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Escritos de León Trotsky (1929-1940)

Tareas y peligros de la revolución en la India

Tareas y peligros de la revolución en la India

Tareas y peligros de la revolución en la India[1]

 

 

30 de mayo de 1930

 

 

 

La India es el clásico país colonial, así como Gran Bretaña es la clásica metrópoli. Toda la perversidad de las clases dominantes y todas las formas de opresión que el capitalismo ha utilizado contra los pueblos atrasados de Oriente encuentra su síntesis más comple­ta y atroz en la historia de la gigantesca colonia a la que los imperialistas británicos se pegaron como sangui­juelas desde hace un siglo y medio. La burguesía inglesa se ha empeñado en cultivar todos los vestigios de barbarie y todas las instituciones medievales que sirven para la explotación del hombre por el hombre. Obligó a sus agentes feudales a adaptarse a la explota­ción colonial capitalista e hizo de ellos su vínculo, su órgano, su correa de transmisión hacia las masas.

Los imperialistas británicos se jactan de sus ferro­carriles, canales y empresas industriales en la India, en las que invirtieron cerca de cuatro mil millones de dólares oro. Entre bombos y platillos, los exegetas del imperialismo comparan a la India contemporánea con la India anterior a la ocupación colonial. Pero, ¿quién puede dudar un instante de que una nación privile­giada, de trescientos veinte millones de habitantes, se desarrollaría de manera infinitamente más veloz y más próspera, si se sacudiera el yugo del pillaje sistemático y organizado? Basta con mencionar los cuatro mil millo­nes de dólares que representa la inversión británica en la India para imaginar lo que Gran Bretaña saca de la India en cinco o seis años.

A pesar de no dar a la India sino lar dosis precisas de tecnología y cultura para facilitar la explotación de la riqueza del país, el Shylock del Támesis no podía impedir la difusión, cada vez más amplia, de las ideas de independencia económica y nacional entre las masas.

Como ocurre en las naciones burguesas más viejas, las numerosas nacionalidades de la India sólo pueden fundirse en una nación única mediante una revolu­ción que las unifique cada vez más estrechamente. Pero a diferencia de los países mas viejos, esta revo­lución en la India es una revolución colonial dirigida contra la opresión extranjera. Es, además, la revolución de una nación históricamente atrasada en la que la servidumbre feudal, las divisiones de casta y aun la esclavitud coexisten con los antagonismos de clase de la burguesía y el proletariado, los que se exacerbaron enormemente en el último período.

El carácter colonial de la revolución de la India contra uno de los opresores más poderosos, en cierta medida enmascara los antagonismos sociales internos del país, sobre todo a los ojos de quienes sacan ventaja de ese encubrimiento. En realidad, la necesidad de deshacerse del sistema de opresión colonial, cuyas raíces están imbricadas en la vieja explotación indí­gena, exige a las masas indias un tremendo esfuerzo revolucionario, lo que de por sí le otorga una enorme envergadura a la lucha de clases. El imperialismo británico no abandonará voluntariamente sus posiciones; mientras le menea humildemente el rabo a Estados Unidos, empeñará hasta la ultima gota de energía y toda su malicia para aplastar a la India insurgente.

Se trata, por cierto, de una gran lección de la historia. La revolución india, aun en esta etapa en la que no se ha librado del traicionero liderazgo de la burguesía nacional, es aplastada por el gobierno “socialista” de Macdonald. Las sangrientas represa­lias de estos canallas de la Segunda Internacional, quienes prometen instituir el socialismo en forma pacífica en sus propios países, son una muestra de lo que el imperialismo británico le tiene reservado a la India. Las placenteras deliberaciones socialdemócratas sobre cómo conciliar los intereses de la Inglaterra burguesa con los de la India democrática constituyen el complemento necesario para las sangrientas represiones de Macdonald, que siempre está dispuesto, entre masacre y masacre, a enviar la enésima comisión de recon­ciliación.

