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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Anatole Vasilievich Lunacharski

Anatole Vasilievich Lunacharski

Anatole Vasilievich Lunacharski[1]

 

 

de enero de 1934

 

 

 

Durante la ultima década los acontecimientos políticos nos apartaron y ubicaron en campos diferentes, de modo que sólo supe de la suerte de Lunacharski a través de los periódicos. Pero hubo una época en que estuvimos ligados por estrechos lazos políticos y nues­tras relaciones personales, aunque no muy íntimas, eran muy fraternales.

Lunacharski era cuatro o cinco años menor que Lenin y me llevaba más o menos esa edad. Aunque en sí misma no muy grande, esa diferencia hacía que perteneciéramos a generaciones revolucionarias dife­rentes. Cuando comenzó su vida política siendo estu­diante secundario en Kiev, Lunacharski todavía pudo ser influido por los últimos ecos de la lucha terrorista de Narodnaia Volia[2] [Voluntad del Pueblo] contra el zarismo. Ya para mis contemporáneos "Voluntad del Pueblo" no era más que una leyenda.

Desde sus años de estudiante, Lunacharski, asom­braba a todos por su multifacético talento. Por supuesto escribía poesía, captaba fácilmente las ideas filosóficas, se desenvolvía con excelente estilo en las reuniones estudiantiles, era un orador desusadamente bueno y a su paleta literaria no le faltaba color. A los veintiún años era capaz de dar conferencias sobre Nietzsche, discutir el imperativo categórico, defender la teoría del valor de Marx y comparar a Sófocles con Shakes­peare. Sus dotes excepcionales se combinaban orgáni­camente con el excesivo diletantismo de la intelectua­lidad aristocrática, cuya expresión periodística más brillante fue Alexander Herzen.[3]

Lunacharski estuvo ligado con la revolución y el socialismo durante cuarenta años, es decir durante toda su vida consciente. Sufrió la prisión y el exilio sin dejar de ser un inconmovible marxista. Durante esos largos años miles y miles de sus ex camaradas de armas en los mismos círculos de la intelectualidad aristocrática y burguesa se pasaron al nacionalismo ucraniano, al liberalismo burgués y a la reacción monárquica. En él se hicieron carne y sangre las ideas de la revolución, no fueron un entusiasmo juvenil. Esto es lo primero que hay que decir ante su tumba recién cavada.

Sin embargo, sería incorrecto presentar a Luna­charski como un hombre de firme voluntad y serio tem­peramento, como un luchador que nunca se distrajo de su lucha. No. Su firmeza era muy elástica -a algunos de nosotros su elasticidad nos parecía excesiva-. El diletantismo formaba parte no sólo de su in­telecto sino también de su carácter. Como orador y escritor, muy a menudo se olvidaba del tema que tra­taba. Frecuentemente las imágenes literarias lo aleja­ban del desarrollo básico de su razonamiento. También como político oscilaba entre la derecha y la izquierda. Era demasiado receptivo como para dejar de sentirse atraído por el juego con cualquier novedad política o filosófica.

Indudablemente, esta diletante generosidad de su naturaleza debilitaba su sentido crítico. Sus discursos a menudo eran improvisaciones y como es inevitable en tales circunstancias, no estaban desprovistos de excesos ni banalidades. Escribía o dictaba con extraordinaria fluidez y muy raramente corregía sus manus­critos. Su concentración intelectual, su capacidad de autocrítica, eran demasiado débiles para permitirle crear las obras de valor más duradero e indiscutible para las que lo predisponían su talento y sus conoci­mientos.

Pero por más que divagara, Lunacharski siempre volvía a su pensamiento básico, no sólo en sus artícu­los y discursos sino también en toda su actividad polí­tica. Sus variadas y a veces inesperadas fluctuaciones tenían un límite; nunca dejaba la revolución y el socia­lismo.

