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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

No cambiamos nuestro rumbo

No cambiamos nuestro rumbo

No cambiamos nuestro rumbo[1]

 

 

30 de junio de 1940

 

 

 

Siguiendo a una cantidad de pequeños estados euro­peos, Francia se está convirtiendo en una nación oprimi­da. El imperialismo alemán se elevó a alturas militares sin precedentes, con las consiguientes posibilidades de practi­car un pillaje mundial. ¿Qué sigue después?

De parte de todas las clases de seminternacionalistas se puede esperar aproximadamente la siguiente línea ar­gumental: es imposible que haya levantamientos exitosos en los países conquistados por la bota nazi, porque todo movimiento revolucionario será ahogado inmediatamente en sangre por los conquistadores. Hay incluso menos posibilidad de un levantamiento exitoso en el campo de los vencedores totalitarios. Sólo se podrían crear condi­ciones favorables para la revolución con la derrota de Hitler y Mussolini. Por eso, lo único que resta es apoyar a Inglaterra y Estados Unidos. Si la Unión Soviética se uniera a nosotros sería posible no sólo detener los éxitos militares de los alemanes, sino asestarles fuertes derrotas militares y económicas. El desarrollo ulterior de la revo­lución sólo será posible de esta forma. Etcétera, etcétera.

Esta argumentación, que superficialmente parece inspi­rada por el nuevo mapa de Europa, es en realidad sólo una adaptación de los viejos argumentos del social-patrio­tismo, es decir, de la traición de clase. La victoria de Hitler sobre Francia reveló completamente la corrupción de la democracia imperialista, incluso en la esfera de sus propias tareas. No se la puede "salvar" del fascismo. Sólo se la puede reemplazar por la democracia proletaria. Si la clase obrera ligara su suerte en esta guerra a la de la democracia imperialista, ello sólo le acarrearía una nueva serie de derrotas.

"Por la causa de la victoria" Inglaterra ya se ha visto obligada a introducir métodos dictatoriales, cuyo requisi­to básico fue la renuncia del Partido Laborista a toda política independiente. Si el proletariado internacional, a través de todas sus organizaciones y tendencias, toma por el mismo camino, se facilitará y apresurará la victoria a escala mundial del régimen totalitario. Con un proletariado mundial que renuncia a una política independiente, una alianza entre la Unión Soviética y las democracias imperialistas significaría el aumento de la omnipotencia de la burocracia de Moscú, su posterior transformación en una agencia del imperialismo y el inevitable otorgamiento de concesiones al imperialismo en la esfera econó­mica. Seguramente, la posición militar de los distintos países imperialistas en la arena mundial cambiaría conse­cuentemente; pero la situación del proletariado interna­cional, desde el punto de vista de las tareas de la revolu­ción socialista, cambiaría muy poco.

Para crear una situación revolucionaria, dicen los sofis­tas del social-patriotismo, es necesario asestarle un golpe a Hitler. Para obtener una victoria sobre Hitler, es necesa­rio apoyar a las democracias imperialistas. Pero si por salvar a las "democracias" el proletariado renuncia a una política revolucionaria independiente, ¿quién utilizará la situación revolucionaria que surgirá de la derrota de Hitler? No han faltado situaciones revolucionarias en el último cuarto de siglo. Pero faltó un partido revoluciona­rio capaz de utilizar esas situaciones revolucionarias. Re­nunciar a preparar un partido revolucionario en razón de la necesidad de provocar una "situación revolucionaria" es conducir vendados a una masacre, a los trabajadores.

Desde el punto de vista de una revolución en el propio país, la derrota del propio gobierno imperialista es indudablemente un "mal menor". Los seudo internaciona­listas, sin embargo, se niegan a aplicar este principio a los países democráticos derrotados. En cambio, interpretan la victoria de Hitler, no como un obstáculo relativo, sino como uno absoluto en la marcha de la revolución en Alemania. Mienten en ambos casos.

En los países derrotados la posición de las masas empeorará extremadamente en forma inmediata. Sumada a la opresión social está la opresión nacional, cuya carga principal también la sobrellevan los trabajadores. De todas las formas de dictadura, la totalitaria de un con­quistador extranjero es la más intolerable. Al mismo tiempo, en la medida en que los nazis traten de utilizar los recursos naturales y la maquinaria industrial de las naciones que derrotaron, dependerán inevitablemente de los trabajadores y campesinos nativos. Es sólo después de la victoria cuando las dificultades económicas siempre comienzan realmente. Es imposible apostar un soldado con un rifle para cada obrero y campesino polaco, norue­go, danés, holandés, belga. El nacionalsocialismo carece de receta para transformar de enemigos en amigos a los pueblos derrotados.

