszt, Gabriela, “Presentación”, en Trotsky, León, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, ob. cit.
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Matías Maiello

@MaielloMatias
Buenos Aires, 1979. Sociólogo y docente (UBA). Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Coautor con Emilio Albamonte del libro Estrategia Socialista y Arte Militar (2017) y autor de De la movilización a la revolución (2022).