Ya en 1904, alrededor de un año después de la divi­sión de la socialdemocracia rusa en las fracciones bol­chevique y menchevique, Lunacharski, que había lle­gado al movimiento de los emigrados directamente desde el exilio penal en Rusia, adhirió a los bolchevi­ques. Lenin, que recién había roto con sus maestros (Plejanov, Axelrod, Zasulich) y con sus más estrechos colaboradores (Martov, Potresov) estaba muy solo en esos días.[4] Necesitaba imperiosamente un colaborador para el trabajo de propaganda, tarea para la que Lenin no tenía inclinación y en la que no le gustaba des­perdiciar su capacidad. Lunacharski cayó como un en­viado del cielo. Ni bien bajó del tren se arrojó a la bulli­ciosa vida de la emigración rusa en Suiza, Francia y toda Europa. Daba conferencias, discutía, polemizaba en la prensa, dirigía círculos de estudio, gastaba bro­mas, cantaba desafinadamente y cautivó a viejos y jóvenes con su variada educación y su amable ligereza en las relaciones personales.

Un rasgo importante del carácter de este hombre era su complaciente bondad. Las pequeñas vanidades le eran extrañas, pero a la vez era incapaz de defender, tanto frente a los amigos como a los enemigos, lo que él consideraba verdadero. A lo largo de su vida cayó fre­cuentemente bajo la influencia de gente menos instruida y capacitada que él pero más firme. Bogdanov, su más antiguo amigo, fue quien lo acercó al bolchevismo. El joven profesor, científico, doctor, filósofo y economista Bogdanov [5] (cuyo verdadero nombre era Mali­novski) le aseguró de antemano a Lenin que su amigo menor Lunacharski ni bien llegara, seguiría su ejemplo, y adheriría a los bolcheviques. La predicción se confir­mó plenamente. Pero después de la derrota de la Re­volución de 1905 el mismo Bogdanov alejó a Luna­charski de los bolcheviques y lo arrastró a un pequeño grupo de superintransigentes que combinaban el secta­rio "rechazo a reconocer" el triunfo de la contrarre­volución con la prédica abstracta de una "cultura pro­letaria" preparada con métodos de laboratorio.

En los oscuros años de la reacción (1908-1912), cuando en amplios círculos de la intelectualidad se difundió una epidemia mística, Lunacharski, junto con Gorki,[6] al que lo ligaba una estrecha amistad, pagó su tributo al misticismo. Aunque no rompió con el mar­xismo, comenzó a plantearse el ideal socialista como una forma nueva de religión, y se dedicó seriamente a la búsqueda de un nuevo ritual. El sarcástico Plejanov lo llamaba "el bienaventurado Anatole". El sobrenom­bre le duró mucho tiempo. Lenin fustigó no menos despiadadamente al que había sido y volvería a ser su colaborador. Aunque gradualmente se fue aplacando, su enemistad duró hasta 1917, cuando Lunacharski, con resistencia y con una fuerte presión externa, esta vez de mi parte, adhirió nuevamente al bolchevismo. Entró en una etapa de incansable trabajo agitativo que fue su momento político culminante. Tampoco se abs­tuvo entonces de los saltos impresionistas. Así, casi rompe con el partido en el momento más crítico, en no­viembre de 1917, cuando llegaron rumores a Moscú de que la artillería bolchevique había destruido la igle­sia de San Basilio. ¡Un aficionado al arte no podía olvi­dar tal vandalismo! Por suerte, como sabemos, Luna­charski era de buen carácter y agradable, y además a la iglesia de San Basilio no le pasó nada durante la insurrección de Moscú.

Como comisario del pueblo de educación Luna­charski era irremplazable en las relaciones con los viejos círculos universitarios y pedagógicos en general, convencidos de que de los "ignorantes usurpadores" no se podía esperar otra cosa que la liquidación total de la ciencia y el arte. Sin esfuerzo y con entusiasmo le demostró a este medio tan cerrado que los bolchevi­ques, además de respetar la cultura, no eran enemigos de ella. Más de un druida académico tuvo que quedarse con la boca abierta ante este vándalo que leía sin difi­cultad media docena de lenguas modernas y dos clásicas y, al pasar, desplegaba inesperadamente tan formi­dable erudición que alcanzaba de lejos como para diez profesores. A Lunacharski le corresponde gran parte del mérito por la reconciliación de la intelectualidad patentada y diplomada con el poder soviético. Pero en lo que hace al esfuerzo real de organizar el sistema edu­cativo, demostró ser desesperadamente incapaz. Des­pués de los primeros intentos fallidos, en los que se combinaron la fantasía diletante con la incapacidad administrativa, el propio Lunacharski dejó de pretender la dirección práctica. El Comité Central le proporcionó ayudantes que, ocultos tras la autoridad personal del comisario del pueblo, tomaron firmemente las riendas en sus manos.