La burguesía británica comprende perfectamente bien que la perdida de la India no sólo significaría el estrepitoso derrumbe de su poderío mundial, que ya se encuentra en avanzado estado de descomposición, sino también una catástrofe social interna. Se trata de una lucha de vida o muerte. Todas las fuerzas comen­zarán a actuar. Esto significa que la revolución deberá movilizar todos sus recursos. Millones de personas se han puesto en movimiento. Desplegaron tal poder espontáneo que la burguesía nacional se vio obligada a actuar para controlar la movilización y mellar su filo revolucionario.

El movimiento de resistencia pasiva de Gandhi[2] es el nudo táctico que ata la ingenuidad y abnegada ceguera de las masas pequeñoburguesas dispersas a las traicioneras maniobras de la burguesía liberal. El hecho de que el presidente de la Asamblea Legislativa de la India, la institución oficial para la connivencia con el imperialismo, haya abandonado su puesto para ponerse al frente del boicot a los productos ingleses es profundamente simbólico.

“Demostraremos - dice la burguesía nacional a los gentlemen del Támesis - que les somos indispensables, que no pueden acallar a las masas sin nuestro concurso; pero este concurso tiene su precio.”

Macdonald responde encarcelando a Gandhi. Es posible que el lacayo exceda las intenciones del amo, porque despliega un celo que excede sus deberes para demostrar que está por encima de toda sospecha. Es posible que los conservadores, imperialistas serios y fogueados, no hubieran ido tan lejos en esta etapa. Pero, por otra parte, los dirigentes nacionales de la resistencia pasiva necesitan esta represión para dar lustre a sus alicaídas reputaciones. Macdonald les presta este servicio. Mientras masacra a los obreros y campesinos, arresta a Gandhi después de avisarle con la suficiente antelación, tal como hacía el Gobierno Provisional ruso con los Kornilovs y Denikins.

Si la India es un componente del dominio interno de la burguesía británica, el dominio imperialista del capital británico sobre la India no es menos compo­nente del orden interno indio. La cuestión no puede reducirse a la mera expulsión de algunas decenas de miles de explotadores foráneos. No se puede separar a éstos de los opresores internos, y cuanto más se forta­lezca la presión de las masas, menor será el deseo de los opresores nacionales de separarse de los extran­jeros. Así como en Rusia la liquidación del zarismo y sus deudas con el capital financiero mundial sólo fue posible porque el campesinado debió abolir la monar­quía para abolir a los grandes terratenientes, en la India la lucha contra la opresión extranjera deriva, para las masas innumerables de campesinos oprimidos y semipauperizados, de la necesidad de liquidar a los terratenientes feudales, a sus agentes e intermediarios, los funcionarios locales y los prestamistas usureros.

El campesino indio quiere una distribución “equi­tativa” de la tierra. Esa es la base de la democracia. Y es al mismo tiempo la base social de la revolución democrática en su conjunto.

En la primera etapa de su lucha, los campesinos atrasados, inexpertos y dispersos, que en cada aldea se oponen a los representantes individuales del odiado régimen, siempre recurren a la resistencia pasiva.

Dejan de pagar el arriendo o los impuestos, escapan a la selva, desertan del servicio militar, etcétera. Las fórmulas tolstoianas de resistencia pasiva fueron en cierto sentido la primera etapa del despertar revolu­cionario de las masas campesinas rusas. El gandhismo es lo mismo en relación a las masas populares de la India. Cuanto más “sincero” se muestra Gandhi personalmente, más útil resulta a los amos para disci­plinar a las masas. El apoyo que presta la burguesía a la resistencia pasiva ante el imperialismo es sólo la condición preliminar para su resistencia sangrienta ante las masas revolucionarias.