La experiencia de los alemanes en Ucrania en 1918 demostró qué difícil es utilizar con métodos militares la riqueza natural y la fuerza de trabajo de un pueblo derrotado; y qué rápido se desmoraliza un ejército de ocupación en una atmósfera de hostilidad universal. Estos mismos procesos se desarrollarán en mucho mayor escala en el continente europeo bajo la ocupación nazi. Se puede esperar, sin duda, la rápida transformación de todos los países conquistados en verdaderos polvorines. El peligro está en que las explosiones ocurran demasiado pronto, sin la suficiente preparación, y conduzcan a de­rrotas aisladas. Es imposible, sin embargo, hablar de la revolución europea y mundial sin tener en cuenta la posibilidad de derrotas parciales.

Hitler, el conquistador, naturalmente acaricia la qui­mera de convertirse en el principal verdugo de la revolu­ción proletaria en cualquier parte de Europa. Pero esto no significa en absoluto que Hitler será tan fuerte para vérselas con la revolución proletaria como lo ha sido para enfrentar a la democracia imperialista. Sería un error fatal, indigno de un partido revolucionario, hacer de Hitler un fetiche, exagerar su fuerza, pasar por alto los límites objetivos de sus éxitos y conquistas. Cierto es que Hitler promete jactanciosamente establecer la dominación del pueblo alemán a expensas de toda Europa e incluso del mundo entero "por mil años". Pero, con toda seguri­dad, este esplendor no durará siquiera diez años.

Debemos aprender de las lecciones del pasado recien­te. Hace veintidós años no sólo los países derrotados sino también los vencedores salieron de la guerra con su economía desbaratada y pudieron advertir lentamente (en algunos casos no lo advirtieron para nada) las ventajas económicas que reportaba la victoria. Por eso, el movi­miento revolucionario también asumió enormes proporciones en los países de la Entente victoriosa. Lo único que faltó fue un partido revolucionario capaz de encabe­zar el movimiento.

El carácter totalizador de la actual guerra excluye la posibilidad de un "enriquecimiento" directo a expensas de los países derrotados. Incluso en el caso de una victoria completa sobre Inglaterra, Alemania, para mantener sus conquistas se vería obligada en los próximos años a soportar sacrificios económicos de tal magnitud que sobrepasarían las ventajas que pudieran derivarse directa­mente de sus victorias. Las condiciones de vida de las masas alemanas deben, de todas maneras, empeorar consi­derablemente en el próximo período. Millón tras millón de soldados victoriosos encontrarán al volver a su patria un hogar aun más pobre que aquél del cual fueron arrancados por la guerra. Una victoria que disminuye el nivel de vida de la gente no refuerza un régimen sino que lo debilita. La confianza en sí mismos de los soldados desmovilizados que vienen de apuntarse las más grandes victorias aumentará al extremo. Sus esperanzas traiciona­das se convertirán en agudo descontento y amargura. A su vez, la casta de los Camisas Pardas se elevará aun más por sobre la gente; su gobierno, desenfrenado y arbitrario, provocará aun mayor hostilidad.

En la última década el péndulo político de Alemania se ha movido, como consecuencia de la impotencia de la trasnochada democracia y la traición de los partidos obreros, acentuadamente hacia la derecha; luego, como resultado de la desilusión por las consecuencias de la guerra y del régimen nazi, el péndulo se desplazará aun más acentuadamente hacia la izquierda. Insatisfacción, alarma, protestas, huelgas, choques armados estarán nue­vamente a la orden del día en el país. Hitler tendrá demasiadas preocupaciones en Berlín para poder cumplir exitosamente el papel de verdugo en París, Bruselas y Londres.

Por lo tanto, la tarea del proletariado revolucionario no consiste en ayudar a los ejércitos imperialistas a crear una "situación revolucionaria" sino en preparar, fundir y templar sus filas internacionales para situaciones revolu­cionarias que no faltarán.

El nuevo mapa bélico de Europa no invalida los prin­cipios de la lucha de clases revolucionaria. La Cuarta Internacional no cambia su rumbo.



[1] "No cambiamos nuestro rumbo". Socialist Appeal, 6 de julio de 1940, donde fue titulado "Después de la conquista de Francia por parte de Hitler, ¿qué sigue?" y firmado "L. Lund".



Libro 6