Así, Lunacharski, tuvo más tiempo libre para de­dicarse al arte. El ministro de la revolución, además de comprender y apreciar el teatro, era un prolífico dra­maturgo. En sus obras se despliega toda la variedad de sus conocimientos e intereses, su sorprendente fa­cilidad para penetrar en la historia y la cultura de los distintos pueblos y épocas y, finalmente, una desusada capacidad para combinar la invención y lo que esta tomado de otros. Pero nada más que eso. No llevan el sello del auténtico genio artístico.

En 1923 publicó un pequeño volumen titulado Silhouettes (Siluetas) dedicado a la caracterización de los dirigentes de la revolución. El libro apareció en un momento muy inoportuno; basta con decir que ni siquiera se mencionaba en él el nombre de Stalin. Al año siguiente Silhouettes fue retirado de la circulación y el propio Lunacharski sintió que estaba medio en desgracia. Pero tampoco entonces lo abandonó ese afortunado rasgo suyo, la complacencia. Se reconcilió rápidamente con la nueva composición del personal di­rectivo o, de todos modos, se subordinó totalmente a los nuevos amos de la situación. Sin embargo, hasta último momento siguió siendo una figura extraña en sus filas. Lunacharski conocía demasiado bien el pasa­do de la revolución y del partido, perseguía intereses muy distintos, era en última instancia, demasiado culto como para no estar fuera de lugar entre los burócratas. Removido de su cargo como comisario del pueblo, en el que cumplió plenamente su misión histórica, Luna­charski quedó prácticamente sin responsabilidades hasta su designación como embajador en España. Pero no logró ocupar su nuevo puesto; la muerte lo sorpren­dió en Menton. Ni sus amigos ni sus adversarios ho­nestos pueden negar el respeto que merece su me­moria.



[1] Anatole Vasilievich Lunacharski. Biulleten Opozitsi, N° 38-39, febrero de 1934. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por George C. Myland. Lunacharski (1875-1933): se afilió a la socialdemo­cracia rusa en 1898 y quedó con los bolcheviques después de la ruptura de 1903. Muy activo durante la Revolución de Octubre, fue el primer comisario del pueblo de educación (hasta 1929).

[2] Narodnaia Volia (Voluntad del Pueblo) era el partido de los narodnikis (populistas) rusos, formado por intelectuales que pretendían liberar al campesinado con concepciones anarquistas y métodos terroristas. Después del asesinato del zar Alejandro II en 1881, la organización fue aplastada por el gobierno zarista.

[3] Alexander Herzen (1812-1870): uno de los fundadores del movimiento narodnik (populista) y el padre del liberalismo ruso. Agitó contra el zarismo y por la liberación del campesinado a través de su periódico revolucionario Kolokol (La Campana), que publicó desde su exilio en Europa.

[4] Jorge Plejanov (1856-1918), Paul Axelrod (18505-1925), Vera Zasulich (1849-1918), Iulius Martov (1872-1923) y Alexander Potresov (1869-1934): compartieron con Lenin la dirección de la socialdemocracia rusa hasta 1903, cuando tuvo lugar una lucha fraccional sobre el programa y los métodos partidarios. Lenin pasó a ser al dirigente de la fracción bolchevique y ellos de la menchevique.

[5] A. Bogdanov (seudónimo de Alexander Malinovski) (1873-1928) se hizo bolchevique en 1903, después del Segundo Congreso En 1908 dirigió movimiento otzovista, que sostenía que el partido, en ese período de reacción, tenía que trabajar estrictamente a través de organizaciones ilegales. En 1909 fue expulsado del Partido Bolchevique. Creó su propio sistema filosófico, el empirio-monismo, variante de la filosofía idealista subjetiva de Mach que Lenin criticó severamente en Materialismo y empirio-criticismo Después de la Revolución de Octubre organizó y dirigió Prolecult, una escuela de artistas que intentaban crear una cultura proletaria.

[6] Máximo Gorki (1868-1936): el escritor ruso, fue simpatizante de los bolcheviques. En 1917 se opuso a la Revolución de Octubre pero después la apoyó críticamente. En la década del 30 dejó de hacer críticas públicas al régimen soviético.



Libro 3