La historia registra más de una ocasión en que los campesinos pasaron de las formas pasivas de lucha a las guerras más encarnizadas y sangrientas contra sus enemigos inmediatos: los terratenientes, los funcio­narios locales, los prestamistas usureros. En la Edad Media hubo muchas guerras campesinas en Europa; también abundaron las implacables represalias contra ellos. Tanto la resistencia pasiva como las insurreccio­nes sangrientas de los campesinos sólo pueden trans­formarse en revolución bajo la dirección de una clase urbana, que luego asume el liderazgo de la nación revolucionaria y, después de la victoria, se convierte en depositaria del poder revolucionario. En la época actual, esa clase es únicamente el proletariado, también en Oriente.

Es cierto que el proletariado indio es numérica­mente menor incluso que el proletariado ruso en vís­peras de 1905 y 1917. Esta realidad de un proletariado relativamente poco numeroso era el principal argu­mento de todos los filisteos, de todos los Martinovs, de todos los mencheviques contra la perspectiva de la revolución permanente. La concepción de que el prole­tariado ruso, empujando a la burguesía a un lado, pudiera ponerse a la cabeza de la revolución agraria del campesinado, fomentarla y elevarse sobre esa ola a la dictadura revolucionaria les parecía fantás­tica. Se creían realistas cuando confiaban en que la burguesía liberal, apoyándose en las masas de la ciudad y el campo, realizaría la revolución democrática. Pero resulto que las estadísticas de población no son un índice del papel económico y político de las distintas clases. La Revolución de Octubre lo demostró de una vez por todas, y de la manera más convincente.

Si hoy el proletariado indio es numéricamente menor que el ruso, eso no significa que sus posibili­dades revolucionarias sean menores; la debilidad numérica del proletariado ruso en comparación con el norteamericano y el británico no fue un obstáculo para la instauración de la dictadura del proletariado en Rusia. Por el contrario, todas las peculiaridades sociales que hicieron posible e inevitable la Revolución de Octubre existen en la India y en forma agravada. En este país de campesinos pobres, la hegemonía de la ciudad no es menos real que en la Rusia zarista. La concentración del poder industrial, comercial y bancario en manos de la gran burguesía, principalmente de la burguesía extranjera, y el rápido crecimiento del proletariado industrial, excluyen la posibilidad de que la pequeña burguesía urbana, y aun los intelectuales, desempeñen un papel independiente. Esto transforma la mecánica política de la revolución en una pugna entre el proletariado y la burguesía por la dirección de las masas campesinas. Falta una “sola” condición: un partido bolchevique. Y ése es, en este momento, el meollo del problema. Hemos visto cómo Stalin y Bujarin aplicaron en China la concepción menchevique de la revolución democrática. Armados de un poderoso aparato, pudieron aplicar las fórmulas mencheviques en la acción y por eso se vieron obligados a llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Para garantizar el papel dirigente de la burguesía en la revolución burguesa (esta es la concepción fundamental del menchevismo ruso), la burocracia stalinista transformó al joven Partido Comunista Chino en una sección subor­dinada del partido burgués nacional. Según los términos del acuerdo oficial suscrito por Stalin y Chiang Kai-shek (por intermedio del actual comisario del pue­blo de educación, Bubnov),[3] los comunistas recibían sólo un tercio de los Puestos en el Kuomintang. Con ello el partido del proletariado entró a la revolución como cautivo oficial de la burguesía, con la bendición de la Comintern. El resultado es conocido: La burocracia stalinista destruyó la revolución china. Fue un crimen político sin precedentes en la historia.

Junto con la idea reaccionaria del socialismo en un solo país, en 1924 Stalin levantó la consigna de “parti­dos biclasistas obreros y campesinos” para la India, igual que para todos los países de Oriente. Con esta consigna se buscaba nuevamente impedir que el prole­tariado tuviera un partido y una política independien­tes. Desde entonces el pobre Roy se convirtió en apóstol del partido “popular” o “democrático” supraclasista que todo lo engloba. La historia del marxismo, los procesos del siglo XIX, la experiencia de tres revoluciones rusas, nada, nada de esto hizo mella en estos caballe­ros. Todavía no han comprendido que el “partido obre­ro y campesino” sólo es concebible bajo la forma de un Kuomintang, es decir, de un partido burgués que arras­tra a los obreros y campesinos para traicionarlos y aplastarlos después. La historia jamás conoció otra clase de partido supraclasista, global. Después de todo, Roy - el agente de Stalin en China, el profeta de la lucha contra el “trotskismo” y el ejecutor del “bloque de las cuatro clases” martinovista - fue el chivo emisario de los crímenes de la burocracia stalinista luego de la inevitable derrota de la revolución china.

En la India se han malgastado seis años en experi­mentos agotadores y desmoralizantes para realizar la fórmula stalinista de los partidos biclasistas obreros y campesinos. Los resultados están a la vista: partidos “obreros y campesinos” provinciales débiles, que vacilan, avanzan a los tropiezos o simplemente se desintegran y desaparecen en el preciso instante en que se supone que deberían actuar, en el momento de ascenso revolucionario. Pero no hay un partido prole­tario. Deberá formarse al calor de los acontecimientos. Y para ello es necesario remover la montaña de escom­bros creada por la dirección burocrática. ¡Esa es la situación! Desde 1924 la dirección de la Comintern hizo todo lo posible para que el proletariado indio quede impotente, para debilitar la voluntad de la van­guardia proletaria, para cortarle las alas.

Mientras Roy y otros discípulos de Stalin malgas­taban años valiosos en la elaboración de un programa democrático para un partido supraclasista, la burgue­sía nacional aprovechó esa circunstancia al máximo para tomar el control de los sindicatos.

En la India se ha creado un Kuomintang, no como partido político sino como “partido” dentro de los sindicatos. Ahora, empero, asustados por su propia obra, sus creadores se hicieron a un lado, calumniando a los “ejecutores”. Esta vez, los centristas saltaron hacia la “izquierda”, pero la situación no mejoró con ello. La posición oficial de la Internacional Comunista respecto de los problemas de la revolución en la India es un embrollo tan miserable que parece creado espe­cialmente para desorientar a la vanguardia proletaria y llevarla a la desesperación. La mitad de las veces ocurre porque la dirección trata constante y conscientemente de ocultar sus errores de la víspera. La otra mitad de la confusión hay que atribuirla a la impotencia del centrismo.

Aquí no nos referimos al programa de la Comintern, que le atribuye un papel revolucionario a la burguesía colonial y aprueba totalmente los inventos de Brandler y Roy, que siguen utilizando el ropaje de Martinov y Stalin. Tampoco nos referimos a las innumerables ediciones del libro de Stalin Problemas del leninismo, en el que continúa, en todos los idiomas del mundo, la exposición sobre los partidos biclasistas de obreros y campesinos. No. Nos limitamos al presente a la mane­ra en que se plantea hoy la cuestión de Oriente, en con­sonancia con los errores terceristas de la Comintern.

La consigna central de los stalinistas, tanto en la India como en China, sigue siendo la dictadura demo­crática de obreros y campesinos. Nadie sabe, nadie ex­plica, porque nadie lo comprende, qué significa hoy esta consigna, en el año 1930, después de la experiencia de los últimos quince años. ¿En qué se diferencia la dictadura democrática de obreros y campesinos de la dictadura del Kuomintang, que masacró a los obreros y campesinos? Los Manuilskis y Kuusinens responder, quizás, que hablan de la dictadura de tres clases (obre­ros, campesinos y pequen a burguesía urbana) y no de cuatro como en China, donde Stalin tuvo tanto éxito en atraer al bloque a su aliado Chiang Kai-shek.

Si es así, respondemos, traten de explicarnos porqué rechazan a la burguesía nacional como aliado en la India, esa misma burguesía nacional por la que expul­saron y luego encarcelaron del Partido Comunista Chino a los bolcheviques que la repudiaron. China es un país semicolonial. En China no existe una poderosa casta de señores feudales y sus agentes. Pero la India es un país colonial clásico, con poderosos vestigios del régimen de castas feudal. Si Stalin y Martinov deduje­ron el papel revolucionario de la burguesía china de la presencia de la opresión foránea y los remanentes feu­dales en ese país, en la India cada una de estas razones actúa con doble fuerza. Esto significa que la burguesía india, según una interpretación estricta del programa de la Comintern, tiene un derecho infinitamente mayor a exigir su integración en el bloque stalinista (de cuatro clases) que la burguesía china con su inolvidable Chiang Kai-shek y su “leal” Wan Tin-wei. Pero dado que éste no es el caso, ya que, a pesar de la opresión del imperialismo británico y la herencia de la Edad Media, la burguesía india sólo es capaz de desempeñar un papel contrarrevolucionario y no revolucionario ¡uste­des deben repudiar implacablemente la política traido­ra aplicada en China y corregir inmediatamente su programa, en el que esta política dejó rastros pusilánimes pero siniestros!

Pero esto no agota el problema. Si en la India se construye un bloque sin la burguesía y contra la bur­guesía, ¿quién lo dirigirá? Los Manuilskis y Kuusinens responderán quizás con la altiva indignación de siem­pre: “¡ Pues el proletariado, claro está!” Bien, respon­demos, perfectamente. Pero si la revolución india se desarrollará en base a un bloque de los obreros, los campesinos y la pequeña burguesía; si este bloque combatirá no sólo al imperialismo y al feudalismo sino también a la burguesía nacional, estrechamente ligada a los mismos en todos los problemas fundamentales; si a la cabeza de este bloque estará el proletariado; si este bloque solamente llega a la victoria barriendo a sus enemigos mediante una insurrección armada y de esta manera eleva al proletariado a la función de verdadero dirigente de toda la nación, en ese caso se plantea el in­terrogante: ¿quién ejercerá el poder después de la vic­toria, si no es el proletariado? Y en ese caso, ¿cuál es la diferencia entre la dictadura democrática de obreros y campesinos y la dictadura del proletariado, que lidera a los campesinos? En otras palabras, ¿cuál es la dife­rencia entre la hipotética dictadura de obreros y campesinos y el régimen que instauró la Revolución de Octubre?

No hay respuesta a esta pregunta. No puede haberla. El curso del proceso histórico ha convertido a la “dictadura democrática” en una ficción hueca, y tam­bién en una trampa traicionera para el proletariado. ¡Bonita consigna, que da lugar a dos interpretaciones diametralmente opuestas: una, la dictadura del Kuo­mintang, otra, la dictadura de Octubre! Pero se exclu­yen mutuamente. En China los stalinistas interpretaron la dictadura democrática. de dos maneras, primero como una dictadura del Kuomintang de derecha, des­pués como una dictadura de la izquierda. ¿Cómo la ex­plican en la India? Se quedan callados. Se ven obligados a mantener silencio por temor a abrir los ojos de sus partidarios ante sus crímenes. Esta conspiración de si­lencio es en realidad una conspiración contra la revolu­ción india. Y todo el clamor extremadamente izquier­dista o ultraizquierdista actual no mejora las cosas en un ápice, porque las victorias de la revolución no se logran con clamores y ruidos Sino con claridad política.

Pero lo dicho no alcanza para desenredar la madeja. Algunos hilos quedan enredados precisamente en este punto. A la vez que le dan a la revolución un carácter democrático abstracto y le permiten llegar a la dicta­dura del proletariado sólo después de establecida alguna especie de “dictadura democrática” mística o supersticiosa, nuestros estrategas rechazan la consigna política central de toda movilización democrática revo­lucionaria, precisamente la consigna de asamblea constituyente. ¿Por qué? ¿Sobre qué base? Es absolutamente incomprensible. Para el campesino, revolución democrática significa igualdad, principalmente repar­to equitativo de la tierra. La igualdad ante la ley depen­de de esa igualdad previa. La asamblea constituyente, donde formalmente los representantes de todo el pue­blo ajustan sus cuentas con el pasado, pero donde en realidad las distintas clases ajustan sus cuentas recípro­cas, es la expresión generalizada, natural e inevitable de las tareas democráticas de la revolución, no sólo en la conciencia de las masas campesinas que despiertan sino también en la conciencia de la propia clase obrera. Nos extendimos sobre este punto con respecto a China, y no vemos la necesidad de repetirlo aquí. Agreguemos solamente que la multiformidad provinciana de la India, las abigarradas formas gubernamentales y su no menos abigarrada interpenetración con las relaciones feudales y de casta, en la India le dan a la consigna de asamblea constituyente un contenido democrático re­volucionario particularmente profundo.

En la actualidad, el teórico de la revolución india en el Partido Comunista de la Unión Soviética es Safarov,[4] quien, gracias a una feliz capitulación, se ha pasado con su música nefasta al campo del centrismo. En un artícu­lo programático sobre las fuerzas y tareas de la revolu­ción en la India, publicado en Bolchevique, Safarov gi­ra cuidadosamente alrededor del problema de la asam­blea constituyente igual que una rata experimentada en torno a un pedazo de queso puesto en una trampa. Este sociólogo quiere evitar a toda costa recaer en la trampa del trotskismo; Resuelve el problema sin mayor preo­cupación, al contraponer a la asamblea constituyente la siguiente perspectiva:

“El desarrollo de un nuevo ascenso revolucionario sobre la base [!] de la lucha por la hegemonía proletaria lleva a la conclusión [¿a quién?, ¿cómo?, ¿por qué?] de que la dictadura del proletariado y el campesinado en la India sólo puede lograrse bajo la forma soviética.” (Bol­chevique, Nº 5,1930, página 100).

¡Asombroso párrafo! Martinov multiplicado por Safarov. A Martinov lo conocemos. Y respecto de Safarov, Lenin dijo una vez, no sin cierta ternura, que “Safarchik se irá a la izquierda, Safarchik se caerá de bruces”. La perspectiva que presenta Safarov no invalida esta caracterización. Se ha ido bien a la izquierda y debe reconocerse que no transgredió la segunda parte de la predicción de Lenin. Veamos en primer lugar el problema de que el ascenso revolucionario de las masas se desarrolla “sobre la base” de la lucha de los comunistas por la hegemonía proletaria, Eso es poner al pro­ceso cabeza abajo. Creemos que la vanguardia proleta­ria inicia, o se prepara para iniciar, o debería iniciar, la lucha por la hegemonía en base a un nuevo ascenso revolucionario. La perspectiva de la lucha, según Safarov, es la dictadura del proletariado y el campesinado. Aquí se elimina la palabra “democrática” en aras del izquierdismo. Pero no se dice claramente de qué tipo de dictadura biclasista se trata: Kuomintang u Octubre. Nos da su palabra de honor de que esta dicta­dura puede lograrse “sólo bajo la forma de soviets” Suena muy noble. ¿Para qué queremos la consigna de asamblea constituyente? Safarov sólo está dispuesto a aceptar la “forma” soviética.

La esencia del epigonismo - su esencia desprecia­ble y siniestra - reside en abstraer de los procesos reales del pasado y sus lecciones tan sólo la forma, a la que convierte en un fetiche. Es lo que ocurrió con los soviets. Sin decir nada sobre el carácter de clase de la dictadura - ¿dictadura de la burguesía sobre el proleta­riado tipo Kuomintang, o dictadura del proletariado sobre la burguesía tipo Octubre? -, Safarov adormece a alguien, principalmente a sí mismo, con la forma soviética de la dictadura. ¡Como si los soviets no pudie­ran ser un arma para engañar a los obreros y a los cam­pesinos! ¿Qué más fueron, si no los soviets menchevi­ques y socialrevolucionarios de l9l7? Un arma para apuntalar el poder de la burguesía y preparar su dictadura. ¿Qué fueron los soviets socialdemócratas de Alemania y Austria en l9l8-1919? Organizaciones para salvar a la burguesía y engañar a los obreros. Con el mayor desarrollo de la movilización revolucionaria en la India, con un ascenso mayor de las luchas de masas y el debilitamiento del Partido Comunista - y esto es inevitable si se impone el embrollo safaroviano -, es posible que la propia burguesía nacional india cree soviets obreros y campesinos para dirigirlos así como ahora dirige a los sindicatos, para estrangular la revo­lución como lo hizo la socialdemocracia alemana cuando se puso a la cabeza de los soviets. El carácter traicione­ro de la consigna de dictadura democrática reside en que no cierra a los enemigos de una vez por todas esa posibilidad.

El Partido Comunista indio, cuya creación fue demorada seis años - ¡y qué años! - se ve privado, en medio del ascenso revolucionario, de una de las armas más importantes para movilizar a las masas, precisamente la consigna democrática de asamblea constitu­yente. En lugar de ello, este joven partido, que todavía no ha dado sus primeros pasos, padece la consigna abs­tracta de soviets como forma de una dictadura abstrac­ta, es decir, una dictadura de nadie sabe qué clase. ¡Oh apoteosis de la confusión! Y todo esto viene acompaña­do, como siempre, por el repugnante retoque y embellecimiento de una situación bastante grave y nada agradable.

La prensa oficial, y el mismo Safarov en particular, pintan la situación como si el nacionalismo burgués in­dio fuera un cadáver, como si el comunismo se hubiera ganado o estuviera en proceso de ganarse la alianza del proletariado y éste a su vez ya arrastrara al campesinado. Con la mayor irresponsabilidad, los líderes y sus so­ciólogos hablan de sus deseos como cosa hecha reali­dad. Dicho más correctamente, en lugar de afirmar la realidad resultante de su política errónea, afirman como real lo que pudo haber sido, de haberse aplicado una política correcta durante los últimos seis años. Pero cuando la incoherencia de la fantasía y la realidad salga a la luz, la culpa recaerá sobre los comunistas indios por ejecutar mal esa incoherencia general que recibe el nombre de línea general.

La vanguardia del proletariado indio está apenas en el umbral de sus grandes tareas y le queda un largo camino por recorrer. Una serie de derrotas será el precio a pagar no sólo por el atraso del proletariado y el campe­sinado, sino también por los pecados de la dirección. La tarea principal, en este momento, es lograr una clara concepción marxista de las fuerzas motrices de la revo­lución y una perspectiva correcta, una política clarivi­dente que rechace las fórmulas estereotipadas de la bu­rocracia y que, para realizar las magnas tareas revolucionarias, se ajuste cuidadosamente a las etapas reales del despertar político y del crecimiento revolucionario de la clase obrera.



[1] Tareas y peligros de la revolución en la India. The Militant, 12 de julio de 1930. A principios de 1930 se había iniciado una campaña de masas contra la dominación británica, cuando los laboristas estaban en el poder.

[2] Mohandas Gandhi (1869-1948): dirigente del movimiento nacionalista que posteriormente fundó el Partido del Congreso de India, fue la figura más destacada de la movilización de 1930 contra la dominación británica, pero empleaba métodos pacíficos, no violentos, de resistencia pasiva.

[3] Andrei Bubnov (1883-193?) bolchevique de la Vieja Guardia, militó en la tendencia Centralismo Democrático y otros grupos de oposición. Se desvinculó de todos ellos en 1923 y se alineó con Stalin. Fue una de las víctimas de la purga realizada en el aparato a fines de la década del 30.

[4] G. Safarov (1891-1941): miembro del grupo de Leningrado dirigido por Zinoviev, apoyó a la Oposición Unificada. Expulsado del pasado en 1927, capi­tuló ante Stalin.



Libro 1